Capítulo 12

En la casa estilo «Île de France, de campo» de Eddy Stark, las investigaciones avanzaban en silencio con dos testigos requeridos para la ocasión, como lo exigía el procedimiento. Hasta entonces, ni el menor documento, ni sombra de una receta, ningún análisis de sangre o resto de lo que, generalmente, acompaña a un enfermo en las últimas. Lazare había hecho registrar los cubos de basura del jardín, y los de la casa —la cocina, los dos baños…—, que tampoco aportaron nada. En el despacho, Lazare cogió un ordenador portátil y dos lápices USB en un cajón. Reunió en unas cajas una serie de documentos, de los que se encuentran en casa de cualquiera que lleve una vida más o menos normal: facturas, extractos de cuenta. Y al tratarse de una personalidad del espectáculo: contratos, propuestas diversas, extractos de derechos de autor, peticiones de entrevistas.

En el sótano de la casa, una sala de proyección contigua a un miniestudio de grabación, decorado con trofeos fruto de la larga carrera del cantante: fotografías, discos de oro o de platino. Nada apasionante para la investigación. Cuando Lazare volvió al salón, encontró a Mimouni en plena contemplación, distraído, a pocos centímetros de la silueta dibujada en el suelo.

—¡Mira esto! —le dijo el moreno grandullón, señalando con el dedo a un enorme yugo fijado en las vigas del techo con unas varillas metálicas de tres centímetros de diámetro.

Con las ruedas y los cubos de carro, aquel objeto había sido uno de los estándares rústicos de la decoración de los años setenta. Aquel había sido transformado en lámpara. Lazare cabeceó: pensaban lo mismo. El uso de aquella horterada había evolucionado a la vez que Eddy Stark envejecía y que tenía necesidad de puestas en escena para estimular su libido.

—¡Espera! —exclamó Lazare, al que acababa de ocurrírsele una idea.

—¿Qué?

—No toques nada, voy a llamar a los de identificación.