Había helado bastante durante la noche y el espectáculo del bosque era mágico. Los árboles se hundían bajo montones de escarcha, que el sol irisaba o volvía plateados. En la capa de nieve que cubría el suelo, las huellas de animales salvajes se perdían por los caminos. Sonia, que no solía dejarse llevar por el romanticismo, estaba emocionada por el espectáculo. Todavía lo estaba más al contemplar a dos hombres sentados en la parte delantera del coche de la PJ: Revel iba al volante, hecho un figurín, y Lazare iba a su lado, bien vestido, porque ella le había lavado la ropa sucia. Sintió cierto orgullo al verlos así, aunque supiera que Revel no se había aseado para ella. Nadie hablaba en el coche pero sentía, por las frecuentes miradas que le lanzaba por el retrovisor y por las más discretas con las que gratificaba a Lazare, que contemplaba el bosque mágico, que Revel estaba nervioso. Los árboles desaparecieron de repente para dejar paso a los suburbios de la ciudad.
—¿Habéis tenido tiempo de mirar el informe o habéis estado bebiendo como enfermos? —soltó él con su amabilidad habitual.
—Si supieras todo lo que me ha hecho… —gimió Lazare.
—Hemos pasado la noche en mi casa —añadió Sonia.
—Sí, en su delicado nidito —bromeó Lazare—. ¡Tengo un dolor de espalda que ni te imaginas!
Revel frenó en seco para evitar a un camión que salía de una calle paralela. Le lanzó una sarta de insultos que hicieron las delicias de sus dos colegas.
—¿A qué viene toda esta historia? —gruñó el viejo cuando acabó de desahogar su rabia contra el camionero imprudente—. ¿Os estáis riendo en mi cara?
—No, jefe, de verdad —respondieron los otros dos al unísono—, pero ya te lo explicaremos más tarde.
Sonia continuó con un tono más serio para explicar al comandante todo el trabajo que habían llevado a cabo durante la noche anterior, y después, ella sola, hasta avanzada la noche, para demostrarle lo mucho que se habían involucrado. Compartían sus hipótesis sobre la implicación de Elvire Porte y de su hijo. Pero esa huella de pulgar en la puerta de entrada y la sangre en el umbral que no pertenecían a ninguno de los dos planteaban problemas.
—Sí —masculló Revel—, lo sé. No pude pillar a ese par de cretinos, y no es porque no me empleara a fondo, os lo garantizo, pero la primera fase de la investigación fue una burla, y el juez me pidió que fuera con calma con Elvire y su granujilla. Precisamente por esos elementos que no cuadraban con el resto. Se compararon cientos de muestras de ADN, y no hubo ninguna que encajara. Habría dado cualquier cosa por identificar esa huella o ese ADN…
—Pero, en conjunto, hicisteis un trabajo genial —apuntó Sonia—. Al fin y al cabo, estuvisteis muy cerca de la respuesta y probablemente tuvisteis al o a los autores entre manos, en un momento u otro…
—Sí, gracias, ya lo había pensado —farfulló Revel, mientras entraba en la ciudad propiamente dicha—. Por eso busco otro ángulo de ataque. ¿Has visto algo que se me pudiera escapar?
—Creo que sí, pero… ¿cómo puedo explicarlo?
Dejó su frase sin acabar mientras sus dos compañeros aguantaban el aliento. Una nueva mirada de Revel por el retrovisor la obligó a llegar hasta el final de su razonamiento.
—Bueno, tal vez no sea nada interesante… Pero tiene que ver con Nathan Lepic, de hecho. Es un detalle que encontré en la declaración de su abuela…