Yo soy sólo un cero a la izquierda y un ignorante, todavía no me he dado cuenta de que el mundo que me rodea se ha puesto a manejar números muy grandes, de repente.
Ahora aún no lo sé, pero lo cierto es que me están vigilando desde este mismo momento. Alguien me está mirando, quizá mientras cruzo el parque, tal vez cuando entro en la farmacia.
Porque hay un individuo que me ha seguido durante media tarde y es probable que se ponga en este preciso instante a dar parte de mis movimientos por teléfono, empleando un móvil sin registrar y de cobertura satelital. O puede que justo ahora esté sacando algunas fotos de mi rostro, usando una cámara con teleobjetivo, o un visor de infrarrojos. Maquinaciones de ésas. Cosas de espías. Tópicos que parecen exclusivos del cine de intriga, hasta que uno se topa de bruces con ellos.
El caso es que alguien que trabaja para la Federación Rusa está tratando de averiguar quién demonios soy, el cero a la izquierda de una cuestión de Estado, el ignorante de todo ignorado por todos, en esta noche en la que todo empieza, y pese a que yo todo eso no puedo saberlo todavía. Por su parte, el armario que me vigila es un moscovita enjuto, de treinta y siete años, que entorna los ojos y levanta la nariz como si estuviera olfateando una mierda enorme. Me ha visto entrar en mi viejo Talbot Horizon y luego me ha seguido durante un buen rato. Ahora me está mirando. Vigila mi gorro de lana, mi enorme anorak y el chándal que llevo debajo. Me observa sin que yo me entere de nada.
En el asiento del copiloto de su coche robado descansan un buscapersonas electrónico y un contador Geiger de diseño soviético. En el equipo de manos libres de su salpicadero se escucha una voz que habla, en un ruso altisonante, de fuerzas que operan en los límites de la física y de un peligro que, si continúa fuera de control, puede volver poner a Europa de rodillas.
Yo sigo ajeno a todo y lo que me queda. Estoy a punto de meterme en la boca de un oso polar, pero ahora no tengo otra cosa mejor que hacer que pelearme durante diez minutos interminables con el mechero de mi coche. Me desgañito y desespero hasta que le gano la partida al viejo chisme y consigo prender un cigarrillo. Después me lleva otros cinco minutos más arrancar el motor. Soy un fulano anodino que está malgastando vilmente el tiempo de un informador profesional con sus parsimonias.
Acto seguido, me las ingenio para poner la berlina en movimiento y me ocupo de mover mi gorro de lana al ritmo de la música y conducir. De dirigirme hacia un extraño encargo que acababan de hacerme.
Al fin y al cabo siempre he sido un cero a la izquierda y un ignorante.
Con el tiempo, me iré dando cuenta de ello.
Y eso que estaré muerto para cuando termine mi historia.