Sonia y Lazare hicieron una parada en Rapid Pizza por segunda vez ese día. La joven teniente no tenía ganas ni tiempo para cocinar. Lazare se había quejado en el coche: todavía le asqueaba la propuesta de su colega de cobijarlo «el tiempo necesario para que se recuperara» y, sobre todo, esperaba poder conciliar el sueño. Ya no tenía veinte años, y no era capaz como ella de pasar varios días despierto y recuperarse en pocos minutos.
—No pasa nada, tú duerme mientras yo hago el papeleo —había dicho Sonia con un suspiro.
—Bien, veamos… Lo que a mí me va es…
—No te aceleres —lo avisó ella, mientras iban hacia La Celle-Saint-Cloud—. No te esperes una casa lujosa, vivo en Beauregard…
Lazare conocía el barrio de Beauregard por haber ido a investigar alguna vez. Lo habían construido en los años cincuenta y contaba con todas las características de la época: cubos o paralelepípedos, con minúsculos balcones, donde florecían hoy antenas parabólicas de televisión.
Lazare observó el apartamento de Sonia con curiosidad. Al ver la habitación que ella le ofrecía, separada de la suya por un estrecho pasillo, le pareció un catre en un cuartel. Había una cama estrecha muy recta, una silla, una mesa con una lámpara de despacho metálica gris, un armario empotrado con puertas deslizantes, sin cortinas. En aquella minúscula habitación hacía calor, demasiado calor. Pensó en el montón de figuritas que se amontonaban en la de su mujer, y que había sido también la suya hasta el día anterior. Su mujer, con una apariencia tan rígida, parecía todo un amor al lado de su colega que, tras su ímpetu, escondía un rigor que, sin duda, indicaba su condición de persona profundamente solitaria y que no se gustaba.
—Escucha —dijo Sonia, que se preguntaba cómo interpretar la perplejidad de Lazare—, en el armario empotrado puedes guardar tus cosas. Pero tendremos que compartir el cuarto de baño, esto es un piso de protección oficial y…
—Sí, deja de preocuparte, ¡es perfecto!
Se volvió hacia ella y le sonrió con franqueza. Toda ansiedad desapareció del rostro de Sonia.
—Ven —dijo ella—, te enseñaré el resto del apartamento.
Después de engullir la pizza y darse una ducha, Sonia había puesto a lavar la ropa que, ahora, daba vueltas en la secadora. Lazare estaba descubriendo a esa mujer gracias a su vivienda espartana. No había nada por el suelo, ni una prenda de ropa en una silla, ni una toalla mojada desordenada en el cuarto de baño, donde cada objeto estaba en su sitio. La cocina se parecía a un laboratorio o a la decoración minimalista de un piso piloto. En el salón, igual de desnudo, solo había una concesión a la modernidad: una pantalla plana, colocada en medio de un tablero vacío. Cada vez que ponía un vaso o un plato en la mesa, Sonia comprobaba con una ojeada que todo estaba en su sitio. En cuanto a Lazare se le caía una miga o agua al servirse para beber, notaba que la joven se estresaba y que hacía un esfuerzo inmenso para no lanzarse sobre una esponja o un trapo. Después de guardar la vajilla, se relajó un poco. Por fin, sentados cada uno a un lado de la mesa de la cocina, abrieron la carpeta y empezaron a hojear los PV.
—Te propongo releer el informe de síntesis —sugirió Lazare—, así me refrescará también la memoria… Después, revisaremos minuciosamente los testimonios de los vecinos porque esa es la línea de investigación que Maxime sigue, o eso parece…
En efecto, tenía mucha lógica. Sonia recuperó el primer informe de la fase de flagrancia de la investigación y empezó a leer.
Lazare escrutó su rostro para intentar descubrir las sensaciones que le inspiraban esas treinta páginas redactadas en estilo administrativo y monocorde. A veces, tras las palabras de una investigación, se escondían sobreentendidos que el investigador daba como un mensaje de impotencia o como una manera de decir: «No soy tonto, pero no puedo probar nada». El informe concluía provisionalmente que habría que buscar al asesino entre los numerosos clientes del bar La Fanfare y que el móvil tendría que ver con una pelea de borrachos o un posible conflicto de intereses. Ese último punto era tan vago que era imposible no ponerlo en duda.
—¿Quieres mi opinión? —dijo Sonia después de un tiempo de reflexión—. Me parece evidente que habría que buscar al responsable de los dos asesinatos en el círculo de la hija, ¿no?
Lazare echó los brazos por detrás del respaldo de su silla y se estiró poniendo mala cara. ¡Santo cielo, qué sitio tan incómodo!
—Cuando Revel llegó a la PJ y pidió reabrir el caso Porte, por supuesto se lanzó sobre ella… Apenas un mes antes del doble homicidio de sus padres, Elvire Porte acababa de perder a su marido en circunstancias no demasiado claras. Pimplaba como un loco y, esa noche, se había ido pitando en un coche que se caía a trozos, tremendamente confuso. Nadie supo decir qué narices hacía en aquel rincón perdido del campo donde tuvo el accidente. Se había salido de la carretera y el coche se quemó con él dentro, pero Revel no estaba convencido…
—¿Por qué?
—La noche del accidente, cuando fueron a anunciar la noticia de la muerte de Dumoulin, los gendarmes encontraron a la madre borracha perdida en su casa, y al chico tranquilamente acostado en la cama.
—¿Y bien?
—¿Y bien? Pues que Jérémy no era el tipo de chico de meterse en la cama mientras esperaba a que su padre lo sacara para molerlo a palos…
—Eso no explica las dudas de Revel…
—En cuanto reabrió el caso sobre la muerte de los dos viejos, se interesó por Elvire y por su hijo forzosamente, ya que el primer informe, de algún modo, los había eliminado. Incluso diría que los puso en evidencia cuando el estudio telefónico constató que un móvil había llamado al domicilio de los Dumoulin una hora antes de que Jean-Paul Dumoulin se la pegara con el coche. Habían robado ese mismo móvil poco antes en un supermercado, a dos kilómetros del lugar del accidente. La llamada se localizó en el mismo sitio, muy cerca. Revel está convencido de que…
—… El joven Jérémy es el ladrón del teléfono y quien realizó la llamada.
—¡Has dado en el clavo! El problema es que no podemos demostrar nada. La mujer a la que robaron el teléfono se dio cuenta mucho más tarde. La interrogaron, pero llegaron a la certeza de que no tenía ninguna relación con los Dumoulin-Porte. Y Elvire Porte dijo no tener ningún recuerdo de esa llamada. Así que probablemente…
—… ¡La cogió el marido! Por tanto, el único elemento tangible en la muerte de Dumoulin es esa llamada…
—Exactamente. Revel siempre ha pensado que el chico había llamado a su casa para pedir que fueran a buscarlo, y que el padre decidió ir.
—Pero es raro, ¿no? Sabía que se iba a llevar una buena tunda…
—Sí, eso mismo extrañaba a Revel… Y ya lo conoces, empezó a elucubrar…
—¿Una trampa?
—Sí. Jérémy y su madre habrían trazado un plan para librarse del padre violento… El chico llama. Se inventa algo lo bastante gordo como para que Dumoulin accediera a salir. En la carretera, el chaval se las arregla para provocar un accidente y prende fuego al coche.
—Está bien… Pero ¿cómo se las arregló Jérémy? Debió de decir dónde estaba en ese momento.
—La madre y el hijo afirmaron que él había vuelto a casa antes de que su padre cogiera el coche… Fueron lo suficientemente convincentes para que los gendarmes se lo tragaran…
—Ya veo… ¿Y el chico tuvo tiempo para quemar a su padre, el trasto viejo de su coche y volver a casa para meterse en el sobre? —Rambouillet no está a más de siete kilómetros del lugar del accidente… A pie y dándose prisa, para cuando los gendarmes se presentaron en su casa, hacía mucho que el chaval había vuelto—. No quiero aburrirte —añadió el capitán algo molesto—, pero si vamos a tener que estar de pie una parte de la noche, me iría bien beber un café…
—Solo tengo instantáneo…
—Mejor eso que nada, dime dónde está y yo me ocupo. ¿Quieres?
—¡No! —exclamó Sonia levantándose precipitadamente—. Espera, ¡ya lo hago yo!
Lazare la observó apresurarse hacia la pequeña cocina, visiblemente contrariada. Él estaba entre divertido y consternado. Sonia hizo algo de ruido y volvió con una taza humeante.
—Perdona, no tengo azúcar… Sé que lo tomas azucarado.
—Bueno, sí, pero no pasa nada, gracias de todos modos.
—¿Podemos volver a lo nuestro? —preguntó ella—. ¡Ya entiendo lo que tanto mosqueaba a Revel! Respecto a los asesinatos de La Fanfare, se entrevistó a Elvire Porte en una ocasión durante el periodo de flagrancia, a su hijo también, una página y media del informe, ¡imposible ir más rápido! No se registró su casa… El estudio del registro de llamadas muestra que Elvire Porte estaba en su casa en el momento de la muerte de sus padres. Recibió una llamada de un vendedor de Orange a las diecinueve horas. La llamada duró tres minutos. Una media hora después, alguien la llamó desde una cabina del centro de la ciudad, durante dos minutos. Después llamó a la MJC de L’Usine à chapeaux a las veinte horas y habló durante tres minutos y cuarenta y cinco segundos; después, llamó a sus padres a las veintidós horas y una vez más quince minutos más tarde, dos llamadas sin éxito. Y en su audiencia, la mujer dijo…
Lazare había anticipado la pregunta y leyó el PV de audiencia de Elvire Porte.
La noche del 20 de diciembre de 2001 no me moví de mi casa. No tenía razón alguna para salir… A las diecinueve horas y treinta minutos, Jérémy me llamó para decirme que se iba al ensayo de la coral. Como no confiaba en él, llamé a la MJC a las veintiuna horas para saber si estaba allí. Me dijeron que los alumnos de primero acababan de irse y que nadie sabía si estaba allí o no. Tampoco recuerdo quién me respondió, no conozco a todos los que trabajan allí, y la persona no se identificó. En ese momento, Jérémy entró en casa, cenó y se fue a su habitación a ver la televisión… Las dos llamadas a mis padres fueron para decirles que no me encontraba bien (tenía un principio de gripe) y que no iría a trabajar a la mañana siguiente. Me preparé un ponche y me acosté. No me sorprendió que no descolgaran el teléfono. Son bastante «especiales» conmigo y a veces no me responden. Como no había podido hablar con ellos por la noche, temía su reacción, así que fui al café al día siguiente por la mañana a la hora habitual…
—Ya ves, no reparó en detalles, y el hijo lo confirmó todo.
—¿Qué dijeron los alumnos, la coral y el personal de la MJC de todo esto?
—Nadie vio a Jérémy en el ensayo de esa tarde, pero engañaba a su madre continuamente. Lo que más me sorprende es que él la llamara, justamente, para contarle un bulo… Pero bueno, no han variado nada de sus declaraciones. Después de la muerte de los viejos, Elvire Porte fue hospitalizada un tiempo y enviaron al chico a un hogar de acogida. Tal vez eso explique esto otro. Cuando Revel volvió a coger las riendas del asunto, había pasado el tiempo y ya sabes cómo va esto: lo que no se ha hecho durante las primeras cuarenta y ocho horas…
—Es jodido, lo sé… Bien, entonces, sabemos que la relación entre la hija de los Porte y sus padres no era idílica… ¿Y qué tal era con Jérémy?
—No tenían relación alguna, los viejos desaprobaban todo lo que hacía su hija, incluido su hijo, las cosas no acabaron bien entre ellos.
—¿Y qué hay del dinero? ¿Vemos si hay algo?
Eran dos vidas aparte: la hija Porte y su hijo estaban en la miseria, hasta el cuello. Su barraca, una especie de cuchitril en el linde del bosque, hacía aguas. Les habían cortado varias veces la electricidad y el teléfono. Acumulaban un año de alquiler de retraso. Los escasos recursos de Jean-Paul Dumoulin se iban en bebida y tabaco. Por el contrario, las cuentas de los taberneros estaban bastante saneadas, aunque tampoco eran florecientes. Además del local de bebidas y de la vivienda contigua, poseían una casa en Rambouillet, que tenían alquilada a un médico, y un apartamento en multipropiedad en el sur de España.
—Por supuesto, lo primero que se me ocurre es que tenían un conflicto respecto al dinero. Elvire lo necesitaba, sus padres tenían algo. Si los mata, ella hereda…
—Evidentemente. Pero me cuesta imaginármela. Es de corta estatura, y los viejos todavía estaban en posición de defenderse. Mira el informe de la autopsia…
Sonia se puso a ello.
—Jean Porte había recibido diez cuchilladas en el abdomen, tórax y cuello. El agresor era de un tamaño más o menos equivalente al de la víctima, y los últimos golpes se los habían asestado cuando el hombre estaba ya en el suelo. No había heridas de defensa, ni signos de lucha, nada bajo las uñas. A Liliane Porte la atacaron por la espalda, también con un cuchillo. Era de una estatura inferior a la de su marido, la trayectoria de las cuchilladas era básicamente la misma, no obstante. Tampoco opuso resistencia ni se encontraron signos de lucha. No era posible decir a quién habían matado primero, los dos cadáveres estaban muy cerca el uno del otro.
Lazare dijo que eso no cuadraba con la hipótesis de un crimen por dinero, que a menudo iba precedido por una sesión de tortura para obligar a las víctimas a decir dónde escondían los ahorros o los objetos de valor.
—Salvo que en este caso está la caja —objetó Sonia—, todo el mundo sabe que cierran a esa hora, unos miles de francos pueden hacer las delicias de dos inútiles.
—¿Por qué dos?
—¡Por las circunstancias, salta a la vista! Los ataques fueron simultáneos y la diferencia importante de estatura entre el hombre y la mujer habría tenido que revelarse con la trayectoria de las cuchilladas, ¿no?
—Sí —dijo Lazare—, esa es también la hipótesis que defiende Revel.
El resto de los informes sobre las investigaciones de las huellas y los rastros biológicos no aportaban apenas elementos nuevos. Se habían aislado muestras de ADN, aunque la mayoría no servían, igual que las huellas digitales que, a la fuerza, se multiplicaban en un café. No se había encontrado ninguna pista valiosa, con la excepción de una huella papilar huérfana en la cocina, y algunas gotas de sangre en el umbral de la casa, cuyo ADN tampoco se había podido identificar con el de ningún individuo. Durante la ejecución de la primera comisión rogatoria, Revel y su grupo habían tenido que «purgar» la lista de clientes del bar. Habían entrevistado a centenares de personas, habían tomado sus huellas digitales y biológicas y habían comprobado sus coartadas para la noche del doble asesinato. Como prueba de que Revel estaba muy seguro de que podía haber dos agresores distintos, se habían catalogado todos los tándems posibles. Desde parejas inseparables a otras fortuitas y, desde luego, habían consultado abundantemente los ficheros.
—Comprendo mejor por qué Revel se centró en la hija de los Porte —murmuró Sonia al final de la lectura de más de la mitad de los procedimientos.
Lazare bostezó sin preocuparse por ocultarlo. No podía más.
—Ve a acostarte, acabaré sola, no tengo sueño…
El capitán no dejó que se lo dijera dos veces. Un par de minutos más tarde, en su pequeña cama, dormía a pierna suelta.