Capítulo
5

Kara se sobresaltó cuando Simon pulsó el botón de parada de emergencia. Se había dejado llevar por la pasión y su beso la había dejado prácticamente en coma, totalmente ajena al movimiento del ascensor. El chasquido de la mano al golpear el botón y el trompicón que había pegado el ascensor al detenerse con brusquedad la habían despertado de aquella realidad alternativa. ¡Menudo chasco!

—¿Qué llevas debajo del vestido? —bramó Simon rozándole los labios con la boca mientras exploraba con los dedos la tela que le cubría el trasero.

—Pantis —respondió mordiéndose el labio inferior.

Buscó el dobladillo de la falda, se la levantó y dio media vuelta a Kara, que estaba tan atónita que se dejó hacer.

—¡Eso no es ropa interior! Vas enseñando el culo —susurró con voz grave mientras acariciaba las suaves nalgas al aire.

Se sonrojó pensando en el diminuto tanga negro que se había puesto con el sujetador a juego. Casi toda la ropa interior que le había comprado la ayudante de Simon eran pícaros conjuntos de lencería.

—Lo has comprado tú. Varios conjuntos. Son todos de este estilo.

—No es que no me guste… —respondió arrastrando las palabras con un tono provocativo y deslizando los dedos bajo la fina tira.

—¿No habías dicho que te ibas a comportar? —le preguntó con la respiración entrecortada.

A medida que los dedos de Simon seguían deslizándose hacia abajo Kara iba perdiendo la capacidad de razonar.

—Era mentira. Te lo dije antes de notar el tanga que te habías puesto. Ahora necesito ver el conjunto completo.

—Dios mío… —gimió Kara.

Simon volvió a darle media vuelta para tenerla cara a cara y, tras desabrocharle la chaqueta con gran destreza, la tiró al suelo enmoquetado del ascensor.

—Simon, estamos en un ascensor. No podemos hacerlo aquí —repuso a medio caballo entre la mortificación y el deseo.

La cremallera cedió a sus manos aventureras y Kara sintió por la espina dorsal el suave roce de sus dedos, que bajaron la cremallera sin encontrar obstáculo alguno.

—Este ascensor es de uso exclusivo para el ático. No va a haber nadie esperando por él. —El vestido cayó hasta la cintura y Simon se quedó sin respiración—. Eres preciosa.

Ella jadeó temblorosa mientras Simon le acariciaba la mejilla e iba bajando por el cuello hasta llegar a los pechos, que parecían estar a punto de desbordarse del sujetador de encaje. Sintió calor entre los muslos y empapó la ínfima prenda que le cubría el sexo. Simon frotó con delicadeza la fina tela que le cubría los pezones mientras agachaba la cabeza para alcanzar con la boca la ardiente piel de sus senos. Kara sentía el seductor roce de su barba mientras le lamía, le mordisqueaba y le chupaba las tetas. El placer fue aumentando hasta que ella sintió que, si no la penetraba, se volvería loca.

—Huelo tu deseo y se me hace la boca agua solo con pensarlo —susurró Simon levantando la cabeza.

Sus ojos oscuros reflejaban tal avidez que parecían haberse ennegrecido. Deslizó la mano por el vientre tembloroso hasta meterla por debajo del vestido, que permanecía estancado a la altura de las caderas. Kara gimió al sentir las yemas de sus dedos bajo la empapada tela del tanga. En ese momento dejó de preocuparle el hecho de estar medio desnuda en un ascensor. Lo único que le importaba era estar con Simon.

Le empezaron a temblar las rodillas y colocó las manos sobre sus hombros para mantener el equilibrio. Estaba dispuesta a aceptar lo que fuera que le ofreciera. Cuando Simon desvió su fogosa mirada para comenzar a besar su terso vientre, Kara supo que lo que iba a ofrecerle era el cielo en bandeja de plata, y no pensaba rechazarlo.

Le arrancó las delicadas braguitas tirando con fiereza de la tela y, al notar el contacto del aire, Kara sintió un cosquilleo en el sexo desnudo. Apretó con fuerza los hombros de Simon mientras este se arrodillaba a sus pies. Al ver cómo su cabeza de pelo oscuro se sumergía bajo el vestido sintió que le flaqueaban las piernas y que el deseo hacía estremecer todo su cuerpo.

Aquellas manos se dirigieron de las rodillas a los muslos, deslizándose con facilidad sobre sus finas medias. Kara mantuvo la respiración mientras la lengua de Simon se dirigía a los muslos y exploraba la piel sensible que quedaba por encima del encaje. A continuación separó los pliegues de su sexo y lamió la dulce carne escondida entre los labios vaginales.

—¡Dios mío, Simon! —gimió echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

Deseaba tanto contemplar cómo la devoraba que no era capaz de soportar la intensidad de su anhelo.

A medida que le introducía la lengua más dentro una sensación de calor ardiente serpenteó por su vientre hasta extenderse por todo su cuerpo. La lengua la penetraba cada vez más y le entraron ganas de agarrarlo de la cabeza para presionar su boca contra su excitada piel, pero no lo hizo, pues sabía que con Simon tenía que ir poco a poco. No quería hacer nada que pudiera hacerlo parar. Clavó las uñas en el jersey que le cubría los hombros y se agarró a la prenda como si fuera un salvavidas. Su cuerpo entero se estremeció cuando la ardiente lengua de Simon alcanzó el clítoris y empezó a pegarle lametadas rápidas y audaces.

Gimió y empujó las caderas hacia delante para rogarle, sin pronunciar palabra, que siguiera. Y siguió. Sus grandes manos la cogieron del culo para echarla hacia delante y acercarla aún más a su ávida boca. El sonido de los lengüetazos en el abundante jugo le resultaba extremadamente erótico y la ponía aún más cachonda…, hasta que estalló en la boca de Simon con un largo gemido y una tremenda sacudida. Su coño se inundó para dar la bienvenida al alivio y Simon siguió lamiéndola, alargando el clímax hasta que no quedó un palmo del cuerpo de Kara que no se hubiera estremecido. Solo entonces se dio por satisfecho y se levantó para darle un beso.

Kara se moría por sentirlo cerca, así que le rodeó el cuello con los brazos y le empujó la cabeza hacia abajo para alcanzar su boca. Simon la besó con una pasión desenfrenada y, cuando Kara reconoció su propio sabor en aquellos labios masculinos, comenzó a bambolear las caderas rozando los muslos contra su durísima erección. Necesitaba que se la metiera. Estaba desesperada.

—Fóllame, Simon. Por favor —le rogó sin sentir el más mínimo recato.

Estaba convencida de que solo él podría llenar el vacío que sentía.

—Vamos a casa —gruñó apartando la boca de la suya, pero sin dejar de agarrarla del culo ni de frotarse contra ella.

—Aquí. Ahora —insistió colocándose de cara a la pared. Apoyó las manos en la pared y se inclinó por la cintura, dejando las piernas abiertas de par en par—. No moveré las manos de aquí. Hazlo, por favor. Te necesito ahora mismo.

—¡Joder!

Esa exclamación expresaba una terrible frustración, pero también un deseo desbocado, por lo que Kara no se sorprendió al oír que se bajaba la cremallera.

«Sí. Otra victoria».

—Te necesito —murmuró Simon tan bajito que prácticamente fue inaudible.

Kara se dio cuenta de que no tenía intención de que le oyera, pero lo había hecho. Aquel susurro ronco comenzó a resonarle en la cabeza y despertó en ella una reacción animal que por poco le hace perder la cabeza.

Las paredes del ascensor empezaron a empañarse y el único sonido que se oía en aquel habitáculo estrecho era el de sus respiraciones irregulares y descompasadas. Kara jadeaba a la espera de que la penetrara y llenara así los solitarios huecos de su interior.

—Por favor, Simon. Ahora.

Cuando notó el roce de la punta de su polla en la ingle, Kara sintió tal alivio entre sus piernas abiertas que casi se echa a llorar. Sus grandes manos la cogieron de las caderas con una fuerza salvaje para atraerla hacia él. Entonces, con una sola embestida, le metió la polla.

Sentir que estaba en manos de Simon era suficiente para llenarla de júbilo y hacerla jadear.

—¿Te he hecho daño? —preguntó Simon al notar que el cuerpo de Kara se tensaba—. Lo tienes tan estrecho.

—No. No. Me encanta… —reculó para frotarse contra él e instarlo a que se moviera.

—Joder, Kara. Te mereces algo mejor que un polvo en un ascensor de mierda —comentó mientras se apartaba para sujetarla mejor de las caderas y penetrarla de nuevo hasta el fondo—. Pero no puedo parar. No quiero parar jamás.

—No puedes parar. Si lo hicieras, no lo soportaría. Dame más fuerte, Simon. Dame más.

Echó la cabeza hacia atrás mientras Simon empezaba a metérsela y sacársela a un ritmo regular. Llegaba cada vez más al fondo y Kara sentía que iba a volverse loca. Simon se inclinó sobre su cuerpo para rodearla con un abrazo protector sin dejar de embestirla con las caderas. Meter, sacar. Una y otra vez. En aquella postura la lana áspera del jersey le arañaba la espalda y Kara se estremeció al sentir en la tierna carne del cuello sus mordiscos y su cálido aliento descontrolado.

Jamás había sentido un deseo tan indomable, tan salvaje. Se moría por tocarlo mientras la penetraba, pero tuvo que contentarse con agarrarse a la barra de metal del ascensor y empujar la pelvis hacia atrás cada vez que la embestía para sentir así un mayor contacto de su piel en cada empujón.

Simon retiró la mano de la cadera y la deslizó entre los muslos de ella para llegar a su parte delantera. Acarició los rizos del pubis antes de deslizarse más abajo, a pocos milímetros del trocito de carne hinchado que esperaba con anhelo justo encima de su polla sedienta.

—¡Dios mío!

Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo comenzaron a palpitar mientras los dedos de Simon trazaban círculos sobre el clítoris e invitaban a sus caderas a embestir la polla con una fuerza que Kara no sabía que tenía.

—Tócame, por favor.

—Córrete para mí —exigió la voz grave de Simon mientras continuaba trazando círculos sobre el trocito de carne que tanto disfrutaba de su tacto.

Empezó a gemir y, al echar la cabeza hacia delante, quedó cegada por una cortina de pelo que se agitaba salvajemente a causa de las embestidas violentas de Simon. Cerró los ojos sin saber si soportaría las olas de placer que le recorrían el cuerpo entero. Los dedos de Simon frotaban sin descanso el clítoris y su polla se adueñaba de su cavidad y de ella misma. Sus cuerpos se fundieron hasta tal punto que Kara dejó de saber si era él o ella quien sentía aquel deseo frenético.

El clímax la inundó como una ola expansiva y comenzó a gritar su nombre mientras su cuerpo, a pesar de encontrarse retenido, convulsionaba con violencia. Presa de su abrazo, lo único que podía hacer era montar ese orgasmo intenso y eterno que agitaba todo su ser.

—¡Joder!

Simon volvió a apoyar la mano en su cadera para sujetarla con más fuerza mientras le metía la polla más dentro y más rápido. Su garganta emitió un gemido de agonía y angustia cuando la penetró hasta el fondo del todo y el calor que provenía de su satisfacción inundó a Kara.

Si el brazo de acero de Simon no llega a cogerla por la cintura, Kara se habría caído al suelo, pues sus piernas ya no lograban sostener el peso. Simon le dio la vuelta con delicadeza y rodeó su cuerpo sin fuerzas con sus fornidos brazos. Los dos respiraban con dificultad, jadeando.

Kara le rodeó el cuello con los brazos y posó la cabeza sobre su hombro, incapaz de pensar.

Simon la tenía en volandas y le acariciaba el pelo con dulzura, esperando a recuperar el aliento.

Kara tardó varios minutos en recobrar el habla.

—Estoy hecha unos zorros. Tengo que volver al piso un momento. —Miró los retazos de su ropa interior tirados por el suelo y añadió—: Supongo que tengo que coger otras braguitas.

Simon encogió los hombros reprimiendo una carcajada.

—¿Las has perdido?

Al ver la mirada traviesa y pícara en sus ojos a Kara se le derritió el corazón.

—No. Un cavernícola me las ha arrancado.

Simon elevó una ceja:

—¡Ha debido de ser un encuentro de lo más apasionado! —bromeó, apartándole el pelo de la cara y atusándoselo con cuidado para volver a colocárselo sobre un hombro—. Te compraré más.

Kara puso los ojos en blanco.

—No necesito nada, tengo cajones llenos de lencería. Podría pasarme un mes sin poner una lavadora. Jamás había tenido tanta ropa interior.

—En cualquier caso tendré que comprarte más porque, si los conjuntos que tienes son tan provocativos como el que me he cargado hoy, no creo que te duren mucho —replicó con voz grave y un toque de advertencia en sus palabras.

Acariciaba su cuerpo a medio vestir con una cálida mirada, que se demoraba en cada milímetro de su desnudez.

Kara se estremeció al imaginarse a Simon arrancándole diversas prendas de lencería en un ataque de pasión.

—No puedes romperme toda la lencería. Es muy cara.

—Pues antes no te has quejado. Te compraré un conjunto de lencería para cada día si me juras que este será el resultado. —Su sensual voz reveló una promesa de futuro—. Es broma. Lo haría solo para verte sonreír.

Kara sintió que se le paraba el corazón y que el pecho le dolía de reprimir tantos sentimientos. ¿Cuánto tiempo aguantaría así? ¿Cuánto tiempo podría seguir ocultando las emociones tan intensas, y en ocasiones dolorosas, que despertaba Simon en ella con un simple comentario o una caricia inocente? Su mente, que hasta ahora siempre la había guiado en la vida, y su corazón entraron en conflicto. Sabía que lo máximo a lo que podía aspirar con el increíble hombre que la estaba abrazando como si fuera la persona más importante de su vida era una relación de sexo sin ataduras y una amistad. Pero, aunque era consciente de eso, lo quería. ¡Era penosa!

Kara se apartó y se colocó el vestido:

—¿Me subes la cremallera? —preguntó confiando en que la voz no la traicionara mientras se daba media vuelta.

—¿Es obligatorio? Podríamos pasar de la fiesta.

—Súbemela.

Kara se mordió el labio para reprimir una sonrisa. Lo había dicho tan esperanzado que no pudo evitar que le hiciera gracia.

Simon no contestó, sino que se limitó a deslizar un dedo perezoso por la columna vertebral de Kara antes de subirle la cremallera suspirando.

Le dio media vuelta, dejó una mano sobre su hombro y le levantó la barbilla con la otra para analizar su expresión con el ceño fruncido.

—¿Te he hecho daño? He sido un poco bestia.

Después de haberla agarrado tan fuerte Kara sabía que le habría dejado algún que otro moratón en las caderas, pero esa agresividad, ese desenfreno a la hora de poseerla, era justo lo que ella le había estado reclamando, justo lo que necesitaba. De haber sido más suave el intenso deseo que sentía por Simon no hubiera quedado satisfecho. Alzó la mano para acariciarle la barbilla:

—No has sido solo tú, Simon, yo te lo estaba suplicando. Y no, no me has hecho daño.

Le había regalado un orgasmo apoteósico, sí, pero lo que de verdad conmovía a Kara era que le preocupara si a ella le molestaban su arrojo y su frenesí.

«No puedo creer que uno de los polvos más intensos de mi vida haya sido en un ascensor».

—¡Dios mío! Espero que no me haya oído nadie —comentó mientras recogía del suelo el bolso, la chaqueta y la braguita hecha jirones, que guardó a toda prisa en el bolso.

—No creo que te haya oído nadie, aunque me sorprende que… —El teléfono del ascensor empezó a sonar interrumpiendo a Simon a mitad de frase y perforando el silencio con un ruido tan estridente que Kara se sobresaltó. Simon acabó la frase con una sonrisa de satisfacción—: No haya llamado nadie.

—Dios mío —Kara se apoyó en la pared avergonzada.

Mientras había sido presa del éxtasis, no se había parado a pensar en que habría gente preguntándose por qué se había parado el ascensor.

Simon soltó una risilla y cogió el teléfono:

—Hudson.

Su voz adquirió al instante un tono serio e irritable.

Kara no oía lo que decía su interlocutor, pero se percató de que era una voz masculina.

Mientras se subía la cremallera de los pantalones, Simon cambió de postura para apoyar la cadera contra la barra del ascensor. Escuchaba a su interlocutor con una expresión serena. ¿Cómo lo lograba? Con esa voz tan plácida e imperturbable nadie se daría cuenta de que Simon y ella acababan de follar como posesos. Ella, por el contrario, estaba convencida de que parecía como si le acabara de pasar un camión por encima.

—No. No ha habido ningún problema. Necesitaba una cosa y detuve el ascensor para buscarla.

Aunque su voz siguió transmitiendo una absoluta indiferencia Simon dedicó a Kara una mirada traviesa con los ojos entornados y media sonrisa. A ella le entraron de nuevo los calores y lo fulminó con una mirada asesina.

—Sí. Estoy encantado de haberlo encontrado. Gracias por preguntar. Buenas noches.

Simon colgó el teléfono y pulsó el botón para volver al piso.

Kara lo golpeó en el hombro.

—¿Cómo puedes soltar semejante discurso sin pestañear?

Simon se encogió de hombros y la abrazó.

—Seguro que he pestañeado: los humanos suelen hacerlo cada diez segundos. Y lo que he dicho es una verdad como un templo. —Le dio un beso en la frente antes de proseguir—: Necesitaba una cosa, la he encontrado en el ascensor y, sin duda, estoy encantado.

Kara se echó a reír. No pudo reprimirse.

—Y yo estoy orgásmica perdida.

El ascensor dio un bandazo al pararse con brusquedad.

—Lo sé. Por eso estoy encantado —comentó con voz queda—. Los sonidos que emites al correrte es lo más dulce que he oído en la vida.

Kara tragó saliva para intentar bajar el nudo que se le había hecho en la garganta. Cuando Simon le rozó el cuerpo para abrir la puerta del piso, se le volvieron a empitonar los pezones. Cada palabra que salía audaz de la boca de ese hombre estaba cargada de una honestidad brutal.

Como no sabía cómo responder a ese comentario, Kara se fue directa a su dormitorio en cuanto abrió la puerta de la casa.

—Salgo en un minuto. A ver si esta vez no mojo la braguita.

Oyó una carcajada de satisfacción a sus espaldas.

—Hacer que mojes las braguitas se está convirtiendo en mi principal objetivo en la vida.

Kara sonrió al entrar en su cuarto. Sacó un conjunto limpio de lencería de un cajón mientras se esforzaba por dejar de darle vueltas a sus confusas emociones.

Simon se la había tirado sin atarla. Por tanto, acababa de demostrarle por segunda vez que confiaba en ella. Quizá algún día…

«Pasito a pasito, Kara. No te emociones. Lo que sea que está rayando a Simon lleva haciéndolo mucho tiempo. Podrías tardar años en ganarte su confianza».

Y ella no disponía de ese tiempo a su lado. Se peinó la alborotada melena sin ningún tipo de miramiento, hasta que empezó a dolerle el cuero cabelludo e hizo una mueca de dolor.

«Haz todo lo que esté en tu mano. Disfruta de lo que tienes mientras lo tengas. Y, por el amor de Dios, no te tomes esta situación muy a pecho».

El problema no era disfrutar del tiempo que estaba junto a Simon. Veneraba cada momento que pasaba a su lado porque sentía que era capaz de llenar recovecos de su ser a los que no había llegado nadie antes.

«Soy pobre y, por tanto, pragmática. No creo en las almas gemelas, ni en el destino, ni en que haya un hombre ideal para cada mujer».

El problema era que sus padres habían sido así. Habían vivido pobres como ratas, pero muy felices. En cierto modo fue una bendición que fallecieran juntos porque Kara estaba convencida de que ninguno de los dos habría superado la muerte del otro. Habían sido uña y carne, y cualquiera de los dos se habría sentido totalmente devastado sin la compañía del otro. Después de ver durante dieciocho años la bonita pareja que hacían sus padres costaba no creer en el amor verdadero ni en las almas gemelas.

Suspiró mientras posaba el cepillo en el tocador. De acuerdo…, quizá sí que creía que el amor podía ser tan intenso, tan apasionado. Pero con Simon no. Con Simon jamás. Ese hombre le iba a romper el corazón: él no se comprometía con ninguna mujer y ella ya sentía demasiado por él.

La única forma de sobrevivir a esa relación era no darle importancia y no dejar que se involucraran los sentimientos.

Cogió la chaqueta y el bolso y se dirigió con calma hacia la cocina mientras dos palabras retumbaban incansables en sus oídos y una risa de desprecio hacía eco en su cabeza.

«Demasiado tarde. Demasiado tarde».