Simon no se dirigió directo al piso, sino que paró en un aparcamiento cercano y estacionó el deportivo en una plaza vacía.
—Tenemos que comer algo. Este es el mejor restaurante italiano de la zona, pero no te preocupes, no es nada pijo.
Salió del coche, lo rodeó de una carrera para abrir la puerta del copiloto y ofreció a Kara la mano para ayudarla a salir.
—Pero es que… No voy muy elegante, que digamos—protestó ella.
Llevaba los vaqueros y el jersey que se había puesto para ir a la clínica, y era consciente de que estaba hecha un asco. Física y emocionalmente.
—Estás preciosa, pero sé que ha sido un día duro. ¿Te apetece entrar?
—Un montón. Me encanta la comida italiana y estoy muerta de hambre.
Y así era. Por la mañana no había desayunado porque se había quedado dormida y la hora de la comida se les había pasado mientras esperaban en comisaría.
Simon le sujetó la puerta y la invitó a pasar con una mano en la parte baja de la espalda. ¡Madre mía, qué modales! Kara tendría que felicitar a Helen por educar tan bien a su hijo. No era capaz de recordar la última vez que un tío había echado a correr para abrirle la puerta. Probablemente… nunca.
La iluminación del restaurante era tenue. En el centro de cada mesa había una vela ancha y alta. No era una pijada, pero tampoco era un cuchitril.
—Me alegro de volver a verlo, señor Hudson —comentó una chica guapísima de largas piernas mientras le indicaba una mesa en una esquina y esbozaba una sonrisa que parecía sacada de un anuncio de dentífrico.
Tras sentarse Simon pidió una caña y Kara un té helado. La rubia zalamera estuvo remoloneando y, cuando por fin se marchó a por las bebidas, Kara respiró aliviada:
—¡Menuda fresca!
Se arrepintió de aquel comentario en cuanto lo hizo. ¿Qué le importaba a ella si una mujer ligaba con Simon? Igual a él le gustaba.
—¿Quién? ¿Kate?
Simon la miró sorprendido mientras cerraba la carta. Obviamente ya había decidido lo que iba a pedir.
—¿Se llama así? A mí no se me ha presentado. Parecía mucho más interesada en ti.
«Cállate, idiota. Pareces una novia en pleno ataque de celos».
—No estaba ligando conmigo. Soy un cliente habitual. Tiene que ser amable —repuso encogiéndose de hombros.
Madre de Dios, el pobre no se enteraba de nada. Kara se concentró en la carta para olvidarse del tema.
—Tú ya conoces el sitio, ¿alguna sugerencia?
—Todo está buenísimo. Yo voy a tomar el pollo al parmesano.
Kara miraba la carta como un niño delante de una tienda de golosinas. Llevaba tanto tiempo sin ir a comer a un restaurante que ya no estaba acostumbrada a elegir entre tantos platos.
—No sé qué pedir.
Cuando por fin levantó la mirada de la carta, vio que Simon estaba sonriendo.
—Parece que te estuvieras devanando los sesos para resolver un problema complejo.
—¿Se nota que no salgo mucho? —Se rio burlándose de sí misma.
Simon le dedicó una mirada tan intensa y penetrante que sintió cómo una ola de calor se propagaba por su cuerpo hasta recorrer cada centímetro de su piel.
—Eres la mujer más adorable que se ha sentado conmigo a una mesa. Las demás no te llegan ni a la altura de los zapatos.
El comentario bastó para sonrojarla, pero la mirada abrasadora que le dedicó a continuación en plan «Quiero follarte» acabó de ponerla como un tomate. Ningún hombre le hacía perder los papeles como Simon. Bastaba una palabra, una frase, una mirada… para que se pusiera como una adolescente en celo.
Kara se alegró de que viniera a traer la bebida y a tomar nota de la comanda una camarera mayor de pelo oscuro. Decidió no complicarse la vida y pidió lo mismo que Simon. Cuando la camarera se hubo marchado, Kara cogió el vaso perpleja:
—Creo que me han puesto un té con alcohol.
Simon se echó a reír mientras miraba la bebida que tenía Kara en la mano.
—Claro que tiene alcohol. No pensé que quisieras un té de verdad.
—¿Qué lleva? —preguntó observando el líquido, que tenía un color muy parecido al té helado, pero que estaba servido en un vaso ancho con una cereza en el borde.
En los restaurantes en los que había trabajado nunca habían servido cócteles y no era precisamente una experta en bebidas alcohólicas.
Simon esbozó una sonrisa traviesa.
—Ron, ginebra, tequila, vodka, triple seco…, un chorrito de cola y otro de sour mix.
Mamma mia! Acabaría bailando encima de la mesa. Una copa de vino le bastaba para ponerse contentilla. Nunca había tenido gran tolerancia al alcohol; seguramente porque rara vez bebía.
—Prométeme que, cuando me acabe esta copa, no me dejarás bailar desnuda encima de la mesa. —Elevó una ceja esperando a que aceptara el trato.
Simon soltó una sonora carcajada antes de coger aire para preguntar:
—¿En serio? Por tomarte una o dos copas.
—No tiene gracia. No estoy acostumbrada a beber —repuso a la defensiva.
De pronto, sentada frente a un multimillonario que ya se las sabía todas —pero todas todas—, se sintió como un bicho raro totalmente fuera de lugar.
Simon esbozó una amplia sonrisa.
—Lo sé. Pruébalo. Si no te gusta, te pido otra cosa. —Se puso serio y se le iluminaron los ojos con un sentimiento que ella no supo identificar—. Y, puedes estar tranquila, te prometo que no bailarás desnuda sobre la mesa a no ser que sea una actuación privada en mi casa —añadió con la voz aterciopelada y una mirada apasionada, como si estuviera imaginando la escena y tuviera muchas ganas de que se hiciera realidad.
Kara, que tenía un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de tenis, trató de no mirarlo a los ojos.
¡Qué narices! Después de la mañana que había tenido le vendría bien tomarse una copa. Tomó un sorbito precavido y dejó que el líquido se deslizara por la lengua y le bajara por la garganta pese al nudo que había creado Simon con su comentario picante.
—No está mal. —Se relamió los labios—. No sabe fuerte.
Simon le dedicó otra mirada pícara:
—No te dejes engañar. Es bastante potente.
Disfrutaron comiendo, bebiendo y charlando alegremente. Simon le contó historias de su familia y algunos proyectos que tenía entre manos. Kara comentó algunas anécdotas graciosas de su trabajo de camarera y de los años en la carrera de Enfermería.
Simon rebañó su plato de pollo al parmesano y, cuando Kara ya no pudo más, se acabó también el de ella. Después pidió dos tiramisús y otra ronda. El postre estaba delicioso, pero Kara no se lo pudo terminar. Daba igual, él estaba más que dispuesto a echarle una mano. Comía como una lima. Seguramente necesitaba tanta energía para mantener ese cuerpo fibroso y atlético que dejaba a Kara con la lengua fuera, como un perro delante de un hueso, cada vez que lo veía.
—¿Cómo puedes tener ese cuerpazo con todo lo que comes?
Al momento quiso que se la tragara la tierra. ¿Cómo se había atrevido a decirle eso? Era el alcohol el que hablaba, no ella.
«Autonota: A partir de ahora no beberé más de una copa de vino y la rebajaré siempre con agua».
Simon la miró con picardía:
—¿Cuerpazo?
Kara se encogió de hombros. ¿Qué sentido tenía negar la verdad? Tenía un cuerpazo.
—Pues sí.
«Un cuerpazo duro como una roca. Para caerse de culo. El cuerpo más sexy del planeta».
—Hago ejercicio en el gimnasio que tengo en casa todos los días. Si te gusta mi aspecto, supongo que el esfuerzo merece la pena —comentó con incredulidad.
«¡Ya te digo! Merece mucho la pena».
—Se nota —respondió Kara intentando que no se notara demasiado que estaba deseando hacerle de todo—. Es uno de los motivos por los que mujeres como Kate caen rendidas a tus pies. No es el único, pero es una razón de peso.
«¡Mierda! ¿Lo había dicho en voz alta? ¡Maldito alcohol! Tenía que aprender a morderse la lengua».
—Las mujeres no admiran ni mi cuerpo ni mi personalidad, ni nada de eso. Solo les gusta mi dinero —afirmó Simon con pragmatismo.
Kara se quedó mirándolo pasmada. ¿De verdad pensaba eso?
—Ya, ¿así que no afecta para nada que estés como un tren, seas un genio, tengas gracia y además seas un cachito de pan? ¿Lo único que les interesa a las mujeres es la pasta?
Madre mía, la estaba sacando de quicio. ¿No se enteraba de nada? ¿No se daba cuenta de que tenía muchas más cosas que ofrecer aparte de su dinero?
—Eso es.
Kara sintió una punzada en el corazón al darse cuenta de que Simon estaba convencido de que el dinero era su única virtud. ¿Cómo podía pensar algo así un hombre que le había demostrado lo generoso que era en múltiples ocasiones? Kara se lo quedó mirando con deseo, incapaz de creer que el hombre más atractivo y cautivador al que había visto en la vida pudiera pensar eso.
—Lo haré. —Las palabras se escaparon de la boca con premura y Simon se quedó mirándola desconcertado—. Te deseo. Y no tiene nada que ver con tu dinero. —La frase salió a borbotones de entre sus labios, sin medias tintas. Kara desvió la mirada avergonzada por lo que acababa de confesar, pero le estaba sacando de quicio que no fuera capaz de ver lo mucho que valía—. Tu dinero me importa una mierda.
—Ya… Me he dado cuenta —respondió con una voz ronca.
Por fin Kara se atrevió a devolverle la mirada, pero no supo interpretar su expresión. ¿Perplejidad? ¿Desconfianza? ¿Incredulidad? ¿Esperanza? Expresaba todas esas emociones, pero no sabía cuál era la predominante.
Inclinó el vaso para acabar el segundo té helado.
—No bebo más.
Si se tomaba otra copa, acabaría arrancándose la ropa y suplicándole que se la tirara en ese preciso momento.
Se preguntó si más tarde se arrepentiría de haber sido tan espontánea y decidió que seguramente no. Tenía que abrirle los ojos de algún modo, aunque hacerlo le resultara incómodo y bochornoso. Era un hombre autosuficiente y contenido, pero bajo aquella superficie se ocultaba alguien vulnerable. En más de una ocasión sus preciosos ojos marrones habían mostrado desconfianza en sí mismo, y un hombre tan guapo, tan amable y tan generoso no debería dudar ni por un instante de su capacidad.
No cabía duda de que Simon era un macho alfa, lo que Kara ponía en entredicho era que lo que le impulsaba a atar y a vendar los ojos de las mujeres con las que se acostaba fuera el afán de dominación. Obviamente esa forma de sometimiento resultaba erótica —tanto que cada vez que recordaba lo que había ocurrido la noche anterior empapaba las braguitas—, pero no soportaba la idea de que la desconfianza limitara la vida sexual de Simon. Por desgracia es lo que sospechaba. Un instinto visceral le reconcomía por dentro repitiéndole una y otra vez que eso no tenía nada que ver con la dominación, sino con la falta de confianza.
Tras ponerse de pie Simon sacó la cartera y dejó algo de propina sobre la bandejita de la cuenta. Kara suspiró cuando Simon la cogió de la mano y tiró de ella con delicadeza para salir del restaurante. Estaba oscureciendo y el aire fresco la ayudó a despejar su mente nublada. No recordaba qué ingredientes tenía el cóctel que había tomado, pero estaba claro que servían para soltarle a uno la lengua.
Aunque el trayecto en coche fue breve, pues el piso de Simon estaba a pocas manzanas, hubo tiempo de sobra para que Kara se alterara. Tenía a Simon demasiado cerca y su olor era demasiado tentador. Además, todavía no se le había pasado el bochorno por haberse sincerado con él. Aunque no le hubiera confesado toda la verdad, sí había admitido lo mucho que lo deseaba y el hecho de no recibir una respuesta en condiciones la había dejado bastante chafada.
«¿Qué quería que dijera? Mi objetivo es ayudarlo y no debo esperar nada a cambio. Nunca me ha prometido nada, excepto un polvo alucinante. Y esa promesa la ha cumplido. ¡Con creces!».
En realidad ella no esperaba nada de él, pero le habría gustado que el deseo hubiera sido recíproco. Se sentía ridícula y tenía la sensación de haberse puesto en evidencia, por lo que estar a su lado en ese momento era de todo menos cómodo.
«No lo entiendo. No sé qué lo lleva a comportarse así».
Pero quería entenderlo. Lo que más quería en el mundo era entender todos y cada uno de los secretos de Simon Hudson.
Kara suspiró de alivio al entrar en el piso. Cruzó la cocina y se dirigió a su dormitorio para pegarse una ducha. Estaba a punto de desearle buenas noches cuando un brazo fornido la cogió de la cintura y la atrajo contra un cuerpo masculino igual de musculoso.
—No te vayas. Todavía no.
La voz grave de Simon le rozó el oído y un escalofrío de anhelo le recorrió el cuerpo entero hasta dejarla sin habla.
La cogió en brazos y la meció contra el pecho mientras se dirigía al salón. Se sentó en el sofá con Kara en su regazo.
—¿Qué te pasa? —preguntó Kara con dulzura al percibir la intranquilidad y la rigidez de su cuerpo.
Le acarició los hombros y sintió sus músculos en tensión.
—Necesito abrazarte un rato. Por favor. Hoy me has quitado veinte años de vida. Si sigues teniendo incidentes de este tipo, acabaré siendo un viejo desquiciado y calvo como una bola de billar.
La abrazó con fuerza, apretando su cuerpo contra el suyo hasta no dejar ni un hueco entre ellos.
—Lo siento.
Kara apoyó la cabeza sobre su hombro y sintió en la mejilla el placentero roce de su barba. Trató de no hacerse ilusiones por que Simon hubiera mencionado un futuro juntos.
—Es que no lo aguanto. No soporto la idea de que te ocurra algo —confesó Simon con la voz entrecortada.
El salón estaba a oscuras, la única luz que había provenía de la cocina. Kara se apartó para acariciarle el mentón mientras el corazón le latía cada vez más deprisa. Simon se preocupaba por su seguridad. No pudo evitar sentirse conmovida. Muy pocas personas se habían preocupado tanto por ella, y el único hombre que lo había hecho había sido su padre. En estas circunstancias su ex probablemente le habría quitado importancia y le habría dicho que era culpa suya por ofrecerse como voluntaria en ese barrio. No era un novio muy cariñoso, que digamos.
Simon le cogió la mano y la posó en sus labios para llenarle la palma de besos.
—He tenido que reprimirme mucho para no lanzarme a la yugular del policía.
—¿Por qué?
—Por el amor de Dios, Kara, el tío te estaba follando con la mirada en plena comisaría —respondió con firmeza.
—Solo estaba siendo amable…
—Se estaba imaginando cómo sería echarte un polvo —le informó remarcando las palabras—. Soy un tío. Créeme. Sé lo que me digo. Y me estaba cabreando de veras. No me gusta compartir.
«Glups». ¿Estaba insinuando que…?
—No sabía que era tuya.
«¿Era suya?».
—Ahora sí.
—¿Desde cuándo?
—Supongo que desde el primer día que te vi. Sin duda alguna desde la primera vez que te toqué. Y, por supuestísimo, desde anoche.
Simon puso su mano tras la nuca de Kara para acercarse a su boca y le dio la vuelta con gran habilidad sin alejarse ni un milímetro de sus labios. Así, pasó de estar sentada sobre su regazo a encontrarse tumbada bajo su cuerpo. La besó hasta dejarla sin aliento, hasta que fue incapaz de pensar, hasta que lo único que pudo hacer fue sentir. Ella abrió las piernas para dar la bienvenida a su cuerpo viril y rodeó con los brazos su musculosa espalda, tratando de acercarse a él lo máximo posible.
Necesitaba que esto ocurriera, lo necesitaba a él. Deslizó la lengua por la suya, se moría por acercarse aún más, quería meterse dentro de él. Frotó las caderas contra su entrepierna y, al sentir cómo la dura erección que apenas le cabía en los vaqueros chocaba con su monte de Venus, empezó a gemir ansiosa por sentirlo dentro.
Arrancó su boca de la de él y jadeó:
—Necesito que me folles. Por favor.
Con el rostro enterrado en el cuello de ella Simon emitió un sonido gutural:
—Al dormitorio.
—No. Aquí. Ahora. Ahora mismo —resolló Kara.
No quería moverse de aquel inmenso sofá, esta vez no quería estar atada con los ojos tapados. Abrazó su cadera con las piernas a modo de ruego silencioso y le agarró el trasero con las manos para acercarlo más a sus ondulantes caderas.
—¡Joder! Cuando haces eso soy incapaz de pensar. Yo tampoco quiero esperar más —afirmó con voz queda y, mientras la cogía del culo para rozarla aún más contra su empalmadísimo pene, emitió un gemido atormentado.
—No esperes. Por favor.
El cuerpo de Kara ardía cual madera en un incendio.
—Sabes que no puedo hacerlo así —le recordó con un tono de enfado y frustración, pero sin dejar de agarrarle el trasero.
—Sí que puedes.
Deseaba que lo hicieran así: con esa espontaneidad, con tanto anhelo. Descruzó las piernas y se revolvió para meter las manos entre sus cuerpos. Se desabrochó los vaqueros y se bajó la cremallera. Simon tuvo que incorporarse para que Kara tuviera espacio para bajarse los pantalones y las braguitas, que tiró al suelo de una patada.
—Tócame.
Simon gimió al introducir la mano entre sus cuerpos, al deslizar los dedos en su sexo empapado.
—Joder, estás encharcada.
—Por ti —repuso intrépida—. Así que no vuelvas a decirme que las mujeres solo están contigo por dinero. Yo estoy tan loca por ti que te ruego, de rodillas si hace falta, que me folles —le dijo furiosa tratando de hacerle comprender que lo que ella sentía por él no tenía nada que ver con la economía.
No podía confesarle todo lo que le necesitaba: ni ella estaba preparada para desnudar su alma ni él para oír algo así. Es más, puede que ella tampoco estuviera lista para enfrentarse a esa verdad. Pero esto sí tendría que aceptarlo: tenía que tirársela. Ahora.
El cuerpo de Kara se estremecía mientras los dedos de Simon se deslizaban por su piel blanda y húmeda, y trazaban círculos en el clítoris.
—Sí, sí… Tócame.
Se había dejado llevar y su cuerpo reaccionaba a cada sensación, a cada roce de sus dedos. Dejó caer la cabeza hacia atrás y se abandonó a esas caricias atrevidas y constantes.
—Estás tan cachonda. Tan desatada. Me cuesta creer que me desees tanto. Dímelo otra vez —exigió mientras la acariciaba con menos delicadeza y más exigencia.
—Te necesito, Simon. Fóllame.
—¿Solo yo?
—Solo tú. Eres el único hombre que me pone así.
El único hombre capaz de hacerle perder la cabeza con un solo roce. Sabía que eso suponía una debilidad, pero en ese momento no le importaba nada.
Simon se incorporó, se desabrochó los vaqueros y se los fue bajando hasta liberar la polla, que parecía estar tan ansiosa y dura que salió de un salto.
—Me muero por metértela, Kara, pero no sé si puedo hacerlo así.
Su voz transmitía pasión y enfado a la vez, y Kara comprendió que para él era crucial dominar la situación. Aunque aún no había averiguado la razón, sabía que Simon necesitaba estar al mando.
—Sujétame de las manos, Simon. Controla la situación. Fóllame como te haga falta. Me da igual. Pero fóllame de una vez.
Kara se moría de ganas de coger esa impresionante verga para metérsela, pero, en lugar de hacer eso, levantó los brazos y lo cogió de las manos. Las tenía cerradas con fuerza, pero fue abriéndolas poco a poco hasta envolver las de ella. Entrelazaron los dedos y bajaron juntos las manos hasta posarlas sobre la cabeza de Kara.
—Ahora estás al mando y me tienes justo donde quieres. Fóllame —le rogó.
Kara necesitaba que lo hicieran así en lugar de con esposas y vendas porque, aunque la noche anterior había disfrutado mucho, no quería que esa fuera la única manera de hacerlo con Simon. A partir de ahora deseaba que la única razón por la que Simon quisiera atarla y taparle los ojos fuera porque le pareciera erótico y sexy. Instintivamente sabía que para recuperar la confianza era crucial que fueran pasito a pasito y que pasaran de echar polvos a hacer el amor.
Cuando recostó su cuerpo musculoso sobre el de ella, a Kara le entraron ganas de llorar. Gimió al sentir su polla en la estrecha entrada de su cavidad y giró las caderas para facilitarle el camino.
Y entonces, sorprendentemente, la penetró con una sola embestida.
La polla había irrumpido en su interior y Kara empezó a jadear mientras el miembro la estiraba y la poseía por completo.
—Sí… Me encanta… —resolló mientras lo abrazaba con las piernas y se deleitaba con las sensaciones.
—Joder, estás empapada. Nada se interpone entre mi polla y tú. Esta sensación es tremenda. Es lo mejor del mundo —jadeó sobre su cuello mientras deslizaba todo el cuerpo arriba y abajo, rozando el pecho con sus tetas y raspando sus hinchados pezones.
Tenían las manos entrelazadas y Simon se las estaba apretando tanto que los dedos se le estaban empezando a dormir. Simon volvió a echar las caderas hacia atrás para embestirla y ella le respondió abalanzándose hacia él, por lo que se encontraron a medio camino. Mientras sus cuerpos se unían una y otra vez Kara sintió una punzada en el corazón al darse cuenta de que estaban viviendo algo extraordinario, un momento especial que lo cambiaría todo.
Le hincó los talones en el culo, que lo tenía duro como una piedra, para empujarlo más adentro y más rápido. Cada embestida era poderosa, enérgica. Dentro y fuera. Una y otra vez.
Simon le comió la boca entera en un beso cargado de violencia con el que se adueñó de ella. Recorría con la lengua, suave como el terciopelo, cada centímetro de su boca, y la embestía con la lengua al mismo ritmo que con la polla.
Su fuerza la abrumaba, las embestidas de su lengua y su verga la transportaban a otra dimensión…, y Kara se dejó llevar.
Completamente. Sin reparos. Deseosa.
Varias lágrimas le recorrieron las mejillas mientras le gemía en la boca y su cuerpo entero comenzó a convulsionar al sentir el clímax más intenso de su vida. Su cavidad palpitaba, abriéndose y cerrándose alrededor de la polla, mientras Simon se la metía y la sacaba desenfrenado y furioso.
Simon le gimió en la boca y entrelazó la lengua con la suya mientras se la metía hasta el fondo por última vez. Cuando se corrió, su fornido cuerpo empezó a temblar sobre el de ella y le inundó la vagina de calor.
Apartó la boca de sus labios y dejó caer el rostro en el cuello de ella.
—Tremendo —exclamó sobre su piel con la voz entrecortada.
Kara apartó las manos de las de él para recuperar la circulación y lo rodeó con los brazos. Le acarició el cabello empapado de sudor y le posó las manos en la nuca. Se sentía relajada y satisfecha y, aunque el cuerpo de Simon empezaba a pesarle, no estaba preparada para que se quitara de encima.
—Creo que acabo de morir —resolló Simon sin haber recuperado el aliento.
—Entonces supongo que yo también he muerto a tu lado porque te he acompañado hasta el final —respondió con un hilillo de voz sin dejar de recorrerle el cuero cabelludo con las manos.
Horas después Kara se preguntaría cuánto tiempo habían pasado allí tumbados, en un universo propio, sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir. Pero en ese momento se quedó absorta, disfrutando de la paz que sucedía a la turbulenta tormenta.
Tras un lapso de tiempo indeterminado Simon se quitó de encima.
—Peso mucho. Perdona.
Ella se acurrucó a su lado y musitó:
—Estaba bien.
—Ha estado mucho mejor que bien —bromeó con una voz aterciopelada, malinterpretando sus palabras a propósito.
—Gracias, Simon —susurró con dulzura.
—¿Por qué? —preguntó asombrado mientras la rodeaba con un brazo y le apartaba el pelo de la cara con el otro.
—Por lo que acaba de pasar.
«Por confiar en mí. Por librarte de algún fantasma del pasado. Por darme lo que necesitaba. Por darte lo que necesitabas».
No le veía la cara, pero no le hacía falta: percibía la sonrisa en su voz.
—No me des las gracias, cariño. Debería estar mostrándote mi veneración de rodillas.
Para quitarle hierro al asunto Kara bromeó respondiendo como si fuera una reina dirigiéndose a un súbdito:
—Ah, bueno… Si es menester…, que así sea.
«Pasito a pasito».
Simon resopló.
—Ahora no puedo. Me has dejado hecho polvo.
—¡Granuja desagradecido! —repuso Kara con una sonrisa mientras le daba un manotazo en el hombro.
—No hace falta que me ponga de rodillas. Ya te venero —susurró rozándole la boca con los labios.
La soltó y se fue a poner los vaqueros. Kara se incorporó para buscar los pantalones y las braguitas.
—Ya, ya…, los hombres sois capaces de decir cualquier cosa después de un buen orgasmo.
Cogió la tela áspera y pegó un brinco para ponerse las braguitas y los vaqueros. Simon la sujetó de las caderas cuando se estaba dando media vuelta para marcharse.
—Ha sido mucho más que un polvazo. Te has echado a llorar. Dime si han sido lágrimas de felicidad o de tristeza —preguntó preocupado.
—De felicidad. Sin duda.
Como no quería revelar nada más, le rozó la boca con los labios y se marchó a regañadientes. Sabía lo que pensaba Simon de dormir acompañado, así que de momento tendría que contentarse con lo que acababa de ocurrir.
—Necesito pegarme una ducha —comentó antes de irse—. Alguien me ha… empapado.
Salió para dirigirse a su cuarto y se echó a reír al oír un gruñido a sus espaldas. Se dio una ducha y se metió en la cama, donde, agotada y satisfecha, no tardó en conciliar el sueño.