5 de marzo.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
Sopla un viento típico de marzo y el cielo está cubierto de espesos nubarrones. En los pinos, los cuervos meten un barullo imponente. Es un ruido que excita y embriaga un poco y atrae a una como si la llamaran. Dan ganas de cerrar los libros y marcharse a las colinas a correr carreras con el viento.
El sábado pasado hicimos una falsa cacería del zorro a campo traviesa, en una extensión de ocho kilómetros. El «zorro» estaba compuesto por tres chicas y el rastro era un kilo de papel picado. Ellas partieron una hora antes que los veintisiete cazadores, entre los cuales me encontraba. Ocho fueron quedando en el camino, de modo que terminamos diecinueve.
Todo anduvo muy bien mientras seguimos el rastro a través de una colina, un campo de maíz e incluso un pantano, en el cual tuvimos que hundirnos hasta los tobillos. Perdimos el rastro varias veces y nos demoramos unos veinticinco minutos en ese bendito pantano. Por último, después de otra colina y de algunos bosques, llegamos a la ventana de un granero. La puerta estaba cerrada con llave y la ventana era alta y bastante chica… No me parece que esa parte del juego fuera muy limpia, ¿y a usted? Pero no nos molestamos en trepar, sino que rodeamos el granero y volvimos a encontrar el rastro que salía del techo de un cobertizo. El zorro había creído despistarnos con eso, pero lo embromamos recorriendo luego las dos millas de praderas, donde el rastro se hizo difícil, ya que empezaba a escasear el papel picado. La regla del juego es que no debe distanciarse más de dos metros, pero éstos fueron los metros más largos que vi en mi vida. Por fin, después de trotar más de dos horas, fuimos a parar a la cocina de la granja Manantial de Cristal (la granja donde las chicas del colegio suelen ir en calesa o en trineo a comer pollo y barquillos de postre) y allí encontramos a Monsieur El Zorro atracándose de leche y bollitos con miel… Ninguno de los tres zorros creyó que llegaríamos tan lejos, pues esperaban que nos quedáramos plantadas en aquella ventana del granero.
Los dos bandos discutimos a muerte, cada uno seguro de haber ganado. Yo creo que la victoria fue nuestra, ya que los cazamos antes de que volvieran al colegio. Sea como fuere, las diecinueve nos posamos en los muebles como langostas, pidiendo a gritos de comer. No alcanzaba la miel para tantas chicas, pero la señora Manantial de Cristal (la llamamos así, aunque en realidad se llama Johnson) trajo un tarro de dulce de frutillas y otro de jarabe de arce y tres enormes panes negros.
Hasta las seis y media no estuvimos de vuelta en el colegio, con media hora de retraso para la comida. Por lo tanto, nos sentamos en seguida a la mesa sin cambiarnos y con nuestro apetito intacto. Después faltamos todas al servicio religioso de la noche, ya que el estado barroso de nuestras botas nos servía de inmejorable justificativo.
Nunca le conté nada de los exámenes, Papaíto. Aprobé todos con la mayor facilidad. Ahora conozco el secreto y ya no volverán a suspenderme nunca. Sin embargo, no podré recibirme con honores, a causa de esos odiosos latín y geometría de primer año. Pero no me importa nada… ¡Basta la salud! Como verá, estoy leyendo los «clásicos».
Y hablando de clásicos, me imagino que habrá leído usted Hamlet, ¿no? Si así no fuera, póngase inmediatamente a leerlo. ¡Es sensacional! Toda mi vida había oído hablar de Shakespeare, pero nunca me imaginé que escribiera así. Sospechaba que se dejaba estar, confiado en su fama.
Desde que empecé a leer en serio, inventé un juego. Todas las noches me duermo haciendo como que soy el personaje (el personaje principal, por supuesto) del libro que estoy leyendo.
Por el momento soy Ofelia, ¡y una Ofelia tan sensata!… Todo el tiempo mimo y regaño a Hamlet. Y lo divierto, y hago que se abrigue para que no tome frío… ¡Lo he curado completamente de su melancolía! El rey y la reina han muerto —en un oportuno naufragio—, de modo que ni siquiera hizo falta enterrarlos, y Hamlet y yo reinamos en Dinamarca sin ningún problema. El reino marcha a las mil maravillas. Él se ocupa del gobierno y yo de la beneficencia. He fundado varios orfanatos de huérfanos de primerísimo orden. Si usted o alguno de los otros síndicos desea visitarlos, encantada le haré de guía. Creo que encontrarían ustedes muchas sugerencias útiles.
Suya, muy graciosamente,
Ofelia, Reina de Dinamarca.
24 de marzo. Puede ser también el 25.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
No creo que pueda irme al cielo cuando me muera. Estoy consiguiendo tantas pero tantas cosas buenas aquí en la tierra, que no sería justo que las obtuviera de nuevo en el más allá. Escuche todo lo que me pasó:
Jerusha Abbott ganó el premio de cuento corto (veinticinco dólares) que la revista mensual acuerda todos los años. ¡Y se trata de una alumna de apenas segundo año! Las competidoras son en su mayoría chicas de los últimos años. No podía convencerme cuando vi mi nombre en el boletín. ¡Quizá llegue a ser escritora, después de todo! Ojalá la señora Lippett me hubiera puesto otro nombre menos tonto. El mío suena a literatura barata, ¿no le parece?
Además, he sido elegida para la representación teatral de primavera. Daremos Como gustéis, de Shakespeare. Y la función será al aire libre. Mi papel es el de Celia, la prima de Rosalinda, la heroína.
Por último, Julia, Sallie y yo nos vamos el viernes a Nueva York a hacer compras para la primavera. Nos quedaremos toda la noche y al día siguiente iremos al teatro con el niño Jervie, que nos invitó. Julia se va a quedar en su casa con su familia, pero Sallie y yo nos alojaremos en el hotel Marta Washington. ¿Ha oído usted nada más emocionante? En mi vida he visto un hotel. Tampoco un teatro, excepto una vez que la Iglesia dio un festival y nos invitó a los huérfanos. Pero no era teatro verdadero y no se cuenta.
¿Y qué obra cree usted que veremos? ¡Pues nada menos que Hamlet! La hemos estudiado durante cuatro semanas en la clase de literatura y lo sé de memoria.
Estoy tan excitada con estos proyectos que apenas si puedo dormir.
¡Adiós, Papaíto!
Este mundo es realmente muy divertido.
Siempre suya,
Judy.
P. D.
Acabo de mirar el almanaque. Resulta que es 28.
Otra posdata:
Hoy vi a un chofer de ómnibus que tenía un ojo marrón y otro azul. ¿No le parece que sería un magnífico villano para una novela policial?