Capítulo 30

Al llegar a su casa, Maxime Revel constató que todas las luces estaban apagadas. La ansiedad aceleró su aliento. Había parado de camino para comprar una pizza con la infundada esperanza de que Léa aceptara compartirla con él. Desde su actuación estúpida de la mañana, ella no había dado señales de vida. Él se había imaginado que estaría allí, esperándolo, y que lo recibiría como si no hubiera pasado nada.

Léa, sin embargo, era más bien de las que se enfurruñaban durante un buen rato. En casa, se encontró su ropa sucia donde la había dejado, la vajilla, en el fregadero, las colillas en el cenicero encima de la mesa del salón, apestando el ambiente. Sonrió ligeramente. Prefería esa pequeña rebelión a la pasividad que su hija mostraba en las semanas anteriores. En el primer piso, la puerta de Léa estaba cerrada con llave. ¿Estaría enfadada, haciendo pucheros, o bien se habría ido a refugiar en casa de una de las pocas amigas que todavía aceptaban verla? Él no quiso insistir y realizó por orden el programa recomendado por sus colaboradores: se sumergió de cabeza a los pies en un baño caliente; se puso un pijama limpio, calentó la pizza y se la comió entera mientras veía una serie de policías. Tenía la cabeza en otra parte, llena de fantasmas, iba de Marlène a Léa, de Marieke a Elvire Porte. Después, se tragó medio somnífero y se durmió como un bebé.