Como «los muertos no esperan», el equipo dejó el viejo inmueble de la avenida de París, 19, con las sirenas sonando, para unirse sobre el terreno a los agentes de la policía forense.
El cuerpo está tumbado boca abajo, entre un sofá de estilo inglés y una mesa baja llena de revistas y de vajilla sucia… Se trata de un hombre de alrededor de 1,80 m, de constitución delgada, incluso flaca, lleva el torso desnudo, y solo viste con un pantalón blanco bajado hasta las caderas que deja ver las nalgas. Descalzo. Los brazos están levantados a ambos lados de la cabeza. En la nuca se puede ver una marca oscura, poco profunda, de un centímetro de ancho, lo que lleva a pensar en una estrangulación. Al desplazarlo, el cuerpo se muestra compacto, rigor mortis casi totalmente instalado. Presenta marcas parduscas en diferentes sitios (cf. fotografías 1 a 9), que pueden hacer suponer que ha sido golpeado. Localización de los hematomas: alrededor de la cintura, en el torso, los miembros superiores…
Abdel Mimouni apagó la grabadora el tiempo preciso para que el fotógrafo de identificación forense pudiera acabar su tarea. Uno de los dos agentes que procesaban la escena del crimen aprovechó para coger los vasos, los cubiertos y una botella de vino vacía que puso a salvo en una maleta de pruebas. Mimouni vio que el médico forense estaba sosteniendo una fuerte discusión con el comandante Revel y el fiscal Louis Gautheron, mientras Sonia Breton y Renaud Lazare apretaban las tuercas al empleado del cantante. Pensó que los jardineros tenían aquel año un aspecto más bien moderno, y que el jovencito con bucles y cara de ángel desde luego no había sido elegido solo por su talento para manejar la pala y la podadera. La piel de sus manos estaba impecable, libre de todo rastro de tierra o de esos rasguños característicos de los que escarban raíces. Un pendiente de oro en la oreja derecha, dos clavos plateados en el pabellón de la izquierda y una fina cadena dorada en el cuello revelaban una sofisticación poco habitual para un podador de setos.
Cuando los técnicos abandonaron las inmediaciones del cadáver, Mimouni pudo volver a sus anotaciones.
—La muerte se remonta a hace seis u ocho horas aproximadamente —dijo la forense, una quincuagenaria original, envuelta más que vestida en un traje pantalón verde que conjuntaba con un pañuelo rojo—. El rigor mortis está instalado, la temperatura de la habitación es más o menos de 20º… Además, las livideces cadavéricas ya son muy visibles y se ven cianóticas en la parte anterior del cuello, el torso y en lo alto de los muslos, todavía son sensibles a la presión. Eso nos lleva a pensar en un homicidio cometido hace doce o quince horas, siempre que nadie haya desplazado el cuerpo. Si hubiera muerto en el jardín y teniendo en cuenta que fuera estamos a una temperatura de unos 8 a 10 grados… Pero la distribución regular del livor mortis parece indicar que el sujeto ha caído aquí mismo.
El médico había hablado bastante alto para que Sonia y Renaud lo oyeran también. No le quitaban la vista de encima al jardinero, quien decía llamarse Tommy. Había descubierto el cuerpo, era el testigo principal y quizá más que un simple testigo.
—¿Recibió alguna visita hoy el señor Stark? —preguntó Revel que se había acercado a Tommy.
—No lo sé… Yo llegué a trabajar a las dos y media. Pasé la tarde al final del parque. No vi a Eddy…, es decir, al señor Stark…
—Cuando dice la tarde… ¿qué quiere decir? Anochece a las cinco…
—Pues eso mismo, trabajé toda la tarde, hasta la noche. Hacia las cinco y media, fui a comprar unos bulbos a Jardiland en Maurepas, luego pasé por un punto de recogida de desechos… y al volver me inquieté por no haber visto luz en casa del señor Stark. Me acerqué a la casa para cerciorarme y me encontré la puerta abierta… Es… ¡Fue horrible!
—¿Cómo entró en la propiedad?
—Tengo un mando para el portal eléctrico, y luego me las apaño, las casetas de las herramientas no se cierran con llave.
—¿Tiene llaves de la casa?
—No, no voy nunca…
La mirada ardiente del guapo cortador de césped se desvió hacia su izquierda. Mentía. La ojeada que intercambiaron el comandante y los dos capitanes no dejaba ninguna duda.
—Mira, chaval —intervino Revel—, si nos tomas el pelo, lo sabremos enseguida… Así que, un consejo, di la verdad, será mejor para todo el mundo y sobre todo para ti.
—A veces entro en la casa —rectificó de mala gana Tommy—, pero no tengo llaves. Venía cuando me lo pedía Eddy…
—¿Había algo sexual entre vosotros? —dijo Sonia que nunca se andaba con rodeos.
—Nnno…
De nuevo la mirada huidiza, hacia la derecha esta vez. El jardinero ocultaba una verdad de la que seguro que no se enorgullecía. Revel suspiró mientras indicaba con un gesto a Renaud Lazare que se les uniera. Aquel caso parecía a primera vista una banal historia de culos que había acabado mal, o de celos entre homos. Pero había que desconfiar de las apariencias, fingir que era complicado. Por haber olvidado esa regla elemental, unos policías, en el pasado, la habían cagado lamentablemente y habían dejado algunos casos sin resolver. También él había vivido aquellas negligencias, a título profesional y personal. Aquellos recuerdos resultaban más insidiosos que un veneno que se acumula con el tiempo sin dispersarse.
—Tómale una declaración detallada —ordenó al segundo de su grupo—. Si te parece que está implicado, detenlo. Haz la lista de toda la gente que venga por aquí, los habituales y los otros. Para lo demás, ya sabes, registros, requerimientos, etcétera. Quizá se trate de un sainete, pero hagamos como si fuera el caso del siglo. Y estad atentos, la prensa se va a cebar con esto…
—Y el fiscal, ¿qué dice?
—Ya conoces a Gautheron —gesticuló Revel—, no dice nada. Vamos a tener que discutir con él sobre la apertura de la investigación.
—No hay prisa, si hace falta podemos salir del apuro en el acto…
—Desconfío de los casos que parecen demasiado fáciles…
El capitán asintió al tiempo que se daba la vuelta. En ese momento se les unió Abdel Mimouni. Agitaba un trozo de plástico que tendió a Lazare.
—El documento de identidad de la víctima —dijo con una sonrisita—, se llamaba Michel Dupont…
—¿Ah, sí?
—Sí; claramente, es menos sexy, ¿no?
El comandante Revel no reaccionó, parecía que ya nada lo sorprendía, lo desconcertaba o le divertía. Hizo una señal a Lazare:
—Tengo que pasar por la oficina, y luego vuelvo a casa. ¿Sigues tú?