Preludio
—Cuéntame el resto de la historia, pájaro.
El cuervo ladeó la cabeza.
—¿Qué historia?
—La del dios Kupilas… Torcido, como le llamas tú. Cuéntame la historia, pájaro. Está lloviendo a cántaros, tengo hambre y frío, y me encuentro en el peor lugar del mundo.
—Nosotros también estamos mojados, y también tenemos hambre —le recordó Skurn—. Últimamente sólo hemos comido un par de orugas trituradas.
El comentario no ayudó a Barrick a sentirse mejor.
—Sólo… cuéntame algo más de esa historia. Por favor.
El cuervo se alisó las plumas deshilachadas, y se aplacó.
—Supongo que podríamos. ¿Qué fue lo último que te contamos?
—Cómo conoció a su bisabuela. Y ella iba a enseñarle…
—Ah, sí. Lo recordamos. La bisabuela le dice a Torcido: «Te enseñaré a viajar por las tierras de Vacío, que están junto a todo y en todo lugar». ¿Era eso lo que contábamos?
—Así es.
—Quizá primero podamos encontrarte algo para comer —dijo Skurn de mejor humor—. Esta parte del bosque está llena de polillas silbantes… —Vio la cara de Barrick—. En fin, sigue con tus melindres… pero no culpes a Skurn cuando tu estómago proteste por la noche.
* * *
Torcido pasó largos días al lado de su bisabuela Vacío, aprendiendo los secretos de esa tierra y sus caminos y volviéndose aún más sabio de lo que era. Viajando por las tierras de su bisabuela, aprendió muchas tretas, y vio muchas cosas cuando los demás pensaban que él no miraba. Y aunque su cuerpo era deforme y tenía una pierna más corta que la otra, caminando tun-tun como un carromato con la rueda rota, Torcido podía viajar más deprisa que nadie; incluso que su primo Embaucador, al que los hombres llaman Zosim.
Embaucador era el más rápido en el clan de los Tres Hermanos, un artero señor de los caminos, la poesía y los locos. El astuto Embaucador había descifrado algunos secretos de su abuela Vacío por su cuenta, pero la llamaba «Viejo Viento en un Pozo» sin saber que ella lo escuchaba. Ella se aseguró de que Embaucador no aprendiera nada más sobre sus tierras y sus extraños caminos.
Pero sentía afecto por Torcido, y le enseñó bien. Cuanto más aprendía Torcido, cuantas más palabras y poderes dominaba, más injusto le parecía que hubieran matado a su padre y robado a su madre y hubieran desterrado a su tío y todos sus parientes al cielo mientras los culpables de todo eso, sobre todo los tres hermanos mayores (Perin, Kemios, y Erivor, como los llama tu gente), vivían en la tierra riendo y cantando de felicidad. Torcido caviló sobre esto largo rato hasta que concibió un plan, un plan complejo e inteligente.
Los tres hermanos estaban rodeados por guardias y custodios de temible poder, así que no se trataba simplemente de abalanzarse sobre ellos para hacerles daño. Erivor Hombre del Agua tenía tiburones que protegían su trono, y medusas venenosas, así como soldados acuáticos que lo custodiaban todo el verde día y la verde noche. Perin Hombre del Cielo vivía en un palacio en la montaña más alta del mundo, con sus demás parientes, y llevaba el gran martillo Rayo que Torcido había fabricado para él, y que podía despedazar el mundo mismo. Y Hombre de Piedra (al que tu gente llama Kemios) no tenía tantos servidores pero vivía en su castillo en lo profundo de la tierra, entre los muertos, y estaba resguardado por hechizos y palabras que podían quemarte los ojos o congelarte los huesos.
Pero todos los hermanos tenían una debilidad, que es la debilidad de cualquier hombre, y eran sus esposas. Pues se dice que aun los Primigenios no son mejores que los demás a ojos de sus mujeres.
Por largo tiempo el astuto Torcido había cultivado la amistad de las esposas de dos hermanos: Noche, que era la reina de Hombre del Cielo, y Luna, que había sido repudiada por Hombre de Piedra y desposada por su hermano Hombre de Agua. Ambas reinas envidiaban la libertad de sus maridos y también deseaban salir a andar por el mundo, amando a quien quisieran y haciendo lo que se les antojara. Torcido les dio una poción para que la vertieran en el vino de sus esposos, diciéndoles: «Esto los hará dormir toda la noche sin que se despierten ni una sola vez. Mientras ellos duermen, podréis hacer lo que os plazca».
Noche y Luna quedaron complacidas con el regalo de Torcido, y prometieron que lo harían esa misma noche.
El tercer hermano, el frío y duro Hombre de Piedra, había encontrado a la madre de Torcido, Flor (creo que tu gente la llama Zoria) cuando erraba sola y afligida después del final de la guerra, y la había llevado a casa como esposa, dejando a su mujer Luna librada a su suerte. Hombre de Piedra dio a la madre de Torcido un nuevo nombre, Alba Búllante, pero aunque la vistió con oro y joyas y otros regalos de la negra tierra, ella nunca sonreía y nunca hablaba, sino que actuaba como esos muertos que Hombre de Piedra gobernaba desde su oscuro trono. Torcido fue a ver a su madre en la oscuridad y le contó su plan. No necesitaba mentirle, pues ella había visto matar a su esposo, torturar a su hijo y desterrar a su familia. Cuando le dio la poción, ella no habló ni sonrió, pero besó a Torcido en la cabeza con sus fríos labios antes de desandar los interminables corredores de la casa de Hombre de Piedra. Él volvería a verla sólo una vez más.
Una vez organizado el plan, Torcido fue a la casa de Hombre del Agua, en lo profundo del océano. Viajó por las tierras de su bisabuela, Vacío, tal como ella le había enseñado, de modo que nadie lo vio venir desde la casa de Hombre del Agua. Torcido se deslizó entre los tiburones como una corriente fría, y aunque sospecharon que estaba cerca no pudieron despedazarlo con sus afilados dientes. Tampoco podían picarle las medusas venenosas. Torcido pasó entre ellas como si fueran lirios flotantes.
Cuando encontró a Hombre del Agua en su habitación, ebrio e inconsciente por efecto de la poción que le había dado Luna, Torcido se detuvo, embargado por una extraña emoción. Hombre del Agua no había torturado a Torcido como los otros dos hermanos, y Torcido no lo odiaba tanto como a Hombre del Cielo y Hombre de Piedra. Aun así, Hombre del Agua había guerreado contra la familia de Torcido y había contribuido a enviudar a la madre de Torcido, y luego había sido cómplice de sus hermanos al expulsar al resto del clan de Torcido al cielo. Además, mientras viviera, perduraría el linaje del clan de Humedad, enemigo de Torcido. Demostrando cierta piedad, Torcido no despertó a Hombre del Agua para que conociera su destino, sino que abrió una puerta hacia aquellas tierras de Vacío a las que nadie había ido nunca, un lugar secreto que hasta su bisabuela había olvidado, y empujó hacia allí a Hombre del Agua, que dormía. Una vez que Erivor, el Hombre del Agua, se fue del mundo, Torcido cerró esa puerta.
Salió de la casa submarina por sus caminos secretos, preguntándose si debía enfrentarse primero a Hombre del Cielo u Hombre de Piedra. Hombre del Cielo era el más fuerte y cruel de los tres hermanos, y se había hecho señor de todos los dioses. Los gobernaba desde su palacio de la montaña llamada Xandos (el Cayado) y la corte de los dioses los protegía mejor que cualquier muralla. Sus hijos Cazador, Jinete y Escudero eran casi tan poderosos como el padre, y sus hijas Sabiduría y Bosque también podían superar a cualquier guerrero, y mucho más a un lisiado como Torcido. Le convenía esperar y atacar a Hombre del Cielo en último lugar.
Pero la verdad era que el frío y silencioso Hombre de Piedra era el que más asustaba a Torcido.
Viajó al Cayado por los caminos de Vacío, y todo el clan de Humedad sintió que pasaba pero no pudo verle, oírle ni olerle. Sólo Cazador de los ojos agudos y Bosque de los pies ligeros pudieron adivinar dónde estaba. La cruel y bonita Bosque lo persiguió pero no logró pillarlo, y sólo le arrancó un trozo de túnica. Cazador lanzó una flecha mágica que voló por las sendas perdidas donde caminaba Torcido y le rozó la oreja, salpicándole de sangre el hombro y la mano de marfil. Pero no pudieron detenerle, y pronto estaba en pleno palacio de Hombre del Cielo, donde el señor de la casa dormía su pesado sueño. Torcido atrancó la puerta a sus espaldas.
—¡Despierta! —le dijo. Quería que su enemigo supiera lo que sucedía y quién se lo había hecho—. ¡Despierta, Vozarrón! ¡Tu final ha llegado!
Hombre del Cielo era muy fuerte, aun después de beber la poción que Torcido había creado. Se levantó de un salto, empuñó su martillo Rayo, grande como un carro de heno, y trató de pegarle. Erró y destrozó su gigantesca cama.
—No te preocupes por eso —le dijo Torcido—. Ya no necesitarás ese lecho. Pronto dormirás en otro, un lecho frío en un lugar frío.
Hombre del Cielo rugió que Torcido era un traidor, y le arrojó el martillo con todas las fuerzas de su poderoso brazo. Si el blanco hubiera sido otro hombre o dios que no fuera Torcido, Rayo lo habría hecho pedazos y habría carbonizado esos pedazos. Pero el martillo se detuvo en pleno vuelo.
—¿Creíste que te fabricaría un arma que pudieras usar contra mí? —preguntó Torcido—. Me llamas traidor, pero tú atacaste a mi padre, tu propio hermano, y lo derrocaste con tu traición. Ahora tendrás lo que te mereces.
Entonces Torcido volvió el martillo de Hombre del Cielo contra su dueño, y el clamor de los golpes fue como el rugido de una tormenta. Perin Hombre del Cielo pidió a su familia y sus sirvientes que lo salvaran. Todos los que vivían en el Cayado acudieron en su auxilio. Pero Torcido abrió una puerta hacia las tierras del Vacío, y antes de que Hombre del Cielo pudiera decir otra palabra, volvió a golpearlo con el gran martillo y lo hizo caer de espaldas por esa puerta. Las tierras del Vacío succionaron a Hombre del Cielo como un viento absorbente, pero Hombre del Cielo se aferró al suelo con todas las fuerzas de sus poderosas manos. No se soltaba, pero tampoco podía regresar de las tierras vacías donde reinaba la bisabuela de Torcido. Torcido sonrió y retrocedió. Abrió la puerta de la alcoba de Hombre del Cielo y se ocultó detrás. Irrumpieron todos los otros dioses de la montaña, Sabiduría y Escudero y Nubes y Cuidador. Al ver a su señor en tal peligro, corrieron a ayudarle, aferrándole los brazos para recobrarlo, pero la magia de la bisabuela Vacío era fuerte y no podían contra ella. Mientras forcejeaban, Torcido salió de detrás de la puerta y se acercó a la macilenta Vejez, que estaba en el fondo de la multitud. Vejez no podía llegar a Hombre del Cielo, pero tiraba de Sabiduría, que tiraba de Cazador, que aferraba la mano de Hombre del Cielo.
—Recuerdo que escupiste el cadáver de mi padre —le dijo Torcido a Vejez, y luego alzó la mano de bronce y la mano de marfil y empujó a la anciana. Vejez se tambaleó y cayó sobre Sabiduría, que cayó sobre Cazador, y pronto todos los que habían acudido desde todo el palacio para salvar a su señor cayeron juntos en la tierra de Vacío. Hombre del Cielo ya no pudo aferrarse y todos se precipitaron a la fría oscuridad.
Torcido se rio al verles caer, se rio mientras ellos gritaban y maldecían, y se rio más cuando desaparecieron. Había cavilado largo tiempo sobre los males que le habían hecho, y no sentía piedad.
Pero había un pariente de Hombre del Cielo que no había entrado en la alcoba para ayudar a su señor. Era Embaucador, que nunca hacía algo si podía dejar que lo hicieran los demás. Al ver lo que había sucedido, al ver que Hombre del Cielo, el más fuerte de los dioses, había sido vencido y expulsado, Embaucador se atemorizó. Huyó del palacio de los dioses para prevenir a su padre, Hombre de Piedra.
Cuando Torcido bajó de la gran montaña Xandos y corrió hacia la casa de Hombre de Piedra, el veloz Embaucador se le había adelantado. Torcido ya no contaba con la ayuda de la sorpresa, y cuando llegó a las grandes puertas de la casa de Hombre de Piedra, las encontró atrancadas y custodiadas por muchos soldados. Esto no detuvo a Torcido. Los sorteó sigilosamente por los caminos que sólo conocían su bisabuela y él, hasta que estuvo frente a la habitación de Hombre de Piedra. Embaucador había prevenido a su padre y ya se marchaba, pero Torcido lo detuvo y lucharon. Torcido le aferró la garganta y no lo soltó. Embaucador se transformó en toro, en serpiente, en halcón, incluso en llama viviente, pero Torcido no lo soltó. Al fin Embaucador desistió y recobró su forma natural, rogando que le perdonara la vida.
—Yo intenté salvar a tu madre —gimió Embaucador—, traté de ayudarla a escapar. ¡Y siempre he sido tu amigo! Cuando todos estaban contra ti, yo hablé a tu favor. Cuando te expulsaron, te recibí y te di vino.
Torcido rio.
—Querías a mi madre para ti, y la habrías tenido si no hubiera escapado. No hablaste a mi favor, no tomaste partido por nadie: siempre actúas así, para aliarte con el vencedor. Y me recibiste y me diste vino y me embriagaste, para saber cómo fabricar los objetos mágicos que di a Hombre del Cielo y los demás, pero mi mano de marfil me protegió rompiendo la copa, así que fracasaste. —Agarró a Embaucador del cuello y lo llevó a la alcoba de Hombre de Piedra. Torcido aún tenía miedo del señor de la oscura tierra, pero sabía que de un modo u otro el final era inminente.
Kemios Hombre de Piedra no confiaba en nadie, así que no había bebido la poción que había preparado la madre de Torcido. Se había puesto su imponente armadura gris y empuñaba la lanza Estrella de la Tierra. Era dueño de todas sus fuerzas y estaba en su palacio. Pero también tenía otra arma, y cuando Torcido entró por los caminos de Vacío, apareciendo en el aire frente a él, Hombre de Piedra le mostró ese arma.
—Aquí está tu madre —dijo Hombre de Piedra—. La traje a mi casa, pero me pagó con traición. —Hombre de Piedra la aferraba con fuerza y le apoyaba la punta de la lanza en la garganta—. Si no te rindes, sujetándote con los mismos hechizos de Vacío que te permitieron asesinar a mis hermanos, ella morirá ante tus ojos.
Torcido no se movió.
—Tus hermanos recibieron más misericordia de la que demostraron a mi familia. No están muertos, sino que duermen en tierras frías y desiertas, como pronto lo harás tú.
Hombre de Piedra rio. Dicen que era como el viento de una tumba.
—¿Y por qué eso es mejor que la muerte? ¿Dormir para siempre en el vacío? Bien, tú no tendrás ese regalo, ya que así lo llamas. Te destruirás a ti mismo o tu madre morirá desangrada, y luego te mataré de todos modos.
Torcido alzó a Embaucador, aún sofocándolo con su mano de bronce.
—¿Y qué hay de tu hijo?
La voz de Hombre de Piedra era el desagradable rugido de un temblor de tierra.
—He tenido muchos hijos. Si sobrevivo, puedo hacer muchos más. Si no sobrevivo, no me importa quién me sobreviva. Haz lo que quieras.
Torcido arrojó a Embaucador a un lado. Por largo tiempo él y Hombre de Piedra se miraron como lobos disputándose una presa, y ninguno deseaba dar el primer paso. Entonces la madre de Torcido alzó las manos temblorosas a la punta de la lanza y se desgarró la garganta con ella, cayendo al suelo en un gran charco de sangre.
Hombre de Piedra no esperó. Mientras Torcido miraba cómo su madre jadeante agonizaba en el suelo, el señor de la negra tierra arrojó su gran lanza, todavía húmeda con la sangre de la madre, al corazón de su rival. Torcido trató de que Estrella de la Tierra le obedeciera, pero Hombre de Piedra había puesto en ella sus propias palabras de poder y Torcido no pudo dominarla. Torcido apenas tuvo tiempo para apartarse y entrar en las tierras de Vacío. La lanza pasó de largo y chocó contra la pared con tal fuerza que medio palacio se desplomó y las tierras de los alrededores temblaron.
Cuando Torcido regresó de los caminos de Vacío, Hombre de Piedra se le abalanzó. Lucharon largo rato mientras el palacio caía alrededor de ellos, con tal fuerza y ferocidad que hasta las piedras se despedazaban, y lo que había sido un bastión de roca sobre la casa de Hombre de Piedra cayó hecho polvo, y la tierra se hundió, y el mar se precipitó sobre ellos, y al fin luchaban en una isla de piedra entre las aguas.
Ambos se agarraron la garganta. Hombre de Piedra era más fuerte, y Torcido sólo pudo internarse en los caminos de la oscuridad, pero Hombre de Piedra lo aferró y fue con él. Mientras caían en el abismo, Hombre de Piedra arqueó la espalda de Torcido hasta que estuvo a punto de romperla. Torcido no podía respirar más, y tampoco podía pensar mientras Hombre de Piedra le arrancaba la vida.
—Ahora mírame a los ojos —dijo Hombre de Piedra—. Verás una oscuridad mayor que cualquier cosa que Vacío pueda crear o concebir.
Torcido casi cayó en la trampa, pues si hubiera mirado a los ojos del Señor de las Profundidades Negras habría sido arrastrado a la muerte, pero en cambio desvió la cabeza y hundió los dientes en la mano de Hombre de Piedra. Hombre de Piedra sintió tanto dolor que aflojó el apretón y Torcido pudo liberarse de él, y luego Hombre de Piedra cayó en la nubosa y fría oscuridad.
Torcido erró un tiempo en las tierras más lejanas de Vacío, mareado y confundido, pero al fin logró regresar a la casa de Hombre de Piedra, donde yacía el cuerpo de su madre. Se arrodilló sobre ella pero no pudo llorar. En cambio, se llevó la mano al lugar donde ella lo había besado, se agachó y le besó la fría mejilla.
—He destruido a tus destructores —le dijo al cuerpo silencioso.
De pronto un gran dolor lo atravesó, cuando la lanza de Hombre de Piedra le perforó el pecho. Torcido se levantó tambaleándose. Embaucador salió de las sombras donde se había escondido. El muy ladino reía y brincaba.
—Y yo te he destruido a ti —exclamó Embaucador Zosim—. ¡Todos los grandes han muerto, salvo yo, y puedo gobernar el mundo entero y las siete veces siete montañas y siete veces siete mares!
Torcido aferró la lanza Estrella de la Tierra con su mano de bronce y su mano de marfil. La gran arma estalló en llamas y se carbonizó.
—No estoy destruido —dijo, aunque estaba gravemente herido—. Todavía no… Todavía no…
* * *
La pausa se prolongó y Barrick empezó a cabecear de sueño, pero alzó la vista.
—¿Pájaro? ¿Skurn? ¿Qué pasó después? —Abrió los ojos—. ¿Dónde estás?
Al cabo una silueta negra bajó del cielo gris con una cosa horrible retorciéndose en el pico negro.
—Gusano —dijo, mientras la cosa pataleaba en inútil protesta—. Delicioso. Terminaremos la historia después. Encontramos un nido entero de éstos. Saben como un ratón muerto antes de que se hinche demasiado y reviente. ¿Quieres que te traigamos uno?
—Dioses… —gruñó Barrick, apartando la cara con repulsión—. Dondequiera estéis, vivos o muertos o dormidos, dadme fuerzas, por favor.
El cuervo se burló de su necedad.
—No basta con rezar pidiendo fuerzas. Para estar fuertes, tenemos que comer.