Capítulo 18

Stéfane Bouglan iba por el tercer visionado de los dos paneles de fotografías.

—No sirve de nada volver a enseñármelos una vez y otra, y otra —protestó—, le digo que no reconozco a nadie…

—O que no quieres reconocerlo, que es muy diferente…

Sonia se ensañaba. Veía claramente que el chico del café decía la verdad. Ninguno de los dos hombres que una noche, demasiado borrachos en el Black Moon, habían soltado que Stark tenía sida y que «había una emergencia» aparecía en las fotos. Había vuelto dos veces a ver a los colegas que trabajaban al lado.

—Bueno, sí, nena, es doble o nada —filosofó Mimouni—. Ya sabemos que quieres agradar al jefe, pero si los tíos no están ahí, pues no están ahí…

—Cuándo te cansarás de ser un idiota… —replicó mientras se iba enfadada.

—En eso no puedo quitarle la razón —comentó Glacier, abandonando por una vez su reserva.

Mientras volvía al despacho en el que se impacientaba Stéfane (la hora que había acordado con Sonia había sido ampliamente superada y pronto tendría que llamar al jefe para informarle del contratiempo), se dio de bruces con la evidencia. Sus colegas habían confeccionado el álbum con las fotos que habían encontrado, pero a los hombres que buscaba Stark quizá nunca les había hecho una foto, ni se había hecho una con ellos. O bien, no tenía ninguna razón para guardar su foto. O bien… Dio media vuelta.

—Dime —atacó sin preámbulos mientras apuntaba con el dedo a Mimouni—, ayer, cuando le tomaste declaración al jardinero, ¿no le harías una foto por casualidad?

Se había convertido en una práctica corriente cuando no se disponía de fotografías antropométricas ni de un motivo válido para hacerlas. Los móviles eran unos auxiliares preciosos, como las minigrabadoras o las máquinas fotográficas digitales que cabían en un paquete de cigarrillos.

—Por supuesto que sí… Mira que somos idiotas, tendríamos que haber empezado por ahí…

Por la cara que puso el barman cuando Glacier le llevó una copia en papel de un Tommy aumentado diez veces, Sonia supo que había acertado el premio gordo. Oficialmente, negó haberlo conocido, decididamente vejado por haber sido embaucado por una «chica tan guapa». Mala suerte —se alegró Sonia mientras dejaba que Stef se marchara—, avanzamos, algo es algo. Quizá, por una vez, Revel estará contento.