Capítulo 26

En los embotellamientos de vuelta a Versalles, Lazare se dedicó a refunfuñar.

—Voy a pedir el traslado a Lille —masculló mientras estaban parados.

—¿Quieres que ponga la sirena?

—No, no hace falta.

—¡Sí, pues vamos a tener que dormir aquí!

Sonia se encogió de hombros mientras suspiraba tan fuerte que hizo volar los pelos de su flequillo. Lazare abrió la carpeta que había apoyado en las rodillas y decidió hacer algunas llamadas. Enseguida hablaba con el laboratorio de toxicología, sujetó el teléfono entre la mejilla y el hombro para anotar lo que el interlocutor le decía.

—¿Han encontrado evidencias de un psicotrópico? ¿Sí? Vale, tomo nota… Sí, ya sé que va a enviarme por fax el informe pero necesito saberlo ahora… Sí, gracias.

—¿Y? —preguntó en cuanto su compañero cortó la comunicación.

—Flunitrazepam en cantidad importante. Tendremos la dosis exacta en el informe, pero…

—Perdona, pero ¿qué es eso del no-sé-qué-zepam?

—Es otro nombre del Rohipnol, la conocida vulgarmente como droga de la violación. También hay una fuerte concentración de ketamina… Es…

—Sí, ya la conozco —dijo Sonia—, mi tío es veterinario especializado en el mundo de la hípica… Es un anestésico para caballos.

—Ya, pero algunos la utilizan también como estupefaciente. Habrá que mirar en todo lo que hemos cogido, pero no recuerdo productos que contuvieran esos dos elementos. No hay rastro de moléculas que permitan suponer un tratamiento específico…

—Así pues, ¿no se trataba de curar el sida?

—No desde hace tres semanas por lo menos, que es el tiempo de supervivencia del rastro de determinadas sustancias en el organismo.

Lazare también llamó al grupo para saber si había algo nuevo a propósito de Tommy, el jardinero. «¿Por qué esta pregunta?», respondió Mimouni, con la voz tomada por una ronquera naciente.

—Hay que intervenir los teléfonos fijo y móvil de Fréaud —dijo Lazare—, ¡ve a ver al juez!

—¿Por qué?

—Te lo digo cuando llegue…

—El juez va a preguntarme, Renaud, te lo aviso…

—Según el testamento de Stark, hereda la mitad de todos sus bienes…

—¡Ah, vale, mira la gallinita! —exclamó Mimouni después de un doble estornudo—. ¡Joder, he pescado un buen gripazo, coño!

Lazare ignoró los sufrimientos de su colega.

—Bueno, no hay que emocionarse… Según el notario, el cantante no nadaba en oro y, una vez saldados los créditos vigentes, no va a quedar gran cosa para su hijo adoptivo y el guapo de Tommy… La casa de Marly está valorada en dos millones de euros, el montante puede estar sobrevalorado y habrá que ver que no tenga una hipoteca encima. También hay un pequeño apartamento en Nueva York donde se aloja cuando va a ver al chico.

—¡No me digas!

—Muy pequeño, y no en Manhattan…

—Te olvidas de los seguros de vida…

—Según el notario, están excluidos de las disposiciones testamentarias, salvo si se hace mención explícita de ello en los contratos y en el mismo testamento, lo que no es el caso. ¿Han respondido las aseguradoras?

—Nada preciso todavía. Los suizos se hacen los estirados, quieren una comisión rogatoria para responder, pero por su silencio interpreto que es bastante jugoso. La compañía francesa envía la respuesta a última hora. En cuanto a los yanquis, luego veremos, he llamado al oficial de enlace de la embajada de Estados Unidos para ver cómo podemos proceder sin pasar por la Interpol, lo que nos haría perder seis meses tirando por lo bajo…

Después de colgar, Lazare se quedó pensativo un momento. Fuera, los muros del túnel de Saint-Cloud habían dejado paso a bosques desnudos, ahogados en la bruma de la noche que acababa de caer.

—¿Sabes que mañana es la víspera de Navidad? —dijo suavemente Sonia.

—¿Navidad?

—Sí, Navidad, el árbol, los regalos, la misa del gallo…

—No tengo críos, y mi mujer es atea; le importa un bledo la Navidad, nunca la hemos celebrado.

—Sí, pero este año no estás con ella…

—¿Y qué más da eso?

Sonia no tenía muy buenos recuerdos de sus primeras navidades, cuando su padre todavía estaba en casa y la pareja, tambaleándose desde el principio y en cierto modo nacida muerta, intentaba aparentar mientras decoraba un árbol con regalos demasiado bonitos y demasiado caros, como si quisiera hacerse perdonar todo lo que no funcionaba. Todo se acabó cuando su padre se largó. En cuanto pudo, estableció una distancia constante entre ella y su madre depresiva que manejaba el reproche en la misma medida que el plumero, del que hacía un uso inmoderado. Sus dos hermanos también habían huido, uno a Polonia, para casarse, el otro a Canadá, para firmar un pacto de convivencia con un tipo que le doblaba la edad, que debía de recordarle a su padre, pero en rico. Nunca más habría ya navidades familiares en casa de los Breton.

—Mira —dijo Sonia—, yo también paso de la Navidad, detesto ese alarde de comilonas y de regalos, y eso de «¡hay que divertirse!», yo prefiero celebrar una fiesta cuando tengo ganas y con quien tengo ganas…

Lazare no respondió, obstinadamente vuelto hacia la noche que, en las proximidades de la aglomeración de Versalles, dejaba progresivamente sitio al alumbrado urbano. La joven tomó el enlace de salida «Palacio de Versalles», en el que la circulación era más fluida.

—En todo caso —dijo con firmeza—, ni hablar de que vayas al hotel.

—Ah, ya, ¿y adónde voy?

—A mi casa.

Renaud Lazare se sobresaltó antes de esbozar una sonrisa sin alegría. Como se acercaban a la comisaría, reunió sus papeles y los colocó en su cartera de cuero donde también metió el teléfono y sus gafas de leer.

—¿Ya te lo has pensado?

—Por supuesto que sí, pienso en ello desde que estábamos en casa del notario. Tengo una habitación libre y… en el hotel vas a deprimirte. Te necesitamos en forma, ya que el jefe no está en su mejor forma, en estos tiempos…

—No, Sonia, es muy amable de tu parte, pero no es una buena idea. La gente es muy cotilla… Ya conoces a los colegas. Y puede crearme problemas en mi divorcio.

—Pero ¡qué va! ¡Desde luego, eres increíble! —gritó Sonia—. ¿Es que no sabes que las leyes de divorcio han evolucionado? ¿Y qué más podría quitarte tu burguesita? ¡No tenéis niños y gana más pasta que tú! Y si te he oído bien, en tu cabeza ya estás divorciado, ¿no?

—¡Perfectamente! Y si me conocieras un poco sabrías que no cambiaré de opinión. Ella ya no me quiere y yo tampoco a ella.

—¿Y por qué cotillearían los colegas? ¿Quién podría creer que tú y yo podríamos ser otra cosa que amigos?

—Eso es verdad —se ensombreció Lazare—, no te gusta nada de mí, ya me lo has dicho.

—Es la verdad, no voy a mentirte —murmuró Sonia—. Pero me gusta hablar y trabajar contigo y mi proposición es sincera.

Lazare salió del vehículo aparcado en la acera por falta de sitio en el aparcamiento. Cuando Sonia llegó a su altura, le puso una mano en el hombro y le sonrió, con la mirada vagamente brumosa.

—Gracias, Sonia, eres una chica genial.