Febrero

15 de febrero.

Con el favor de Su más Graciosa Majestad:

Esta mañana desayuné con pavo frío y un pastel de ganso y me mandé servir una taza de té (bebida de la China) que nunca había probado hasta ahora.

No se ponga nervioso, Papaíto, no es que haya perdido la razón. Sólo estoy citando a Samuel Pepys, cuyo Diario leemos como ilustración a la clase de historia de Inglaterra y en nuestro estudio de las fuentes originales. Sallie, Julia y yo hablamos ahora en la lengua de 1660. Escuche esto, por favor:

«Me llegué hasta Charing Cross para ver ejecutar al mayor Harrison y luego presenciar cómo era descuartizado. El pobre estuvo tan alegre como se puede esperar en semejante circunstancia».

Y esto otro:

«Cené anoche con mi señora X…, que vestía elegante traje de luto por su hermano que murió anteayer de escarlatina».

Es un poco temprano para empezar a reírse, ¿no le parece? A un amigo de Pepys se le ocurrió un método muy ingenioso para que el rey pudiera pagar sus deudas: vender a los pobres, a bajo precio, provisiones en mal estado de conservación. ¿Qué opina usted de esto, señor Reformador? No creo que seamos en la actualidad tan malos como nos pintan los periódicos.

En cuanto a la ropa, Pepys se enloquecía por ella tanto como cualquier chica de quince años. Gastaba en su indumentaria cinco veces más que su mujer… Aquélla parece haber sido la Edad de Oro de los maridos. Vea usted esta otra entrada de su Diario (no se puede negar que, por lo menos, decía la verdad):

«Hoy me enviaron a casa mi nuevo gabán con botones dorados, que salió carísimo. ¡Ruego a Dios que me dé los medios para pagarlo!».

¿No le parece conmovedor?

Perdóneme por estar tan obsesionada con Pepys, pero es que estoy preparando un trabajo sobre él.

Hablando de otra cosa, la Asociación de Autogobierno del colegio ha abolido la reglamentación que obligaba a apagar todas las luces a las diez de la noche. Podemos tener luz encendida toda la noche, si queremos, con la única condición de no molestar a los demás ni de invitar a demasiadas amigas al cuarto. El resultado que se observa constituye un muy elocuente comentario sobre la condición humana: ahora que podemos quedarnos levantadas todo lo que deseemos, ya no lo deseamos. A las nueve empezamos a cabecear y a las nueve y media se nos cae la pluma de las manos. Ahora son las nueve y media… Buenas noches.

Domingo.

Acabo de volver de la iglesia. El predicador procedía hoy de Georgia. Nos dijo que debemos desarrollar nuestro intelecto a expensas de nuestras emociones. «Me pareció un sermón árido y estúpido» (y cito de nuevo a Pepys). Lo cierto es que siempre nos dan el mismo sermón, de cualquier parte de los Estados Unidos o del Canadá que venga el predicador y cualquiera sea la secta a que pertenezca.

Hace un día precioso y, no bien terminemos de almorzar, Sallie, Julia y yo, acompañadas de Martha Pratt y Leonor Keane (amigas mías que usted no conoce), iremos caminando hasta la granja Manantial de Cristal, donde nos haremos preparar una riquísima comida de pollo frito y barquillos con miel. Después, el señor Manantial de Cristal nos traerá de regreso al colegio en la calesa. Los reglamentos dicen que debemos estar dentro de la universidad a las siete, pero, como excepción, estiraremos la hora un poco… hasta las ocho.

Adiós, bondadoso Señor.

Tengo el honor de ser de usted su servidora más leal, respetuosa, fiel y obediente.

J. Abbott