9 de junio.
Querido Papaíto-Piernas-Largas:
¡Feliz día! Acabo de terminar mi último examen: fisiología, y ahora… ¡tres meses en una granja!
No sé qué es una granja, pues nunca estuve en ninguna. Y ni siquiera he visto cómo son, a no ser desde la ventanilla de un coche. Pero sé que me va a gustar y estoy segura de que me va a encantar ser… ¡libre!
Todavía no me acostumbré a estar fuera del orfanato. En cuanto pienso en él, me corren viboritas de frío por la espalda y me siento como obligada a escapar a la carrera, mirando por sobre mi hombro para asegurarme de que la señora Lippett no me persigue, estirando el brazo para volverme a agarrar.
Este verano no tengo por qué hacerle caso a nadie, ¿verdad?
La autoridad nominal que tiene usted no me molesta en lo más mínimo. Está demasiado lejos para hacerme daño. En cuanto a la señora Lippett, es como si hubiera muerto para mí, mientras que los Semple, encargados de la granja, no tienen por qué ocuparse de mi bienestar moral, ¿no es así? No, estoy segura de que no. Ya soy adulta… ¡Hurra!
Lo dejo ahora, para hacer mi baúl y encajonar mis libros, almohadones, teteras y tazas… ¡La mar en coche!
Siempre suya,
Judy.
P. D.
Aquí le mando mi examen de fisiología. ¿Le parece que habré aprobado?
Granja Los Sauces.
Sábado por la noche.
Queridísimo Papaíto-Piernas-Largas:
Acabo de llegar y todavía ni siquiera abrí mi baúl, pero no pude esperar para decirle cuanto me gustan las granjas. ¡Éste es un lugar celestial, celestial, celestial…! La casa es cuadrada como ésta:
¡Y vieja como de cien años! Al costado tiene un corredor que no sé dibujar y un porche precioso en el frente. El dibujo realmente no le hace justicia. Esas cosas que parecen plumeros son arces y los espinos que bordean el camino son murmurantes pinos y abetos. La casa está en la punta de una colina y desde allí se divisan kilómetros de verdes praderas y toda una hilera de lomas.
Ése es el aspecto que presenta Connecticut, formando una serie de ondas, y la granja Los Sauces está precisamente en la cresta de una.
Antes había graneros enfrente, cruzando el camino, pero como obstruían el paisaje, un bondadoso rayo bajó del cielo y los quemó por completo.
Los encargados son el señor y la señora Semple y hay además una sirvienta y dos peones. Los peones comen en la cocina y Judy con los Semple, en el comedor. Hoy hubo jamón y huevos, bollitos con miel, pastel, dulces y queso, todo rociado con té y mucha conversación. Nunca en mi vida había resultado yo tan divertida: todo lo que digo parece ser gracioso. Supongo que es porque jamás he estado en el campo y mis preguntas tienen por respaldo una total y absoluta ignorancia.
El cuarto marcado con una cruz no es donde se cometió el asesinato, sino el que ocupo yo. Es grande, cuadrado y está casi vacío, con muebles antiquísimos y ventanas de postigos verdes que hay que sostener con palos para que se mantengan abiertos. También hay una gran mesa de caoba, donde pienso pasar el verano escribiendo una importante novela.
¡Ay, Papaíto! Estoy excitadísima y no veo la hora de que sea mañana para salir a explorar. Son apenas las ocho y media de la noche y voy a apagar mi vela y tratar de dormir. Nos levantamos a las cinco. ¿Ha oído nunca algo más divertido? No puedo creer que sea realmente Judy quien está viviendo estas experiencias. Usted y el buen Dios me dan más de lo que merezco. Tengo que ser muy, pero muy buena, para compensar todo esto.
Pero lo seré. Ya verá que sí.
Buenas noches,
Judy.
P. D.
Tendría que oír cómo cantan las ranas y cómo chillan los lechoncitos… ¡Y tendría que ver la luna nueva que acabo de mirar por encima de mi hombro!