A Vanessa Montfort, que me regaló la sirena.
Al doctor Nidhal Kubba, que ejerció de médico en el frente, durante la guerra entre Irán e Irak, y que un día me contó cómo los niños iraníes avanzaban sobre campos de minas con la llave del paraíso colgando al cuello.
A todos los viejos amigos de Simancas, San Blas y La Elipa que me prestaron parte de sus recuerdos de infancia.