Yo no puedo saberlo ahora, pero hay alguien al otro lado del continente que, tras examinar fotos, lecturas, telemetrías, muestras de radiactividad y una de mis jeringuillas usadas, le dice algo a un teléfono satelital y su voz basta para poner en marcha a un puñado de hijos de la gran puta.

Porque cuando su voz lee una serie de códigos hay unas fuerzas de las que no se movilizan a la ligera que comienzan a tomar posiciones.

Una horda de fulanos vestidos con petos de plomo y siniestras máscaras NBQ. Sacan de sus camionetas unos rifles de asalto que parecen de plástico y empiezan a moverse como si fueran marionetas.

Infantería automatizada. Fuerzas de choque irregulares en una operación encubierta, ilegal, transfronteriza.

Asesinos a sueldo, poco más.

Van desplegándose por toda la finca. Cortan la luz y las comunicaciones. Se mueven en grupos de a dos, es algo que ya perfeccionaron antes de Chechenia. No son muy listos, no saben resolver operaciones de inteligencia, pero tienen demasiada experiencia haciendo animaladas tácticas para un mando estratégico que no está para hostias.

Como acabo de decir, van por parejas. El que toma la delantera emplea un visor de infrarrojos y un punto de mira láser, el que le cubre tiene un arma corta y una computadora de mano que lleva su propio GPS o tal vez un contador Geiger que va sonando y balizando lecturas para el manos libres donde se escuchan las instrucciones en ruso de un coronel al mando de la Spetsnaz, que va marcando el tempo según ve moverse los puntos luminosos del mapa que le muestra un ordenador. Todo es una partida para el hombre que mueve los hilos. Todo se reduce a unidades que llevan un localizador y ejecutan instrucciones en clave.

Sus soldaditos de plomo van tomando el lugar, están cercando a Iván.

Pronto habrán alcanzado el templete entre los abedules donde yo termino de pintar.

Donde yo, como un gilipollas, siempre ajeno a todo, estoy mirando el lienzo y repasando todos los detalles del retrato con cuidado.

Lo devuelvo al caballete. No veo nada más que retocar.

He terminado, o casi. El retrato ya casi está hecho.

No puedo saberlo, pero sobre mi cabeza hay un satélite geoestacionario que encuadra mi posición con una precisión milimétrica. Le manda los datos a un avión furtivo, una aeronave invisible a los sistemas de radar convencionales que vuela por encima de nosotros, a tres mil metros de altitud, desde donde nos lanzará un misil aire-tierra, en caso de que fracasen las unidades de asalto.

La Madre Rusia no volverá a dejar escapar a Iván. Ya ha dejado que escape Dumitru y eso es mucho. Iván debe ser neutralizado en cuestión de minutos.

Así que muy pronto será reducido por hombres armados. Será cazado o será un enorme agujero en lo alto de un incendio forestal.

Yo no les importo un carajo.

Soy apenas una bala más de entre todas las que están dispuestos a derrochar esta noche. La bambalina que estorba en esta función. Una rebaba que desbastar.

Un efecto colateral.