25

Jerry se echó atrás al recibir la bofetada. Últimamente se estaba acostumbrando a las bofetadas. Pero esta no era de Jayne.

Era de Nic.

Notó el escozor en la mejilla y pensó que en su cutis claro iba a marcarse la huella rosada de una mano. También a Nic le escocería la mano, pero era un flaco consuelo.

Estaban en el Cosworth de Nic al que él acababa de subir. Era un lunes por la noche y como Nic le llamó él lo había aprovechado como excusa para largarse. Jayne miraba la tele cruzada de brazos y adormecida. Cenaron salchichas, judías y huevos viendo las noticias. No había patatas fritas, la nevera estaba vacía y ninguno de los dos tenía ganas de ir a comprarlas. No hacía falta nada más para armarla.

«Ve tú, pedazo de inútil…».

«Levanta tú si quieres ese culo gordo, yo no voy…».

Fue el momento en que sonó el teléfono en el lado del sofá en que se sentaba Jayne, pero ella pasó olímpicamente de cogerlo.

—¡Adivina quién es! —fue su comentario.

Él esperaba que se equivocase y que fuese la madre de ella, así se callaría cuando él le tendiera el receptor.

Pero era Nic… Nic un lunes por la noche… Normalmente no salían los lunes…, así que eso sólo podía significar una cosa.

Ahora estaban en el coche los dos y Nic no paraba de regañarle.

—Si vuelves a hacerme otra gilipollez igual…

—¿Qué gilipollez?

—Llamarme al trabajo, burro.

Jerry pensó que iba a darle otra bofetada, pero lo que hizo Nic fue darle un puñetazo en el costado. No muy fuerte, pues ya estaba algo más calmado.

—No lo pensé.

—¿Piensas alguna vez? —replicó Nic torciendo el gesto.

Ya había encendido el motor, metió la primera y arrancó con un chirrido de neumáticos sin poner el intermitente ni mirar por el retrovisor; un coche detrás de ellos hizo sonar la bocina tres o cuatro veces. Nic miró por el retrovisor y vio un hombre mayor solo. Le hizo un corte de mangas y profirió una sarta de insultos.

«¿Es que tú piensas alguna vez?».

Jerry rememoró los tiempos pasados buscando algo que le permitiera replicar. ¿No era él quien había hecho casi todos los robos en las tiendas? ¿No era él quien compraba la priva cuando eran menores porque siendo algo más alto parecía mayor que Nic? Nic conservaba aquella cara lisa sin barba, como de crío y llevaba siempre su pelo moreno bien cortado y peinado. Era en Nic en quien se fijaban las chicas y él, Jerry, quedaba rezagado a la espera de que alguna se dignara dirigirle la palabra.

Nic había ido a la universidad y le contaba historias de orgías; ya desde entonces él le había notado algo: «No quería, pero yo le pegué una bofetada para obligarla a hacerlo… la sujeté por las muñecas mientras me la follaba».

Era como si el mundo mereciera su violencia y tuviera que aceptarla por el hecho de que en otros aspectos era estupendo, perfecto. La noche en que Nic conoció a Catriona…, aquella noche también le había dado una bofetada a él. Estuvieron en un par de bares: el Madogs, moderno pero muy caro, donde decían que iba la princesa Margarita, y el Shakespeare, cerca del Usher Hall, y allí fue donde conocieron a Cat y a sus amigas, que habían salido para ir al Lyceum a ver una obra de teatro sobre caballos. Nic conocía a una de las chicas y él mismo se presentó, mientras él, Jerry, permanecía a su lado sin decir ni mu. Nic no dejó de hablar con la tal Cat, un diminutivo de Catriona. No estaba mal pero no era la mejor del grupo.

—¿Estudias en Napier? —le preguntaron a Jerry.

—Qué va —respondió él—. Trabajo en electrónica.

Siempre soltaba aquel rollo para que le tomaran por diseñador de juegos o pensaran que tenía su propio negocio de software; pero no salió bien porque le preguntaron cosas a las que no supo responder, y él optó por echarse a reír admitiendo que llevaba una pala excavadora. La respuesta provocó sonrisas pero la conversación se enfrió.

Cuando el grupo se fue al teatro Nic le dio un codazo.

—De maravilla, colega —dijo—. Cat y yo nos vemos después para tomar una copa.

—¿Te gusta?

—Está bien. ¿A que sí? —añadió mirándole con recelo.

—Oh, sí. Es singular.

—Y es familia de Bryce Callan —agregó dándole otro codazo—. Es una Callan.

—¿Y qué?

—¿No has oído hablar de él? —le dijo Nic abriendo mucho los ojos—. Hay que joderse, Bryce Callan es el amo aquí.

Él echó una ojeada al pub.

—¿El dueño de esto?

—Sí, tío… ¡Es el amo de Edimburgo!

Él asintió con la cabeza, a pesar de que no acababa de entenderlo.

Después, cuando fueron a otros dos bares, le preguntó si podía ir con él y Catriona.

—No seas lila.

—¿Y qué hago yo?

Caminaban por la acera y Nic se paró en seco y le miró furioso.

—Pues para empezar: a ver si creces. Ya no es como antes y no somos niños.

—Ya lo sé. Yo ya curro y voy a casarme.

Nic le dio una bofetada. No fue muy fuerte, pero Jerry se quedó tenso de la impresión.

—Ya es hora de hacerse mayor, colega. Tú trabajarás pero a cualquier sitio que te llevo te quedas como un pasmarote —dijo sujetándole la cara—. Observa, Jerry, mira cómo hago las cosas. A ver si creces de una vez.

«Crecer».

Jerry se preguntaba si era a eso a lo que conducía crecer: estar los dos en el Cosworth y de caza un lunes por la noche. Los lunes había clubes de solteros para gente ligeramente mayor. Pero a Nic le tenía sin cuidado la edad que tuviera una mujer: lo que él quería era una. Miró de reojo a su amigo. Era guapo… ¿por qué necesitaba hacer aquello? ¿Qué problema tenía?

Pero sabía la respuesta. El problema era Cat. El problema de Cat reaparecía constantemente.

—Así que, ¿adónde vamos? —preguntó.

—Tengo la furgoneta aparcada en Lochrin Place —respondió Nic sin alterarse.

Jerry volvió a sentir de nuevo aquel nudo en el estómago, como si respirase bilis. Pero el caso era que… una vez que comenzaban, a aquello se le unía un sentimiento completamente diferente, y se excitaba igual que Nic. Eran un par de cazadores.

—Tómatelo como un juego —dijo Nic la primera vez.

Como un juego.

El corazón le latía cada vez con más fuerza y le hormigueaba la ingle. Con los guantes y el pasamontañas, sentado en la furgona Bedford, era otro. Dejaba de ser Jerry Listear para convertirse en un personaje de comic o de película, un tipo fuerte y aterrador. Alguien que inspiraba temor. Y la sensación anulaba casi por completo aquel nudo seco. Casi.

La camioneta era de un conocido de Nic. Nic le decía al tipo que la necesitaba de vez en cuando para trabajar ayudando a un amigo que vendía cosas de segunda mano y él se contentaba con cobrarle veinte libras sin preguntar nada más. Nic tenía unas placas de matrícula que había conseguido en un desguace y las montaba con alambre sobre las auténticas. Era un vehículo viejo, blancuzco, que no llamaba mucho la atención en las calles poco iluminadas cuando hacía frío y la gente volvía con prisas a casa, quizá algo cansada.

Las que estaban algo desmejoradas eran las que Nic quería. Aparcaban cerca de una discoteca, pagaban y entraban. El local estaba lleno de parejas de tíos dando vueltas a la pista y ellos pasaban inadvertidos como dos más. Nic examinaba las mesas ocupadas por grupos. Sabía distinguir cuáles eran los de clubes de solteros. En cierta ocasión hasta osó sacar a bailar a una y él le comentó que era correr un riesgo.

«¿Qué es la vida sin riesgo?».

Aquella noche dieron previamente unas vueltas con la furgoneta. Nic sabía que la disco no estaba en su apogeo hasta después de las diez. Aún no habría llegado la clientela de los pubs que cierran, pero entre los grupos de solteros sí que habría animación. Casi todos trabajaban por la mañana y no se quedaban hasta muy tarde; a las once más o menos empezaban a marcharse, y ya por entonces Nic habría localizado a una o dos. Él siempre tenía una de reserva por si acaso. Había noches en que no funcionaba porque las mujeres se iban en grupo o acompañadas y no quedaba ninguna sola.

Otras noches funcionaba a la perfección.

Jerry estaba al borde de la pista con la cerveza en la mano. Comenzaba ya a notar la emoción del momento, aquella oleada oscura de excitación. Pero tampoco podía evitar sentirse algo nervioso, ante la posibilidad de que le viera algún amigo suyo o de Jayne y se acercase a decirle: «Jayne sabe que has venido aquí, ¿verdad?». Qué iba a saberlo. Ya ni siquiera le preguntaba. Volvería a casa a la una o las dos y ella estaría durmiendo, y, aunque se despertase al llegar él, apenas diría nada.

«¿Otra vez borracho?», o algo por el estilo.

Él iría al cuarto de estar y se sentaría con el mando a distancia en la mano mirando la tele apagada. A oscuras, sin que le viera nadie, sin que nadie pudiera señalarle con un dedo acusador.

«Ese era, ese era».

Mentira. Era Nic. Siempre era Nic.

Siguió junto a la pista con la cerveza en la mano ligeramente temblorosa, diciendo para sus adentros: «¡Que no haya suerte esta noche!».

En ese momento Nic se acercó a él con un brillo extraño en los ojos.

—No puedo creérmelo, Jer. ¡No puedo creérmelo!

—Tranquilo, tío. ¿Qué pasa?

—¡Está aquí! —exclamó Nic pasándose las manos por el pelo.

—¿Quién? —preguntó él mirando a su alrededor por si alguien escuchaba.

Pero la música superaba la barrera del sonido. Parecía Orbital. Él estaba al tanto de los grupos más recientes.

—No me ha visto —dijo Nic moviendo la cabeza con expresión reflexiva—. Podemos hacerlo. Podemos.

—¡Ay, Dios! ¿No será Cat?

—No seas burro. ¡Es esa guarra de Yvonne!

—¿Yvonne?

—La que acompañaba a Cat aquella noche. La que la arrastró a ligar.

—No, no, tío, ni hablar —dijo Jerry negando con la cabeza.

—¡Si es perfecto…!

—Nada de perfecto, Nic. Es suicida.

—Será la última, Jerry. Piénsalo —replicó Nic consultando el reloj—. Nos quedamos un rato más y comprobamos si liga con alguien —añadió dándole una palmada en el hombro—. Ya verás, Jerry, será una salvajada.

«Eso es lo que me temo», tuvo ganas de decir Jerry.

Cat y su amiga Yvonne, la divorciada. Yvonne se había afiliado a un club de solteros y una noche convenció a Cat para que la acompañara. No recordaba muy bien cómo había sido, pero el caso es que Cat accedió, muy posiblemente porque su matrimonio era inestable, aunque Nic no había comentado nada. Lo único que él decía eran cosas como: «Me engañó, Jer», «Y yo sin darme cuenta». Fueron las dos a una discoteca, no a aquella, sino a una de los jueves de clientela similar, y uno de los del club de solteros sacó a Cat a bailar dos veces. Y ya está: se fue con él.

Ahora se le presentaba a Nic la ocasión de vengarse; no de Cat. A Cat ni soñar con tocarla. ¡Dios!, su tío era Bryce Callan y su primo Barry Hutton. Se vengaría en su amiga Yvonne.

Cuando Nic se acercó de nuevo y le dio un codazo, Jerry comprendió que el grupo de solteros se disponía a marcharse. Apuró su cerveza y siguió a Nic afuera. La furgoneta estaba a unos cien metros. Se trataba de que Nic fuera a pie siguiéndola y él al volante del Bedford hasta que Nic encontrara un lugar apropiado para agarrarla, momento en que él paraba junto al bordillo y abría corriendo las puertas traseras. Y a rodar rápido hasta encontrar un lugar desierto, mientras Nic en la parte de atrás sujetaba a la mujer tumbada y él conducía con cuidado de no saltarse ningún semáforo ni acelerar si veía un coche de policía. Los guantes y el pasamontañas los tenían en la guantera.

Nic abrió la furgoneta y se le quedó mirando.

—Esta noche tienes que ir tú a pie.

—¿Qué?

—Yvonne me conoce y si oye algo y vuelve la cabeza me verá.

—Bueno, pues ponte el pasamontañas.

—¿Eres tonto? ¿Cómo voy a seguir a una mujer por la calle con pasamontañas?

—No lo hago.

Nic apretó rabioso los dientes.

—¡Tienes que ayudarme!

—Ni hablar, tío.

Nic hizo esfuerzos evidentes por mantener la calma.

—Escucha, de todos modos, a lo mejor no sale sola. Lo único que te pido…

—Y yo te digo que no. Es demasiado arriesgado y me da igual lo que digas —replicó Jerry alejándose de la furgoneta.

—¿Adónde vas?

—A tomar el fresco.

—No seas así. Hostia, Jer, ¿es que no vas a crecer?

—Nunca —fue cuanto atinó a decir, luego dio la vuelta y echó a correr.