NOTA DEL AUTOR

Esta noche el viento se aparece con aire de huracán justiciero, rompe cadenas y deja al descubierto las miserias de los amos.

CLARA DE LUNA

La tumba de los privilegios

Cada vez que le leo le siento mi amigo. Por eso sería imperdonable no darle las gracias. Se llama Eduardo Galeano y es poeta, rompemundos y encendedor de conciencias. Hay mucho de él en esta novela, tanto que sin su amistad no hubiese sido posible escribirla. Tampoco puedo olvidarme de Nicole ni de Mario, che, vos oíste, que siguen siendo mis editores y que cada vez que llego a Madrid me hacen sentir como en casa.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que falsos amigos me dieron la espalda, no los voy a citar pues sus nombres y apellidos me saben a mierda descompuesta. A la misma mierda con la que están amasados los dueños de la realidad y de las fronteras, todos aquellos que me señalaron con su dedo pulgoso y choricero. Tuve la osadía de no entrar en su juego siniestro, cometer el pecado de ser libre y enfrentarme a su doble moral y a su doble contabilidad. Craso error en el que sigo todavía. Sin embargo, en todo ese tiempo no me fallaron los verdaderos amigos y a ellos los debo citar con la boca grande. Ellos son Julián González, Antonio Mosquera y Toni Iturbe. Este último es culpable de que hoy vuelva a publicar. Tampoco he de olvidar a Antonio Baños y a Paco Marín, que me dieron el pistoletazo de salida y me estimularon para que me desmarcase de todos los bienpensantes y biencomidos que consiguieron sus brillos a partir de mis desventuras. Porca miseria. María José Larrañaga, Milady, se puso a mi favor y Leandro Pérez me dignificó dándome trabajo en su periódico. Nunca lo olvidaré. Y por último sería un error no mencionar a Gabi Martínez, activista cultural con dos collons y que fue el primero en proponerme una novela despeinada por el viento de Tarifa. Espero que sea de su agrado.

P.D. Fue a Pablo Neruda a quien le cogí prestado el título para esta novela. Es de un poema suyo. Javier Reverte y Eduardo Jordá me guiaron por las calles más quebradas de Tánger, Juan Luis Muñoz me educó el paladar, los de la Banda del Trisquel me enseñaron cosas que no deben enseñarse y Natalia me prestó a su marido para engolfarle y convertirle en el Faisán.

Montero Glez

En Tarifa, Cádiz, día de San Martín del año 2002