Capítulo 8

Maxime Revel Se levantó penosamente del sofá donde se había quedado dormido delante de una serie de policías que le evitaba recurrir a los somníferos. Miró primero a la pantalla, donde se agitaba un actor cómico que tal vez intentaba sugerir una escandalosa explotación de los ancianos en la policía, y después a su teléfono que acababa de colgar. Lazare y su historia de los gendarmes que se habían ido de la lengua con los periodistas habían comprometido el principio de su noche. Sabía que no volvería a dormirse. Para no estar solo dando vueltas, decidió encontrar un compañero de insomnio y llamó al ayudante del fiscal. El magistrado no saltó de alegría y no se privó de hacérselo notar, pero prometió llamar al orden a los gendarmes. Revel hurgó en la herida cuando preguntó al fiscal si asistiría a la autopsia de la exestrella. El silencio embarazoso de Louis Gautheron le proporcionó mucho placer.

—Se trata de una persona muy conocida y relacionada con la flor y nata de la política. En su libreta de direcciones aparece mucha gente importante —insistió—; todo esto va a provocar un ruido mediático enorme, no durante mucho tiempo quizá, pero lo bastante como para fastidiarnos, disculpe la expresión…

—Sí, sí, lo comprendo. ¿A qué hora?

Revel volvió a colgar, satisfecho. Los magistrados le gustaban menos aún que los gendarmes y, ese en concreto, incluso menos que los otros.

Se cambió el chándal usado, aunque cómodo, por unos vaqueros y una camisa tirados en el cuarto de baño. De vuelta en el salón, encendió un cigarrillo y apagó la lámpara en forma de silueta de mujer, el único objeto rescatado de la época en la que vivía con Marieke.

Se paró un momento al pie de la escalera, no venía ningún ruido del piso de arriba. Dispersó con la mano la nube de humo que le desgarraba los pulmones. Se aguantó la tos hasta que hubo salido de casa. Cuando estuvo en el coche de la brigada, se dejó ir, con los ojos fuera de las órbitas.

El guardia que abrió la barrera de la PJ no se extrañó de verlo llegar, solo, a las dos de la madrugada. Llevaba allí casi diez años, y Revel solía hacer aquellas apariciones nocturnas solitarias, como si su despacho le sirviera de refugio, tanto como lugar de trabajo. Sentado en su sillón, se dio cuenta enseguida de que alguien había estado allí y se contrarió. «¡Se pueden ir a la mierda!», gruñó al pensar en los cotillas que tan bien conocía. Apoyó sus grandes zarpas en el cartón de la carpeta Porte para reflexionar, en un silencio casi perfecto. Cogió un boli y algunas hojas de papel de la bandeja de la impresora. Con una mano aún temblorosa a causa del último ataque de tos, comenzó a escribir:

Hoy, 20 de diciembre de 2011, al pasar por la región de Rambouillet y al atravesar la plaza Félix-Faure, he podido observar que se había vuelto a pintar el café La Fanfare y también había cambiado de nombre. Ahora se llama Les Furieux. Del mismo modo, la casa que antes pertenecía a las víctimas (Sr. y Sra. Porte) y, después de su muerte, a su única hija, Elvire, ha sufrido una restauración integral de la fachada. A continuación, he tomado contacto con la señora Annette Reposoir, propietaria y encargada de la tienda de prensa y tabaco situada frente al lugar del doble homicidio. La señora Reposoir ha prestado testimonio varias veces en el cuadro de la investigación inicial. Puso en mi conocimiento que los trabajos se habían llevado a cabo por los nuevos arrendatarios del establecimiento. Según ella, la señora Elvire Porte, que había regentado el bar después de la muerte de sus padres, lo habría cedido unos meses atrás para retirarse a un lugar desconocido. El nuevo propietario-explotador sería su hijo, Jérémy Dumoulin, de 25 años de edad. Una visita al café Les Furieux me ha permitido comprobar que, para atender el local, había dos mujeres. El estilo del local se ha modificado notablemente. Ahora, el local tiene juegos de vídeo y una clientela más joven y de una extracción social algo más alta que la que lo frecuentaba en el pasado.

Según la señora Reposoir, la casa vecina al bar se dedicaría actualmente al alquiler de habitaciones.

Revel evitó incluir en su informe lo que la parlanchina mujer había añadido a propósito del tipo de huéspedes que frecuentaban aquellas habitaciones. Tampoco indicó que Annette Reposoir le había prometido anotar las matrículas de las limusinas negras que aparcaran allí hasta altas horas de la madrugada. Por ahora, quería una nueva comisión rogatoria, y no la conseguiría con una historia de un burdel anónimo. En cambio, gracias a su vieja cómplice de la tienda de tabaco y revistas quizá tuviera entre manos un elemento nuevo en el que apoyarse. Concluyó su informe con una cuestión: la vuelta al barrio de Nathan Lepic, un joven vecino al que la señora sabelotodo cuestionaba de pies a cabeza…