Maxime acababa de dejar a Elvire Porte alrededor del mediodía, cuando se puso a sonar su móvil.
—¿Qué? —ladró.
—¿Vuelves, jefe? —preguntó Sonia con toda la educación que pudo a pesar de las ganas que tenía de colgarle abruptamente.
—Depende…
—Tenemos novedades… Además, Lazare y yo hemos ido al notario a primera hora de la tarde…
—No llegaré antes de una hora —refunfuñó.
El suspiro de Sonia lo dejó sordo. De repente, comenzó a darse prisa y puso las luces sobre el techo del coche. Pero seguía pensativo y contrariado. La noche anterior no había visto a Léa. Esta le había preparado una cena con un gran pastel de chocolate, una receta de su madre. Faltaba una porción. Al lado había dejado una nota: «Que aproveche, papi, ya verás, está que te mueres». ¡Papi! ¿Cuántos años hacía que ya no lo llamaba así? Tendría que haberse alegrado de que hubiera comido pastel pero se había sentido molesto. El perro viejo no aprende trucos nuevos, de todos modos. Se sabía de memoria las astucias de los drogadictos, su habilidad puesta al servicio de su obsesión. Y Léa, en cierto modo, estaba drogada. Registró el cubo de la basura de la cocina y, como no había nada sospechoso, fue a buscar las bolsas del contenedor de la calle y allí estaba la porción de pastel. Aquella mañana, antes de salir, mientras su hija estaba todavía en su habitación, había dejado una nota al lado del pastel que no había tocado: «Puedes meter el resto en el cubo de la basura TAMBIÉN». Por supuesto que estaba enfadado, pero aquel mensaje era impropio de un padre que afirmaba querer ayudar a su hija. Por supuesto, no iba a responderle al teléfono y, como no estaba seguro de qué decirle, había renunciado a llamar.
En el despacho, a pesar de los dolores lancinantes en el pecho, consiguió mordisquear una parte de las pizzas que su equipo había hecho traer, acompañadas de cerveza para Lazare, de cocacola para los otros. No hicieron ningún comentario ni le plantearon ninguna pregunta, pero el silencio con el que lo acogieron era muy elocuente: su actitud lejana y falta de interés por el caso Stark, así como el misterio con el que rodeaba su empleo del tiempo, comenzaban a pesar en el grupo. Tomó conciencia de ello de repente, extrañamente apenado de verlos tan inquietos.
—Me he dado tanta prisa como he podido… —dijo mientras tragaba un bocado de pizza—. ¿Qué tenemos?
—Me voy dentro de un cuarto de hora con Sonia —le advirtió Lazare—. El notario nos espera con información, al parecer. Pero no tenemos ninguna orden y no estoy seguro de que nos reciba con los brazos abiertos.
—Iré al juzgado esta tarde —dijo conciliador—. Quería mantener el caso en flagrancia pero qué se le va a hacer… Si fuera necesario, os enviaré la orden por fax. ¿Algo más?
—He encontrado un testigo que me parece serio —anunció Antoine Glacier.
El joven teniente se ruborizó y eso no tenía nada que ver con la ola de frío que se había abatido sobre Versalles y sus húmedos bosques durante la noche. Contó su entrevista con el cartero y lo que había descubierto gracias a él.
—Para distribuir la publicidad en el sector, un empleado pasó por la calle una primera vez a la una de la tarde, una segunda a la una y cuarto o a la una y veinte…
—¿Por qué dos pasadas?
—Porque recorren a pie el barrio por grupos de calles. Un vehículo los deja en un punto dado, con su carrito abarrotado de prospectos. Se dispersan para trabajar y se vuelven a encontrar al final del recorrido. Dan una primera pasada por los números pares y vuelven en el otro sentido para distribuir los números impares. O al revés…
—OK…, así, a la una, tu chico pasa delante del domicilio de Stark, ¿y qué es lo que ve?
—Mi chico es una chica… Se llama Marie Vallon y tiene un contrato temporal; es estudiante de medicina, por otra parte.
—Vale, ¿entonces? —se impacientó Revel.
—Cuando pasó la primera vez, vio una mujer delante del portal…
—¿Una mujer?
—Sí, y no cualquier mujer, una enfermera, vestida con una bata blanca y con una parka sin mangas, con un maletín negro más bien voluminoso, un gorro de lana y gafas. Más bien alta. Cuando volvió a pasar, entre un cuarto de hora y veinte minutos más tarde, la enfermera se marchaba. A priori acababa de dejar la casa. Parecía apresurada.
—¿Coche?
—No, iba a pie, dobló la esquina de la calle. La testigo no la siguió, como es lógico.
—Hmm… ¿Adónde nos lleva eso? Porque, ya sea una enfermera que iba a tratar a Stark, lo que parece lógico ahora que sabemos que estaba enfermo, ya sea…
—Marie Vallon se fijó en esa mujer porque frecuenta el medio médico y porque, a fuerza de recorrer las calles, tiene un cierto sentido de la observación. Ha dado un detalle que me parece importante… La enfermera abrió ella misma el portal.
Revel levantó la cabeza. Los otros, ya al corriente, no reaccionaron.
—¿Tenía una llave?
—No, una llave electrónica, es un portal eléctrico, te recuerdo.
—Quizá iba todos los días, incluso varias veces por día, y quizá le pasó la llave para facilitarle el acceso…
Glacier hizo una mueca. Revel se aclaró la voz.
—… ¿Tenemos los resultados de los exámenes toxicológicos?
—Todavía no —respondió Sonia—. Esta noche, probablemente.
—Bueno —dijo el comandante—, llama al responsable del laboratorio, pregúntale si ha buscado trazas de un tratamiento, si no que se ponga a ello, rápido. Y si no lo habéis hecho ya, id a ver en la casa si hay huellas del paso de esta enfermera…
—No, no se han encontrado jeringuillas, ni algodones, ampollas, o frascos, ni en la casa ni en los cubos de basura…
—Quizá se llevaba su basura… La huella de pisada en el jardín ¿a qué zapato y talla corresponde?
Lazare, que seguía la línea del pensamiento de su jefe de grupo, rebuscó en sus papeles. Sacó una foto ampliada de la huella.
—Los investigadores forenses han hecho un molde. Se trata de calzado deportivo, una zapatilla de baloncesto… de la talla 40-41. La búsqueda en las bases de datos de estos productos indica que estamos en presencia de una zapatilla de la marca Nike, un modelo que se dejó de fabricar hace cinco años. Fréaud calza un 43. La talla corresponde más bien a la de la víctima, pero no se ha encontrado ninguna zapatilla que coincida en la casa.
—¿Qué llevaba la enfermera?
—La testigo no se acuerda. Quizá zapatos bajos. No está segura.
—Bien, bien… Id a averiguar quién puede ser esta enfermera, de dónde viene. Antoine, si esta noche no has encontrado de dónde sale es que era falsa. ¿Crees que tu Marie podría ayudarnos a hacer un retrato robot?
Era poco probable. Marie Vallon había visto a la mujer de perfil la primera vez y de espaldas la segunda. Revel se levantó mientras Glacier seguía hablando: Marie Vallon podía en cambio describir el aspecto general, talla, constitución, postura, edad… También había notado un detalle que podía tener su importancia: la mujer lucía una gruesa verruga en el lado izquierdo de la nariz, casi en la punta. Una anomalía lo bastante cruel como para que se fijara.
—Perfecto, que esté localizable —cortó Revel—. Quizá ese punto resulte importante.
Mimouni acabó el último trozo de pizza y Sonia no esperó más para continuar.
—Tengo las primeras respuestas de los bancos —dijo—. Hemos profundizado en sus cuentas, Eddy Stark estaba realmente muy mal en el apartado financiero. Con Mimouni hemos contactado también con las aseguradoras y esperamos noticias por la tarde.
—¿Y el hijo oculto? —preguntó Revel mientras encendía un cigarrillo a pesar de la prohibición general de fumar.
—No se ha podido hablar con él pero, según la escuela neoyorquina, se le espera en breve en París.
—¿Quién lo espera?
—Su padrino, Tony Maxwell, el cómico, un viejo amigo de Eddy, inseparables pero no siempre andaban juntos. ¿Lo entiendes?
—Muy bien. ¿Hemos hablado con él?
—No, pero, como acompañará al chico, le tomaremos declaración en ese momento.