29
Todos los motivos del mundo
La única ciudad crepuscular que sigue en pie está al norte de Eion, aún más al norte que lo que antaño era Vutia. Ximander la llama Qul-na-Qar o Morada de las Hadas, pero no se sabe si las hadas usan esos nombres.
Los vutianos la llamaban Alvshemm y sostenían que era una ciudad donde las torres abundaban como árboles en un bosque.
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
El sol casi se había hundido en el horizonte y en el palacio Avenida encendían las lámparas. Briony acababa de visitar a Iwie, que se sentía mejor, aunque no del todo bien. Aún le temblaban las manos, y sólo podía retener caldo en el estómago. Frente a su habitación se topó con dos soldados armados que usaban el emblema real de Sian. Los guardias estaban tan tensos que por un momento temió que se propusieran matarla. Se alivió, pero no demasiado, cuando uno de ellos anunció:
—Princesa Briony Eddon, el rey os ha convocado.
—Primero quisiera ir a cambiarme la ropa —dijo ella.
El guardia negó con la cabeza. Su expresión le provocó un nudo en el estómago.
—Lo lamento, alteza, pero no está permitido.
Estudió todas las posibilidades mientras la escoltaban hasta la sala del trono. ¿Sería por su visita a los kalikanes? ¿O al rey le habían llegado rumores sobre las heridas de Jenkin Crowel? Eso sería fácil de negar, pues Dawet era demasiado astuto para dejar cabos sueltos.
Mientras atravesaba la sala del trono entre esos dos guardias, se preguntó si las miradas furtivas de los cortesanos delataban la misma fascinación ambigua que habrían sentido ante un criminal famoso.
Oh, dulce Zoria, ¿qué problema he causado ahora?
El rey Enander y sus asesores la aguardaban en la capilla de Perin, una sala de techo alto, más larga que ancha. El rey estaba sentado en una silla con el gran altar a sus espaldas, a los pies de la descomunal estatua de mármol de Perin Señor del Cielo. El dios empuñaba su martillo Relámpago, cuya enorme cabeza descansaba en el suelo detrás de la silla de lady Ananka, la amante del rey, que era una de las últimas personas que Briony deseaba ver. Igualmente detestable era la presencia de Jenkin Crowel, el enviado de los Tolly a la corte sianesa, aunque sugería que ella había adivinado correctamente: uno de los matones había hablado. Crowel le sonrió burlonamente, y su gigantesca gorguera le daba aspecto de ñor fea. Briony tuvo que contenerse para no abofetear esa cara rosada e insolente, pero buscó calma y la encontró. Había aprendido algunas lecciones desde que Hendon Tolly la había provocado a la mesa.
Hincó una rodilla frente al rey y agachó la vista.
—Majestad —dijo—, me llamasteis y he venido.
—Sin prisa —dijo Ananka—. Hace un buen rato que el rey os espera.
Briony se mordió el labio.
—Lo lamento —dijo—. Estaba con la dama Ivgenia e’Doursos y vuestros mensajeros acaban de encontrarme. Vine en cuanto me enteré. —Miró al rey, tratando de evaluar su estado de ánimo, pero la cara de Enander era una máscara impasible—. ¿En qué puedo serviros?
—¿Decís que servís al rey Enander? —dijo Ananka—, Es extraño, pues ninguno de vuestros actos lo demuestra.
Evidentemente ocurría algo malo. Si lady Ananka oficiaba de inquisidora, la causa estaría perdida antes de que Briony se enterase de lo que pasaba.
—Os acogimos en nuestra corte. —La cara de Enander estaba arrebolada como si hubiera bebido demasiado a esas horas del día—. ¿No fue así? ¿No os abrimos los brazos como hija de Olin?
—Así es, majestad, y estoy muy agradecida…
—Y sólo os pedí que no trajerais las intrigas de vuestro atribulado país a nuestra casa. —El rey frunció el ceño, pero parecía tan extrañado como enfadado. Briony tuvo una leve esperanza. Quizá fuera un malentendido, algo que ella podía explicar. Demostraría contrición y gratitud. Se disculparía por su juventud y terquedad, recitaría los disparates que el rey quisiera oír tal como Feival representando el soliloquio de una muchacha inocente, y luego regresaría a sus aposentos para dormir…
Detectó un movimiento con el rabillo del ojo. Era Feival, que había entrado tan silenciosamente en la gran capilla que Briony ni siquiera lo había oído. Se alivió al ver al menos un rostro conocido.
—Sois demasiado generoso con ella, milord —dijo Ananka. ¿Briony era la única que oía el veneno que goteaba de la lengua de esa mujer? ¿De qué servía la belleza (una belleza madura, pero belleza al fin) si ocultaba un alma tan viperina?
Por favor, misericordiosa Zoria, rogó Briony, ayúdame a dominar mi temperamento. Ayúdame a tragar mi orgullo, que tantas veces me ha puesto en aprietos.
—Si todo eso es verdad —dijo Enander—, ¿por qué habéis traicionado mi hospitalidad, y por qué me habéis traicionado a mí, Briony Eddon? ¿Por qué? Puedo entender las intrigas comunes, pero esto… ¡Me habéis apuñalado el corazón! —exclamó con sincero dolor.
¿Traicionado? Briony sintió un escalofrío de miedo. Miró a Enander, pero el rey no la miraba a los ojos.
—Majestad, yo… —Le costaba pronunciar las palabras—, ¿Qué he hecho? ¿Puedo saberlo? Juro que jamás he…
—La lista de tus delitos es larga, muchacha. —El cuello del vestido de abalorios de Ananka le daba el aspecto de una cobra xandiana—. Si fueras de sangre plebeya, cualquiera de ellos te habría llevado a la Casa de las Lágrimas. Lord Jenkin, repetid al rey lo que ella os hizo.
Jenkin Crowel, que todavía tenía una magulladura bajo un ojo, se aclaró la garganta.
—A los pocos días de llegar a vuestra grácil corte como enviado legítimo, rey Enander, fui atacado por matones en la calle y derribado a golpes. Mientras yo yacía en un charco de mi propia sangre, uno de esos truhanes se agachó para decirme: «Esto les pasa a los que se oponen a los Eddon».
—¡Es mentira! —exclamó Briony. Lo era, al menos en parte. Una vez que se convenció de que Crowel había envenenado a su criada en un intento de matarla a ella, había pedido a Dawet que contratara unos matones para retribuir a Crowel su crueldad, y luego decirle que la próxima vez que intentara una jugarreta peligrosa la paga sería peor. Nadie había mencionado a los Eddon porque Dawet no habría dicho a esos hombres para quién trabajaban.
—Sé lo que oí —dijo Crowel, adoptando una actitud sufriente y noble—. Creí que me moría. Creí que eran las últimas palabras que oiría.
—Sois tan mentiroso como vuestro amo. —Briony se obligó a respirar—. Aunque hubiera tramado algo tan terrible, ¿les habría dicho que usaran mi nombre? —La cara blanda y satisfecha de Crowel atizó las llamas de su furia—. Si quisiera vengar la traición de tu amo contra mi familia, cerdo, el nombre de Eddon sería lo último que oirías, en efecto, porque no te volverías a levantar. —Briony notó que Enander y los demás le clavaban los ojos. Tragó saliva—. Soy inocente de esa acusación, rey Enander. ¿Aceptaréis la palabra de este advenedizo contra el testimonio de la hija de un rey hermano?
El rey entornó los ojos.
—Si ésta fuera la única acusación contra vos, y él fuera el único testigo, tendríais una defensa, princesa. Pero hay más.
—Soy inocente de todo acto malicioso, majestad. Lo juro. Llamad a vuestros testigos.
—¿Ves lo que te decía, Enander? —dijo Ananka con voz triunfal—. Ella representa muy bien el papel de inocente. ¡Pero conspiraba para robar a tu hijo y tu trono!
¿El trono de Enander? Dioses, eso era traición. Aun las princesas podían ser ejecutadas por traición, y lentamente. Apenas logró hablar.
—No sé de qué habláis, lady Ananka. ¡Juro que soy inocente, ante Perin y todos los dioses!
—Le tendiste una trampa al príncipe Eneas, muchacha. Todos lo saben. Lo abordaste, te hiciste la virgen recatada, y mientras tanto planeabas llevarlo a tu lecho y someterlo a tu voluntad. ¡Y ése era sólo el comienzo de tu complot!
—¡Es una espantosa mentira! —exclamó Briony—. ¿Dónde está el príncipe? Preguntadle a él. Nuestros tratos siempre fueron honorables… a diferencia de lo que vos estáis haciendo ahora.
—Él está fuera de tu alcance —dijo Ananka con satisfacción—. Lejos de tus mentiras y estratagemas. Hemos enviado a Eneas fuera de Tessis hace un rato, con sus soldados. El hechizo que le arrojaste ya no te servirá de nada.
Briony luchaba tanto contra su furia que la sala parecía haberse oscurecido, salvo por el rey y su amante. Se tambaleó al volverse hacia Enander.
—Majestad, vuestro hijo no ha hecho nada malo, y yo tampoco. Somos amigos, nada más. Y no quiero nada de él ni de vos, salvo ayuda para mi pueblo, mi país… vuestros aliados.
—No es eso lo que he oído —dijo Enander con preocupación.
—¿Oído de quién? —preguntó Briony—. Con todo respeto, rey Enander, la dama Ananka no me tiene simpatía, es evidente, aunque ignoro por qué… —Pero al decirlo reparó en una mirada de divertida complicidad entre Ananka y Jenkin Crowel, y comprendió que la amante del rey no se interesaba en este asunto sólo como madrastra. Ha hecho un trato con los Tolly, pensó. Esta arpía tiene sus propios planes. Ni siquiera su furia llameante pudo derretir el frío que sintió en su interior al comprender hasta qué punto todo estaba contra ella en Sian—. Pero eso no basta para abrir juicio. Llamad a vuestro hijo. Preguntadle a él.
—Mi hijo debe encargarse de cuidar el reino —dijo Enander—. Pero, como he dicho, hay otros testigos. Feival Ulian, acércate y dinos lo que sabes.
—¿Feival? —Briony se quedó de una pieza—. ¿Qué significa eso?
El joven actor tuvo al menos el buen tino o la habilidad de demostrar consternación cuando se arrodilló ante el rey.
—Es difícil para mí, majestad. Ella es la hija de mi rey, y durante largo tiempo viajamos juntos y fuimos amigos…
—¿Fuimos? ¡Yo soy tu amiga! ¿Qué estás diciendo?
—Pero ya no puedo callar las cosas que ella ha hecho. Todo es verdad: lo ha comentado con frecuencia frente a mí. Ella tenía un solo pensamiento, seducir al príncipe Eneas para llegar por su intermedio al trono de Sian. Primero me contrató a mí, y luego puso a los demás actores a trabajar como espías; os puedo mostrar las cuentas. Y luego puso la mira en el príncipe. Hacía todo lo posible por conquistarlo con dulces promesas, cautivándolo mientras en privado confesaba que no le interesaba él, sólo el trono de Sian.
Briony, boquiabierta, se puso de pie. Un soldado le aferró el brazo y la retuvo en su lugar.
—Por Zoria, Feival, ¿cómo puedes hacerme esto? ¿Cómo puedes mentir con tanto descaro? —Pero entonces vio, como si fuera la primera vez, la ropa cara que usaba Feival, las joyas que ella no le había dado y cuyo origen no se había preguntado, y comprendió que se habían adelantado a cada una de sus maniobras desde que había llegado a la corte de Tessis. Ananka había encontrado un junco débil y lo había curvado para adaptarlo a sus intenciones—. ¡Nada de eso es cierto, majestad! —le dijo al rey—. Es una conspiración, y no entiendo el porqué… pero soy inocente. ¡Preguntadle a Eneas! ¡Traedlo de vuelta!
El rey sacudió la cabeza.
—Él está fuera de tu alcance, muchacha, como ha dicho la dama.
—¿Por qué yo haría semejante cosa? ¿Por qué necesitaría engañar a Eneas? ¡Vuestro hijo se interesa en mí! Él mismo me lo ha dicho…
—¿Ves? —Ananka estuvo a punto de levantarse con gesto triunfal, pero lo pensó mejor—. Prácticamente confiesa su plan.
—Pero yo lo rechacé, aunque todas sus proposiciones eran honorables. ¡Preguntadle a él! No me condenéis por el testimonio de un sirviente traicionero sin oír la declaración de vuestro propio hijo. Mi criada y mi amiga han sido envenenadas en este castillo. ¿No veis que alguien trata de destruirme?
—Cuenta el resto, Ulian —interrumpió Ananka—. Dile al rey lo que pensaba hacer esta intrigante una vez que engatusara al príncipe para casarse con él.
Briony iba a objetar de nuevo, pero el rey la silenció con un gesto.
—Que hable el sirviente.
Feival no miraba a Briony a los ojos.
—Dijo que haría lo que fuera necesario para que Eneas reemplazara a su padre en el trono. —Suspiró, y aunque quizá fuera por la culpa de contar una mentira tan burda, el joven actor parecía cada vez más incómodo con su papel.
Briony hizo un gesto de impotencia.
—¡Esto es descabellado!
—Y el resto —ordenó Ananka—. No tengas miedo. Dile al rey lo que me contaste. ¿No dijo ella que se valdría de la brujería para apresurar la sucesión, si era necesario?
A Briony se le aflojaron las piernas. Un soldado tuvo que sostenerla para que no se desplomara. ¿Brujería… contra la vida del rey? Ananka no sólo quería que la desterraran, sino que la ejecutaran.
—¡Mentiras…! —dijo con un hilo de voz.
Hasta Feival parecía aturdido, como si no hubiera esperado semejante nivel de traición.
—¿Brujería?
—¡Díselo! ¡Díselo al rey! —Ananka parecía dispuesta a sacudirlo para que hablara.
Feival tragó saliva.
—Seré franco… milady… No recuerdo eso.
—Sin duda tiene miedo de hablar de ello, majestad —le dijo Ananka a Enander—. Tiene miedo de hablar frente a esta muchacha, miedo de que ella le arroje una maldición. —La amante del rey se reclinó en el asiento, pero la mirada que le dirigió a Feival sugería que no estaba satisfecha con su actuación—. Pero ya veis qué clase de complot hemos descubierto, en qué peligro estabais vos y vuestro hijo.
Enander sacudió la cabeza. ¿Estaba tan rojo por causa de la bebida, o era otra cosa? ¿Ananka también lo estaba envenenando a él?
—Os acusan de cosas terribles, Briony Eddon —dijo el rey lentamente—, y si vuestro padre no fuera nuestro amigo, estaría tentado de dictar sentencia ya mismo. —Hizo una pausa mientras la mujer soltaba un suspiro de frustración—. Pero, teniendo en cuenta los largos años de hermandad entre nuestros países, os trataré con cuidado, como si fuerais de los míos. Permaneceréis encerrada en vuestros aposentos hasta que investigue este asunto con la profundidad que merece. —Exhaló temblorosamente—. Esto es tan difícil para nos como lo es para vos, princesa, pero vos lo habéis provocado.
—¡No! —Briony temblaba de furia, sin poder contenerse. ¡El traidor Feival, la cruel Ananka y ese cerdo de Jenkin Crowel debían de estar riéndose de ella detrás de sus cautas máscaras!—. ¿De nuevo permitiréis que Jellon traicione a mi familia, rey Enander? ¿Sois tan ciego ante lo que sucede en vuestra corte?
Muchos jadearon ante esas palabras, pero el rey quedó desconcertado.
—¿Jellon? ¿Qué disparate es éste? ¿Habéis olvidado en qué país estáis?
—¡Jellon! Donde Hesper vendió a mi padre al usurpador de Hierosol, Ludis Drakava. Y ahora esta mujer ha venido de allá, entrenada en la traición por su amante para provocar la ruina de mi reino, y quizá también del vuestro. ¿No lo veis? ¡Sólo mentiras y traiciones vienen de Jellon!
—Estás desquiciada, muchacha —dijo Enander, viejo y cansado—. Jellon también es nuestro aliado, y aporta muchas cosas al mundo. Los jelonianos son expertos en tejidos.
Briony lo miró con asombro. El rey no sólo pensaba con lentitud, sino que desvariaba. No tenía sentido seguir discutiendo. Procuró disimular su desdicha. No dejaría que esa arpía la viera llorar.
—Me habéis agraviado —fue todo lo que dijo. Dio media vuelta y salió de la capilla, esperando que su paso fuera firme. Los guardias la acompañaron en silencio. Ya no caminaría más a solas, era evidente.
En la sala del trono, el consejero Erasmias Jino se le acercó.
—Mis disculpas, princesa —murmuró—. No sabía que planeaban esto.
—Yo tampoco. ¿Quién de nosotros se ha sorprendido más? —Briony dejó que los guardias se la llevaran.
* * *
La hermana Utta no lograba ponerse de pie, aunque la tormenta que rugía en sus pensamientos exigía una expresión física. Quería correr a toda velocidad para escapar de esa conversación imposible, o arrojar cosas al suelo hasta que el ruido y el caos borraran todo lo que acababan de decirle. Pero aún continuaba, la historia de cómo los mortales de Marca Sur habían destruido a la familia real del pueblo crepuscular.
—No es posible. —Dirigió a Kayyin una mirada implorante—. Sólo haces esto porque tu señora quiere atormentarnos. Qué historias horribles… ¡Confiesa que son mentiras!
—Claro que son mentiras —dijo airadamente Merolanna. Ya no podía mirar al crepuscular a la cara—. Mentiras perversas, contadas por este… este mestizo maligno, para infundirnos temor, para destruir nuestra fe.
Kayyin extendió las manos en un gesto de resignación o apatía.
—La fe no tiene nada que ver, duquesa. Mi señora Yasammez me ordenó que os contara la verdad, y eso hice. A ella no le debo nada salvo mi muerte, y no os mentiría a petición de ella, y menos en esto, la mayor tragedia de mi pueblo. —Adquirió una expresión más fría—. Y ahora recuerdo por qué no soy uno de vosotros, aunque lo haya fingido muchos años. Mi pueblo no rehúye la verdad. Es el único motivo por el que hemos sobrevivido en este mundo, el mundo que vuestra especie ha creado.
Dio media vuelta y salió de la habitación. Utta oyó sus pisadas en la escalera, luego la casa volvió a quedar en silencio.
—¿Ves? —Había un tono triunfal en la voz de Merolanna, un tono febril, pensó Utta—. Sabe que no logró engañarnos. ¡Al marcharse, lo confiesa!
Al cabo de varios días de cautiverio compartido, Utta ya no tenía fuerzas ni ganas de discutir. Si Merolanna necesitaba creer en esas cosas para conservar el ánimo, ¿quién era Utta para impedírselo? Aun así, no podía callarse del todo.
—Aunque detesto admitirlo, gran parte de lo que dijo concuerda con las crónicas de mi orden —aventuró.
—¡Desde luego! —Merolanna ordenaba una habitación que no requería ese esfuerzo—. ¿No lo ves? ¡Allí está su astucia! Sus mentiras son creíbles, hasta que reflexionas sobre lo que dicen. ¡Claro! ¡No es que esos monstruos hayan salido de su país de sombras para atacarnos! Nosotros, entre todos los pueblos piadosos de los reinos de la Marca, los hicimos salir, luego los traicionamos y los masacramos. ¿No ves que es una tontería, Utta? Por favor, no me decepciones. Mi esposo me habló de estas locuras cuando regresó de las guerras de Setia: si has estado prisionero largo tiempo, empiezas a creer a tus captores.
Utta abrió la boca, pero la cerró. Paciencia, se dijo. Es buena mujer. Está asustada. Y yo también lo estoy. Porque si lo que Kayyin les había dicho era mentira, como Merolanna creía, los qar estaban locos de remate. Pero si era la verdad…
Entonces tienen todos los motivos del mundo para odiamos, pensó Utta. Tienen todos los motivos del mundo para destruimos.
* * *
La furia que hervía en el interior de Briony comenzó a aplacarse cuando regresaba a sus aposentos, como si alguien hubiera quitado la tapa de una olla. No tenía tiempo para la furia, se recordó: su vida estaba en juego. En cualquier momento la encerrarían en una celda, o la enviarían a una finca campestre para que viviera como prisionera. Hasta era posible que Ananka convenciera al viejo y delirante rey de creer en esas acusaciones de brujería, si tenía tiempo para insistir. La palabra de Briony (¡la palabra de la hija de un rey!) no había significado nada para Enander. En cambio, había actuado como el idiota que era, dejándose manipular por su ramera.
Calma, se dijo. ¿Cómo decía siempre Shaso? Aunque te estés defendiendo, debes atacar. No puedes limitarte a responder a los golpes.
Un guerrero siempre debe actuar, aunque sea para planear su próxima jugada.
¿Cuál sería su próxima jugada? ¿Qué factores tenía a favor? Dawet se había ido por cuestiones personales. Ella había gastado casi todo el dinero que le había dado Eneas. Bien, Zoria proveería… pero había que dar a Zoria su oportunidad. Briony había llegado a esa ciudad sin nada salvo su libertad. Le alegraría irse en la misma condición.
* * *
Por sus expresiones de vergüenza, era evidente que sus damas de compañía habían oído la noticia. No era ninguna sorpresa: los chismes viajaban deprisa en el palacio Avenida. Aun así, le dolía ver que trataban de decidir cómo tratarla. ¿Habían sabido que Feival la traicionaba? ¿Y cuántas de ellas eran espías de Ananka?
Agnes, la alta y delgada hija de un barón rural, fue la única que le salió al encuentro cuando ella entró. La muchacha la miró atentamente.
—¿Estáis bien? —preguntó como si realmente le interesara la respuesta—. ¿Os puedo traer algo, princesa?
Briony miró a las otras mujeres, que se alejaron y se pusieron a realizar varias tareas inútiles.
—Sí, Agnes, puedes venir a hablar conmigo mientras me cambio. He llevado puesto esto todo el día.
—Con gusto, princesa.
Cuando estaban en la alcoba, Briony empezó a quitarse la ropa que llevaba. Mientras Agnes la ayudaba a ponerse una bata de noche, Briony observó a la muchacha. Era un poco más joven que ella pero tenía la misma altura, y aunque era más delgada, también era rubia como Briony, lo cual podía ser muy útil.
—¿Cuánto sabes sobre lo que me pasó esta tarde? —preguntó Briony.
Agnes se sonrojó.
—Más de lo que quisiera, princesa. He oído que maese Feival fue a ver al rey para contarle mentiras sobre vos. —Meneó la cabeza—. Si me hubieran preguntado a mí, les habría dicho la verdad: que sois inocente, que obrasteis honorablemente con su alteza el príncipe Eneas. ¿Queréis que se lo diga, princesa? Lo haré si lo deseáis, aunque temo por mi familia…
—No, Agnes, no te pediría eso, ni a ti ni a las demás muchachas.
—Las demás son cobardes, princesa Briony. Me temo que de todos modos no dirían la verdad. Tienen miedo de Ananka. —Rio amargamente—. Y yo también le tengo miedo. Algunos dicen que es bruja… Que domina al rey con un hechizo.
Briony frunció el ceño.
—Bien, le mostraré mi propia magia… pero sólo si tú me ayudas.
Agnes terminó de sujetar el cinturón de la bata de Briony y la miró solemnemente.
—Os ayudaré, princesa, del modo en que los dioses permitan. Pienso que es horrible lo que os están haciendo.
—Bien. Creo que podremos hacer esto sin menoscabo de tu reputación en la corte. Ahora escucha…
* * *
La primera vez que envió a Agnes al exterior, Briony fue a la puerta con la muchacha para que los guardias la vieran en bata. Al demonio con el pudor, pensó. Un guerrero no tiene pudor.
—Vuelve pronto —le dijo a Agnes para que todos la oyeran. Los soldados la siguieron con los ojos, pero Agnes no era una muchacha que llamara mucho la atención de los hombres. Llevaba una nota para el rey, con las súplicas y las declaraciones de inocencia que se podían esperar de alguien que se hallaba en la situación de Briony, pero los guardias no se molestaron en preguntarle adonde iba, y mucho menos leyeron la carta.
Idiotas, pensó Briony. Bien, debería alegrarme de que me den poca importancia.
En ausencia de Agnes, Briony hurgó en el baúl que contenía las pocas cosas que había llevado a la corte. Armó un bulto con lo que necesitaba y lo envolvió en una capa, la más humilde que pudo encontrar, una sencilla y gruesa prenda de lana oscura que quizá hubiera dejado un visitante y nunca había sido reclamada.
Quizá pertenezca al príncipe, pensó. Sí, me imagino a Eneas con esta prenda modesta, al frente de sus soldados. Por la longitud, bien podía ser de él.
Agnes regresó pronto y Briony la envió a entregar una misiva a Ivgenia e’Doursos. Quería que su amiga supiera lo que había ocurrido, y le había escrito para decirle que la habían acusado injustamente, aunque no le explicó cuáles eran sus planes. Había aprendido a no confiar en nadie, ni siquiera en Iwie. Más aún, estaba obligada a confiar en Agnes más de lo que le complacía, pero eso era inevitable.
Briony se plantó de nuevo en la puerta, asegurándose de que los guardias la vieran.
—Pásala por debajo de la puerta —le dijo a Agnes—. No la despiertes.
—Tendré cuidado —dijo Agnes con una sonrisa.
A las otras damas parecía molestarles que no les encargara estos recados, aparentemente importantes. Briony las mantuvo ocupadas pidiéndoles que consiguieran comida.
—Pan y queso de la despensa —les dijo—. Una buena cantidad. Que nadie sepa que es para mí. Y un poco de fruta seca. Y nísperos: envolvedlos en un pañuelo para que no se mezclen con lo demás. ¿Y qué más? Ah, quisiera pasta de membrillo.
—¿Tenéis mucho apetito, princesa? —preguntó una de ellas.
—Me muero de hambre. Ser traicionada es mucho trabajo.
Las damas se fueron con cara sorprendida, cuchicheando en cuanto traspusieron la puerta. Briony notó que uno de los guardias se había ido. El otro soldado apenas alzó la vista cuando pasaron las dos jóvenes.
Una vez que le trajeron el pan, el queso y lo demás, Briony lo llevó a la alcoba, donde nadie la veía, abrió su paquete y escondió la comida en el medio.
—Ahora os podéis acostar —les dijo a las mujeres—. Yo esperaré a Agnes. Todavía no tengo sueño.
Defraudadas en su afán de ver más excentricidades (o quizá de ver cómo Briony comía esa cantidad de provisiones), las damas fueron a la alcoba para prepararle la cama. Agnes regresó poco después.
—Gracias a los dioses —dijo Briony—. Empezaba a temer que te hubiera pasado algo.
—Había gente en el pasillo, y no sabía si vos queríais que me vieran, así que esperé a que se fueran —dijo Agnes—. ¿Hice mal?
—¡Zoria misericordiosa, todo lo contrario! ¿Por qué no te descubrí antes? —Besó a la muchacha en la mejilla—. Una cosa más. Dame tu vestido.
—¿Mi vestido, princesa?
—Baja la voz; las otras están en la alcoba. Debemos ser rápidas. Ponte esta bata.
La joven Agnes tuvo la sensatez de no perder tiempo con preguntas. Con ayuda de Briony, se quitó el vestido, y mientras tiritaba en ropa interior Briony le puso la bata.
—Ahora ayúdame —dijo Briony.
Cuando se hubo puesto el vestido, Briony llevó a Agnes hasta el baúl.
—Desde luego, puedes quedarte con cualquier vestido mío que te apetezca —dijo—. Hay varios en el baúl grande. Pero quiero que te quedes con algo más. Toma. El tonto que me dio esto no obtuvo lo que quería a cambio, pero me lo dio, así que tengo derecho a regalártelo. —Sacó el caro brazalete que lord Nikomakos le había enviado como prenda de amor y lo sujetó a la muñeca de la muchacha.
Agnes lloró, sorprendida.
—¡Sois demasiado amable conmigo, princesa!
—No. Aún te queda una tarea pendiente y no será fácil. Debes convencer a los hombres del rey, cuando vengan a buscarme, de que no sabías lo que yo hacía. Quizá vengan esta noche, si algo les ha llamado la atención, o quizá vengan mañana. —Frunció el ceño—. No, eso no los convencerá. Eres una muchacha demasiado lista. Debes decirles que yo te amenacé para que te callaras.
Ahora fue Agnes quien frunció el ceño y meneó la cabeza.
—No mancharé vuestro nombre, princesa Briony. Dejadlo de mi cuenta; ya pensaré en algo.
—¡Que los dioses te bendigan, Agnes! Ahora bien, cuando lleguemos a la puerta, no te asomes demasiado… y no muestres la cara a los guardias. —Cuando abrieron la puerta, Briony dijo en voz alta—: ¡Deprisa, muchacha! Debes ir a verla y regresar pronto. ¡Quiero acostarme!
Había un solo guardia y, como Briony esperaba, apenas alzó la vista para mirar a la mujer en bata que daba órdenes a la criada, antes de apoyarse en la pared.
—La princesa os tiene al trote, ¿verdad, milady? —dijo cuando Briony pasó con la capa recogida aferrada contra el pecho.
—Así es —dijo ella en un murmullo casi inaudible—. Es una noche muy movida. —Poco después se internó en el corredor contiguo.
* * *
Recorrió el camino que había hecho con Eneas, deteniéndose en los establos para ponerse la ropa de varón que había usado entre los actores. Dio gracias a Zoria y los otros dioses por que hubiera elegido una capa abrigada: era primavera en Sian, pero la noche estaba fría. También dio gracias por que fuera noche de mercado y las puertas del palacio permanecieran abiertas hasta horas tardías, pues la gente entraba y salía. Sepultó el vestido que le había dado Agnes en la paja, salió de los establos y traspuso la puerta.
Briony se dirigió a la taberna donde se alojaban los actores. El Caballo Ballena estaba en una calle angosta, en una zona oscura pero concurrida de Tessis, cerca de los muelles del río; el letrero representaba una extraña criatura marina con colmillos. Pasaron algunos borrachos, cantando o riñendo, algunos con mujeres del brazo, tan borrachas y pendencieras como ellos. Briony se alegró de estar vestida de hombre y rogó que nadie tratara de hacerle hablar. Ese lugar no parecía muy auspicioso, aunque la considerasen un muchacho en vez de una joven.
Nevin Hewney dormía en la sala principal, con la cabeza apoyada en la mesa. Finn Teodoros tampoco estaba muy sobrio y tardó en reconocerla, aun cuando ella le susurró el nombre.
Él se reclinó como para verla entera, luego se inclinó hacia delante.
—Joven Tim… Quiero decir, princ…
Briony le tapó la boca con la mano, con tal brusquedad que el otro habría gritado de dolor si no hubiera estado tan ebrio.
—¡No lo digas! ¿Toda la compañía está aquí?
—Creo que sí. El grandote Dowan se fue a acostar hace horas. Creo que vi a Makewell platicando con un mercader… —La miró de nuevo, como para asegurarse de que no estaba soñando—. ¿Qué haces aquí? ¿Y vestida… así?
—No quiero hablar de ello aquí. Trae a Hewney y encuéntrame en tu habitación.
* * *
—¿Feival? —preguntó Teodoros, palideciendo—. ¿Es verdad?
—¿Acaso crees que mentiría? ¡Me traicionó!
—Lo lamento, alteza, es que… Por el Embaucador, ¿quién lo hubiera dicho?
—Cualquiera de nosotros, si hubiéramos tenido un mínimo de seso. —Nevin Hewney se incorporó, goteando. Se había remojado la cabeza en un cuenco de agua—. Nuestro Feival siempre fue aficionado a las cosas buenas. Siempre dije que un día nos abandonaría por un hombre rico… incluso una mujer rica. Bien, la encontró. Y ni siquiera tiene que follarla.
—¡Hewney! —exclamó Teodoros—. No hables así delante de la princesa.
Briony revolvió los ojos.
—Nada de eso es nuevo para mí, Finn, aunque haya vuelto a ser princesa; sólo mis ropas cambiaron. —Rio amargamente—. ¡Y mira! Ya he vuelto a usar mi vieja ropa.
El dramaturgo gordo estaba apesadumbrado.
—¿Qué haréis ahora, alteza?
—¿Qué haré yo? No, qué haremos nosotros… y lo que haremos es largarnos esta noche. Feival os ha denunciado como espías míos: lo dijo frente al mismísimo rey de Sian. Quizá ya haya soldados en camino.
—¡Ese cabrón! —gruñó Hewney.
Finn parpadeó.
—¿Soldados del rey?
—Sí, so tonto, y agradece que yo haya pensado en venir a buscaros. Al menos así tendréis la posibilidad de escapar. Iremos a Marca Sur.
—¿Cómo? No tenemos dinero ni provisiones… ¿Cómo saldremos por las puertas de la ciudad?
—Ya veremos. —Ella sacó la última moneda que le había prestado Eneas, un delfín de oro, y se lo arrojó a Teodoros, que a pesar de su consternación lo atajó con habilidad—. Lleva esto y encárgate de los preparativos. Yo esperaré aquí mientras tú reúnes a los demás. ¿Están cerca?
Finn miró en torno.
—La mayoría. Estir ha salido. Y el alto Dowan también salió. Bañado y afeitado. —Hizo una mueca—. ¡Quizá tenga una mujer!
—No me interesa, Finn, pero debemos traerlos de vuelta, y pronto.
—Yo conseguiré una jarra de vino para llevar —anunció Nevin Hewney—. Si he de morir, que los dioses no permitan que esté sobrio.
Finn Teodoros también se puso de pie.
—Que los dioses nos guarden a todos —dijo—. Parece que la vida de una princesa nunca es aburrida, y casi siempre es peligrosa. Me alegra tener sangre de campesino en las venas.