Capítulo 47

Sobre el terreno, varios efectivos de bomberos y de policía se habían ocupado de asegurar el lugar. El equipo de IJ llegó al mismo tiempo que Lazare, Sonia y el comisario de división Gaillard que había insistido en acompañarlos. De perdidos al río, sus hijos tendrían que esperar un poco más para abrir sus regalos de Navidad. La fiscal de guardia estaba al caer. Todavía salía humo de la parte trasera del vehículo, que era bastante voluminoso, y cuyas ruedas se habían fundido, igual que la cabina. Era imposible definir el color, la marca o la matrícula. La puerta delantera izquierda estaba abierta y, en el asiento del conductor, se distinguía una forma humana carbonizada. El forense ya había empezado su examen externo, sin que lo incomodara el olor insoportable de carne y plástico quemados. El experto se levantó e hizo un gesto a los policías.

—No ha quedado gran cosa —dijo—, ni siquiera puedo deciros ahora el sexo del individuo… Parece más una salchicha olvidada en la barbacoa que un ser humano.

Las operaciones siguieron su curso por sí solas: fotografías, apuntes de la topografía, recogida de indicios que podían permitir la identificación del vehículo y, en consecuencia, la de la víctima calcinada. Cada uno hacía su trabajo en silencio. En el examen de la zona alrededor del estanque se encontraron numerosas huellas de ruedas que se habían fijado con gel con más seguridad que la sustancia a utilizar para hacer un molde. Parecía que habían llevado el vehículo incendiado hasta allí, asumiendo incluso riesgos, tal y como señaló un técnico investigador que fotografió las huellas hasta la orilla misma del estanque.

Bajo el control de los bomberos y con su ayuda, el motor del vehículo desveló un primer secreto: un número de serie, grabado en la parte baja del chasis, la más alejada del epicentro del incendio. Después, cuando se extrajo el cadáver para llevarlo al instituto forense de Garches, aparecieron varios elementos: los cabellos, la piel y los músculos del rostro se habían fundido, pero los dientes, a pesar de su estado carbonizado, todavía podían dar alguna información. Se trataba de un sujeto joven, con una dentadura en buen estado y completa, sin restos de periodoncia. La mano izquierda, que se había salvado parcialmente del fuego, sin duda porque se había quedado atrapada en la guantera de la puerta, permitía esperar que se pudieran sacar huellas epidérmicas, de los pliegues dérmicos de al menos tres dedos, incluido el pulgar. Debajo del brazo, algunos pedazos de tela se habían librado de las llamas. El investigador de la escena del crimen pudo sacar varios trozos de lo que parecía una sudadera o una chaqueta de color gris o verde claro. La falta de todo rastro de zapatos, suelas, cinturón o botones metálicos, de tejido o de residuo fibroso en las nalgas hizo creer al doctor Louvois que la víctima probablemente estaba desnuda de cintura para abajo. El caso se orientaba naturalmente hacia un origen sexual. Sin embargo, no encontraron ninguna de las prendas que faltaban, ni el pantalón, ni los calzoncillos, ni la cartera, en la carcasa del coche, ni en las inmediaciones del incendio.

—Follar fuera con esta temperatura… —concluyó el médico—. Desde luego hay que tener ganas.

Era lo mismo que pensaba Lazare, a quien la fiscal de guardia acababa de anunciar que la brigada criminal de la DRPJ de Versalles se ocuparía del caso, porque aquel asunto le daba mala espina.

—Es lo menos que se puede decir —comentó Sonia, que tiritaba a pesar del abrigo, los guantes y el gorro. Además, tenía que aguantarse las fuertes náuseas que le provocaba el olor a cuerpo quemado.

El comisario de división Gaillard comentó brevemente con Lazare la posibilidad de pasar la presión a otro equipo. Con Revel fuera de combate y el resto del grupo dispersado, solo estaban ellos dos para abarcar todos esos frentes abiertos a la vez. Lazare aceptó. Sin embargo, le pareció innecesario fastidiar la fiesta a sus colegas, convencido de que podían ocuparse de lo más urgente. El resto lo harían al día siguiente.

Estaban casi acabando con los últimos flecos de la investigación que podían llevar a cabo de inmediato, cuando el teléfono de Sonia vibró en su bolsillo. Ella se alejó para responder, mientras Lazare asistía a la retirada de la carcasa del vehículo, que iba a ser trasladado al garaje de la policía para que los equipos forenses acabaran con su investigación a cubierto. Según la opinión experta de los bomberos, el fuego se había desencadenado, sin duda alguna, en dos focos, como indicaba la importante cantidad de carburante que habían echado por todo el vehículo, y la que se había hallado sobre y alrededor de la víctima. La hipótesis de un accidente debido a una colilla de cigarrillo o a una calefacción en mal estado quedaba formalmente descartada.

El capitán vio a Sonia regresar a toda prisa. Le había vuelto el color a las mejillas y los ojos le brillaban como nunca. Supo que tenía una noticia que darle. Era urgente ir a visitar a Revel.