Fecha desconocida

Hacia el final de las vacaciones de Navidad.

Fecha exacta desconocida.

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

¿Está nevando allí donde está usted? Todo hasta donde puedo divisar desde mi torre se halla envuelto en un manto blanco y los copos siguen cayendo grandes como granos de maíz soplado. Es la hora del atardecer y el sol se pone (de un amarillo frío) tras unas colinas de color violeta más frías todavía, y yo, trepada en mi asiento junto a la ventana, aprovecho la última luz del día para escribirle.

¡Qué sorpresa me dieron sus cinco monedas de oro! No estoy habituada a recibir regalos de Navidad y usted ya me ha regalado tantas cosas (todo lo que tengo, en realidad), que no creo merecer ninguna extra. Pero igual me gustan. ¿Quiere saber qué me compré con el dinero?

1. Un reloj de plata para llegar a tiempo a las clases.

2. Los poemas de Matthew Arnold.

3. Una bolsa de agua caliente.

4. Una manta (hace frío en mi torre).

5. Quinientas hojas de papel amarillo para manuscritos (muy pronto empezaré a ser escritora).

6. Un diccionario de sinónimos (para aumentar el vocabulario de la escritora).

7. (No me gusta mucho confesar esta última adquisición, pero lo haré). Un par de medias de seda.

Ahora, Papaíto, ¡no podrá decir que no le cuento todo!

Por si le interesa, fue un motivo muy ruin el que me impulsó a comprar las medias de seda. Julia Pendleton viene a mi cuarto a estudiar geometría y se cruza de piernas todas las noches en el diván, luciendo sus medias de seda. ¡Pero ya va a ver! En cuanto regrese de las vacaciones, seré yo la que se siente en su diván con mis medias de seda. Ya ve usted, Papaíto, la criatura miserable que soy. Pero por lo menos soy sincera y ya sabía usted, por mi expediente del orfanato, que no era perfecta, ¿verdad?

Recapitulando (así empieza la profesora de inglés una de cada dos frases), le estoy muy agradecida por mis siete regalos. Me gusta hacerme la ilusión de que vinieron en un cajón enviado por mi familia desde California. El reloj es el regalo de papá, la manta de mamá, la bolsa de agua de mi abuela, que siempre se preocupa de que no me enfríe con este clima, y el papel amarillo de mi hermanito Harry. Mi hermana Isabel me mandó las medias y mi tía Susana, los poemas de Matthew Arnold. Tío Harry (a mi hermano le pusieron Harry por él), me envió el diccionario. Él quería mandarme bombones, pero yo insistí en los sinónimos.

Espero que no tenga usted inconveniente en hacer el complicado papel de una familia completa.

Y ahora, ¿quiere saber cómo paso mis vacaciones o sólo se interesa usted en mi educación como tal? Espero que valore el delicado matiz de «como tal». Es la última adquisición de mi vocabulario.

La chica de Texas se llama Leonora Fenton (casi tan ridículo como Jerusha, ¿no?). Ella me gusta mucho, pero no tanto como Sallie McBride. Creo que nadie nunca me va a gustar tanto como Sallie, con excepción de usted. Usted deberá gustarme siempre por encima de todos los demás, puesto que representa a toda mi familia en su sola persona. Leonora, yo y dos sophomores (son las alumnas que pasaron a segundo año) hemos atravesado a pie toda la región durante los días buenos y exploramos la vecindad vestidas con polleras cortas y chaquetas y gorros de punto. Siempre llevábamos bastones para abrirnos camino y un día anduvimos ocho kilómetros hasta la ciudad y paramos en un restaurante donde las chicas del colegio suelen ir a comer. Langosta a la parrilla (35 centavos) y de postre panqueques con almíbar (15 centavos). Alimenticio y barato.

¡Fue tan divertido! Sobre todo para mí, puesto que era todo tan distinto del orfanato. Cada vez que salgo de la universidad me siento como un prisionero en fuga. Sin darme cuenta, casi se me escapa la verdad de la experiencia que estaba viviendo. Pero me detuve a tiempo. Me resulta muy difícil no contar todo lo que pienso. Soy por naturaleza muy poco reservada y me gusta hacer confidencias. Si no lo tuviera a usted para contarle mis cosas, creo que estallaría.

El viernes por la noche la directora de Fergussen ofreció una fiesta culinaria (hicimos caramelos de miel) para todas las chicas de los otros pabellones. Éramos veintidós entre todas. Las freshmen (primer año), las sophomores (segundo año), las juniors (tercer año) y las seniors (cuarto año), todas unidas en amistoso acuerdo. La cocina es descomunal, con enormes cacerolas de cobre colgadas de las paredes en hileras. En Fergussen viven cuatrocientas chicas. El chef, de gorro y delantal blancos, sacó otros veintidós gorros y delantales —no se me ocurre dónde pudo haber guardado tantos— y todas nos disfrazamos de cocineras. Nos divertimos mucho, aunque he comido caramelos mejores que los que hicimos. Cuando terminamos y todo estuvo bien pegajoso, desde nuestras personitas hasta los picaportes, organizamos una procesión y, siempre de gorro y delantal y llevando cada una un gran tenedor, cuchara o sartén, marchamos por los corredores desiertos hasta la sala de profesores, donde una media docena de instructores pasaban una tranquila velada. Les dimos una serenata con canciones del colegio y les ofrecimos golosinas. Ellos aceptaron cortésmente, aunque no muy convencidos, y allí los dejamos chupando miel, sin darles tiempo a decir una palabra.

Como ve, Papaíto, mi educación progresa.

4.Procesion

¿No cree usted que debería ser pintora más bien que escritora? Las vacaciones terminan de aquí a dos días y me alegraré mucho de ver nuevamente a las chicas. Mi torre está un poco solitaria; cuando nueve personas ocupan una casa construida para cuatrocientas, las nueve se encuentran por fuerza algo perdidas. ¡Cinco páginas! ¡Y yo que quería escribirle sólo una pequeña nota de agradecimiento! Parece que, cuando empiezo, mi pluma no se detiene fácilmente. Adiós, Papaíto, y mil gracias por pensar en mí. Sería totalmente feliz si no fuera por una nube amenazadora en el horizonte: los exámenes son en febrero.

Suya, con amor,

Judy.

P. D.

¿Quizá no es apropiado enviarle amor? Si no lo es, por favor discúlpeme. Pero debo amar a alguien y sólo puedo elegir entre usted y la señora Lippett, así que tendrá que aguantarse Papaíto querido, porque a ella no puedo quererla.

La víspera (de los exámenes).

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

¡Qué manera de estudiar en este colegio! Nos hemos olvidado por completo de que tuvimos vacaciones. Cincuenta y siete son los verbos irregulares que me he metido en la cabeza en los últimos cuatro días. Sólo espero que allí se queden hasta después de los exámenes. Algunas chicas venden sus libros cuando han terminado con ellos, pero yo pienso conservar los míos. Así, cuando me reciba, tendré toda mi educación en un estante de la biblioteca y, cuando necesite recordar cualquier detalle, podré buscarlo sin la menor vacilación. Resultará mucho más simple y preciso que tratar de guardar todo en la memoria. Esta tarde Julia Pendleton vino a hacerme una visita de cortesía y se quedó una hora enterita. Empezó con el tema de la familia y no pude sacarla de allí. Quería saber el nombre de soltera de mi madre. ¿Ha oído usted alguna vez algo más impertinente para preguntar a una expósita? No tuve valor para decirle que no lo sabía, de modo que eché mano del primer nombre que se me ocurrió y dije «Montgomery». Entonces quiso saber si era de los Montgomery de Massachusetts o de los de Virginia. La madre de ella era una Rutherford. La familia procedía del Arca de Noé y por casamiento se relacionó con Enrique VIII. Por el lado paterno se remontan a más allá de Adán, y en las ramas más viejas de la familia figura una raza superior de monos de pelo sedoso y larguísimas colas. Pensaba escribirle una carta simpática y entretenida esta noche, pero tengo demasiado sueño… y terror. Es triste el destino de la novata.

Suya, a punto de ser examinada,

Judy Abbott.

Domingo.

Queridísimo Papaíto-Piernas-Largas:

Tengo una noticia horripilante que darle, pero no voy a empezar por ahí sino que primero trataré de ponerlo de buen humor.

Jerusha Abbott ya empezó a ser escritora. En la revista mensual correspondiente a febrero aparecerá en la primera página un poema titulado Desde mi torre. Figurar en la primera plana constituye un gran honor para una alumna de primer año. Ayer a la tarde, a la salida de la capilla, me paró la profesora de inglés y me dijo que el poema en cuestión era una obra encantadora si se exceptúa el sexto verso, que tiene demasiadas sílabas. Le enviaré a usted un ejemplar de la revista por si le interesa leerlo.

A ver si se me ocurre alguna otra cosa agradable para contarle… ¡Ah sí! Estoy aprendiendo a patinar y ya me deslizo aceptablemente sola. También aprendí a deslizarme por una soga desde el techo del gimnasio y a saltar con garrocha una valla de un metro de alto. Espero, muy en breve, saltar una de un metro veinte.

Esta mañana escuchamos un sermón muy inspirado de un obispo procedente de Alabama. La idea principal era el texto bíblico «No juzguéis si no deseáis ser juzgados». Y trataba, por supuesto, de la necesidad de disimular los errores de los demás y no desanimar a nadie con juicios demasiado severos… ¡Ojalá hubiera podido usted oír ese sermón!

Tenemos la más deliciosa y soleada tarde de invierno que pueda imaginarse, con agujas de hielo colgando de los abetos y todo el mundo visible agobiado por el peso de la nieve… Con excepción de mi persona, agobiada por el peso del dolor.

Y ahora… ¡la noticia!… ¡Valor, Judy!… ¡No hay más remedio que darla!…

He suspendido matemáticas y latín. Me estoy preparando con una profesora y haré otro examen el mes que viene. Sentiría mucho haberlo defraudado, pero, a no ser por eso, este contratiempo no me importaría un ápice, ya que he aprendido muchas otras cosas que no figuran en el programa. Leí diecisiete novelas y kilos de poesías. Se trata de novelas realmente necesarias, como Orgullo y prejuicio y Richard Feverel y Alicia en el país de las maravillas… Sin contar los Ensayos de Emerson y la Vida de Scott de Lockhart, el primer tomo del Imperio romano de Gibbon y la mitad de la Vida de Benvenuto Cellini… ¡Qué tipo tan divertido! Solía dar un paseíto por las mañanas y matar a alguien antes del desayuno.

Como ve, Papaíto, aprendí mucho más que si me hubiera limitado al latín. ¿Me perdonará usted por esta vez si le prometo no volver a fallarle nunca más?

Suya, arrepentidísima,

Judy.

5.Noticias

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Ésta es una carta extra, a mitad de mes, sólo porque esta noche me siento muy sola. Hay mucha tormenta y la nieve golpea contra las paredes de mi torre. En la universidad todas las luces están apagadas, pero yo tomé café negro y no puedo conciliar el sueño. Es que hoy di una comida para Sallie McBride, Julia y Leonora Fenton. Comimos sardinas, bollitos tostados, ensalada, caramelos de chocolate y café. Julia dijo que se había divertido, pero Sallie se quedó conmigo y me ayudó a lavar los platos.

Sería muy útil —y conveniente— que esta noche dedicara algún tiempo al latín, pero no cabe ninguna duda de que soy una mala estudiante de latín.

Acabamos de terminar De senectute de Tito Livio y estamos ahora abocadas a De amicitia. Mucho me temo que yo no sentiré nunca mucha «amicitia» por estos señores romanos.

¿Le molestaría mucho representar por un tiempo el papel de mi abuela? Sallie tiene una, Julia y Leonora dos cada una, y esta noche se entretuvieron comparándolas. Yo, muda… En este momento no hay cosa alguna que yo prefiera a poseer una abuelita. ¡Me parece un pariente tan respetable! De modo que, si no tiene usted inconveniente, ayer, en la ciudad, le compré a mi abuelita una preciosa cofia de encaje de Cluny adornada con cintas lila, para regalarle cuando cumpla ochenta y tres años…

¡Doce campanadas! Es la campana de la capilla dando las doce de la noche. Creo que, después de todo, tengo sueño.

¡Buenas noches, abuelita!

Te quiero mucho.

Judy