15 de mayo.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
¿Le parece a usted cortés sentarse en el tranvía y mirar todo el tiempo hacia adelante sin fijarse en absolutamente nadie?
Una señora muy hermosa, con un precioso vestido de terciopelo, subió hoy al tranvía donde yo estaba y, sin la menor expresión en el rostro, se quedó sentada quince minutos seguidos mirando un aviso de tiradores. No me parece índice de buenos modales ignorar a todo el mundo como si fuera la única persona importante entre todos los presentes. Además, se pierde muchísimo de interesante. Mientras ella estaba absorta en ese estúpido aviso, yo estudiaba todo un tranvía lleno de interesantes seres humanos.
La ilustración que se acompaña se reproduce aquí por primera vez. Parece una araña en el extremo de una cuerda, pero no es nada de eso ni parecido: soy yo, aprendiendo a nadar en la piscina del gimnasio.
La instructora me engancha un anillo en el cinturón y por ahí pasa una soga que viene de una polea fija en el techo. Sería un método espléndido si uno tuviera confianza absoluta en la instructora. Pero yo siempre tengo miedo de que afloje la cuerda, de modo que, inquieta, me veo obligada a tener un ojo fijo en la instructora y a nadar con el otro. Así repartido el interés, no hago los progresos que podría realizar en otras circunstancias.
El tiempo está muy inestable; llovía cuando empecé esta carta y ahora brilla el sol. Sallie y yo nos vamos a jugar al tenis, eximiéndonos así de asistir al gimnasio.
Una semana después.
Debería haber terminado esta carta hace tiempo pero no lo he hecho. No le importa que no sea muy regular en mi correspondencia, ¿verdad, Papaíto? En realidad, me encanta escribirle; me da una sensación de respetabilidad indecible. Como si tuviese una familia. ¿Le gustaría saber una cosa? No es usted el único hombre a quien escribo. ¡Hay otros dos! Todo el invierno he estado recibiendo preciosas y largas cartas del niño Jervie (con sobres escritos a máquina para que Julia no reconozca la letra. ¿Ha oído usted algo más desvergonzado?). Y más o menos todas las semanas llega una epístola garabateada de Princeton, por lo general escrita en papel amarillo, de apuntes. Las contesto con puntualidad digna de una mujer de negocios. Ya ve usted, Papaíto, que no soy tan diferente de las demás chicas. ¡También yo recibo cartas!
No sé si le conté que fui elegida socia del Club Dramático Sénior. Se trata de una organización muy exclusiva, ya que somos nada más que setenta y cinco socias de las mil estudiantes que tiene el colegio. ¿Le parece bien para una socialista empedernida como yo?
¿Qué cree usted que ocupa mi atención en sociología por el momento? Estoy escribiendo una monografía sobre «El cuidado de los niños necesitados». ¿Qué le parece? El profesor echó a la suerte los temas y éste me cayó a mí. C’est drôle ¿ça n’est pas? (Es gracioso, ¿verdad?).
Oigo la campana de la comida. Echaré ésta, ¡por fin!, al pasar por el buzón.
Afectuosamente,
J.