32

El viernes por la mañana Rebus y Derek Linford entraron en la cantina de la central de Fettes. Rebus saludó con una inclinación de cabeza a dos caras conocidas: Claverhouse y Ormiston de la Brigada Criminal escocesa, que despachaban con apetito unos bocadillos de bacon. Linford miró hacia su mesa.

—¿Los conoces?

—No suelo saludar a desconocidos.

—¿Cómo está Siobhan? —optó por preguntar Linford tras mirar la tostada, que se enfriaba en su plato.

—Estupendamente sin verte a ti.

—¿Recibió mi nota?

—No ha dicho nada —respondió Rebus apurando la taza.

—¿Eso es buena señal?

Rebus se encogió de hombros.

—Escucha, no pienses que vais a volver a ser amigos sin más. Podría haberte denunciado por acosarla, ¡por Dios bendito! ¿Qué impresión habría causado eso en el despacho 279? —dijo Rebus señalando con el pulgar hacia el techo.

Linford hundió los hombros. Rebus se levantó y fue a por otro café.

—Bueno —añadió—, hay novedades.

Le explicó la relación entre Freddy Hastings y Bryce Callan, y Linford se animó olvidándose de Siobhan Clarke.

—¿Cómo entra en el esquema Roddy Grieve? —preguntó.

—Es lo que no sabemos —reconoció Rebus—. ¿Será una venganza por la estafa de su hermano a Callan?

—¿Iba Callan a esperar veinte años?

—Sí, por eso yo tampoco lo acabo de entender.

Linford le miró.

—Hay algo más, ¿no? Algo que me ocultas. Rebus negó con la cabeza.

—No le des tantas vueltas, si quieres investiga a Barry Hutton. Si fue cosa de Callan tendría que tener a alguien aquí.

—¿Y Barry encaja?

—Es sobrino suyo.

—¿Hay alguna prueba de que no sea estrictamente un honorable hombre de negocios?

Rebus hizo un gesto en dirección de Claverhouse y Ormiston.

—Pregunta a la Brigada Criminal a ver si tienen algo.

—Por lo poco que sé de Hutton no se ajusta a la descripción del hombre visto en Holyrood Road.

—Pero tiene empleados, ¿no es cierto?

—El comisario Watson ya me ha advertido que Hutton tiene «amigos». ¿Cómo voy a fisgar sin hacer que alguien se sulfure?

—No lo hagas —dijo Rebus mirándole.

—¿No investigo? —replicó Linford aturdido.

Rebus negó con la cabeza.

—No hagas que nadie se sulfure. Escucha, Linford, somos policías. Hay ocasiones en que hay que salir de detrás del mostrador y molestar a la gente —Linford no parecía convencido—. ¿Crees que trato de meterte en un lío?

—¿No es así?

—¿Iba a confesártelo de ser cierto?

—Imagino que no. Lo que no sé es si no será una especie de… prueba.

Rebus se levantó sin haber tocado el café.

—Eres muy suspicaz —dijo—. Eso es bueno para delimitar territorios.

—¿Qué territorios?

Pero Rebus se contentó con hacerle un guiño y se alejó con las manos en los bolsillos. Linford permaneció sentado, tamborileando con los dedos en la mesa; luego, apartó la tostada, se levantó y se dirigió a la mesa de los dos agentes de la Brigada Criminal.

—¿Les importa que me siente?

Claverhouse le señaló una silla libre.

—Los amigos de John Rebus… —empezó a decir.

—… es muy probable que vengan a pedir algún maldito favor —apostilló Ormiston.

Linford estaba en el BMW, en el único espacio que encontró para aparcar delante de la Torre Hutton. Era la hora del almuerzo y una riada de empleados salió del edificio para regresar momentos después con bolsas de bocadillos y latas de refrescos. Algunos se quedaron en la escalinata a fumar los cigarrillos que no podían fumar dentro. Le había costado encontrar aquel sitio después de meterse por un receso sin asfaltar en el que un cartel indicaba: APARCAMIENTO RESERVADO AL PERSONAL; pero él se había metido en el hueco libre sin pensárselo dos veces.

Salió del coche y comprobó si los neumáticos estaban bien después de aquel periplo por los baches. Los pasos de rueda estaban salpicados de barro gris. Lavaría el coche al final del día. Volvió a sentarse al volante contemplando a los empleados con sus bocadillos, los panecillos y la fruta y lamentando no haberse comido la tostada del desayuno. Claverhouse y Ormiston le habían acompañado a sus dependencias de la Brigada pero el único resultado de la investigación sobre Hutton eran unas simples multas de aparcamiento y el dato de que su madre era hermana de Bryce Edwin Callan.

Sí, Rebus le había dicho que no había manera de hacer aquella indagación en secreto y que tendría que decir quién era y lo que quería. Era imposible entrar en el edificio a interrogar a todos los empleados. Aunque no tuviera nada que ocultar, a Hutton no le haría ninguna gracia, preguntaría a cuento de qué venía aquello y si le decía sus motivos se negaría de plano a hablar y llamaría a su abogado, a los periódicos, los de derechos civiles…

Pensándolo bien, una pesquisa así iba a ser una pérdida de tiempo, un invento de Rebus, o tal vez de Siobhan, para castigarle. Si se buscaba líos, los únicos beneficiados serían ellos.

De todos modos…

De todos modos, ¿no se lo merecía? ¿Le perdonarían si cumplía la misión? No, al edificio no iba a entrar, pero haría vigilancia y se fijaría en todos los empleados que salieran. Valía la pena dedicar la tarde a ello. Si salía, el propio Hutton le seguiría, porque si el asesino de Grieve no trabajaba allí, siempre existía la posibilidad de que fuera a verse con Hutton.

Un asesino a sueldo…, venganza. No acababa de verlo claro. A Roody Grieve no lo habían matado por ningún motivo relacionado con su vida social o profesional…, al menos Linford no había encontrado nada de ello. Sí, era de una familia de chiflados, pero aquel no era ningún motivo. ¿Por qué lo habían matado? ¿No estaría en el momento y el lugar equivocados y sorprendió a alguien? ¿O tenía algo que ver con el cargo a que aspiraba más que con su persona? Tal vez alguien que no quería que fuese diputado. Volvió a pensar en la esposa, pero lo descartó una vez más. No se asesina al cónyuge para poder presentarse como candidata al Parlamento.

Se restregó las sienes. Los que fumaban en la escalinata le miraban con curiosidad. Acabarían por decírselo a los de seguridad y sanseacabó. Se acercaba un coche, que paró al lado del suyo. El conductor tocó el claxon gesticulando en dirección a Linford, y este vio que a continuación se bajaba y se acercaba a zancadas al BMW. Linford bajó el cristal de la ventanilla.

—Ocupa mi sitio, así que si no le importa…

—No veo ningún cartel de reservado con un nombre —replicó Linford mirando a su alrededor.

—Es el aparcamiento del personal y llego tarde a una reunión —dijo el otro mirando el reloj.

Linford miró hacia un lado y vio que una persona se subía a otro coche.

—Ahí tiene un sitio —dijo.

—¿Está sordo o qué? —replicó su interlocutor con cara de pocos amigos, apretando los labios y dispuesto a enzarzarse.

Linford se puso en guardia.

—¿Prefiere discutir conmigo en vez de ir a esa reunión? —le preguntó mirando el hueco que dejaba el otro coche—. Ahí tiene un buen sitio.

—Ese es el de Harley, que va al gimnasio durante la hora del almuerzo. Cuando él vuelva yo estaré en la reunión y ese sitio es suyo. Así que quite esta mierda.

—Quién fue a hablar, con un Sierra Cosworth…

—Se equivoca conmigo —dijo el hombre abriendo de golpe la puerta del BMW.

—Una condena por agresión será un borrón en su curriculum.

—Y usted va a disfrutar haciendo la denuncia con los dientes rotos.

—Y usted estará en una celda por agredir a un agente de policía.

El hombre se detuvo algo cortado. Su nuez resaltó prominente cuando tragó saliva. Linford aprovechó para sacar su documento identificativo y enseñárselo.

—Ahora ya sabe quién soy, pero yo no sé su nombre…

—Escuche, lo siento —dijo el hombre cambiando radicalmente de actitud y disculpándose sonriente—. No pretendía…

Linford sacó su bloc disfrutando del cambio de situación.

—Conocía la violencia en la carretera, pero la del aparcamiento es una novedad para mí. Tendrán que rehacer el código de la circulación para usted —dijo mirando al Sierra y apuntando la matrícula—. No hace falta que me diga el nombre, ya lo averiguaré yo por la matrícula.

—Me llamo Nic Hughes.

—Bien, señor Hughes, ¿está lo bastante tranquilo para que hablemos?

—Sin ningún problema. Es que tenía prisa —dijo señalando el edificio—. ¿Tiene algo que ver con…?

—No tengo por qué darle explicaciones.

—No, claro, por supuesto; es que… —balbució desconcertado.

—Más vale que acuda a esa reunión.

En aquel momento se movió la puerta giratoria y salió Barry Hutton abrochándose la americana. Linford lo conocía por los periódicos.

—De todas maneras, ya me marchaba —añadió Hughes sonriente dándole a la llave de contacto—. Tiene todo el sitio a su disposición.

Hughes se apartó y en ese momento fue cuando reparó en Hutton, que abría su coche, un Ferrari rojo.

—Me cago en la leche, Nic, tenías que estar arriba.

—Voy ahora mismo, Barry.

Hutton miró a Linford, frunció el entrecejo y chasqueó la lengua.

—¿Permites que te quiten el sitio, Nic? No eres lo que yo pensaba —dijo Hutton sonriente subiendo al Ferrari, pero volvió a bajar y se acercó al BMW.

«Lo he fastidiado todo —pensó Linford—. Ahora me conoce y sabe el coche que llevo. Seguirlo va a ser de pesadilla… No hagas que se sulfuren… Quédate con la cara de la gente». Bueno, tenía la cara del conductor del Cosworth y el premio de un Barry Hutton de pie junto al BMW apuntándole con el dedo.

—Es usted un poli, ¿verdad? No sé por qué pero se les nota aunque lleven un coche así. Escuche, ya hablé con los otros dos y no tengo más que decir, ¿de acuerdo?

Linford asintió despacio con la cabeza. «Los otros dos»: Wylie y Hood.

—Muy bien —añadió Hutton dando media vuelta.

Linford y Hughes le vieron poner en marcha el motor del Ferrari con su ruido sordo como el que hacen las monedas en la banca y Hutton arrancó dejando una estela de polvo en el aparcamiento.

Hughes seguía mirando a Linford y este le sostuvo la mirada.

—¿Desea algo? —le preguntó.

—¿Qué es lo que pasa? —replicó el hombre a duras penas.

Linford movió la cabeza por la pírrica victoria y metió la marcha. Se alejó despacio del aparcamiento pensando en si valía la pena seguir de cerca a Hutton. Miró a Hughes por el retrovisor. Había algo raro en aquel hombre. No se había tranquilizado al ver su identificación, más bien se había asustado.

¿Tendría algo que ocultar? Era gracioso cómo hasta los curas sudaban cuando se las veían con un poli. Pero aquel tipo… No, no se parecía en nada al de la descripción. De todos modos…, de todos modos…

En el semáforo de Lothian Road vio el Ferrari de Barry Hutton tres coches por delante del suyo. Linford decidió que no tenía nada que perder.