27 de mayo.
Al señor Papaíto-Piernas-Largas.
Muy señor mío:
Acabo de recibir una carta de la señora Lippett. Espera que me porte bien, en conducta y en el estudio. Como piensa que no tendré adónde ir este verano, me permitirá volver al orfanato y trabajar por mi pensión hasta que las clases comiencen de nuevo.
ODIO EL ORFANATO JOHN GRIER.
Preferiría morirme antes que volver allí.
Sinceramente suya,
Jerusha Abbott.
Cher (Querido) Papaíto Jambes-Longues (Piernas-Largas):
¡Vous etes un (usted es un) amor!
Je suis tres heureuse (estoy muy feliz) por el asunto de la granja, parsque je n’ai jamais (porque yo jamás) dans ma vie (en mi vida) he estado en una y detestaría retourner chez (regresar) al orfanato John Grier et (y) lavar los platos tout l’eté (todo el verano). Correría el riesgo de que sucediera quelque chose affreuse (algo espantoso), parsque j’ai perdue ma humilité d’autre fois (porque he perdido mi modestia de antes) et j’ai peur (y tendría miedo) de que quelque jour (algún día) se me volaran los pájaros e hiciera añicos todas las tasas y platos dans la maison (de la casa).
Pardon brièveté et paper (perdón por la brevedad y el papel). Je ne peux pas (no puedo) enviarle des mes nouvelles (noticias mías) parseque je suis dans (porque estoy en clase de) francés et j’ai peur que Monsieur le Professeur (y tengo miedo de que el señor profesor) me vaya a llamar tout de suite (en seguida).
¡Y lo hizo!
Au revoir. (Hasta la vista).
Je vous aime beaucoup. (Lo quiero mucho).
Judy
30 de mayo.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
¿Ha visto usted alguna vez el terreno y las instalaciones de la universidad? (Se trata de una pregunta meramente retórica y no tiene por qué preocuparlo). En mayo esto es un verdadero paraíso. Los arbustos están en flor, los árboles, de un verde joven precioso, y hasta los viejos pinos parecen nuevos y frescos. El césped está salpicado de dientes de león amarillos y de chicas vestidas de celeste, blanco y rosa. Todo el mundo está jovial y despreocupado, ya que se acercan las vacaciones y, ante esa perspectiva, los exámenes no cuentan.
¿Verdad que es el estado de ánimo ideal? Y yo, Papaíto, soy la más feliz de todas estas chicas felices. Porque no estoy más en el orfanato y porque no soy ni niñera ni dactilógrafa ni tenedora de libros (ésas son las cosas que habría debido ser… de no haber sido por usted).
Me arrepiento ahora de mis anteriores picardías.
Me arrepiento de haber sido impertinente con la señora Lippett.
Me arrepiento de haber llenado la azucarera con sal (alguna que otra rara vez).
Me arrepiento de haber hecho muecas a espaldas de los síndicos.
De ahora en adelante voy a ser buena y dulce y amable con todo el mundo, precisamente porque soy tan feliz. Y este verano voy a escribir, escribir y escribir, y así comenzará mi carrera de gran escritora. ¿Le parece que me coloco demasiado arriba para empezar? No se inquiete. Es que se me está desarrollando un carácter hermoso, que decae algo cuando hiela y hace frío, pero que renace cuando sale el sol.
Creo que eso mismo le sucede a todo el mundo. No estoy de acuerdo con la teoría de que la adversidad, las penas y las frustraciones desarrollen la fuerza moral de la gente. Por el contrario, creo que son las personas felices las que rebosan bondad. No tengo fe en los misántropos. (¡Hermosa palabra! La acabo de aprender). ¿Verdad que no es usted un misántropo, Papaíto?
Empecé a describirle el parque del colegio y me desvié. ¡Pero cómo me gustaría que viniese a visitarme y me dejase guiarlo y mostrarle los edificios!
—Ahí está la biblioteca y aquélla es la usina de gas, Papaíto querido. El edificio gótico a la izquierda es el gimnasio, y el Tudor románico de al lado es la nueva enfermería.
Soy muy buena guía y he hecho ese papel toda mi vida, cuando le mostraba el orfanato a las visitas. Y hoy me he pasado todo el día haciéndolo aquí, en el colegio. De veras, Papaíto. ¡Y con un hombre!
Fue una gran experiencia. En mi vida había hablado con ningún hombre excepto los síndicos, y ellos no cuentan. Perdóneme, Papaíto, no es mi intención ofenderlo cuando insulto a los síndicos. No creo que usted sea uno de ellos, sino diferente. Fue sólo por accidente que usted viniera a formar parte del Consejo de Administración. El verdadero síndico es gordo, pomposo y benevolente. Le acaricia a uno la cabeza y lleva reloj con cadena de oro.
Esto parece un escarabajo de verano, pero quiere ser un retrato de cualquier síndico menos usted.
Pero recapitulemos:
Hoy estuve paseando y tomando el té con un hombre. Y un hombre muy superior, a saber: con el señor Jervis Pendleton, de la casa de Julia; en realidad, su tío, ¡un individuo alto como usted! Como había venido a la ciudad por negocios, se le ocurrió visitar a la sobrina. Es el hermano menor del padre de Julia, pero no la trata mucho. Parece que le echó una mirada cuando ella nació, decidió que no le gustaba y desde entonces no la tuvo en cuenta para nada.
De todos modos, allí estaba, en la sala, muy correctamente vestido de sombrero, bastón y guantes. Y Julia y Sallie con clases de séptima hora a las que no podían faltar. De modo que Julia entró como una bala en mi cuarto a rogarme que le paseara al tío por el parque y se lo devolviese intacto al terminar la séptima hora. Por complacerla acepté, aunque sin ningún entusiasmo, ya que los Pendleton no me gustan nada.
Pero resultó ser un encanto de persona, un verdadero ser humano y para nada un Pendleton. Lo pasamos a las mil maravillas. Me dejó loca de ganas de tener un tío. ¿Le molestaría hacer de cuenta que es usted mi tío? Creo que son parientes superiores a las abuelas.
Y el señor Pendleton me hacía acordar de usted como era hace veinte años, Papaíto. Como verá, lo conozco íntimamente aunque nunca lo haya visto.
Jervis es alto y más bien flaco, de piel oscura, llena de arruguitas, y tiene la sonrisa más cómica que se pueda usted imaginar, de ésas que nunca aparecen en la superficie sino que se producen en plieguecitos desde la comisura de los labios. Y desde el primer momento la hace sentir a una como si la hubiese conocido de toda la vida. Es muy sociable.
Recorrimos todo el colegio, desde el vestíbulo hasta el campo de gimnasia. Por último me dijo que se sentía muy débil y tenía que tomar el té. Me propuso que fuéramos a la hostería, que queda a la salida del parque junto al camino de pinos. Le dije que debíamos volver a buscar a Julia y a Sallie, pero me contestó que no le gustaba que sus sobrinas tomaran mucho té porque las ponía nerviosas. De modo que nos escapamos y tomamos té con magdalenas y mermelada, helado, torta, todo en una mesita preciosa en el balcón. La hostería por suerte estaba casi vacía, pues estamos a fin de mes y las mensualidades andan por el suelo.
¡Nos divertimos en grande! Pero en cuanto estuvimos de vuelta, Jervis se vio obligado a correr para alcanzar el tren y apenas si vio a la pobre Julia, que estaba furiosa conmigo por habérmelo llevado. Parece que se trata de un tío muy rico e importante. Sentí gran alivio al saber que era rico, ya que el té, con todos los aditamentos, había costado sesenta y cinco centavos por cabeza.
Esta mañana (lunes) llegaron por expreso tres cajas de bombones para Julia, Sallie y yo. ¿Qué le parece, Papaíto?
Me estoy empezando a sentir como una chica de verdad y no como una expósita.
Me gustaría que un día de éstos viniera a tomar el té, a ver si también usted me gusta. Aunque, si no llegara a gustarme, sería horrible. Pero estoy segura de que sí, que me va a gustar mucho.
¡Bueno! Mes compliments (saludos).
Jamais je ne t’oublierai. (Jamás le olvidaré).
Judy
P. D.
Al mirarme en el espejo esta mañana descubrí un hoyuelo nuevo que no había visto antes. Es muy curioso. ¿De dónde cree que habrá salido?