Capítulo 46

Ese día de Navidad fue raro para todo el mundo. Recogieron a Revel justo al borde del abismo en el que se había dejado caer, cansado de luchar. Su corazón había aguantado, por eso estaba vivo. Lazare y Sonia compartieron el inicio de la madrugada entre el hospital André Mignot y la PJ donde se ocuparon de resolver algunos casos comunes. Habían avisado al comisario de división, Gaillard, que había acudido a informarse in situ del estado de Revel. El fiscal Gautheron no se había desplazado pero había llamado por teléfono para que le dieran noticias después de que Lazare lo pusiera al corriente de lo que le había ocurrido al jefe de su grupo. A decir verdad, lo que seguía intrigando al magistrado era la razón por la que Revel lo había llamado a él. Lazare le explicó que, teniendo en cuenta la postura del policía y la de su mano derecha sobre el teléfono en el fondo del bolsillo, la llamada se había hecho al azar. Gautheron estaba aliviado porque era de natural paranoico. Desde que Lazare le había dado las gracias porque su rápida actuación había salvado la vida del comandante, no dejaba de decirse que era el héroe del día.

Hacia las ocho, en el estado mayor de la PJ, Philippe Gaillard recibió el telegrama de los casos de la noche, enviado por la sala de mando de la seguridad pública de Versalles. Aparte de más de veinte robos en residencias vacías por las vacaciones, dos accidentes mortales y una multitud de accidentes materiales de circulación en las carreteras heladas y a la salida de las discotecas, se habían contado ochenta y dos vehículos incendiados en el conjunto de la región. Más del doble que el año anterior en la misma fecha, precisaba el mensaje. Aunque seguramente sería una cifra menor que la de la próxima noche de San Silvestre cuando, tradicionalmente, se batían todos los récords.

—Nada de dar estas cifras a la prensa —dijo el comisario de división con una mueca inequívoca.

¡Esas cifras eran malas y se acercaban fechas electorales! Justo al acabar el comentario, el oficial de guardia del estado mayor agitó la mano para llamar la atención.

—Jefe, tenemos un problema.

Había un vehículo calcinado, que todavía no se recogía en las cifras de la seguridad pública y que acababan de hallar en el bosque de Rambouillet unos deportistas madrugadores, a dos kilómetros de Poigny-la-Forêt, en una carreterita que bordeaba el estanque Du Prince. El incendio se había apagado, pero el vehículo todavía humeaba y, lo más importante, los corredores habían visto un cuerpo en el interior. Lazare y Sonia cruzaron una mirada. Ahora sí: su Navidad se había acabado definitivamente.