Capítulo 49

El vehículo incendiado en el bosque de Rambouillet se identificó con más rapidez de lo que los policías de Versalles habrían podido imaginar un día de Navidad. Se trataba de un Range Rover L322, motor de 5 litros, modelo de la serie limitada Autobiography, de color negro Ultimate, con un precio de 120.000 euros, sin extras. Lo habían comprado hacía seis meses en el garaje Varounian, en Rambouillet. ¡Gary Varounian era el organizador de la fiesta de Navidad del Black Moon! El dueño de esa bestia con ruedas no era otro que Jérémy Dumoulin. Había denunciado el robo a las ocho del 25 de diciembre. Primero por teléfono a la comisaría, donde habían tomado nota a mano, antes de levantar acta, a las once, en presencia del propietario. Se lo habían robado delante del bar Les Furieux, durante la noche del 24 al 25 de diciembre, tras el regreso de Jérémy Dumoulin, llamado Jimmy, de la fiesta en el Black Moon, es decir, entre las dos y las ocho de la mañana.

—¿No te parece que sería el momento de hacer una pequeña visita al tal Jimmy? —sugirió Sonia—. Aunque sea para decirle que su coche ha quedado reducido a cenizas.

—¿Y con un tío dentro?

Lazare se secó de los labios un poco de café que se le había escapado del vaso que acababa de vaciar. Trituró el recipiente vacío entre los dedos. No tenía ánimos para ir de punta en blanco a reunirse con Jérémy Dumoulin. La posibilidad de que el joven nuevo rico estuviera mezclado en varias historias turbias se reforzaba.

—Vamos a enviarle una patrulla para anunciarle la noticia —decidió Lazare después de reflexionar.

—¿Por qué?

—Para ver cómo reacciona. Si va la policía criminal, se olerá algo raro de inmediato, y tendremos que hablarle del fiambre… Si van los uniformados, solo le dirán que han hallado su coche quemado…

—¡Ah! Ya veo… ¿Qué crees que va a pasar?

—No estoy seguro, pero su reacción puede ser muy instructiva… Vamos a hacer que se le pegue un equipo de vigilancia que, en cuanto le den la noticia, no lo dejará ni a sol ni a sombra. Y seguiremos sus llamadas telefónicas al momento. Creo que Maxime aprobaría esta estrategia…

—¿Crees que ha quemado su propio coche? —preguntó Sonia, incrédula—. No tenía por qué destruir su vehículo para librarse de alguien.

Lazare hizo una mueca. Como a su colega, siempre le sorprendía la relación de la mayoría de los hombres con su coche.

—Aunque también —dijo él— es una forma perfecta para librarse de un muerto, ¿no? El seguro se lo pagará, ¿qué es un coche de ese precio para un tipo como él? Ese chico no ha tenido suerte. Imagina que otro grupo, y no el nuestro, se hubiera hecho cargo del caso, uno que no tuviera ni idea del caso Stark, ni de lo ocurrido a los Porte. Le habrían podido salir las cosas bien. Después de todo, a priori, es una víctima. Le roban el coche y el ladrón se quema en el interior…

—¡Vale, pero es muy atrevido!

—Sí, en efecto, es un tipo muy osado el tal Jérémy Dumoulin, creo que de eso estamos convencidos… ¡Y recuerda cómo murió su padre!

—Y la salchicha carbonizada, ¿tienes alguna idea de quién puede ser?

—Ni la más mínima.