¿Todo bien?
Kara sonrió al leer el mensaje de Simon. Se dirigía a Helen Place en coche con James, que conducía muy serio. Llevaba varios días sin hablar con Helen y habían quedado para tomar un café. Como su amiga no soportaba alejarse del restaurante, Kara solía pasarse un rato después de clase, cuando había menos gente.
Contestó con otro mensaje: Sí, papi. Todo va bien.
Era viernes, casi había pasado una semana desde el incidente de la clínica. Simon le escribía a diario —varias veces, de hecho— para asegurarse de que todo iba bien. Aunque le vacilara diciéndole que parecía un padre superprotector, en el fondo le conmovía que se preocupara por su seguridad.
No habían tenido contacto físico desde la noche del incidente de la clínica. Bromeaban y charlaban, pero no follaban. Era como si a los dos les diera miedo que lo que había ocurrido no se pudiera repetir. O quizá temían lo que pudiera pasar. Ella sin duda lo sentía así, pues jamás había vivido una experiencia tan intensa.
Volvió a sonarle el teléfono.
Ten cuidado. Avísame cuando t marches. Ya estás allí?
Le respondió: Llegando. A sus órdenes, señor.
Cuando el coche se detuvo delante del restaurante de Helen, el móvil volvió a sonar.
Más quisiera yo, pero tú solo estás a mis órdenes en mis sueños.
Le entró la risa porque prácticamente podía oír a Simon pronunciando esas palabras de mal humor. Se metió el teléfono en el bolsillo del pantalón y, antes de abrir la puerta, sonrió al amable conductor:
—Gracias, James. Te veo en un ratito.
Él le devolvió una sonrisa de oreja a oreja.
—Disfrute del café, señorita Kara. La estaré esperando aquí mismo. Dé saludos a Helen de mi parte.
James llevaba muchos años trabajando para la familia y conocía a todo el mundo.
—Lo haré.
Salió del vehículo y saludó a James con la mano antes de abrir la puerta del restaurante.
En Helen Place había clientes a todas horas. El sitio era conocido en la zona por ofrecer comida excelente a precios razonables. Kara avanzó hasta una mesa que había en una esquina y, cuando estaba a punto de sentarse, Helen salió a toda prisa por la puerta de atrás con una amplia sonrisa y los brazos abiertos de par en par.
Kara la abrazó con fuerza y respiró hondo para inhalar el agradable aroma a vainilla que siempre parecía irradiar la mujer.
Helen se apartó para coger a Kara por los hombros.
—¿Qué tal te está tratando mi hijo? Tienes buen aspecto. Se te ve descansada.
—Espera, voy a servirnos un café.
Kara se metió a la barra para llenar dos tazas de café humeante. Al volver a la mesa cogió una jarrita de leche.
—Estoy bien. Las clases van estupendamente, pero se acerca la hora de la verdad.
Dejó una taza delante de Helen antes de sentarse enfrente de ella.
—No hace falta que sirvas el café, cielito. Ya no trabajas aquí.
Helen le dedicó una sonrisa tan parecida a la de Simon que, por un momento, a Kara se le fue el santo al cielo: se apoyó en el respaldo y analizó el rostro de su amiga en busca de otras similitudes con su hijo. No había muchas. Después de haber visto cientos de fotos de los hermanos con su madre Kara había llegado a la conclusión de que Simon debía de parecerse a su padre aunque no había visto ninguna foto de él. Helen y Sam se parecían mucho: los dos tenían el pelo rubio y ondulado, y los ojos verdes.
Su amiga tenía un estilo de vestir informal, pero elegante. Ese día llevaba una chaqueta rosa y una falda de cachemira que le llegaba por debajo de la rodilla. Sus delicadas orejas estaban adornadas con largos pendientes rosas que le golpeaban el cuello cada vez que movía la cabeza. La única muestra de ostentación eran esos llamativos pendientes. Helen era una buena mujer y tenía un corazón noble. Kara sonrió.
—Necesitaba mi chute de cafeína. —Sirvió la leche en el líquido humeante—. Y aproveché el viaje para traerte otro a ti. —Añadió azúcar y removió la mezcla con una cucharilla—. Simon me trata bien. Más que bien. De maravilla. Es un gran… amigo.
Kara casi se atraganta al pronunciar la última palabra, pero al fin y al cabo es lo que era, un amigo.
Helen suspiró:
—Parece muy feliz. Hablo con él casi todos los días y hacía tiempo que no se mostraba tan optimista. Está enamorado.
—No lo está —zanjó Kara de inmediato y casi se le va el café por el lado que no era—. No lo estamos. Es decir, somos amigos.
Dios mío, no podía permitir que Helen creyera que su relación con Simon iba para largo.
—Ya, ya. Y Simon se pasa el día hablándome de ti porque…, ¿por qué?
Helen le dedicó una mirada burlona por encima de la taza y Kara se encogió de hombros. ¿Tanto hablaba de ella? ¿En serio?
—Vivo en su casa y me está echando un cable. Es normal que hable de su compañera de piso. Nos vemos todos los días.
Helen resopló.
—Cielito, Simon también ve a Sam todos los días y te aseguro que no se pone tan pesado con él. Además, hasta ahora nunca me había hablado de ninguna mujer.
Kara trató de apaciguar a su esperanzado corazón: el hecho de que Simon la mencionara en las conversaciones con su madre no significaba nada.
—Sam y él no viven en la misma casa.
—A ti te gusta él. Y a él le gustas tú. Mucho.
Dejó caer los hombros mientras colocaba la taza en la mesa y se ponía a jugar con una servilleta. Nunca se le había dado bien ocultar cosas a Helen.
—Sí que me gusta, pero no quiero hacerme ilusiones. A Simon no le agradan los compromisos. Y lo entiendo. Más o menos. Ni siquiera ha tenido novia.
Helen estiró el brazo y puso la mano sobre los dedos de Kara, que estaban dejando la servilleta hecha trizas.
—Eso no significa ni que no pueda tenerla ni que jamás la vaya a tener. —Helen suspiró—. A Simon le ocurrió una cosa a los dieciséis años que lo cambió para siempre. Mi niñito se pasaba las horas enfrascado en libros, era muy callado y todo lo aplicado que una madre podría desear. Pero además era muy compasivo; el tipo de niño que se dedica a rescatar a perritos perdidos. Recuerdo lo mucho que le vacilaba Sam a costa de su tierno corazoncito. Prácticamente todos los días Simon aparecía en casa con algún animal extraviado o se proponía remediar alguna injusticia. —Helen, incómoda, cambió de postura—. Creo que dejó de ser así cuando tenía dieciséis años.
Kara apretó la mano de Helen.
—No ha dejado de ser así. Sigue siéndolo. Fíjate en cómo me está ayudando a mí. Aunque desconozco los detalles, sé que le ocurrió algo, pero, en cualquier caso, sigue siendo igual de dulce que de niño.
—A eso voy. No era así antes de conocerte. Eres la única persona que no es de la familia por la que se ha preocupado en un montón de años. Eso me da esperanza.
Kara se estremeció.
—No te emociones, por favor. Solo somos amigos. Eso es todo. Considérame un perrito extraviado.
Helen sonrió satisfecha, mientras retiraba la mano de la de Kara para coger la taza de café. Dedicándole una mirada de complicidad, comentó:
—Ya, bueno, pues en ese caso eres el primer perrito que ha acogido en casi dieciséis años. En mi opinión es bastante significativo.
Kara echó cuentas con el corazón acelerado. ¡La fiesta!
«Mañana Simon cumple treinta y dos años».
—Seguro que no soy la primera. Lo que pasa es que no te lo habrá contado.
Era imposible que ella fuera la primera persona a la que hubiera ayudado desde aquel misterioso incidente que lo transformó a los dieciséis años.
Helen se echó a reír y repuso enigmáticamente:
—Soy su madre. Tengo ojos en la nuca. Pregúntaselo a mis chicos. Les da mucha rabia que lo sepa todo, incluso cosas que no me han contado.
«¿Sabes que Simon solo puede tener relaciones sexuales cuando la mujer está atada y con los ojos vendados?».
Kara estaba bastante convencida de que Helen no estaba al corriente de esa información y, obviamente, tampoco se lo pensaba decir. Hay cosas que era mejor que una madre no supiera.
Empezó a dar vueltas a los años de aislamiento durante los cuales Simon había reprimido sus instintos solidarios y se le encogió el pecho al preguntarse qué le habría ocurrido, qué habría transformado a ese dulce niño en un adulto solitario e impasible.
¿De verdad estaba cambiando? Era cierto que a veces se mostraba distante y muy poco sociable, pero a Kara no le parecía un ermitaño o un pasota. Esas reacciones no eran más que… cosas de Simon.
Brusco…, sí.
Gruñón…, sí.
Mandón…, sí.
Controlador…, a veces.
Atento…, ¡ya te digo! Bajo su apariencia ruda escondía un corazón de oro.
Sexy…, sí, sí y sí.
Además era ingenioso, inteligente e irresistible en muchos aspectos.
—Ojalá algún día me confiese lo que le ocurrió —susurró Kara para sus adentros.
—Eso espero. Necesita desahogarse y pasar página —respondió Helen en voz baja.
¡Coño! ¡La madre de Simon la había oído! No solo tenía ojos en la nuca, ¡también contaba con un oído supersónico!
—¿Sabes qué ocurrió? —le preguntó Kara con curiosidad.
La pregunta pareció incomodar a su amiga, pero aun así respondió:
—A grandes rasgos. Sé que estuvo al borde de la muerte. Me faltan muchos detalles. —Helen parecía atormentada.
—Siento haberte preguntado por un recuerdo tan doloroso.
Kara se juró no volver a mencionarle el tema. No soportaba ver tan descorazonada a la mujer que se había convertido en una segunda madre para ella.
—Muchos recuerdos del pasado lejano son dolorosos y no siempre logro quitármelos de la cabeza. Mis chicos vivieron una infancia que jamás deberían haber vivido, que ningún niño debería vivir. Yo debería haber actuado más y haberles protegido mejor.
Los ojos de Helen transmitían un dolor atormentado, como si estuviera recordando el angustioso pasado que habían sufrido los tres y lo mucho que les había afectado.
—Basta. Para de inmediato. Simon y Sam están perfectamente. Puedes estar orgullosa de tus hijos, Helen. Lo hiciste lo mejor que pudiste y se nota. —Kara no soportaba ver a su amiga tan afligida—. No tienes que tener una infancia idílica para convertirte en un adulto maravilloso. Mírame a mí.
Kara sonrió de oreja a oreja para intentar contagiar a Helen, que esbozó una tímida sonrisa.
—A veces se me olvidan las penurias que has vivido, cielito. Tus padres se fueron demasiado pronto, pero te criaron como es debido.
—Y tú a tus hijos. No conozco a Sam, pero a Simon sí. Es un hombre maravilloso —le dijo con toda franqueza.
Kara decidió cambiar de tema para que su amiga recuperara la alegría y dejara de martirizarse con la idea de que tenía que haber criado a sus hijos de otro modo. Kara conocía bien a Helen y estaba convencida de que, fueran cuales fueran las circunstancias, había hecho todo lo que había estado en sus manos para educar a sus dos hijos.
—Simon me ha invitado a la fiesta que celebra Sam mañana.
Helen se echó a reír.
—La fiesta de cumpleaños que le organiza su querido hermano todos los años. Vas a ir, ¿no?
—Sí. Simon quiere que vaya. ¿Habrá mucha gente? —Kara no logró ocultar la aprensión que sentía.
¿Cómo rayos iba a relacionarse con todos esos millonarios? Le había sorprendido que Simon la invitara al evento. Para empezar ni siquiera sabía que iba a ser su cumpleaños y, para más inri, el cumpleaños de Kara era precisamente un día después.
—¿Estás nerviosa? —Helen alzó las cejas y dedicó a Kara una mirada inquisitiva.
Mierda. ¿Es que no podía ocultar nada a Helen?
—Un poco. No estoy acostumbrada a juntarme con ese tipo de gente.
Pero no era solo eso. Tampoco estaba acostumbrada a acudir a eventos sociales para divertirse o relajarse. Entre el trabajo y la universidad nunca había tenido tiempo para eso.
La risa alegre de Helen inundó el aire alrededor.
—Con los años he aprendido que en realidad los ricos no difieren mucho de la gente normal. Algunos son agradables. Otros no tanto. Ya te las apañarás. Tener dinero no les hace mejores personas que tú, cielito.
Si lo pensaba fríamente, Kara sabía que Helen estaba en lo cierto, pero aun así no lograba aplacar los nervios. Estaba ansiosa no tanto por lo ricos que eran los invitados, sino porque no quería decepcionar a Simon delante de sus amigos, socios y familiares. Sus habilidades sociales estaban oxidadas después de tantos años de abandono, en los que solo las había practicado con los clientes del restaurante y sus jovencísimos compañeros de clase.
El teléfono de Kara sonó y la devolvió a la realidad.
—Es Simon —informó a Helen sonriendo mientras leía el mensaje.
Ya os habéis cansado de hablar de mí?
¡Pero, bueno! ¡Como si Helen y ella no tuvieran temas más interesantes de los que hablar! Sus dedos revolotearon por la pantalla táctil para contestar al mensaje.
Ni siquiera te hemos nombrado, so creído.
La respuesta no se hizo esperar:
No soy ningún creído. Conozco a mi madre. Si no vuelves pronto a casa, me pongo a hacer la cena.
—¡Ay, Dios mío! Tengo que irme. —Sonrió a Helen y puso cara de terror.
—¿Por qué? —preguntó la madre de Simon perpleja.
—Simon me ha amenazado con ponerse a cocinar si no vuelvo pronto.
La risa de Helen tintineó en el aire hasta contagiar a Kara, que se echó a reír con las mismas ganas que su amiga. Helen cogió aire y comentó divertida:
—Viniendo de Simon es una amenaza de lo más inquietante. Es muy probable que acabe herido.
—Ya te digo. Si le da por preparar algo que no sea un bocadillo o comida en el micro, será un desastre —respondió Kara mientras escribía en el móvil: Enseguida voy. Por favor, no cocines—. Qué tío tan manipulador y tan maquiavélico —murmuró con cariño, levantándose de la mesa.
—Eso es que te echa de menos. ¡Qué romántico! —suspiró Helen con una mirada soñadora mientras se ponía de pie—. Pero no dejes que se salga siempre con la suya.
A Kara le hizo gracia y, aunque estaba convencida de que Simon le había escrito porque tenía hambre y no le apetecía cenar un sándwich, no quiso echar por tierra las ilusiones de su madre, así que se limitó a abrazarla y responder:
—Te veo mañana por la noche.
Al salir buscó con avidez a James y al Mercedes. Estaba deseando volver al piso con Simon. Quizá él no la estuviera echando de menos de verdad, pero ella sí que lo hacía. Su parte favorita del día era la cena, porque pasaban un rato juntos, se contaban lo que habían hecho durante el día y compartían ideas y opiniones. Hablaban de cosas importantes o de trivialidades. Daba igual.
«Dios mío, soy lamentable».
Cuando vio a James, aceleró el paso para acercarse al coche y se dio cuenta espantada de lo sola que había estado antes de conocer a Simon. Era curioso que nunca se hubiera sentido sola. Había pasado los días rodeada de gente: clientes, estudiantes, muchedumbres…, pero la soledad había estado allí —enterrada en el fondo de su ser bajo capas de agotamiento, hambre e instinto de supervivencia—, esperándola pacientemente.
Abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento del copiloto junto a James, sin dejar de darle vueltas a por qué no se había dado cuenta hasta ahora de la necesidad que tenía de estar con un hombre.
«Porque no lo necesitaba. No hasta que conocí a Simon. No quiero a cualquier hombre, lo quiero a él».
Esa era la verdad. Simon tenía algo que la atraía, que la empujaba a acercarse. Sabía que si seguía aproximándose acabaría quemándose, pero no lograba frenar esa atracción ni resistirse a la tentación. Le resultaba imposible ignorar las provocativas y seductoras vibraciones que transmitía Simon.
«¿Por qué me atrae tanto? No nos parecemos en nada».
Negó con la cabeza y, mientras sentía el suave roce del asiento de cuero, se reconoció a sí misma que diferían en gustos y en otras cosas sin importancia, pero que, en realidad, en muchos otros aspectos se parecían mucho.
Después de la traición de Chris ella se había vuelto muy recelosa…, igual que Simon. Las causas eran diferentes y, con toda probabilidad, las de Simon habían sido mucho más traumáticas, pero los dos se comportaban como niños asustados que tienen miedo de acercarse y dudan entre ser amigos o enemigos, entre confiar en el otro o desconfiar.
Valoraba enormemente que Simon le hubiera mostrado la suficiente confianza como para hacerlo con ella sin recurrir a sus habituales esposas y vendas, pero le gustaría saber la causa de esa desconfianza. ¿Por qué tapaba los ojos a las mujeres si tenía un cuerpazo que quitaba el hipo?
Se estremeció y dedicó una débil sonrisa a James, que se incorporó a la carretera para dirigirse sin prisa hacia el piso.
Suspiró temblorosa mientras rezaba por no estar firmando su sentencia de muerte al involucrarse tanto con un hombre como Simon.
«Déjate llevar. Relájate. Disfruta mientras dure».
Reprimió una risa de desprecio: ella ni se relajaba ni se dejaba llevar, y nunca jamás había sabido vivir el momento. No es fácil hacerlo cuando tienes que preocuparte por lo que vas a comer hoy o por si este mes lograrás reunir el dinero para pagar el alquiler.
«Pero ya no tienes que preocuparte por todo eso».
No…, ya no. Quizá no durara mucho, pero de momento sabía que tenía una cama en la que dormir, un techo bajo el que refugiarse y un montón de comida que echarse a la boca. Gracias a Simon, disponía de tiempo y espacio para respirar.
Le dio un vuelco el corazón al recordar la escena de Simon en el sofá la semana anterior: tan vulnerable y tan fuerte a la vez. ¿Cómo no iba a admirar la fuerza y determinación que había mostrado para enfrentarse a los misteriosos fantasmas del pasado?
«Lo hizo por mí. Porque yo se lo pedí».
Los recuerdos le dieron fuerza y cogió la mochila con determinación. Había llegado a casa. James la había traído hasta la puerta del gigantesco edificio.
—Gracias, James.
Dedicó una sonrisa avergonzada al chófer al darse cuenta de que no le había dirigido la palabra en todo el trayecto.
—No hay de qué, señorita Kara. Ya lo sabe. Que tenga una velada agradable.
—Y tú también.
Se levantó del asiento con la mochila en la mano, cerró la puerta y echó una carrera hacia la entrada.
Claro que tendría una velada agradable. No podía ser de otro modo. Un morenazo sumamente atractivo la estaba esperando. Quizá él estuviera deseando cenar, pero ella pensaba darle mucho más que comida. Había llegado el momento de recompensarle. A fin de cuentas Simon había confiado en ella, le había ofrecido refugio y la había hecho sentir especial.
Esperaba que tuviera hambre, pero no solo de comida.
Saludó al observador portero y se metió en el ascensor que llevaba al ático.
«Vive el momento. No pienses en el futuro».
Aunque aquel propósito le resultara totalmente ajeno, estaba decidida a intentarlo.