Kara cerró a sus espaldas la pesada puerta de madera del despacho del gerente de un restaurante. Se apoyó en ella y suspiró al borde de la desesperación. Era la undécima entrevista que hacía en diez días y todas, incluida esta, habían sido una auténtica pérdida de tiempo. Nadie quería contratar a una universitaria que tardaría pocos meses en acabar la carrera. Ningún restaurante estaba interesado en una camarera que posiblemente dejara el trabajo en seis meses para buscar un puesto relacionado con su vocación. Kara no podía culparlos por ello, pero necesitaba un trabajo como el comer.
Volvió a salir avergonzada del despacho de otro gerente que no estaba dispuesto a contratarla ni siquiera a media jornada y, al pasar por la parte trasera del restaurante, escuchó sonidos que le resultaron extremadamente familiares: el ruido de platos al chocar, los bufidos de los cocineros y los comentarios mordaces de los camareros.
Vale, tampoco se iba a morir de hambre. Aún tenía diez mil dólares en su cuenta, el préstamo que se había quedado de Simon. Se mordió el labio inferior al sentir de nuevo el terrible dolor que la invadía cada vez que pensaba en él. Abrió la puerta principal del restaurante y se apoyó en el frío ladrillo para poner sus pensamientos en orden tras la catastrófica entrevista.
En realidad tenía más de diez mil dólares en su cuenta: nueve días antes, en su cumpleaños, Simon había contratado a varios hombres y un mensajero para que llevaran a la casa de Maddie todos los objetos que Kara había dejado en su piso. Los porteadores apenas podían cargar con todas sus posesiones —todas regalo de Simon—, y el mensajero le entregó un ramo enorme con docenas de rosas rojas y un sobre con una nota.
Kara,
Te devuelvo el cheque. Por favor, acéptalo como un regalo de cumpleaños de mi parte y no te pelees con los porteadores. Les he ordenado que dejen las cajas donde tú les digas o en la misma puerta. Como trabajan para mí, obedecerán mis instrucciones.
Lamento lo ocurrido con Sam. Vuelve a casa, por favor.
Feliz cumpleaños. Ojalá pudiéramos pasarlo juntos.
Con mucho cariño,
Simon
Al recordar la escena Kara reprimió un sollozo e inconscientemente se frotó la parte superior del muslo para sentir el papel de la nota, que siempre llevaba en el bolsillo.
«Voy a tener que hablar con él».
Kara había confiado en que con el tiempo se sentiría más estable y menos propensa a la depresión, pero le había ocurrido todo lo contrario: cada día que pasaba sin verlo le parecía una eternidad y se estaba engañando a sí misma si pensaba que con una semana o dos lograría superar el anhelo que sentía. De hecho, con cada día que pasaba se hundía más en la oscuridad.
«Tengo que hablar con él. Debe aceptar el cheque. Hay que aclarar cómo le voy a devolver el dinero que me ha prestado. Tengo que devolverle todo lo que me ha comprado».
Kara se había puesto a berrear como un bebé cuando había abierto el portátil que Simon le había regalado y había visto que le había descargado todos los juegos a los que ella había jugado en la sala de informática. Myth World —los dos juegos— encabezaba la lista.
Furiosa consigo misma por no saber contenerse, se secó con brusquedad una lágrima que le corría por la mejilla. Sabía que tenía que dejar de pensar en Simon Hudson, lo que no sabía era cómo lo iba a lograr. Se emocionaba cada vez que pensaba en todos los detalles que Simon había tenido —como dedicar su tiempo a descargar todos esos juegos—, pues demostraban lo atento que había sido con ella. Pero entonces se acordaba de la supermodelo rubia acercándose a los labios de Simon en el porche de Sam y se volvía a cabrear. ¿Cómo podía un hombre ser tan atento y tan picha brava a la vez?
—Hola, Kara.
Una voz cavernosa retumbó a su lado y, al girar la mirada, vio a Sam Hudson apoyado en la pared. Reaccionó de manera instintiva, retrocediendo varios pasos para poner distancia entre ella y un hombre que no le gustaba y en el que no confiaba.
Sam avanzó varios pasos, pero sin acercarse demasiado.
—¿Qué quieres? —preguntó Kara con brusquedad, interponiendo una mano entre ellos para evitar que se aproximara más.
Sam elevó una ceja al verla comportarse a la defensiva.
—Solo quiero hablar.
Aunque llevaba unos vaqueros y una sencilla camiseta negra, tenía el mismo aire de arrogancia que en la fiesta. Sin embrago, notó cierto remordimiento en sus palabras y sus brillantes ojos verdes parecían sinceros.
»Por favor.
Viniendo de Sam, esa petición sonó dolorosa, como si le hubiera costado pronunciarla.
—No te conozco y no tengo nada que decirte —le respondió ansiosa por alejarse de él. Lo último que le apetecía en el mundo era mantener una conversación con Sam Hudson.
—No pienso marcharme hasta que hables conmigo, así que supongo que lo mejor es que lo hagamos ya y así acabamos con esto.
Se sentía tan frustrada que le entraron ganas de pegar un pisotón en el suelo, pero se negaba a darle esa satisfacción.
—Dime lo que hayas venido a decirme y lárgate.
Sam señaló la puerta del restaurante.
—Un café no me vendría nada mal. He tenido un día muy largo.
Kara negó con la cabeza.
—Acabo de hacer una entrevista ahí. No me apetece lo más mínimo volver a entrar.
Sam señaló un restaurante al otro lado de la calle:
—Podemos ir a ese.
Kara puso los ojos en blanco y respondió:
—Ahí también he estado, otra entrevista. He pedido trabajo en todos los locales de este barrio.
Sam la cogió del brazo con delicadeza y la llevó al sitio de comida rápida que les quedaba más cerca. Ella se zafó de su brazo, pero lo siguió, pues estaba claro que no la dejaría en paz hasta que no le dijera lo que se había propuesto decirle. Tenía la mirada obstinada típica de los Hudson, la que ponía Simon cuando no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
Pidieron dos cafés en la barra y Sam eligió una mesa discreta en una esquina. Antes de sentarse frente a él Kara se detuvo para echarse leche y azúcar. Estuvo un rato toqueteando la taza de cartón antes de levantar la mirada y entonces vio que Sam la estaba observando con la intensidad de un halcón dispuesto a atacar a su presa. Se revolvió inquieta en la silla, pero decidió mantener la mirada. El rostro de Sam no insinuaba nada sexual; más bien parecía estar examinando un curioso microbio con una lupa. Si se proponía realizar una investigación exhaustiva de su personalidad, adelante; ella no había hecho nada malo, su único fallo había sido enamorarse de Simon Hudson.
Le sorprendió que quien cediera fuera Sam.
—Lo siento —murmuró desviando la mirada. Era una disculpa sincera que, obviamente, no estaba acostumbrado a pronunciar—. Me comporté como un gilipollas en el cumpleaños de Simon. Estaba tan borracho que apenas lograba mantenerme en pie, pero eso no es excusa. Un hombre tiene que responsabilizarse de sus acciones, esté borracho o no.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Te ha dicho Helen que vengas a pedirme perdón? No le he contado nada. No sé cómo se habrá enterado.
Desde aquella noche Kara solo había hablado una vez con la madre de Sam y no le había mencionado su impresentable actitud.
Sam la fulminó con una mirada oscura.
—Mi madre lo sabe todo, pero te agradezco que no lo hayas mencionado. Estabas en tu derecho. Simon no tardó en atar cabos y, cuando se lo confesé, me pegó una buena paliza. Poco después de que te fueras entré a casa y la subsiguiente pelea de taberna dio la fiesta por concluida. —Titubeó antes de tomar un sorbo de café—. Y no, no me ha enviado mi madre. Estoy aquí porque quiero. Estoy aquí porque Simon está hecho polvo y porque me comporté mal. No sabe que he venido y probablemente me daría otra paliza si supiera que me he acercado a ti.
Sam giró la cabeza para mirar por la ventana. Kara se quedó mirándolo y se percató de los moratones que aún tenía sobre el ojo izquierdo y la mejilla derecha. Para que diez días después de la pelea aún tuviera marcas en la cara —que ella no había visto antes por falta de atención— Simon debió de haberlo dejado hecho un cuadro.
—¿Por qué? ¿Por qué haría Simon algo así? En la fiesta estaba ligando con una tía, intentando añadir una más a su colección. Cuando salí al jardín lo vi besarla en la terraza. No tiene sentido.
Sam giró la cabeza para mirarla:
—No estaba ligando con nadie. ¿Cómo era la chica?
—Alta, delgada, rubia y maquilladísima, aunque seguramente sin maquillaje estaría igual de guapa. —Kara frunció el ceño—. Era preciosa.
Sam asintió con la cabeza.
—Constance. La vi entrar cuando salí de la fiesta. Quise seguirte cuando te vi salir a la terraza, pero no pude porque un cliente me entretuvo unos minutos. Si te hace sentir mejor, Simon no aceptó su oferta. Connie volvió a la fiesta hecha un basilisco y Simon ya no estaba en la terraza. —Sam bajó la mirada y empezó a trastear con la taza medio vacía—. Simon jamás se tiraría a Connie. Está casada con un hombre que podría ser su abuelo, pero el tío no es muy generoso con su dinero. Mi hermano no se acuesta con mujeres casadas. Y si estaba foll…, o sea… Si tenía una relación contigo, te aseguro que no estaría iniciando otra. Puede que Simon no se comprometa con las mujeres, pero solo está con una mujer a la vez.
Kara se atragantó y casi escupe el café. No se esperaba el comentario sobre la falta de compromiso de Simon. Sí creía que Simon no tuviera aventuras con mujeres casadas. Por alguna razón sabía que él no haría algo así. Puede que Simon no creyera en las relaciones ni en el matrimonio en lo que a él respectaba, pero no tenía pinta de ser el tipo de hombre que traspasa esos límites. Pero ¿acaso importaba? Puede que se sintiera mejor sabiendo que Simon no se había pasado las últimas noches atando, tapando los ojos y metiéndole caña a la despampanante rubia digna del póster central de una revista porno que lo había besado en la fiesta, pero, aun así, seguía sin creer en las relaciones. Sentía tal conexión con Simon que le costaba respirar. A largo plazo, cuando consiguiera pasar página, acabaría hecha polvo.
—Gracias por contármelo. Y por pedirme disculpas —dijo Kara tratando de ocultar la emoción de su voz.
Sam la miraba juntando las cejas con cara de preocupación.
—Le importas. Yo no estaba al corriente de eso; de lo contrario, no te habría hecho esa oferta.
—¿Por qué me la hiciste? Seguro que hay un montón de mujeres que te tiran los trastos a diario.
—Porque soy multimillonario —respondió indignado y asqueado consigo mismo—. Vi lo feliz que estaba Simon desde que te fuiste a vivir con él. También mi madre me había hablado mucho de ti. Supongo que pensé que, cuando rompierais, podría tener un pedacito de esa felicidad. Estaba borracho. Mi vida me parecía una mierda. Soy un gilipollas. Eres la primera mujer que le importa a mi hermano y le he traicionado. Encima, te he insultado. No te lo merecías.
Kara se apoyó en el duro respaldo de plástico sin dar crédito a lo que acababa de oír.
—A Simon no le importo en ese sentido. Pero tengo que admitir que sí que me sentí insultada. No puedes comprar a todas las mujeres que desees, Sam. Y ni siquiera creo que me desearas.
Sam exhaló un suspiro.
—Deseaba… tener algo. Supongo que estaba tan borracho y tan deprimido que estaba dispuesto a todo. En toda mi vida solo he conocido a una mujer a la que no le importara mi dinero. Y la cagué. —Su voz estaba llena de dolor, tristeza y remordimiento—. ¿Aceptas mis disculpas?
Sam esbozó otra de sus radiantes sonrisas y se le iluminó la cara; el Adonis que Kara había visto en la fiesta estaba de vuelta, pero, curiosamente, ya no le molestaba. Sam Hudson estaba consternado y la sonrisa radiante que le estaba dedicando no era más que la máscara tras la cual se ocultaba un hombre al que le interesaba mucho más la vida que el beneficio económico. Kara había encontrado una pequeña grieta en su fachada impertérrita.
—Sí, las acepto. Supongo que cuando bebemos todos hacemos y decimos cosas que normalmente no haríamos. —El comentario le recordó el día que, después de un par de copas en un restaurante, le había dicho a Simon que tenía un cuerpazo y que lo deseaba—. Lo que no entiendo es por qué te importa.
Kara se dispuso a levantarse para marcharse, pero Sam la miró con desesperación sujetándola de la muñeca.
—Kara, a Simon le importa. Lo ha pasado muy mal y puede que no sepa expresarlo, pero le importa. No juzgues a mi hermano porque yo me comportara como un gilipollas, por favor.
La estaba reteniendo, pero lo hacía con delicadeza. Ella tiró del brazo y él la soltó suplicándole con la mirada. Maldita sea. No podía dejar que Sam pensara que todo era por su culpa. No lo era. Estaba enamorada de Simon Hudson y habría terminado igual de mal aunque Sam no hubiera aparecido en escena. Lo único que había hecho era adelantar la ruptura.
—No es por ti, Sam. No es por lo que hiciste…
Kara negó con la cabeza y cogió su mochila.
—¿Por qué es? Cuéntamelo. Lo arreglaré —insistió desesperado.
Kara soltó una breve carcajada sin gracia. A fin de cuentas puede que los hermanos no fueran tan diferentes. Hablaba igual que Simon. ¿Los dos pensaban que todo se podía arreglar con dinero?
—No puedes. Pero quiero que quede claro que no ha sido culpa tuya.
«No. Es culpa mía por ser tan tonta como para enamorarme de Simon Hudson».
—No te caigo bien ni me tienes ningún respeto, ¿verdad? —preguntó con un tono resignado y abatido.
Con la mochila al hombro, lista para marcharse, giró el cuerpo hacia Sam para responderle:
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me caes bien o mal. Y te aseguro que mi respeto no se compra con dinero. —Esbozó una leve sonrisa al ver el asombro en los ojos de Sam—. Pero te tengo mucho respeto por querer tanto a tu hermano.
Se quedó mirándola mientras respondía con brusquedad:
—¿De dónde has sacado que lo quiero? Es un coñazo de tío. Me dejó la cara hecha un cromo y no he podido salir de casa en una semana.
Kara le sonrió con tristeza y puso la mano sobre la suya.
—Lo siento. Sé que Simon y tú sois íntimos y por nada del mundo querría ser la causa de que os distanciarais.
Sam se encogió de hombros.
—Hemos tenido malas rachas antes. Lo superaremos.
Kara retiró la mano.
—¿Os habláis?
Sam se rio sin fuerzas.
—Intercambiamos insultos. Es un comienzo.
—¿Sabes qué le pasó? ¿Por qué tiene esas cicatrices?
Las palabras se le escaparon de los labios sin que le diera tiempo a retenerlas. Sam se quedó con la boca abierta, asombrado.
—¿Le has visto las cicatrices? ¿Todas? ¿Por eso le estás evitando?
Kara se enfureció y le entraron ganas de darle otro bofetón.
—¡Madre de Dios! ¿De verdad piensas que todas las mujeres somos tan superficiales? —Intentó contener la irritación y prosiguió—: Tu hermano es el hombre más atractivo que he visto en la vida, con y sin cicatrices. Está tan bueno que me lo comería con patatas. Es obvio que sufrió un trauma terrible y eso me da mucha pena, pero sus cicatrices me importan un bledo.
—¿Te parece más guapo que yo?
Aunque era un arrogante por hacerle esa pregunta, parecía encantado con que Kara solo tuviera ojos para su hermano.
—Sí. No hay punto de comparación. Lo siento —respondió con brusquedad, pero en el fondo le parecía conmovedor lo encantado que parecía Sam. Se quedó ensimismada pensando en sus cosas y mordiéndose el labio—: ¿Podrías darle a Simon una cosa de mi parte?
Sam se encogió de hombros y la miró con curiosidad.
—¿El qué?
—Un cheque. Le debo dinero.
Sam soltó una risilla antes de esbozar una sonrisa traviesa:
—¿Tan bueno era?
—Me ingresó dinero en la cuenta. Quiero devolverle la mayor parte. Le daré lo que me falta cuando consiga un trabajo —respondió ignorando la indirecta.
Aunque el hermano de Simon pareciera un angelito Kara sabía que sus abundantes tirabuzones rubios ocultaban cuernos de diablo.
—¿Quieres darle dinero a Simon? Por si no te habías dado cuenta, ¡noticia de última hora!: es multimillonario. Si quería que te quedaras con ese dinero, yo no pienso aceptarlo. —Alzó las manos al aire como si se estuviera defendiendo de un golpe—. Ya me ha dado una vez para el pelo y sigue de muy mal humor. No pienso arriesgarme.
Kara se encogió de hombros y le dedicó una débil sonrisa.
—Tienes razón. No lo había pensado. No deseo que se cabree contigo. Solo quería devolvérselo.
—¿Sin tener que hacerlo en persona? —Sam acababa de dar en el clavo—. Me temo que tendrás que hacerlo tú misma.
Parecía entusiasmado con la idea.
—Será mejor que me ponga en marcha. Tengo que estudiar. —Se puso de pie. Sam se levantó y bajó la mirada para mirarle a los ojos—. ¿Vives con Maddie Reynolds? Pelirroja. Guapa. —Pronunció las dos últimas palabras como si estuviera extasiado.
—Sí —afirmó sorprendida.
Sam no parecía ni la mitad de hostil hacia Maddie que su amiga hacia él.
—¿Cómo está? —preguntó como sin darle importancia, pero Kara vio un destello de dolor en sus ojos entornados.
No sabía cómo responder, pues no quería traicionar a Maddie.
—Muy bien. Tiene una clínica privada y también trabaja en una clínica gratuita para niños.
—Lo logró. Acabó la carrera de Medicina —lo dijo en voz baja, como si estuviera hablando consigo mismo. Parecía admirar a Maddie.
—Sí. Es uno de los médicos más profesionales y simpáticos que he conocido en la vida. Y además es una amiga maravillosa.
Kara se dio cuenta de que Sam tenía intención de hacerle más preguntas que ella no quería contestar, así que pasó por delante de él para dirigirse a la puerta.
—Cuídate, Sam. Adiós.
Sin aminorar la marcha tiró el vaso de plástico en la papelera y empujó la pesada puerta de vidrio. Una vez fuera Kara se dio cuenta de que había anochecido y suspiró aliviada al sentir una brisa de aire fresco en el rostro.
Después de su conversación con Sam todo había cambiado y todo seguía igual. Se alegraba mucho de que Simon no hubiera tenido una aventura con la rubia de la fiesta, pero eso no solucionaba el problema: seguía estando pillada por un hombre que no estaba interesado en mantener relaciones a largo plazo, por lo que tenía dos opciones: sufrir ahora o acabar hecha polvo más adelante. Simon era un buen hombre y Sam le había dicho que ella le importaba. Puede que fuera cierto, pero no era suficiente.
«Vuelve a casa, por favor».
Esa frase de la carta de Simon le retumbaba en la cabeza y sentía como si un puño le apretara el corazón y le impidiera respirar. ¡Madre mía! Lo que daría por volver a casa junto a Simon. Habían iniciado… algo. Sabía que se había ganado su confianza porque le había dejado tocar su piel desnuda, ver sus cicatrices y follar sin ataduras. Ojalá tuviera el valor necesario para seguir ayudando a Simon a librarse de su pasado, pero Kara tenía un instinto de supervivencia muy desarrollado que la forzaba a alejarse de los peligros y que le repetía una y otra vez que si ayudaba a Simon, que si lo amaba, acabaría destruyéndose a ella misma.
Hizo un esfuerzo para poner en marcha su cuerpo magullado con tantas emociones y se dirigió a casa de Maddie. Estaba tan ensimismada y cabizbaja que dejó de prestar atención a su entorno. Kara, que había crecido en un barrio conflictivo de la ciudad, rara vez cometía ese error y pagó cara esa falta de concentración.
Dos hombres surgieron de la nada y la rodearon. La cogieron por los brazos y la arrastraron por la acera antes de que ella pudiera siquiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Kara forcejeó y pataleó tratando de zafarse de los bestias que la empujaban por la calle. Se quedó petrificada al percatarse de que la estaban llevando hacia un vehículo oscuro que la esperaba con la puerta abierta.
Aunque era de noche la luz de las farolas le permitió reconocer los rostros de los hombres que la habían atracado en la clínica.
«Van a matarme. Voy a morir. Tengo que defenderme».
Empezó a gritar como una descosida para llamar la atención de quien estuviera por la zona y siguió dando patadas, esta vez apuntando a las zonas más vulnerables de los dos hombretones.
—¡Cállate, zorra! —exigió una voz aterradora y amenazante poco antes de que Kara le pegara una patada en la rodilla.
En respuesta a ese golpe y sin dejar de arrastrarla ni por un instante, le propinaron un puñetazo en la cara. El guantazo fue tan fuerte que, por un momento, Kara se quedó helada e indecisa.
«Resístete, joder. Defiéndete».
Los drogadictos la cogieron en volandas para meterla en el coche, pero ella levantó las piernas y puso un pie en la puerta y el otro en la carrocería, junto a la puerta abierta.
«Que no consigan meterte en el coche. De lo contrario, estás muerta».
Los pies se le empezaron a resbalar y uno de los hombres la cogió del pelo y comenzó a golpearle la cabeza contra la chapa de metal de la puerta abierta. El sonido que producía su cráneo al chocar con el metal era ensordecedor y empezó a darle vueltas la cabeza y a nublársele la vista.
«Debería haberle dicho a Simon que estoy enamorada de él».
Kara seguía chillando, pero los despiadados esfuerzos de los hombres por dejarla inconsciente hacían que los gritos fueran cada vez más débiles.
—¡Cabrones! —gritó una voz masculina que Kara reconoció.
Un brazo fornido la agarró de la cintura y la apoyó contra un pecho musculoso para librarla de los dos matones. Aunque la cabeza le daba vueltas como si acabara de bajarse de una atracción de feria, levantó la mirada y pudo distinguir a Sam Hudson, que la dejó con delicadeza en la acera antes de echar a correr enfurecido hacia el coche. A Kara le entró un ataque de pánico al darse cuenta de que se proponía atacar él solo a los dos tipos. Por increíble que parezca los dos hombres no supieron cómo reaccionar. Sam era más grande que ellos, pero ellos eran dos.
«Tengo que ayudarlo. Tengo que levantarme».
No podía permitir que mataran a Sam después de que le hubiera salvado la vida. Kara se puso de rodillas y trató sin éxito de recuperar la visión. Como no lograba ponerse de pie, empezó a arrastrarse hacia el coche mientras Sam atacaba a uno de los hombres golpeándole con fuerza en la cara.
Sintió unas pisadas fuertes que se le aproximaban por la acera y vio cómo dos desconocidos se metían en la pelea: cogieron a Sam por el brazo y aplacaron al hombre al que estaba golpeando.
—No hagáis daño a Sam —gimoteó temiendo que le hirieran con la confusión.
—Disculpe, señor. No lo había reconocido —se excusó el hombre mientras soltaba a Sam.
Uno de los desconocidos que se había unido a la refriega tenía a un drogata tumbado en el suelo boca abajo. El otro delincuente corrió a refugiarse en el asiento del conductor mientras apuntaba con una pistola temblorosa a Sam y al otro rescatador.
—No. No.
Las lágrimas le corrían por las mejillas y el corazón se le iba a salir del pecho mientras rogaba en silencio que ni Sam ni el otro héroe inocente provocaran al yonqui.
Sam se abalanzó hacia el delincuente, pero este ya había pisado el acelerador y el vehículo arrancó a toda velocidad. La puerta se cerró mientras el coche derrapaba por la calle oscura y desaparecía de su vista en un abrir y cerrar de ojos.
Kara observó la escena aterrada y vio que tanto sus dos rescatadores como Sam estaban ilesos. El hermano de Simon corrió hacia ella soltando una retahíla de barbaridades.
—¡Kara! ¿Estás bien? ¡Joder! Estás sangrando por la cabeza. ¿Qué intentabas hacer?
Sam la tendió con delicadeza sobre la acera y trató de calmarla con susurros mientras le apartaba el pelo de la cara.
—Quería ayudarte —logró decir con la garganta seca.
—Estás como un cencerro. —Sam negaba con la cabeza, pero su voz era dulce y cariñosa. Entonces, con un tono autoritario y seco ordenó—: Llamad a una ambulancia. Ahora mismo. Está herida.
La oscuridad empezó a nublarle la visión por completo, pero Kara se resistía a perder el conocimiento:
—Dile a Simon…
No pudo continuar, pues tenía la boca tan seca que la lengua se le quedaba pegada en el paladar. Trataba sin éxito de mantener los párpados abiertos. Intentó centrarse en Sam, pero no veía más que un borrón desenfocado.
Kara suspiró cuando Sam la cogió de la mano y refunfuñó:
—Puedes decírselo tú misma. Está de camino y tiene un cabreo que no te imaginas.
«¿Simon está de camino?».
Se le paró el corazón por un instante y apretó débilmente la mano de Sam. Un zumbido apareció de la nada y fue aumentando de volumen hasta que le resultó tan ensordecedor que apenas pudo distinguir el alarido de las sirenas que se acercaban en la noche.
—Kara. ¿Sigues aquí conmigo? —Sam parecía asustado, desesperado… y lejano.
Cuando el ensordecedor zumbido alcanzó su punto álgido, un manto de oscuridad la cubrió por completo.
—Simon —susurró su nombre sin saber siquiera si alguien la oiría y, entonces, cayó en la oscuridad más absoluta y se sumió en un plácido silencio.