Kara siguió temblando mientras Simon la aupaba en sus recios y musculosos brazos, y la mecía contra su robusto cuerpo. ¿Acababa de decirle que la llevara a la cama y le hiciera lo que quisiera? Sí, se lo había dicho y la idea la hacía estremecerse. Le había dicho la verdad. Estaba harta de intentar frenar la atracción que sentía por él; una atracción mucho más intensa que la química. Teniendo en cuenta que nunca se había sentido así por un hombre, la lucha era en vano y el resultado, inevitable. Ardía en deseos de que la penetrara. Él y nadie más que él.
Se había buscado la vida y tenía dos dedos de frente, así que lo normal habría sido que hubiera sabido resistirse a la tentación, pero a Kara nunca le había atraído un hombre como Simon Hudson. Para ella era un enigma, un misterio por resolver. Brusco, abrupto, astuto…, pero también considerado, atento y, de vez en cuando, vulnerable; cada vez que dejaba entrever esa cualidad a Kara le entraban ganas de abrazarlo fuerte para consolar su alma atormentada. Estaba convencida de que a Simon Hudson le habían hecho daño en algún momento de su vida. ¡Y mucho! ¿Cómo podía resistir el anhelo que sentía por él? Necesitaba pasar una noche con él, experimentar un deseo auténtico. Sabía que, si no aprovechaba esta oportunidad, se arrepentiría el resto de su vida. Aunque solo fuera un presentimiento, las duras circunstancias en las que se había criado de niña le habían enseñado a hacer caso a su intuición.
Y esta noche su intuición no había parado de implorarle a gritos que aceptara la propuesta de Simon, de repetirle que aprovechara la oportunidad de experimentar una pasión y un deseo muy superiores a los que había sentido hasta ese momento y que era probable que nunca volviera a sentir.
Sus pies rozaron la suave alfombra del dormitorio de Simon cuando este fue a dejarla en el suelo y sus cuerpos se deslizaron uno contra el otro hasta que logró apoyarse en ambos pies. Mientras inclinaba la cabeza para besarla, Simon tenía un gesto apremiante y los ojos rebosaban de sed y deseo. Una necesidad acuciante la abrasó por dentro y estrechó los brazos alrededor de su cuello. Él le saqueó la boca, le soltó el pelo, enterró los dedos entre su melena y la atrajo. Bajó una mano para agarrarla del trasero y frotarla contra su pene erecto y duro. Ella gimió dentro de su boca deseando que la penetrara. Estaba húmeda, lista para que la poseyera.
Kara necesitaba mayor contacto, se moría por tocar su piel desnuda, así que lo cogió de la camisa para quitársela.
—No —ladró apartando la boca de la suya y sujetándola de la muñeca.
—Necesito tocarte —jadeó perpleja ante su radical cambio de actitud.
—Tienes que desnudarte. Tenemos que hacerlo a mi manera —le susurró—. Te dije lo que quería y lo dije en serio.
Aunque utilizó un tono exigente Kara detectó una pizca de vulnerabilidad. En aquel momento deseaba que la poseyera más que nada en el mundo, así que se apartó y se quitó la camiseta. Se desabrochó los vaqueros de diseño y se bajó la cremallera mirándolo a los ojos, sin mostrar timidez o duda alguna. Fue contoneando las caderas para bajarse los pantalones ajustados y, cuando los tenía por los tobillos, los lanzó al suelo de un puntapié. Se quedó de pie sin dejar de mirarlo a los ojos, cubierta solo con un sujetador negro de seda y un diminuto tanga a juego.
—¡Madre mía! Eres la mujer más hermosa que he visto en la vida —exclamó con veneración mientras le acariciaba la mejilla.
Entonces deslizó un dedo despacio por su rostro y siguió bajando por el cuello hasta llegar al pecho, que parecía estar a punto de desbordarse en aquel ínfimo sujetador.
—Qué va. Es la lencería, que es muy cara —respondió con apenas un hilillo de voz, pues Simon le estaba acariciando los pechos con las yemas de los dedos y aquel roce la hacía estremecerse de deseo.
—No, eres tú —insistió mientras alcanzaba con los dedos el cierre del sujetador, que estaba en la parte delantera y se abrió sin oponer resistencia. Sus pechos se derramaron sobre las manos que los atendían—. Eres perfecta.
Kara contoneó los hombros y la prenda cayó al suelo sin hacer ruido. Gimió mientras sus manos le recorrían el cuerpo entero, le amasaban la carne tierna de los senos y jugaban con sus pezones sensibles, como un hierro candente que dejara su marca allá donde tocara.
—Me encantan esas braguitas, pero te las vas a tener que quitar —comentó con voz grave, apenas un suspiro, mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
Se las quitó en cuestión de segundos; así de intenso era el deseo de sentirlo dentro, con tanto ardor suplicaban sus entrañas. Pero, mientras permanecía de pie delante de Simon, desnuda, en su interior el anhelo entró en guerra con la aprensión.
—Simon, hace mucho tiempo que no estoy con nadie.
—¿Cuánto tiempo? —bramó mientras la agarraba del culo en su afán por poseerla.
—Cinco años. Y en aquella época ni siquiera se me daba demasiado bien. Solo he estado con Chris y no supe satisfacerle—respondió en voz baja, esforzándose por que las inseguridades del pasado no la atormentaran.
—¿Eso te dijo el muy gilipollas?
—Sí. Dijo que por eso necesitaba estar con otra —se le quebró la voz humillada, pues creía a pies juntillas lo que Chris le había dicho.
Aunque para ella él hubiera sido el primero y el único, sabía que en aquella relación faltaba algo importante.
—Es un imbécil integral, Kara. Los deseos de cualquier hombre quedarían más que satisfechos con una mujer como tú. Eres el sueño de todo hombre. Eres justo lo que necesito. El que tiene el problema es él, no tú —bufó cogiéndole la cabeza con las manos para apartarla de él y poder mirarla a los ojos.
—Quiero que ocurra. De verdad. Te deseo. Pero estoy un poco nerviosa —admitió mientras su cuerpo palpitaba excitado—. No quiero decepcionarte.
—Escúchame bien —gruñó mientras sus manos se cerraban formando dos puños bajo la melena de ella—. Tú jamás me decepcionarías. En la vida. Te deseo con tanto fervor que voy a perder la cabeza. Yo me ocupo de ti. Yo tengo el control. Yo tomo las decisiones. Tú lo único que tienes que hacer es correrte durante todo el tiempo que te plazca y gritando tan alto como te venga en gana. El mero hecho de que estés aquí y de que me desees ya me deleita. Si logro que te corras, estaré eufórico.
Suspiró aliviada y su cuerpo se relajó. Simon se encargaría de que todo saliera bien. Sabía que podía confiar en él.
—Entonces haz que me corra. Llévame a la cama.
Simon la cogió en brazos y la colocó en el centro de la cama tras quitar con brusquedad la colcha y dejarla hecha un gurruño a los pies. Kara se deslizó hacia la parte superior y sintió la suavidad de la sábana de seda negra acariciándole el trasero. Simon se sentó en el borde, abrió el cajón de la mesilla y sacó cuatro esposas forradas ensambladas con una cadena y un largo lazo de seda negra.
—Sumisión absoluta —susurró Kara mientras apoyaba la cabeza en los almohadones de seda.
—Sí —asintió Simon en voz baja mientras le recorría el cuerpo con una mirada hambrienta y la cogía del brazo para ponerle las esposas.
No tenía la menor duda de que Simon había repetido esta operación muchas veces: en menos de un minuto la tenía atada a la cama y abierta de piernas. Contempló con curiosidad cada uno de los movimientos de Simon, que recorría su cuerpo con ojos voraces.
Le sorprendió su propia forma de reaccionar: cuanto más indefensa se encontraba, cuantas más partes de su cuerpo quedaban esposadas a la cama, más excitada se sentía. Estar atada de pies y manos para que él la tomara a su antojo le ofrecía una libertad que nunca había experimentado. No tenía que tomar decisiones ni preocuparse por si él sentía placer o no. El amo era él y lo único que tenía que hacer ella era esperar a ser complacida. Estar atada a su cama le resultaba tan erótico que trató de balancear las caderas, pero las esposas se lo impidieron. No se hizo daño, pero se dio cuenta de que apenas podía moverse y exhaló un gemido sensual.
—¿Vas a amordazarme? —preguntó con curiosidad, pero sin temor.
—¡Ni hablar! Mientras te corres para mí, quiero oír todos y cada uno de tus gemidos, quiero oír hasta el más imperceptible ruido que salga de tu boca.
Al escuchar un mensaje tan tórrido, el calor que ya devoraba todo su cuerpo aumentó hasta temperaturas insoportables. Cerró los ojos. Necesitaba tanto que satisficiera su deseo que volvió a gimotear.
Al abrir de nuevo los ojos, vio su mirada fiera y voraz. Entonces una tela de seda negra le tapó los ojos, anulando su capacidad de ver y condenándola a la oscuridad más absoluta. Por un momento fue presa del pánico, pero se tranquilizó al sentir el aliento cálido de Simon en el oído y su lengua lamiéndole la oreja mientras le susurraba:
—No poder ver intensificará tus sensaciones, Kara. Cada roce de mi lengua será más intenso, más penetrante. Todo será más excitante.
—Ya estoy bastante excitada, Simon. Por el amor de Dios, tócame de una vez o moriré de deseo —gimoteó mientras esperaba su tacto en la oscuridad.
Oyó que se le escapaba una risa ahogada mientras se bajaba de la cama. Al instante percibió el ruido que hacía la ropa al caer al suelo. Después sintió que el colchón se hundía y dedujo que había vuelto a subir a la cama.
—Estás tan sumamente atractiva que me cuesta decidir por dónde empezar. Hace tanto que fantaseo con esta situación que no acabo de creer que realmente estés aquí conmigo, en mi cama —confesó con una voz ronca y áspera.
Kara se disponía a abrir la boca para decirle que empezara por donde fuera, pero que, por favor, empezara de una vez, cuando le cubrieron los labios. Fue un beso voraz cargado de deseo. Suspiró al sentir que el cuerpo desnudo de Simon la abrazaba, al notar su ardiente piel contra la suya. Su lengua y su boca la exploraban incesantes, reclamándola una y otra vez, mientras una mano recorría su cuerpo entero: jugaba con sus pezones, se deslizaba por la cadera y se colaba entre sus piernas atadas, entre sus húmedos pliegues. Arrancó la boca de la de Simon y comenzó a jadear mientras sus tenaces dedos se deslizaban por su suave piel y le frotaban el clítoris, que estaba hinchado y con la sensibilidad a flor de piel.
—Te lo suplico, Simon. ¡Por favor!
Le necesitaba. Su cuerpo entero ardía de pasión y se retorcía lo poco que las esposas le permitían, tratando de aumentar el contacto a la desesperada. Simon acercó los labios a sus senos, acarició con la lengua un pezón y lo mordió con delicadeza. Después hizo lo mismo con el otro. Le metió un dedo y después otro. Fue estirando y abriendo su cavidad, haciendo que deseara que la llenara con la polla.
—Madre mía, Kara. Estás tan húmeda, lo tienes tan estrecho…
Kara percibió aquel murmullo cálido sobre su pezón mientras sentía su cuerpo en tensión sobre el de ella. Como estaba atada y no podía ver, lo único que podía hacer era sentir. Simon tocaba su cuerpo como si fuera un instrumento musical, elevando sus sentidos a un nivel… que no sabía si podría soportar.
—Te necesito. Te lo suplico.
—Enseguida, preciosa —canturreó.
Deslizó su traviesa lengua por el vientre de ella y se detuvo brevemente en el ombligo, antes de mojar los labios de su sexo. Kara gritó y se estremeció ante un deseo tan voraz, tan intenso. Posó los dedos en el monte de Venus rasurado mientras su portentosa lengua se colaba entre sus resbaladizos pliegues y la penetraba cada vez más profundo. Entonces Kara empezó a emitir sonidos incomprensibles, breves gimoteos.
Arqueó la espalda revolviéndose contra las ataduras, mientras la obstinada boca de Simon trazaba círculos sobre su sexo desesperado. Por fin, se dirigió al clítoris y lo cogió con cuidado entre los dientes. Un anhelo abrasador golpeó como un relámpago el cuerpo de Kara, que continuó en llamas mientras Simon se colocaba para que su insaciable lengua alcanzara con comodidad el trocito de carne desnudo y lo latigueara a sus anchas.
—Dios mío.
La voz sensual de Kara le imploraba que la llevara hasta el clímax. Un hormigueo recorría cada una de sus terminaciones nerviosas y su sexo se contraía desesperado a medida que el deseo seguía aumentando hasta alcanzar niveles insoportables.
Metió las grandes manos bajo su cuerpo y la empujó del trasero para devorarle hasta el último recoveco de su sexo. Kara sintió que el clítoris le latía cada vez con mayor intensidad hasta que el clímax le arrasó el cuerpo entero y le provocó espasmos y temblores hasta en el último centímetro de su piel. Una y otra vez.
—¡Sí! ¡Oh, sí!
Dejó caer la cabeza hacia atrás y gimió con desenfreno mientras su cuerpo entero ardía en llamas. Simon lamía los jugos que segregaba Kara gozando y gimiendo con cada gota.
Ella se estremeció al sentir que la exquisita piel de Simon, desnuda y ardiente, se rozaba contra la suya y se deslizaba sobre su cuerpo hasta llegar a su boca. Cuando la besó, Kara saboreó su propia esencia y gimió. Madre de Dios, jamás había tenido un orgasmo tan intenso, tan penetrante. Le devolvió el beso de la forma más apasionada que supo, tratando de mostrarle lo que significaba para ella lo que acababa de ocurrir, lo que acababa de experimentar.
—Ha sido increíble —jadeó Kara tras alejar la boca de la de él.
Se retorció de placer al sentir la polla empalmada contra el muslo. Estaba más que preparada para que la penetrara; sabía que sería capaz de llenar todos sus huecos. Arqueó el cuerpo como un animal salvaje rogándole que se lanzara a por ella sin miramientos.
—Sabes a vino de gran reserva, Kara. Podía haberme quedado ahí el día entero —musitó con un anhelo desenfrenado—. Eres tan atractiva. Tan tan atractiva.
—Y tú también, pero fóllame de una vez, por favor —gimió mientras su cuerpo se retorcía de deseo.
—Dime que me deseas, que me necesitas —exigió con un tono árido y seco.
Kara notaba la punta del miembro chocar contra su entrepierna.
—Ay, mierda. ¡El condón! —gruñó afligido.
Ella levantó las caderas. Necesitaba tanto que la penetrara que estaba a punto de ponerse a gritar como una loca.
—Tomo la píldora para regular la menstruación. No hay problema. Estoy limpia.
—Yo también. Será mi primera vez sin condón. No duraré mucho, pero quiero que lo hagamos así. Que no haya nada entre nosotros.
Kara sentía su aliento pesado y cálido en el cuello.
—Me da igual. Córrete dentro de mí, Simon. Te deseo tanto. Te tengo tantas ganas… —le rogó ahogando un gemido antes de perder completamente el control.
Bastó con que Simon empujara las caderas para llenarla por completo. La tenía grande y hacía años que ningún hombre se la metía. Simon forzó sus paredes a expandirse, estirarse y aceptarlo. La carne de Kara, húmeda y resbaladiza, cedió y dejó entrar aquel miembro descomunal, que la llenó por completo.
—Madre mía, cariño, lo tienes tan estrecho. —Simon apenas podía hablar, parecía casi que le doliera—. Estás buenísima. Eres un gustazo. Esto es una gozada.
—Sí —jadeó totalmente plena de él.
La corpulencia de Simon la consumía, la tenía completamente dominada. Él se retiró un momento y se la volvió a meter frotándole el punto G. A medida que aumentaba el ritmo la embestía con las caderas y la elevaba cada vez más alto. Le metió una mano bajo el trasero para acercarla aún más a él y sus pieles aplaudieron la una contra la otra ante aquel encuentro agresivo y placentero.
A oscuras Kara se impregnaba de cada sensación, de cada embestida. El placer que Simon repartía por todo su cuerpo era tan intenso que se agarró a las cadenas de las esposas y clavó los dedos en el metal mientras gritaba su nombre. La martilleaba con todo su cuerpo y ella saboreaba cada arremetida, cada embestida de sus caderas. Los cuerpos de ambos estaban chorreando de sudor y se deslizaban uno sobre el otro como si se lanzaran por un tobogán de erotismo.
Cada vez que Simon se movía el vello de su pecho le raspaba los pezones y aquel roce la estaba poniendo tan cachonda que se puso a gemir y a zarandear la cabeza hacia los lados preguntándose si soportaría esa sobrecarga de sensaciones.
—Córrete para mí, Kara. Córrete. Quiero verte gozar —le susurró con una voz seductora y convincente.
La polla la llenaba por completo una y otra vez. Cada vez más rápido.
Cuando Simon introdujo una mano intrépida entre sus cuerpos para frotarle el clítoris, Kara explotó. Mientras su cuerpo entero palpitaba, vio colores brillantes y destellos en la oscuridad. Al alcanzar el éxtasis los espasmos alcanzaron su cavidad y las contracciones empezaron a ordeñar la polla de Simon.
—¡Joder, Kara! —exclamó Simon—. Estás empapada. Me pones a mil.
La besó de nuevo mientras la penetraba por última vez. Como si se propusiera poseer hasta el último centímetro de su cuerpo, se la metió hasta el fondo y lanzó un gemido ronco, atormentado.
Los dos tardaron en regresar al mundo real. Simon se retiró y se dejó caer al lado de ella. Apoyó la cabeza en su hombro y rodeó su cuerpo con un brazo posesivo. Ella lo buscó con los labios y le besó la coronilla mientras trataba de recuperar el aliento.
Tenía el corazón a cien por hora y le daba rabia no poder ver a Simon en ese momento. Seguro que tenía el pelo alborotado y que aún salían llamas de sus ojos apasionados. Sus sensaciones eran tan intensas que se sentía abrumada. Temerosa. Entusiasmada. Confundida. Estaba hecha un lío y no sabía lo que debía sentir ni cómo debía actuar. El sexo nunca había sido tan embriagador. ¿Qué había pasado?
Simon. Simon era lo que había pasado. Nunca volvería a ser la misma.
Sintió una ligera caricia sobre los labios —Simon le había dado un beso— y un movimiento en la cama. Oyó la cremallera de los vaqueros y dedujo que se estaba vistiendo. En pocos instantes estaba desatada y había recuperado la visión.
Estaba guapísimo: tenía el pelo revuelto y recorría con los ojos su cuerpo desnudo como si tuviera ganas de volver a hacerla suya. Kara se estremeció no solo por el hecho de estar desnuda, sino por la mirada atormentada que vio en sus ojos.
La cogió en brazos y, tras cruzar el pasillo, la llevó hasta su dormitorio. Apartó el edredón, la dejó en medio de la cama y, para tapar su desnudez, volvió a extender el edredón. La habitación estaba a oscuras, pero la claridad de la luna le bastaba para ver que Simon tenía el ceño fruncido.
¿Se arrepentía de lo que acababa de ocurrir? ¿Le molestaba haberse acostado con una mujer a la que apenas conocía? ¿Tanto le enfadaba que quería librarse cuanto antes de ella, devolverla a su cama y borrar de un plumazo aquella unión que lo había transformado todo?
O quizá lo que ocurría es que aquella noche solo le había cambiado la vida a ella.
Simon se agachó para darle un beso inocente en la frente y susurró con voz sensual:
—Gracias, Kara. Jamás olvidaré esta noche.
Las lágrimas le provocaron un nudo en la garganta que le impidió respirar. No podía responder ni hacer las preguntas que eran tan importantes para ella.
Simon salió del dormitorio y cerró la puerta sin apenas hacer ruido.
Se marchó. Así, sin más. Ni siquiera había mostrado el más mínimo interés en dormir con ella.
Kara dejó de reprimir el llanto y apoyó la cabeza sobre la almohada. Las lágrimas le recorrieron las mejillas mientras se preguntaba qué diablos acababa de ocurrir. Después de la relación sexual más excitante de su vida Simon la había devuelto a su cuarto sin ningún miramiento. Se sentía como si le hubiera pegado una bofetada. Un mazazo de realidad.
«Abre los ojos, Kara. Es multimillonario. ¿Pensabas que quería algo más que echarte un polvo?».
Se forzó a recordarse a sí misma que ya era mayorcita y que no se había embarcado a ciegas en esa aventura: sabía que solo se trataba de una noche.
«Entonces, ¿por qué duele tanto, joder?».
Salió de la cama sin hacer ruido, abrió un cajón de la cómoda y se puso el camisón. Le temblaba todo el cuerpo, así que volvió a meterse en la cama y se hizo un ovillo bajo el edredón. En la cama de Simon todo había sido tan cálido, tan ardiente… Pero ahora tenía frío y se sentía vacía.
Para buscar una explicación a lo que acababa de pasar Kara dejó a un lado que Simon la había rechazado de mala manera y que se sentía muy dolida. Sintiera lo que sintiera por ella, estaba claro que Simon tenía algún problema. Las esposas, la venda, el hecho de no querer que mirara mientras lo hacían… Puede que le gustaran los juegos morbosos —ella acababa de descubrir que tenían su punto—, pero pasaba algo más.
Algo más profundo.
Algo más oscuro.
¿Nunca había tenido novia? Eso ya era raro de por sí. Era obvio que la cama no se le daba nada mal. Además, estaba forradísimo y era guapo hasta decir basta. ¿Cómo es que nunca había tenido una relación larga?
Kara se tumbó de espaldas sin dejar de darle vueltas a la cabeza. Los problemas de Simon no eran asunto suyo y temía que se enfadara si metía las narices donde no la llamaban. Pero quería ayudarlo. Simon no tenía la culpa de ser incapaz de sentir algo por ella. Siempre la había tratado con amabilidad y generosidad. Quizá si lograra ayudarlo en el futuro sería capaz de enamorarse y de mantener una relación con la mujer que eligiera.
Aquella idea hizo que se le encogiera el pecho y se le revolvieran las entrañas, pero dejó a un lado sus sentimientos. Simon se merecía ser feliz. Tenía que comportarse como una buena amiga y llegar al fondo del asunto.
«Quieres ser mucho más que una amiga y lo sabes».
—Cállate —susurró enfadada a la oscuridad del cuarto, mientras se tumbaba boca abajo y se tapaba la cabeza con un almohadón, como si esas acciones bastaran para silenciar los pensamientos que la traicionaban.
Cuando por fin consiguió dormirse, cayó en un sueño inquietante y turbador en el que un morenazo de ojos oscuros, cuyo rostro expresaba una terrible angustia y desesperación, se enfrentaba a unos monstruos invisibles. Al ver aquella situación Kara trataba por todos los medios de acercarse al hombre que sufría, extendía el brazo y le rogaba que la agarrara de la mano, que le dejara ayudarlo. Él levantaba una mano muy despacio sin dejar de lanzar puñaladas a la oscuridad con la otra, tratando en vano de derrotar a las oscuras sombras que lo amenazaban. Por fin alcanzó su mano y la agarró con firmeza, y ella empleó hasta el último resquicio de fuerza que le quedaba en los brazos para tratar de acercarlo hacia ella.
Pero al final no pudo. El hombre la arrastró hacia la oscuridad y, mientras caía con él por un torbellino profundo y oscuro, Kara lanzó un alarido sobrecogedor y espeluznante.
Él se hundió y ella decidió acompañarlo, a sabiendas de que ninguno de los dos lograría escapar jamás.