Capítulo
2

Varias noches después Simon estuvo dando vueltas y cambiando de postura en su inmensa cama hasta que quedó tumbado de espaldas mirando el techo. Se sentía frustrado y tenía los ojos abiertos de par en par cuando deberían estar cerrados para compensar lo que no había dormido los días previos. Desde que Kara lo había abandonado tan solo conseguía dormir unas pocas horas al día y, ahora que había regresado, seguía sin lograr conciliar el sueño.

«Te quiero».

La confesión que le había hecho en forma de susurro resonaba en su mente cada minuto del día. ¿Lo había dicho en serio? ¿Se estaba dirigiendo a él? ¿A Simon? En Urgencias Kara había estado tan confusa y desorientada que no tenía claro ni dónde se hallaba. Simon ni siquiera sabía si recordaba haber pronunciado esas palabras, así que ¿cómo iba a estar seguro de qué quería decir con ellas? Quizá tan solo se trataba de un balbuceo inconsciente como consecuencia de la agresión. Además, tampoco sabía si quería que esas palabras se dirigieran a él.

«¡Pues claro que sí!».

Gruñó en voz baja, se puso otra almohada bajo la cabeza e intentó hacer caso omiso de su verga que, empalmada bajo las sábanas, formaba una gran tienda de campaña que palpitaba. ¿Es que no podía pensar en Kara sin que se le pusieran los huevos morados?

En realidad, sí; sabía que sí podía. Después de la agresión había estado tan asustado que se había olvidado por completo del sexo. Verla tan frágil, pálida e indefensa en la cama de un hospital lo había destrozado y le habían dolido partes del cuerpo situadas por encima de la cintura. Durante varios días la apremiante necesidad que sentía de protegerla y defenderla había sido su principal motivación.

Esbozó una tímida sonrisa al recordar lo mucho que se había ofendido Kara al enterarse de que había llamado a la universidad para explicar la situación y había logrado que aceptaran que se ausentara durante una semana para descansar. Él lo había hecho para echarle un cable, para que no tuviera que preocuparse por nada y dispusiera de tiempo para recuperarse, pero la loca de su chica había dado por hecho que volvería a la universidad en cuanto le dieran el alta en el hospital. Le había plantado cara y lo había puesto a parir por interferir en su vida. A Kara no le daba miedo decirle las cosas a la cara y a él esa actitud le resultaba de lo más provocativa. Quizá —solo quizá— a una parte de él incluso le gustara. Jamás una mujer se había negado a obedecerle, ni le había cuestionado sus actos o su modo de comportarse. Las mujeres siempre lo habían utilizado y, a cambio, le habían dejado que él usara sus cuerpos. A ninguna de ellas le había importado lo suficiente como para echarle nada en cara.

«Estoy coladito por ella. No hay vuelta atrás».

Sentía que algo se estaba revolviendo por dentro y no le parecía una sensación agradable.

«Follar. Pagar. Pasar a la siguiente».

Así es como se había relacionado con las mujeres desde que tenía uso de razón, pero Kara estaba cambiando todo eso y le estaba tentando a que se fiara de ella. ¡Y vaya si estaba tentado! Aunque le resultara muy doloroso cuando lo miraba como si fuera capaz de leerle el alma, saber que se preocupaba por él como para hacerlo le cautivaba hasta la intoxicación.

A ella le importaban un bledo sus cicatrices, su dinero y su elevada posición social.

«Y piensa que estoy tan bueno que me comería enterito».

Sam le había contado todo lo que le había dicho Kara; entre otras cosas, que Simon era el que estaba más bueno de los Hudson. Su hermano y él nunca habían competido. Todo lo contrario: siempre habían trabajado juntos; primero para sobrevivir y después para prosperar. Aunque discutieran a menudo Simon adoraba a su hermano. Con todo su ser. Vale, Sam era un capullo con las mujeres, pero no podía echarle eso en cara porque él era igual. Puede que incluso peor. Sin embargo, tenía que admitir que se había alegrado al enterarse de que Kara le había echado un jarro de agua fría a su hermano cuando tomaron un café antes de la agresión.

«Te quiero».

Le chirriaron los dientes y se tumbó de lado. Ahuecó la almohada para tratar de ponerse cómodo. Tenía que olvidarse de todo eso, reprimir sus sentimientos y dejar de desear algo más que su presencia. Debía contentarse con saber que estaba a salvo. ¿Acaso no era suficiente? Al menos ya no se subía por las paredes por no saber dónde se encontraba o si se hallaba en peligro.

Un aullido desgarrador lo hizo incorporarse sobresaltado con todos los músculos en tensión y el corazón a mil por hora.

«¡Kara!».

Se quedó varios segundos paralizado por el pánico mientras los chillidos aumentaban en volumen e intensidad.

Apoyó los pies en el suelo y echó a correr hacia su dormitorio a oscuras por el pasillo mientras el instinto de protegerla enviaba adrenalina a cada centímetro de su cuerpo. Encendió la luz sin detenerse un instante y frenó en seco a los pies de la cama.

Kara se estaba abrazando a sí misma como si tratara de protegerse de una amenaza. Las lágrimas corrían como ríos por su dulce rostro, tenía el pelo enmarañado y la cabeza gacha. Gimoteaba y respiraba con dificultad.

—¿Qué ha pasado, cariño? —preguntó sentándose a su lado.

Las sábanas estaban revueltas en una maraña, como si la tercera guerra mundial se acabara de librar en ese colchón.

—Estaba soñando —susurró como si todavía no se lo creyera del todo y tuviera que convencerse a sí misma—. He tenido una pesadilla.

Simon la cogió en brazos y la sentó en su regazo, atrayendo el cuerpo sumiso y tembloroso hacia el suyo para transmitirle calor y serenidad. La estrechó entre los brazos con el corazón acelerado y le apoyó la cabeza en su cuello.

—¿Con qué estabas soñando?

Le acarició la melena deslizando las yemas de los dedos entre los sedosos mechones de cabello mientras ella respiraba hondo para tratar de apaciguar su alterado corazón.

—Con la agresión. Parecía tan real… —murmuró estremeciéndose junto a su cuerpo.

—Ya ha pasado. Estás a salvo. Siempre lo estarás.

«Aquí. Conmigo».

La apartó de su regazo y se dispuso a levantarse, pero los brazos de ella se tensaron alrededor de su cuello para sujetarlo con todas sus fuerzas.

—¡No! ¡No te vayas todavía, por favor!

Aquel grito de vulnerabilidad se le clavó en las entrañas como un cuchillo.

«Me necesita».

Y él no dejaría de estar a su lado por culpa de las inseguridades.

—Tranquila. No me voy. No te dejo sola.

«Jamás te dejaré sola».

Kara siguió sujetándolo del cuello mientras él se reclinaba, la cogía en brazos y se ponía de pie, tratando de no prestar atención al diminuto camisón de seda rosa y encaje que apenas le cubría el trasero. Contuvo un gruñido y, al atraer su cuerpo hacia el suyo, sintió el encaje arañándole el pecho y la seda acariciándole la piel. Salió del dormitorio y recorrió el pasillo para dirigirse a su cuarto con el ser al que más apreciaba en la vida entre los brazos.

Como Kara seguía aferrada a su cuello, Simon tuvo que agacharse para dejarla en la inmensa cama. El pavor empezó a remitir y Kara relajó los brazos, de modo que Simon pudo taparla con las sábanas y el edredón. Se metió en la cama a su lado y la abrazó con todo su cuerpo, envolviéndola y protegiéndola con sus cálidos y fornidos brazos. Kara suspiró y se relajó en la calidez que le proporcionaba Simon, posando la cabeza en su hombro y saboreando la seguridad que ofrecía su recio cuerpo viril.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó con voz queda y, al hacerlo, la despeinó con el aliento.

—Sí. Siento haberte despertado. Volveré enseguida a mi cama.

Kara no quería irse de allí, quería quedarse tal y como estaba —calentita y a salvo en sus brazos—, pero respetaba que Simon necesitara su espacio para dormir.

—No irás a ninguna parte —replicó haciendo volar su melena.

—Pero así no conseguirás dormir —protestó sintiéndose egoísta por querer quedarse.

—Al revés. No conseguiré pegar ojo si no estás aquí. Estas dos últimas semanas no he dormido un carajo.

Simon la atrajo hacia él cogiéndola por la cintura y, como no dejó ni un hueco entre sus cuerpos, Kara notó un bulto en el trasero.

—Estás desnudo.

—Sí, siempre duermo en bolas. Tendrás que acostumbrarte, cariño —murmuró con sensualidad—. ¿Quieres contarme lo que has soñado?

Aunque en realidad lo que quería era olvidar esa pesadilla, se dio media vuelta entre sus brazos, desesperada por abrazar aquel cuerpo cálido y viril. Kara no era una mujer pequeña ni frágil, pero, cuando enterró la cara en su pecho sólido y musculoso, se sintió como tal.

—Estaba soñando con lo que pasó, pero en la pesadilla sí lograban meterme en el coche. Iban a violarme antes de pegarme un tiro en la cabeza. Me resistí con todas mis fuerzas, pero lograron arrancarme la ropa. Eran mucho más fuertes que yo. Lo único en lo que pensaba era en que quería morirme antes de que me violaran, pero el que logró escapar se me subió encima mientras el otro me apuntaba con una pistola en la sien. —Sacudió la cabeza tratando de no alterarse. Tan solo había sido una pesadilla. No había ocurrido de verdad—. ¡Parecía tan real! Sentía su olor corporal, veía sus ojos perversos… Me desperté justo cuando… —Fue bajando de volumen hasta que su voz se redujo a un suspiro trémulo.

Simon la meció y le acarició la espalda con una mano como si estuviera consolando a una niña pequeña.

—Chsss… Tranquila, cariño. Estás a salvo. Ya no pueden acercarse a ti.

La pesadilla la hacía estremecerse sin descanso, y lo único que le apetecía hacer en ese momento era olvidarse de todos esos agrios recuerdos, deleitarse en las sensaciones y disfrutar del increíble cuerpo que tenía el hombre que la estaba consolando. El único hombre que, con sus sensuales manos, podía hacerle olvidar todo lo que había pasado los últimos días.

—Hazme el amor. Ayúdame a olvidar —susurró con una voz seductora y temblorosa.

Lo empujó con suavidad para que se tumbara de espaldas y notó cómo su cuerpo entero se tensaba. Recorrió su pecho con las manos, deleitándose tanto en los duros y fibrosos músculos como en la piel tensa y caliente. Palpó despacio cada centímetro de su cuerpo, desde los hombros hasta el vientre, y acarició la tentadora mata de vello que conducía del ombligo a la ingle.

—¡No podemos hacerlo! —exclamó Simon frustrado agarrando con fuerza las aventureras manos de Kara—. No hay nada más agradable que sentir tus manos por todo mi cuerpo, pero acaban de darte el alta.

—Me la dieron hace días y ya no me duele nada. Me encuentro bien. Tan solo tengo un pequeño corte en la frente. La única parte del cuerpo que me duele está bastante más abajo. —La mano de Simon no opuso resistencia cuando ella separó las piernas y la colocó entre sus muslos ardientes. Puede que lo estuviera presionando demasiado, puede que le estuviera pidiendo algo que él no podía ofrecer, pero le daba igual; necesitaba que Simon la poseyera, necesitaba sentirlo dentro—. Por favor —le rogó con desesperación mientras se zafaba de su mano y bajaba el brazo para coger su miembro erecto.

—¡No, por favor! Si me tocas, me corro —explicó con la voz entrecortada mientras cogía la mano de Kara y la ponía sobre su pecho. Con la mano que tenía entre los muslos de ella apartó el elástico de su diminuta braguita y deslizó los dedos con facilidad entre sus pliegues mojados—. Estás empapada. Estás muy cachonda.

—Porque te necesito.

Gimió mientras sus anchos dedos la exploraban, frotando sensualmente su clítoris y la mullida carne que lo rodeaba. Un deseo frenético le mordía el cuerpo entero y no era capaz de pensar, solo de reaccionar a la acuciante necesidad que palpitaba en su interior, así que se quitó la braguita empapada, la abandonó entre las sábanas y se subió encima de él, sentándose a horcajadas. Le puso las manos a ambos lados de la cara y le besó.

Estaba encima de él, besándole en los labios y lista para perderse en las sensaciones de su tacto, pero un instante después… se encontró tumbada boca arriba. Simon le había dado la vuelta y había arrancado su boca de la de ella.

—No. No puedo —se lamentó con aspecto atormentado—. No puedo, joder.

Simon le sujetaba las muñecas por encima de la cabeza y la aplastaba con el torso para que no pudiera moverse. Respiraba con gran dificultad y, al tratar de introducir y expulsar aire de los pulmones, emitía sonidos guturales.

Kara sacudió la cabeza para disipar la niebla erótica que la había cegado y miró a la corpulenta figura que la sujetaba: un hombre que sufría un terrible tormento.

«Mierda. ¿Qué he hecho? ¿Le he forzado demasiado?».

La luz de la luna entraba por la ventana, pero no era suficiente para verle los ojos… aunque no le hacía falta vérselos. La voz, la respiración, el cuerpo tembloroso y la manera de sujetarla por las muñecas le decían que acababa de enviarlo de cabeza a su propia pesadilla.

—Simon, soy yo: Kara. —Trató de mover los brazos, pero no logró zafarse de sus manos—. Háblame.

—Sé quién eres, pero no puedo hacerlo, joder.

A excepción de su pecho, que se hinchaba y deshinchaba, el resto de su cuerpo permanecía inmóvil.

—Bésame.

Kara seguía atrapada bajo su cuerpo, sometida a su dominio y sin saber qué podría mitigar su pavor. No le estaba haciendo daño, pero quería devolverlo al aquí y al ahora. No sabía qué había hecho, pero lo había herido sin proponérselo y eso había desatado un ataque de pánico.

Tenía el corazón a cien por hora y la sensación de que llevaban así una eternidad cuando por fin Simon agachó la cabeza y posó la boca sobre la suya. La besó como quien acaba de recuperar la compostura y le metió la lengua en la boca como un látigo, conquistándola una y otra vez.

Su actitud salvaje y dominante despertó un instinto animal en ella, como si su cuerpo de hembra respondiera de manera instintiva a su macho. Empujó la lengua contra la suya y se rindió a su sometimiento, permitiéndole ser el amo.

—Kara —susurró su nombre tras separar la boca de sus labios y enterrar la cabeza en un costado de su cuello.

—Sí. Solo tú y yo, Simon. Solo nosotros.

—Necesito follarte. —Su atronadora voz quedó amortiguada por el contacto con el cuello.

—Hazlo. Tal y como estamos.

Lo que había detonado esa extraña reacción era que ella se hubiera puesto encima y hubiera controlado la situación, pero el deseo seguía ahí. Kara percibía una lujuria voraz que le rozaba el muslo dura como una roca.

—Lo siento, cariño. Me estaba gustando mucho, pero es que no pude…

—Déjalo. Da igual. Ahora solo quiero sentirte dentro de mí. —Separó las piernas y trató de mover los brazos—. ¿Puedes soltarme?

Fue soltándola despacio a medida que se movía entre sus muslos.

—Sí, creo que sí —respondió con un tono que revelaba gran inquietud.

Kara tuvo sentimientos indecisos mientras liberaba las muñecas de sus manos, que prácticamente la habían soltado de todo, y le rodeaba el cuello con los brazos.

—Solo quiero abrazarte. Tú tienes el control.

—Contigo siempre lo pierdo —murmuró en voz baja mostrándose reacio a resignarse.

—Hazme el amor, Simon.

Ya no le importaba rogarle. El ataque de pavor y la vulnerabilidad de Simon habían acabado de un plumazo con sus instintos de protegerse a sí misma. Tenía que ayudarlo a liberarse, a borrar ese secreto que lo tenía prisionero. Era un hombre demasiado bueno, una persona demasiado generosa como para permanecer atrapado en el pasado, incapaz de seguir adelante.

«Por no mencionar que lo amo y que lo deseo tanto que me duele».

Hacía tiempo que debería haber dejado de negar la realidad y haber aceptado que era incapaz de no involucrarse sentimentalmente con Simon. Se había comportado con cobardía y egoísmo porque le daba tanto miedo acabar destrozada que había preferido negar el brutal magnetismo que ejercía sobre ella. Y la sensación era mutua. Ella no era la única que se estaba resistiendo a esa tentación sin saber cómo enfrentarse a ella. ¡Por el amor de Dios! Simon llevaba más de un año detrás de ella, tratando de protegerla. La había sacado de la calle, literalmente, y le había puesto en bandeja todas las cosas con las que una mujer podría soñar, y no solo materiales. La consolaba cuando estaba disgustada y se quedaba a su lado cuando se encontraba enferma. La escuchaba como si todas sus preocupaciones, sus ideas y sus sueños fueran importantes para él. Era obvio que sentía algo. La pregunta era: ¿sería la misma atracción irresistible y fascinante que sentía ella? Esa química mística y misteriosa que la había seducido había crecido a una velocidad vertiginosa hasta convertirse en un amor que le arañaba las entrañas, le cortaba la respiración… y le robaba hasta el sentido común.

—Tócame, preciosa. Por favor.

Más que una petición, su voz arisca y crispada expresaba una orden desesperada motivada por el deseo y el anhelo.

Las manos de Kara se movían despacio, acariciando sus anchos y fornidos hombros, palpando cada centímetro de sus sólidos músculos y saboreando la fuerza que irradiaba su poderoso cuerpo. Recorrió la columna vertebral con las manos hasta alcanzar la nuca. Le tiró del pelo para que inclinara la cabeza y le recorrió la clavícula con besos ligeros mientras lo peinaba con los dedos. Gimió levemente antes de llevar la boca a su palpitante cuello y, al inhalar su aroma viril, una calidez erótica se propagó por todo su cuerpo. Respiró hondo para que su fragancia la consumiera mientras el sensual latido que galopaba bajo sus labios le aseguraba que él sentía la misma necesidad que ella.

Simon emitió un gruñido antes de poner en marcha su fornido cuerpo. El duro miembro encontró entre los muslos de Kara un cálido lugar en el que reposar y su suave verga se deslizó entre los mullidos pliegues de su sexo empapándose de calor. Sintió que cada una de sus terminaciones nerviosas entraba en combustión en el momento en que Kara abrió más las piernas, rogándole en silencio que la saciara, que satisficiera ese anhelo acuciante que le arañaba por dentro sin descanso.

Él se incorporó sin previo aviso y Kara gimoteó al sentirse privada del calor que desprendía. Simon buscó el dobladillo de su ínfimo camisón, se lo quitó por la cabeza y lo tiró al suelo.

—Así ya no hay nada entre nosotros —bramó antes de volver a inclinarse sobre ella.

Kara gimió al sentir de nuevo su ardiente cuerpo contra el suyo, desde el pecho hasta la ingle, y saboreó la dulce sensación de rozar piel con piel.

—Mía. Eres mía. Dilo. —Se le escapó la exigencia entre los labios como si no fuera capaz de contenerse.

Simon el Dominante había vuelto para la revancha y Kara se estremeció. Estaba claro que le encantaba controlar la situación, pero eso no tenía nada que ver con su pasado. Era, simplemente, Simon en todo su esplendor.

Metió la mano entre los cuerpos y colocó su pene audaz ante la abertura de la cavidad de ella para empezar a penetrarla con gozosa lentitud.

—Dilo —repitió con mayor exigencia y un tono más posesivo.

¡Dios mío, adoraba esa potencia, ese dominio!

—Soy tuya. Te necesito.

Para recompensarla empujó las caderas y le metió la polla hasta el fondo, llenándola por completo. El momento era tan carnal que a Kara le faltó poco para alcanzar el clímax.

—¡Joder! ¡Cómo me pones! —Se alejó ligeramente para volver a penetrarla y empujó aún más las caderas para meterle hasta el último centímetro—. No sé si sé hacer el amor. Lo único que sé es follar.

Kara se aferró a sus hombros en busca de algo de equilibrio y cordura.

—Yo tampoco sé si lo sé hacer. Supongo que tendremos que aprender juntos —respondió con el escaso aliento que le quedaba.

Le abrazó la cintura con las piernas tratando de acercarse aún más a él. Simon emitió un sonido gutural que reverberó en su garganta, mientras echaba las caderas de nuevo hacia atrás para volver a embestirla. Una y otra vez.

Agachó la cabeza para buscarla con los labios y conquistarla con la lengua y, al hacerlo, capturó con la boca el gimoteo de ella. Cada roce de su lengua, cada embestida de su polla la marcaba a fuego y la reclamaba como suya. Y Kara poco podía hacer ante eso más que rendirse.

Arrancó la boca de la de ella para tomar aire, algo que los dos necesitaban, y sus caderas continuaron embistiéndola mientras gritaba:

—¡Eres mía!

Cuando le mordisqueó el cuello, un deseo animal hizo estremecer el cuerpo de Kara, que levantó las caderas para salir al encuentro de las de él. Ella gimió mientras deslizaba los dedos por su cabello antes de clavárselos en la espalda. Le hincó sus cortas uñas cuando Simon cambió de postura sin disminuir en lo más mínimo el ritmo frenético y apasionado con el que empujaba con furia sus caderas.

Lo necesitaba con tal desesperación que estaba a punto de ponerse a gritar de frustración, pero entonces Simon comenzó a frotar con fogosidad su ingle contra la de ella, de modo que con cada profunda penetración estimulaba a la vez su necesitado clítoris. Kara sintió que se partía en dos y pronunció un grito que le desgarró la garganta, pero la boca de Simon se lo tragó a cambio de un gemido, que vibró en la boca de ella, mientras su cavidad latía alrededor de la suave verga.

Posó la boca en su hombro y empezó a jadear como un descosido:

—Notar que te corres conmigo dentro es la mejor sensación del mundo.

Se la metió hasta dentro y la conexión de sus cuerpos fue aún más profunda, como si se estuvieran fundiendo el uno en el otro. Sin dejar de estremecerse a causa de la explosión orgásmica Kara sintió que los músculos de Simon se tensaban y que su fornido cuerpo empezaba a temblar a medida que inundaba su útero con un calor abrasador.

«Te quiero».

Lo abrazó con fuerza sintiendo que no quería soltarlo jamás y se le fueron llenando los ojos de lágrimas a medida que la emoción en su interior aumentaba de intensidad y trataba por todos los medios de encontrar una vía de escape. Kara la reprimió con un grito ahogado, luchando con todas sus fuerzas contra la arrolladora necesidad de decir esas palabras en voz alta.

—¿Estás bien? —le preguntó preocupado y jadeante.

Simon se echó a un lado y ella, aunque no soportaba esa mínima distancia entre ellos, lo soltó a regañadientes para permitirle que se tumbara a su lado.

—Estoy bien.

Obviamente había pensado que la estaba aplastando. ¡Ni que fuera una delicada flor! Era más alta que muchos tíos, incluso descalza. El único hombre capaz de hacerla sentir pequeña era Simon.

Mientras suspiraba la atrajo hacia él sin hacer un gran esfuerzo y tapó con las sábanas sus cuerpos enredados. Kara se acurrucó junto a él, dejó caer la cabeza sobre su hombro y apoyó un brazo en sus marcados pectorales. Simon la acercó aún más, cogiéndola de la cintura con su fornido brazo.

—Hemos hecho el amor —refunfuñó con voz cansada.

Kara esbozó una leve sonrisa al percibir contrariedad en sus palabras y se limitó a responder un simple «sí».

Hacer el amor no tenía tanto que ver con los movimientos como con las emociones; aunque debía admitir que la parte física del acto a Simon se le daba estupendamente. No importaba cómo se tocaran o qué hicieran para alcanzar el orgasmo; lo que conmocionaba a Kara era la intensidad de la experiencia y las emociones que le generaba. En realidad el sexo de aquella noche no había diferido en absoluto del que habían tenido hasta entonces: había sido igual de explosivo, emotivo y arrollador. Cada vez que lo hacían se le ponía el mundo patas arriba. Nunca habían echado un polvo indiferente o distante. Siempre habían hecho el amor de un modo salvaje, apasionado e intenso. Al menos eso le parecía a ella.

«Ojalá confiara en mí».

Supo que estaba dormido porque respiraba profundamente y a un ritmo regular.

«Pasito a pasito».

Simon jamás dormía con una mujer ni permitía que nadie se metiera en su cama cuando se sentía vulnerable. El hecho de que estuviera durmiendo plácidamente con ella pegada a su cuerpo como una calcomanía no era un pasito, era más bien una gran zancada.

Se apartó un poco para ponerse cómoda y el corazón le dio un vuelco cuando Simon reaccionó mascullando una protesta y atrayéndola de nuevo hacia él.

Sí. Mañana tendrían que hablar de sus traumas. Kara necesitaba saber qué le había ocurrido de adolescente para que ahora reaccionara así. A ella le resultaba imposible luchar con un fantasma del pasado que ni veía ni entendía.

No quería volver a ver jamás a Simon sufriendo un ataque de pánico, perdido en un miedo desconocido. Verlo tan vulnerable le había partido el corazón y, cuando cerró los ojos agotada, sintió un implacable instinto de protegerlo.

«Me evitará y tratará de eludir el tema. No querrá hablar de ello».

Si no estaba preparado para contárselo, de acuerdo. Esperaría hasta que se fiara lo suficiente de ella como para hacerlo.

Convencida de que todo saldría bien, bostezó feliz junto al musculoso cuerpo de Simon y su respiración no tardó en acompasarse a la de él. Aquella vez durmió a pierna suelta sin tener un solo sueño en toda la noche.