15 de septiembre.
Querido Papaíto:
Ayer, en el almacén de ramos generales del pueblo, me pusieron en la balanza de la harina y me pesaron. ¡Aumenté cuatro kilos y medio! Permítame que le recomiende Los Sauces para una cura de salud.
Siempre suya,
Judy.
25 de septiembre.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
Míreme bien: ¡pasé a segundo año! Regresé al colegio el viernes pasado, lamentando dejar Los Sauces pero contenta de volver a la universidad. Es una linda sensación regresar a un lugar conocido. Empiezo a sentirme en el colegio como en mi casa. A decir verdad, me siento como en mi casa en el mundo, como si realmente tuviera en él mi lugar y no como si me hubiera colado de limosna.
Me imagino que no tendrá usted la menor idea de lo que quiero decirle. Una persona importante como para ser síndico no puede valorar los sentimientos de alguien tan insignificante como una expósita.
Y ahora, Papaíto, escuche esto: ¿Con quién cree usted que comparto este año mis habitaciones? Pues con Sallie McBride y Julia Rutledge Pendleton. ¡Palabra de honor! Tenemos un estudio y tres dormitorios. ¡Voilá!, (helos aquí).
La primavera pasada Sallie y yo decidimos que nos gustaría compartir nuestro cuarto y Julia decidió no separarse de Sallie. ¿Por qué? No tengo la más remota idea, puesto que no se parecen en nada. Sólo que los Pendleton son por naturaleza conservadores y enemigos de los cambios. Sea como fuere, lo cierto es que aquí estamos las tres. Piense usted en Jerusha Abbott, hasta no hace mucho del orfanato John Grier para huérfanos, compartiendo habitaciones con una Pendleton. ¡No cabe duda que vivimos en un país democrático!
Sallie es candidata a la presidencia de la clase y, según todos los indicios, será elegida. Vivimos en un ambiente de intriga imponente. Somos políticos refinados… Déjeme advertirle, Papaíto, que cuando las mujeres logremos obtener nuestros derechos, ustedes, los hombres, van a tener que cuidarse mucho para conservar los suyos.
Las elecciones son el domingo y vamos a hacer una procesión de antorchas, gane quien gane.
Estoy empezando a estudiar química, una materia curiosísima. Nunca he visto ni oído nada igual. Los materiales empleados son átomos y moléculas y hasta el mes próximo estaré en condiciones de discutirlos con usted.
También voy a estudiar lógica e historia de todo el mundo, además de las obras de William Shakespeare y francés.
Si esto sigue así, dentro de unos años seré realmente una persona muy inteligente.
Me hubiera gustado elegir economía antes que francés. Pero no me animé por miedo a que el profesor no me aprobase a menos que eligiera de nuevo su materia, pues en el examen de junio aprobé por poco. Debo decir que no fue gran cosa la base que traía de la escuela secundaria.
En la clase hay una chica que parlotea en francés tan rápido como en inglés. Cuando era chica viajó a Europa con sus padres y pasó tres años en un convento de señoritas en Francia. No se imagina lo bien que está, comparada con las demás. Los verbos irregulares son un juguete para ella. Ojalá mis padres me hubieran arrojado en un convento francés en lugar de un orfanato… ¡Oh, no! ¡Ahora me acuerdo! De ser así, nunca lo habría conocido a usted, y prefiero conocerlo a usted antes que el francés.
Adiós, Papaíto. Ahora tengo que visitar a Harriet Martin y, luego de discutir las cuestiones de química, dejaremos caer unas palabras relativas a nuestra próxima presidenta.
Políticamente suya,
Judy.