Capítulo 5

El interrogatorio de Tommy el jardinero, Thomas Fréaud según el registro civil, de veinticinco años, se prolongaba en la sede de la DRPJ (Dirección Regional de la Policía Judicial) de Versalles. Abdel Mimouni pasaría la noche allí si fuera necesario, pero lo presionaría hasta haber obtenido todo el jugo. El entorno de la estrella del rock empezaba a precisarse. Su libreta de direcciones había desvelado a los habituales, hombres en su mayoría y más bien jóvenes, pero también mujeres, jovencitas. Había que creer que, incluso ya muy gastadas y lentas, las viejas glorias no dejaban indiferente. Mientras Mimouni interrogaba a Tommy, los otros dos miembros del grupo se ocupaban en tramitar los requerimientos para los operadores de telefonía, para los dos bancos en los que la estrella del rock tenía cuentas, para los exámenes biológicos de las muestras y el análisis de las huellas dactilares encontradas en la casa. Había también una bonita huella de pisada en la vertical de una ventana situada en la parte de atrás del gran edificio. Tommy juraba que la huella de la pisada no era suya. Las primeras pruebas parecían darle la razón.

—Ahora vuelvo —dijo Renaud Lazare, mientras se levantaba de su silla—, voy a mear y a buscar un café. ¿Alguien quiere uno?

—No, gracias —respondieron al unísono sus dos colegas.

Los pasillos de la PJ estaban desiertos a aquella hora a excepción del estado mayor y del retén de guardia donde la actividad se había ralentizado y el ambiente era más bien silencioso. En la máquina de café, Lazare echó también una moneda para sacar una barrita chocolateada que tragó a toda velocidad, como si su perspicaz mujer fuera a sorprenderlo en plena expansión de su curva de la felicidad. Aficionada a la gimnasia, acechaba la menor partícula de grasa como una cuestión vital.

Al volver con su vaso ardiente, pasó delante del despacho del comandante Revel cuya lámpara había quedado encendida. Como un hombre preocupado por no poner al planeta en peligro, entró para apagarla, hizo eslalon entre pilas de papeles y de carpetas hasta la mesa de metal claro, devastado por años de malos tratos. Se sentó un momento en el sillón de cuero, el único lujo que se permitía Revel porque padecía de la espalda. En el momento en que iba a tirar de la cadenita para apagar la lámpara, divisó un grueso portafolios de cartón cuya cinta no había sido cerrada. El expediente estaba en un extremo de la mesa, como si alguien acabara de consultarlo. Renaud Lazare leyó en la primera página: DOSIER N.º 123/2001, HOMICIDIOS VOLUNTARIOS. VÍCTIMAS: Jean PORTE y Liliane PORTE, de soltera ROBILLE.

—¡Por Dios —gruñó Lazare—, no puede ser!

Hay casos como este que arruinan la vida. No hay nada que hacer, te acechan, se te quedan dentro, plantados en tu memoria y en tu corazón, como un clavo que un bromista maléfico se divirtiera en toquetear a intervalos regulares. Piensas en él cada día. No tiene nada que ver con las teorías sobre el duelo imposible o con la justicia que se hace a las víctimas, ni con la búsqueda de una verdad que se debería a las familias. Es una mezcla de todo eso, es verdad, pero esa carga la llevas sobre todo en ti. Y es a ti mismo a quien debes algo. Y no sabes por qué.

De manera que el «viejo» no había renunciado. ¡Nunca lo haría! Él mismo albergaba algunos fantasmas provenientes de casos que se esforzaba en no archivar aunque fuera perdiendo progresivamente la esperanza de resolverlos. El doble homicidio Porte se difuminaba cada día un poco más en la sombra pero, estaba claro, no para Revel. Y Lazare sabía muy bien por qué el comandante no se decidía a darle carpetazo. El caso había ocurrido el día de la desaparición de su mujer, Marieke. De golpe, Revel albergaba dos clavos más en su corazón. Renaud Lazare comenzó a pasar las páginas. Se detuvo en el informe de la oficina de la jefatura de la comisaría de Rambouillet:

El viernes 21 de diciembre de 2001, a las 7 de la mañana, la comisaría de Rambouillet recibió una llamada para intervenir en la plaza Félix-Faure, en un bar llamado La Fanfare. La llamada provenía de la señora Elvire PORTE, viuda de DUMOULIN, 42 años, empleada como mujer de la limpieza en el café citado más arriba y perteneciente a sus padres, Jean y Liliane PORTE, los dos de 67 años. Como todos los días, la señora PORTE acababa de abrir el café. Sus padres, alojados en la casa vecina del comercio, llegaban hacia las ocho de la mañana. Al llegar notó en primer lugar que la puerta situada en la parte de atrás del establecimiento no estaba cerrada con llave, lo que constituía una anomalía. Una vez que hubo entrado, constató que el sistema de alarma no estaba conectado, cuando lo acostumbrado era hacerlo por la noche en el momento de cerrar, hacia las diez; sus padres se encargaban de esta formalidad. Descubrió, detrás de la barra, el cuerpo de su padre tirado en el suelo en medio de una gran cantidad de sangre. Convencida de que estaba muerto, dio media vuelta inmediatamente para dirigirse a la casa, comunicada con el café por un patio, accesible también por una puerta que da a la plaza. Esta no estaba completamente cerrada, solo apoyada contra el marco de la puerta (segunda anomalía). En la casa, la puerta de entrada estaba cerrada pero no con cerrojo, lo que, según sus palabras, es la tercera anomalía. En la cocina situada en la planta baja, en la parte de atrás de la casa, Elvire PORTE descubrió el cuerpo de su madre, echada de lado, con una importante cantidad de sangre alrededor de la cabeza. Inmediatamente llamó a emergencias de la policía con su teléfono móvil…

Renaud Lazare no había vivido esta fase inicial del caso pues en aquella época todavía estaba en Lille, pero había oído tantas veces la historia y leído los informes y las declaraciones que a veces estaba convencido de haber redactado él mismo el informe de la primera intervención. Sin embargo, estaba firmado por Revel. Llevaba su rúbrica, concisa, precisa.

… Personado en el lugar de los hechos, Maxime Revel, oficial de la policía judicial de guardia en la comisaría de Rambouillet, constata que los bomberos estaban ya en el sitio así como el doctor Séguret, médico de la familia, avisado por Elvire Porte. El doctor, autorizado por los bomberos a acercarse a los cuerpos, ha comprobado las muertes que, según él, se remontarían a varias horas (alrededor de ocho o diez). Se le pidió que se retirara con el fin de dejar el sitio al médico forense. En ese momento, la señora Martine Leroy, ayudante del fiscal, llega al lugar de los hechos. Se la informa de las primeras comprobaciones, a saber, que las dos víctimas han fallecido por heridas múltiples ocasionadas por un instrumento cortante que no ha sido encontrado. Los golpes han sido especialmente violentos en los dos casos. Se ha de señalar que, en lo que concierne a la señora Liliane Porte, de soltera Robille, el cuello presenta una herida ancha y profunda, quedando la cabeza parcialmente separada del tronco.

En el café, la caja registradora está completamente abierta y vacía. No se ha comprobado ningún otro desorden o anomalía, con excepción de una silla tirada en el suelo (mientras que las otras están colocadas sobre las mesas, probablemente en previsión de la limpieza del suelo) y de una botella de Ricard rota, cerca del cuerpo del Sr. Porte. Hay líquido derramado alrededor que desprende un fuerte olor a anís. Se han buscado huellas en la silla, los fragmentos de la botella se han recogido y guardado bajo sello (1 a 5) para un examen ulterior…

Entre el café y la casa, en el pasaje que sirve de patio y terraza en verano, no se ha observado ningún elemento en particular. La temperatura exterior es de ocho grados; el suelo, hecho de placas de madera (en forma de enrejado), está húmedo. No llueve, pero, según se ha podido verificar en Météo France, hubo precipitaciones débiles entre las ocho de la tarde de ayer y las cinco de la mañana de hoy en esta zona. El suelo de madera está parcialmente recubierto de hojas muertas provenientes de un platanero situado en el centro de la terraza y de arbustos plantados contra los muros. Cualquier búsqueda de huellas de pisadas se revela inútil ya que la señora Elvire Porte, los bomberos y otras personas presentes en el lugar de los hechos han efectuado diversas idas y venidas. No obstante, y a efectos prácticos, la IJ ha realizado algunas fotos. Se señala también que hay rastros de sangre visibles en el último escalón que lleva a la casa, resguardado por el toldo de la puerta. Se ha tomado una muestra (sellada con el número 6).

Se comprueba un gran desorden en el interior de la casa, en las habitaciones de la planta baja: una cocina, una sala de estar, un salón, una habitación, un baño, dos lavabos. Los muebles han sido registrados y se ha vaciado en parte su contenido. Por el suelo hay esparcidos trozos de vidrio y de figuritas decorativas. Al ser preguntada, la señora Elvire Porte alega que no puede asegurar que haya desaparecido algo. Declara únicamente que sus padres no tenían objetos de valor excepto algunas joyas y que, en su opinión, no se ha robado nada. Se reserva la posibilidad de un inventario más detallado. Del mismo modo, aparte de la caja registradora del bar de la que ha desaparecido el dinero, no tiene conocimiento de que sus padres hayan podido tener otras cantidades en metálico en su domicilio o en el café. Según la señora Elvire Porte, los ingresos diarios del café son de alrededor de 7.000 francos. La cocina, el baño y los lavabos no han sido visitados en principio. Se inicia el procedimiento por la identidad judicial del estudio de las huellas en el conjunto de las habitaciones y la toma de un cierto número de objetos cuya lista se adjunta (sellados del 7 al 15).

Una vez que la señora Leroy, ayudante del fiscal, informa de su decisión de derivar el caso a la brigada criminal de la DRPJ de Versalles, se cierra el presente atestado. El informe de intervención y los atestados establecidos hasta ahora se transmitirán a la DRPJ de Versalles.

En Rambouillet, 21 de diciembre de 2001 a las once de la mañana.

Renaud Lazare cerró los ojos sobre las frías palabras del procedimiento mientras intentaba imaginar lo que debía de haber sentido el viejo gruñón en aquel momento. Entonces mucho menos viejo y gruñón que en la actualidad. Lo que no impidió que tuviera que haberse sentido desposeído. Hasta 2001, y desde que era poli, Maxime Revel, OPJ (oficial de la policía judicial) en una comisaría, había tenido que conformarse con casos menores y sufrir la frustración de verse obligado a remitir la investigación a los «señores» de la PJ, cuando no a los gendarmes…

—Vaya, ¿qué haces aquí? —dijo la voz de Sonia Breton. Sonó tan próxima que Lazare se sobresaltó violentamente, como un chico pillado en falta.

—¡Ostras, me has asustado!

—¿Ahora te dedicas a husmear en los casos de Maxime? —preguntó mientras cruzaba los brazos sobre un pecho muy favorecedor.

—He entrado a apagar la luz…

Lo miró con una vaga expresión de compasión.

—Y esto, ¿qué es? —dijo la joven mientras rodeaba la mesa con el índice apuntado hacia el grueso expediente sobre el que Lazare había puesto los codos—. ¡No me digas que vuelve a ser aquella antigualla! —añadió sin darle tiempo de encontrar una explicación—. El caso Porte… ¡Vais a arrastrarlo hasta la retirada, te lo digo yo!

Lazare se removió en el sillón. Examinó a su colega con una especie de expresión de piedad.

—Pero si es verdad —siguió Sonia con un aire vagamente soñador—, cuando los casos no salen, no salen; no es sano seguir cargando con ello. Podría pasárselo al grupo Anacrim… Al fin y al cabo, su trabajo consiste en retomar lo que parece bloqueado o en punto muerto, mientras se aproxima la fecha fatídica de la prescripción judicial. ¡Incluso están equipados con potentes programas informáticos!

—Sí, pero Revel no lo hará nunca…

—Es una idiotez…

—¡Cállate! —gruñó Lazare—, no sabes de qué hablas. ¡Niña, espera a crecer un poco antes de juzgar!

Sonia era una guapa morena de mirada ardiente. Su brillante cabellera, negra como el carbón, estaba sujeta en la nuca por un grueso coletero rojo. Aquel color iba bien con su temperamento impetuoso. De curvas bien marcadas, atraía las miradas de los hombres, todas las miradas excepto la de Renaud Lazare, quien, dijera lo que dijese, estaba todavía enganchado a su mujer, ni la de Revel, aunque esta era otra historia… Se incorporó y miró al capitán de arriba abajo desde su metro sesenta y cinco.

—Mientras tanto —le replicó—, quedan todavía solicitudes que mecanografiar y el atestado del registro, no voy a cargar yo sola con todo el trabajo…

—Vuelve a tu casa, yo lo acabaré, si lo que quieres es ser funcionaria, dilo, Maxime te encontrará un sustituto…

—¡Muy gracioso! ¡Solo es que no me apetece pasar la noche aquí!

—¡Ah, tienes un tío! ¿Es eso? ¿Tienes una cita?

Ella se encogió de hombros con un pequeño suspiro de exasperación.

—Sí —dijo mientras volvía a suspirar—, eso mismo, ¡y pienso arrastrarlo a mi cama!

Renaud Lazare se tomó su tiempo para volver a cerrar la carpeta y dejarlo todo tal como lo había encontrado. No quería que el comandante, un radar con patas, descubriera que había ido a rebuscar entre sus papeles. Si aquella tarde no le había dicho nada sobre el caso Porte, sus razones tendría.

A pesar de su salida de tono con lo de la «antigualla», Sonia no se movía. Sabía muy bien que Lazare estaba en lo cierto cuando la trataba de niña sin pulir. Sin embargo, ¡ignoraba tantas cosas de ella! Por ejemplo que a los veintiocho años, a pesar de ser un perfecto exponente de la generación del usar y tirar, no conseguía deshacerse de sus viejos vestidos. Cada temporada los sacaba de los armarios y volvía a colocarlos, incapaz de librarse de ellos. En su casa todo tenía que estar perfectamente limpio e impecablemente ordenado, si no, no podía hacer nada, ni siquiera ver la tele. Pero todavía no tenía clavos en el corazón y no tenía ninguna prisa en saber qué daño podían hacer. Se apoyó con las dos manos en el borde de la mesa, y señaló con la cabeza hacia el grueso expediente.

—¿Qué tiene de emocionante esa carpeta? ¿Qué espera encontrar Maxime? Explícamelo, aunque solo sea una funcionaria, quizá consiga entenderlo…

El capitán suspiró mientras tiraba de la cadenita de la lámpara, sumergiéndolos en la oscuridad.

—Vamos, ven —dijo—, las solicitudes nos esperan.