28
Los solitarios
En el volumen conocido como Libro de Ximander, está escrito que una familia de elementales sumó sus fuerzas a los qar tiempo atrás, y que se hacen llamar Fuego Esmeralda. Según Ximander, son como la guardia palaciega del rey y la reina de los crepusculares, como los Leopardos del autarca xixiano.
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
—¿Reposo? ¿Aulladores? No entiendo. —Barrick cogió los pesados remos y se puso a remar. Las turbias luces oscuras jalonaban el río como una pérgola de árboles añosos que era tupida en la orilla y se elevaba a ambos lados hasta disiparse en lo alto—. No tiene sentido —le gruñó a Raemon Beck, procurando hablar en voz baja—, ¿Por qué los nocturnales se encierran durante horas cuando no duermen? Si todos están dentro, ¿por qué tienen a esos aulladores custodiando las calles? ¿De qué se protegen?
Beck se había secado los ojos, pero parecía que rompería a llorar en cualquier momento; la cara débil y pastosa de ese hombre enfurecía a Barrick.
—Los nocturnales son hadas —murmuró Beck—, y no son bondadosos, excepto mi amo. No se fían de nadie, ni siquiera de su propia especie. En cuanto al Reposo, su ley dice que deben encerrarse, y los aulladores se encargan de ello. Mi amo Qu’arus decía que su gente tenía que encerrarse porque el exceso de vigilia les enfermaba el corazón y la mente. Antes de la ley del Reposo, muchos se volvían tan furtivos y enfermizos que masacraban a sus propias familias o sus vecinos. Todavía hay lugares donde se ven las ruinas de fincas que fueron incendiadas siglos atrás, con la familia y la servidumbre dentro, transformadas en piras funerarias por gente que se había cansado de vivir…
Por un momento, Barrick sintió una perturbadora afinidad con los nocturnales. ¿Cuántas veces había soñado que su hogar estaba en llamas? ¿Cuántas veces había anhelado un desastre que pusiera fin a su dolor, sin preocuparse por el daño que sufrieran otros?
Remaba tratando de no hacer ruido, pero la ciudad estaba silenciosa como una tumba; cada chapoteo parecía llamar la atención. El cauce por donde navegaban terminó, y tuvieron que internarse en un ramal más grande de los canales principales. A lo lejos vieron tres o cuatro botes, pero Barrick remó con empeño y lograron cruzar ese cauce ancho para regresar a uno de los más pequeños.
Era agotador ir tan deprisa, pensó: el bote tenía el doble de tamaño que los esquifes de dos plazas que se usaban en Marca Sur. Barrick pensó en el blemmi que antes había realizado este trabajo. Ojalá hubiera traído a una de esas criaturas horribles, para ahorrarse esta faena agotadora.
Pronto descubrió que si se mantenía lejos de las luces oscuras de las orillas podía ver bastante bien, pero el efecto aún resultaba perturbador: en el medio de los cauces más grandes había algo parecido al crepúsculo al que se había acostumbrado, pero un humo espeso y negro envolvía las orillas. Para ver por dónde pasaban tenía que aproximarse al aura de las luces oscuras y acostumbrar los ojos a la sombra. Pero no sabía si a la vez serían vistos, ni quién los estaba mirando.
—Necesitamos un lugar donde escondernos —le dijo a Beck—. Un lugar donde nadie nos encuentre hasta que decidamos qué hacer.
—No existe ese lugar —dijo Beck consternadamente—. No en Sueño.
Barrick puso mala cara.
—Y tampoco sabes dónde está el Portal de Torcido. Eres tan inservible como tetas en un jabalí…
Algo cayó sobre ellos desde la negrura, como si las luces oscuras hubieran escupido parte de su esencia. Raemon Beck se arrojó al suelo, apretando la cara contra la cubierta, pero Barrick reconoció esa mancha de sombra y su forma de entrar en escena.
—No esperaba verte de nuevo —dijo.
—Nosotros tampoco esperábamos verte… y menos con vida. —El pájaro se agachó para acicalarse las plumas del pecho—. ¿Qué tal lo pasaste en la casa de esa bondadosa gente de ojos azules?
Barrick casi se rio.
—Como ves, hemos decidido mudarnos. El problema es que el amigo Beck no sabe dónde está el Portal de Torcido. Necesitamos ir a alguna parte donde podamos estar a salvo de los hombres de la noche. Y los otros… ¿Cómo los llamaste, Beck? ¿Aulladores?
—¡Silencio! —El hombre harapiento miró en torno con terror—. ¡No los menciones cuando estamos cerca de la orilla! Los atraerás.
Skurn, que estaba posado en una pata en la proa del bote mientras recogía algo que tenía en la otra pata, se sacudió y se acercó a Barrick.
—Quizá nosotros podamos volar y echar una ojeada —dijo con desdén—. Quizá.
Barrick notó que el cuervo intentaba mostrarse amigable.
—Sí, eso estaría bien, Skurn. Gracias. —Miró las negras nubes de luz oscura de las orillas—. Encuentra un lugar donde la oscuridad no sea tan densa… Una isla, quizá. Deshabitada. Agreste.
El pájaro echó a volar en espiral y luego enfiló hacia la orilla más cercana.
—Tengo el estómago vacío —dijo Barrick mientras el ave desaparecía—. Si sacamos un pez de estas aguas, ¿nos envenenará?
Beck negó con la cabeza.
—No lo creo. Pero hay comida en el bote. Dudo que alguien la haya tocado desde que llevamos a mi amo a casa. Con las bajas que tuvimos en nuestra excursión de caza, y con mi amo herido, no la consumimos toda… Hay mucho tasajo y pan. —Se arrastró hacia delante y encontró un saco impermeable plegado bajo el banco de proa—. ¡Sí, mira!
La comida tenía un gusto raro y mohoso, pero Barrick estaba demasiado cansado y hambriento para preocuparse por ese detalle. Compartieron un puñado de tasajo y dos panes duros como cuero que le hicieron recordar las hogazas de cereal de su hogar.
—¡Y de veras eres el príncipe Barrick! —Raemon Beck había recobrado un poco el ánimo—. No puedo creer que te vea de nuevo, y nada menos que aquí.
—Si tú lo dices. No recuerdo nuestro primer encuentro. —En realidad, Barrick no quería recordar. No tenía nada que ver con el hombre harapiento. Había sentido un gran alivio al separarse de todo lo que había dejado atrás (su pasado, su herencia, su dolor) y no tenía prisa por recobrarlo.
Beck le contó entre tartamudeos que su caravana había sido atacada por los qar, que él había sido el único superviviente, y que después de contar su historia había comparecido ante un consejo real y lo habían enviado al mismo sitio de la carretera de Setia. Beck tardó mucho en contar todo (el largo tiempo que había pasado detrás de la Línea de Sombra le había deteriorado la memoria) y recordar cada nombre era un triunfo para él, pero a Barrick sólo le causaba dolor.
—Y entonces tu hermana le dijo al capitán… ¿Cómo se llamaba? Un hombre alto.
—Vansen —dijo Barrick. El guardia había caído en la negrura defendiendo la vida de Barrick, aunque el príncipe lo había maldecido muchas veces. ¿Acaso ese desfile de recuerdos tristes e inútiles no tenía fin?
—Sí, tu hermana le dijo que me llevara al sitio donde habían atacado la caravana. Pero nunca llegamos allí… o al menos yo no llegué. Me desperté en medio de la noche rodeado por la niebla. Estaba perdido. Llamé una y otra vez, pero nadie me encontró. Al menos, ninguno de mis compañeros de viaje… —Raemon Beck se interrumpió, temblando, y no quiso hablar de lo que le había ocurrido entre ese momento y el momento en que lo había capturado Qu’arus de Sueño—. El amo me trató bien. Me alimentó. No me golpeaba a menos que lo mereciera. Y ahora está muerto… —Le temblaron los hombros—. Pero no creo que tu hermana, los dioses la bendigan… perdón, príncipe, debería decir la princesa Briony… no creo que ella me deseara ningún mal. Estaba furiosa, pero no creo que estuviera furiosa conmigo…
—Basta, hombre. Olvídalo. —Barrick no soportaba más palabras.
Beck guardó silencio. Barrick se quedó acurrucado en el manto donde se había acostado Qu’arus en su último viaje y volvió a coger los remos, moviéndolos para mantenerse en medio de la tranquila corriente mientras esperaban el regreso del cuervo. El canal era angosto y había casas en ambos lados, aunque costaba distinguirlas de los acantilados de piedra donde las habían construido. Sólo algunas ventanas diminutas y las enormes puertas las identificaban como viviendas.
Puertas, pensó. En esta ciudad hay más puertas de las que puedo contar. Sólo tengo que encontrar la que busco.
* * *
Skurn bajó del cielo mate y extendió las alas para posarse en la alta popa del bote. Era fácil olvidar cuán grande era el pájaro, pensó Barrick. Su envergadura igualaba la extensión de los brazos de un hombre. El cuervo no habló de inmediato, sino que se limpió las plumas. Era evidente que quería que le preguntaran.
—¿Has encontrado algo? ¿Algún sitio donde ir?
—Tal vez sí. Pero tal vez no.
Barrick suspiró. No era de extrañar que estuviera solo en el mundo y prefiriese que fuera así.
—Dime, por favor —dijo con exagerada cortesía—. Después te agradeceré generosamente tu amable servicio.
Complacido, el cuervo se hinchó y se irguió.
—Pues hete aquí que Skurn ha encontrado una isla rocosa frente al gran canal. Con árboles y ruinas. No vimos rastros de nada que anduviera sobre dos patas.
—Bien —dijo Barrick—. Te lo agradezco. ¿En qué dirección?
—Síguenos. —El cuervo volvió a elevarse.
Mientras Barrick seguía al pájaro, Raemon Beck comentó:
—Aquí no todos los animales hablan. Y cuando lo hacen, es mejor no escuchar. —Se sacudió como un perro mojado, acechado por algún recuerdo maligno—. Sobre todo cuando te invitan a su casa. No es como en esos cuentos para niños.
—Lo tendré muy en cuenta.
La isla era tal como Skurn había dicho, un nudo de piedra cubierto de malezas en medio de uno de los grandes canales, tan lejos de las luces oscuras que se encontraba en un charco de gris crepuscular. Un inmenso edificio se había erguido antaño entre los oscuros pinos, ocupando la mayor parte de la pequeña isla, pero ahora sólo quedaban unos muros derruidos y las ruinas circulares de lo que podía haber sido una torre.
No había ninguna playa, y no quedaba nada del antiguo muelle, salvo unos amarraderos blanqueados que parecían costillares y hacían pensar en los durmientes y su montaña de hueso. Amarraron el bote a uno de ellos y caminaron hasta la costa con el agua hasta el pecho; Beck y Barrick temblaban cuando llegaron a la orilla y se refugiaron bajo los pinos.
—Necesitamos fuego —dijo Barrick—. No me importa si alguien lo ve. —Se levantó y condujo a Beck por la espesura hasta que llegaron a la torre en ruinas—. Al menos esto ocultará la luz de las llamas, aunque no podemos hacer nada con el humo.
—Usa esto —dijo Beck, recogiendo ramas del suelo—. Es buena madera y humeará menos que las ramas verdes.
Barrick asintió. El hombre no era tan inservible, a pesar de todo.
Una vez encendido el fuego, Barrick se sentó para calentarse las manos y notó que Skurn se había ido. Antes de que pudiera pensar mucho en ello, el pájaro regresó, bajando entre las ramas superiores antes de brincar el resto del camino de una rama a la otra. Algo colgaba de su pico, un bulto oscuro que soltó con gran ceremonia.
—Creímos que tendrías hambre —anunció el cuervo.
Barrick examinó ese cadáver de ojos pequeños, una criatura semejante a un topo grande pero con patas más largas y delicadas.
—Gracias —dijo con sinceridad, pues estaba muerto de hambre. Salvo por los pocos bocados que había compartido con Raemon Beck, parecía que hacía días que no comía.
—Yo me encargo —dijo Beck—. ¿Tienes un cuchillo?
Con cierta renuencia, Barrick sacó la espada corta de Qu’arus. Beck la examinó intrigado, pero no dijo nada. El mercader se puso a despellejar y eviscerar el animal mientras Barrick cuidaba el fuego, y le dio las entrañas y la piel a Skurn sin preguntar. El cuervo las engulló, luego saltó a una piedra y empezó a acicalarse.
—¿Qué sabes de esta ciudad? —preguntó Barrick mientras la carne se asaba en un espetón de pino. El olor almizclado pero apetitoso lo distraía—. ¿Dónde estamos? ¿Qué forma tiene el lugar?
Beck arrugó la cara sucia, reflexionando.
—A decir verdad, no sé mucho. La única vez que mi amo me llevó fuera antes de la excursión de caza fue para hacer una visita ceremonial al duque de Seda de Araña. Llevó a varios de sus sirvientes mortales, tan sólo para pavonearse ante el duque. —Puso una sonrisa triste—. Tuvimos que internarnos en la ciudad, y él me señaló ciertas cosas durante el trayecto. Déjame pensar. —Recogió una ramilla de pino y dibujó algo en el suelo húmedo—. Tiene aproximadamente esta forma. —Trazó una torpe espiral—. K’ze-shehaouv, el río Esfumado, así llaman al gran canal —dijo, trazando esta arteria principal—. Pero hay otros canales que lo cruzan. —Dibujó más líneas encima de la otra. La forma se parecía a una de esas conchas de nautilo partidas en dos que los sacerdotes de Erivor llevaban en el pecho como emblemas de su dios.
—¿Pero dónde estamos nosotros? —preguntó Barrick.
Raemon Beck se frotó la cara.
—Creo que la casa de Qu’arus está por aquí —dijo, clavando la ramilla en la espiral externa—. El amo se enorgullecía de vivir fuera del corazón de la ciudad, lejos de las otras familias ricas e importantes. Y este lugar debe estar por aquí. —Volvió a señalar, trazando una marca más grande sobre las espirales segunda y tercera—. No sé cuánto hemos viajado, pero sé que esa parte está llena de islas.
Barrick frunció el ceño. Sacó la carne del fuego, la apoyó en una roca limpia y empezó a cortarla en dos porciones, una tarea incómoda con una hoja tan grande y una comida tan pequeña. Dejó la porción de Beck sobre la piedra y se puso a comer con los dedos.
—Necesito saber más. Me han encomendado una misión.
—¿Qué clase de misión? —preguntó Beck.
Ni siquiera la comida caliente indujo a Barrick a compartir todos sus secretos con alguien que era casi un desconocido.
—Eso no importa. Necesito encontrar una puerta, como he dicho, pero no sé dónde está. Sólo sé que se llama Portal de Torcido. ¿Qué más puedes decirme? Si no conoces el Portal de Torcido, ¿existe en Sueño alguna puerta famosa, importante? ¿Un lugar custodiado?
—Todo está custodiado —dijo Beck—. Lo que no es vigilado por los aulladores se encuentra a buen recaudo en las casas de los nocturnales.
—Mencionaste a un sujeto que tu amo fue a visitar: el duque de Telaraña…
—Seda de Araña. Es muy viejo. Mi amo decía que era uno de los más viejos de la ciudad, después de los miembros del Consejo Risueño.
—¿Qué clase de nombre es ése? —preguntó Barrick, intrigado.
—No lo sé, mi señor. El amo los odiaba. Decía que alguien tenía que sorberles los jugos y así podríamos volver a empezar de nuevo. También decía que la risa debía tener un sonido, pero no sé a qué se refería.
Barrick se estaba impacientando con esa historia.
—¿Dónde está Seda de Araña? ¿Podemos llegar a él? ¿Podemos obligarlo a decirnos lo que queremos saber?
Raemon Beck lo miró con horror.
—¿El duque? ¡No! No podemos acercarnos a él. ¡Nos destruiría sin siquiera alzar un dedo!
—¿Dónde vivía? ¿Al menos puedes decirme eso?
—No estoy seguro. Cerca del corazón de la ciudad. Lo recuerdo porque pasamos frente a muchos lugares antiguos al llegar al centro de Sueño, algunos quemados y otros en ruinas, algunos tan rodeados de luz oscura que no podía verlos ni siquiera de cerca. Mi amo señaló muchas cosas de nombre extraño. Una era el Jardín de las Manos, y un sitio llamado Cinco Piedras Rojas, la biblioteca de la Música Dolorosa… No, Música Penosa… —Recobró el aliento—. ¡Tantos nombres! Torre de Syu’maa, Portal del Traidor, Campo del Primer Despertar…
—Un momento —dijo Barrick—. ¿Portal del Traidor? ¿Qué era eso?
—No recuerdo…
Barrick cogió el brazo de Beck con la mano izquierda, y sólo comprendió que lo estaba lastimando cuando el otro gimoteó. Lo soltó.
—Lo siento —dijo—, pero debo saberlo. ¡Piensa, hombre! ¿Qué era el Portal del Traidor?
—Por favor, príncipe, era… era uno de esos sitios oscuros que no podía ver. Pero el amo dijo algo… —Beck entornó los ojos, tratando de recordar, frotándose el brazo que Barrick había apretado—. Dijo que era un agujero.
—¿Un agujero? —Barrick tuvo que reprimir el impulso de zamarrear a ese hombrecillo—. ¿Eso es todo?
—Sé que suena raro, pero lo llamó agujero… Un agujero… que ni siquiera los dioses podrían cerrar. —Se le iluminó la cara—. Eso fue lo que dijo.
El corazón de Barrick se aceleró. Todo lo que había oído sobre los caminos de Torcido le indicaba que esto era algo que no podía pasar por alto.
—Enséñame cómo encontrarlo.
La expresión complacida de Beck se evaporó.
—¿Qué? Príncipe, está en el corazón de Sueño; en el distrito de Silencio, donde sólo pueden ir los que son llamados. Ni siquiera mi amo habría pisado ese lugar sin ser invitado por Seda de Araña… —Se sobresaltó ante un chasquido, pero era sólo Skurn partiendo la concha de un caracol contra una piedra—. Mi amo era muy inteligente. Si él no iba allí por su cuenta, nosotros tampoco deberíamos hacerlo. No conoces a estas criaturas, príncipe Barrick: no tienen alma ni la menor bondad. Nos despellejarán sólo para divertirse, con menos preocupación que la que tuve con este animalillo.
—No te obligaré a ir conmigo, pero no puedo desperdiciar esta oportunidad. —Barrick se enjugó las manos en la ropa raída y preparó un lugar para acostarse—. Debo ver ese lugar, Beck. Debo averiguar si este agujero que ni siquiera los dioses pueden cerrar es lo que busco. Tengo una misión, como te dije. —Metió la mano en la camisa para tocar el espejo—. Tú eres libre de hacer lo que quieras.
—Pero si me abandonas, me capturarán. Un sirviente fugitivo… y para colmo un soleado. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Me harán cosas terribles!
Barrick había recobrado parte de su frialdad. Estaba cansado y no quería escuchar el llanto de ese hombre. Sintió que se endurecía como la arcilla transformándose en ladrillo. Se acostó en el hueco que había entre dos raíces de pino y enrolló la capucha de la capa de Qu’arus bajo la cabeza como almohada.
—No puedo tomar tus propias decisiones, mercader. Tengo otras responsabilidades. —Cerró los ojos.
No tendría que haber sido fácil dormirse con los sollozos de Beck, pero Barrick había descansado poco en la casa de los nocturnales. De no ser por el sueño del lagarto, habría pensado que no había dormido nada. El mundo pronto se disipó.
* * *
En el sueño estaba en la cima de un cerro, un lugar del color del marfil viejo. Una muchedumbre se había reunido en la ladera, y los rostros parecían flores en un jardín extravagante. Reconoció a algunos de inmediato: su padre el rey, Shaso, su hermano Kendrick. Otros eran menos familiares. Uno de ellos podía ser Ferras Vansen, pero al mismo tiempo era un hombre mayor de barba entrecana y pelo ralo, un Vansen que nunca podría existir porque el capitán había muerto en Gran Abismo al caer en la oscuridad. Casi todos los demás eran desconocidos, algunos con vestimentas anticuadas, otros tan extraños y deformes como las criaturas que había encontrado en las celdas del semidiós Jikuyin: las únicas cosas que esa extraña congregación compartía eran el silencio y la atención.
Barrick trató de hablar, de preguntarles qué querían de él, pero su boca no articulaba las palabras. Sentía la cara entumecida, y aunque movía la mandíbula y la lengua, algo le impedía hacerlo libremente. Se llevó la mano a los labios. Se horrorizó al sentir que allí sólo había una piel rígida como cuero viejo. No tenía boca.
¿Barrick? ¿Eres tú?
Alguien hablaba a sus espaldas, la voz dolorosamente familiar de la muchacha de pelo oscuro, Qinnitan, pero él no lograba responderle. Procuró volverse hacia ella pero no podía moverse. Su cuerpo estaba paralizado, duro como su rostro.
¿Por qué no me dices nada?, preguntó ella. ¡Puedo verte! ¡Hace tiempo que deseo hablarte! ¿Qué he hecho para enfadarte?
Barrick se esforzó tanto que se le enturbió la vista, pero no pudo mover sus músculos petrificados. Se sentía como una estatua. Las caras expectantes aún lo miraban, pero ahora manifestaban impaciencia y confusión. Se quedó mirando hacia abajo mientras el cielo se oscurecía y empezaba a llover, gotas frías que apenas sentía, como si su cuerpo se hubiera transformado en algo grueso y rígido como corteza de árbol. De nuevo oyó la voz de Qinnitan, pero era cada vez más débil, y desapareció. La gente empezó a dispersarse, fastidiada por la pasividad de Barrick, y al fin se quedó solo en esa cima, empapado con esa lluvia que no se secaba nunca.
* * *
—Príncipe Barrick, si de veras… —Raemon Beck, que había sacudido a Barrick, se sobresaltó al sentir la espada de Qu’arus contra el cuello.
—¿Qué pasa?
Beck tragó saliva.
—Por favor, no me mates, mi señor.
Barrick envainó la espada.
—¿Cuánto tiempo dormí?
Beck se frotó la garganta.
—Aquí siempre cuesta saberlo, pero la campana sonó hace un rato. Falta poco para que termine el Reposo y los nocturnales vuelvan a los canales. —El mercader estaba pálido y ojeroso, como si no hubiera dormido—. Si de veras quieres buscar ese lugar, tendríamos que ponernos en marcha.
—¿Eso significa que vienes conmigo?
—¿Qué opción tengo, mi señor? —dijo Beck con aflicción—. De un modo u otro me matarán. —Frunció la boca, tratando de recobrar la compostura—. Por primera vez en mucho tiempo he pensado en mis hijos y mi esposa: es probable que nunca los vuelva a ver.
—Suficiente. Eso no nos sirve de nada. —Barrick se incorporó, se desperezó—. ¿Cuánto más durará el Reposo?
Beck se encogió de hombros.
—Como he dicho, hace poco sonó la campana. Eso significa que han pasado tres cuartos. Ya ni siquiera sé calcular el tiempo, príncipe Barrick. ¿Una hora? ¿Dos horas? Es todo lo que tenemos.
—Entonces debemos encontrar el centro de la ciudad antes que ellos. ¿Qué hay de los aulladores? ¿Nos importunarán en el río?
—¿Importunar? —rio Beck, una carcajada hueca como un tronco podrido—. No lo entiendes, mi señor. Los solitarios no son centinelas ni magistrados como los que teníamos en Mar del Timón. Ellos no «importunan». Te congelan la médula de los huesos. Te arrancan el corazón y se lo tragan entero. Si estás en el agua y oyes la llamada de sus voces, te ahogarás con tal de escapar de ellos.
—Deja de hablar con adivinanzas. ¿Qué son ellos?
—¡No lo sé! Hasta mi amo les tenía miedo. Me dijo que su gente nunca tendría que haberlos traído a Sueño. «Traído», eso fue lo que dijo. No sé si los encontraron o los criaron o los invocaron como demonios xandianos… Hasta los nocturnales hablan de los aulladores en susurros. Un hijo de Qu’arus le contó a su hermano que eran como trapos blancos ondeando en el viento, pero con voz de mujer. Los nocturnales también los llaman «Ojos del Lugar Vacío». No sé qué significa eso. Lo juro por los dioses, no quiero averiguarlo nunca. —De nuevo rompió a llorar.
—Basta de gimoteos. Ven, mira tu mapa. —Barrick se acuclilló sobre la espiral que había dibujado el mercader—. No nos conviene ir en línea recta por el gran canal, sobre todo si va a terminar el Reposo, como dices. Debes ayudarme a llegar al centro por cauces más pequeños.
—Los canales menores… es todo luz oscura —dijo Beck—. No se ve nada. Algunos están bloqueados con esclusas: nosotros estamos ciegos, pero ellos podrán vernos…
Barrick gruñó de frustración.
—Pero tiene que haber un modo de llegar, aunque tengamos que ir por el centro del canal más grande…
—Como una concha de caracol —intervino Skurn. El pájaro alzó la cabeza y dejó de picotear los restos fracturados y pegajosos del objeto que acababa de mencionar—. Lo hemos visto desde arriba.
—Sí. Queremos llegar al centro, pero Beck dice que no podemos usar los canales menores sin que nos vean.
—Nosotros podríamos encontrar un modo —dijo Skurn—. De isla a isla, donde no llega la oscuridad.
—Pues hazlo —le dijo Barrick—. Hazlo, y te prometo que te cazaré el conejo más gordo que hayas visto y yo no probaré ni siquiera un bocado.
El pájaro ladeó la cabeza para mirarlo. La luz del fuego se reflejó en sus ojos negros.
—Hecho —dijo, y extendió las alas—. Pondré todo mi empeño.
Antes de regresar al bote, Barrick apagó el fuego, pero antes de cubrirlo con tierra arenosa cogió una rama de pino, pegajosa de savia, y la acercó a la llama hasta que se encendió.
—¡Eso es fuego! —exclamó Beck—, ¡Apágalo!
—Allá está oscuro como la noche. No pienso andar a tientas en esta maldita ciudad. Además, si a los nocturnales no les gusta el crepúsculo, quizá el fuego los asuste.
—Odian la luz, pero no la temen. Y ven desde lejos. Si llevamos eso, será como ir gritando a voz en cuello para que los aulladores vengan a buscarnos.
Barrick se preguntó si esas palabras tenían sentido o sólo eran producto del temor. Al fin arrojó la antorcha al río, y una voluta de humo los siguió mientras se alejaban de la isla.
* * *
Si a Barrick ya no le gustaba la ciudad, le gustó aún menos al internarse en ella. Quizá fuera un lugar menos escalofriante una vez que terminara el Reposo y las calles volvieran a llenarse, pero costaba imaginarla como un sitio alegre o normal. Los canales, con sus bordes altos e inclinados, con sus muelles que eran como dientes torcidos, y con sus puentes bajos, parecían intestinos, como si la ciudad fuera una criatura obtusa como una estrella de mar que los asimilaba lentamente. Aun las casas más grandes parecían estrechas y furtivas, y sus pequeñas ventanas eran como los ojos turbios de los ciegos. También escaseaban los lugares públicos, salvo los puentes irregulares y algunos espacios yermos que no parecían plazas ni mercados sino terrenos donde los edificios habían desaparecido sin ser reemplazados. Lo peor era el aura de silencio caviloso que pendía sobre ese oscuro laberinto. Sus residentes no soñarían, pero los edificios no hacían pensar en una vigilia perpetua sino en una arquitectura de pesadilla, una vaina dura que encerraba una semilla de maldad aletargada, como si Sueño no fuera una ciudad sino un mausoleo para los muertos desapacibles.
Acababan de abandonar la protección de una isla y surcaban un espacio abierto, dirigiéndose a otro islote de rocas, árboles y crepúsculo, cuando sonó la última campana del Reposo, una reverberación sorda que Barrick sintió en los huesos, más que oírla.
—Saldrán pronto —murmuró Beck, procurando mantener la calma—. Alguien nos verá.
—Si te mueves tanto alguien lo notará, sin duda. Quédate quieto. Pórtate como si fueras uno de ellos. —Barrick se cubrió la cara con la capucha—. Si no tienes nada con que cubrirte, acuéstate.
Beck encontró un trozo de vela remendada y se envolvió en ella.
—Es que conozco a esta gente. Los nocturnales son gratuitamente crueles. Son como niños arrancando las patas de las moscas.
—Entonces tratemos de que no nos agarren las patas. ¿Adonde habrá ido ese maldito cuervo?
Barrick aún estaba buscando a Skurn cuando pasaron bajo un lugar donde había varios puentes antiguos que se cruzaban a diferentes alturas, como las ramas espinosas de un rosal, conectando una serie de derruidas torres cubiertas de hiedra a cada lado del canal. Un borrón de movimiento en un puente llamó la atención de Barrick, como si alguien lo saludara con un pañuelo. Alzó la vista. Alguien lo miraba. Apenas veía a través de las luces oscuras, pero sentía esa mirada como una garra de hielo en el corazón.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Beck—. ¡Soltaste el remo!
Barrick oyó un chapoteo cuando su compañero recobró el remo, pero era como un eco lejano.
—¿Adonde fue? —preguntó con esfuerzo—. ¿Todavía está ahí?
—¿De qué estás hablando?
—Sus ojos eran rojos. Creo que estaba vivo, pero no era… no era… —Tenía la boca seca como arena, seca como polvo, pero igual tragó—. Me miraba…
—Que los dioses nos ayuden —gimió Beck—. ¿Era un aullador? El cielo nos guarde, no quiero verlo… —Se tapó la cara con las manos, como un niño asustado.
Al fin el agitado Barrick se armó de coraje para mirar de nuevo. La maraña de puentes se alejaba a sus espaldas. Por un instante creyó ver un borrón pálido ondeando en el puente más alto, pero cuando parpadeó y volvió a mirar había desaparecido. No se lo pudo quitar de la cabeza, aunque no sabía qué lo asustaba tanto.
Como trapos blancos ondeando en el viento…
La ciudad volvía a su muda y morbosa vigilia. Barrick vio siluetas que atravesaban las sombras, pero todas estaban tan arropadas que lo único que se distinguía era su movimiento. La mayoría andaban a solas, caminando lentamente por la orilla de los canales o cruzando alguno de los altos puentes, a menudo con antorchas de luz oscura, de modo que viajaban en una nube de negrura ambulante. Barrick ansiaba escapar cuanto antes de ese lugar. ¿Qué clase de engendros eran esos nocturnales? ¿De veras odiaban tanto la luz, o había algo más? Agradeció que Beck lo hubiera disuadido de llevar fuego.
Siguiendo a Skurn, atravesaron la parte más ancha del Esfumado y se internaron en un cauce angosto que se curvaba sobre sí mismo como un ciempiés muerto, serpenteando por un sector de la ciudad que parecía abandonado pese a estar cerca del centro. La mitad de los edificios estaba en ruinas, y algunos sólo eran escombros calcinados. Raemon Beck iba en la proa del bote, alerta y temeroso.
—Aquí estamos —dijo—. El amo me trajo aquí: recuerdo aquel árbol. —Señaló un nudoso y añoso aliso que crecía en su propia isla pedregosa, con el tronco deformado por el viento, extendiendo las ramas sobre el canal como la mano de un gigante que se ahogaba—. Creo que estamos cerca de Portal del Traidor.
—Eso espero —dijo Barrick, entornando los ojos. Había menos luces oscuras, y sólo algún farol ocasional irradiaba su espesa negrura, pero aun así la sombra impedía ver los detalles de la costa. Poco después se incorporó y señaló—. ¿Es allá?
Se trataba de un arruinado edificio de piedra, con casetas desmoronadas y muros cubiertos de vegetación. Parecía una de las tumbas del cementerio que estaba fuera de la sala del trono en Marca Sur, salvo que esta tumba habría servido para un gigante muerto.
—Creo que sí —dijo Beck en voz baja—. El cielo nos proteja. No me gustó entonces y no me gusta ahora… Lo que dijo mi amo sobre la maldición me asustó.
—¿De qué hablas? Podrías habérmelo dicho antes. —Cerros, ruinas… ¿Todo estaba maldito en esas tierras de sombras?
—No lo recordaba —dijo Beck con ojos desorbitados. Con una mano trémula, se cubrió los ojos para protegerse de un sol inexistente—. El amo dijo que este lugar era territorio prohibido, y que todas las gentes de estas tierras, tanto nocturnales como soñadores, estaban malditas a causa de lo que Torcido hizo a los dioses. —Se tocó la cara—. No recuerdo más… Entonces yo era nuevo aquí. Todo era tan extraño…
Barrick sintió desprecio. ¡Palabras, palabras! ¿De qué servían?
—Yo iré. Si quieres, puedes quedarte aquí.
Raemon Beck miró en torno frenéticamente.
—¡No lo hagas, mi señor! ¿No ves que es peligroso? ¡Yo no entraré allí!
—Como quieras. —Mientras el bote chocaba suavemente con el podrido muelle de madera, Barrick se levantó. El bote se hamacó y Beck tuvo que aferrarse a la borda. Skurn no estaba a la vista, pero sin duda vería el bote y sabría adonde había ido Barrick.
Beck no habló más, pero cuando Barrick subió al precario muelle, el mercader se levantó para seguirlo, la cara fruncida de aflicción y temor.
—Amarra el bote para que no se lo lleve la corriente. —Barrick presentía que quizá necesitaran irse deprisa.
Cuando se internó en la arboleda, alejándose de la antorcha de luz oscura que ardía en un poste cerca del canal, Barrick vio mejor el edificio. Era mayor de lo que parecía desde el canal, y lo rodeaba un vasto terreno. Era un lugar muy antiguo, y sus paredes cubiertas de vegetación estaban surcadas por inscripciones profundas, quizá encantamientos místicos, pero tan toscos como si los hubiera trazado un niño inmenso. Cada paso que daban entre las hojas y ramas caídas parecía sonar como un redoble de tambor. Mientras Barrick atravesaba la maleza, dejando atrás gigantescos bloques de piedra que se habían desprendido de las arruinadas paredes, sintió la fría satisfacción de saber que Beck lo seguía, murmurando para sí mismo.
Una cosa negra se le acercó desde los árboles.
—¡Corred! —gritó Skurn mientras pasaba—. ¡Ahí vienen!
Barrick se detuvo, desconcertado, y vio un par de siluetas que se aproximaban desde las ruinas, flotando sobre el terreno irregular como hojas arrastradas por el viento.
—¡Aulladores! —gimió Raemon Beck. Dio media vuelta para correr hacia el bote, pero tropezó y cayó de bruces en un zarzal.
Las criaturas se desplazaban con tremenda celeridad, superando obstáculos como si no los tocaran. Sus vestimentas flojas ondeaban como niebla, y sus capuchas les cubrían el rostro. Se acercaron tan deprisa que Barrick apenas tuvo tiempo de levantar a Raemon Beck antes que la primera criatura se abalanzara sobre ellos. Sin pensar, atacó la cabeza de la criatura con la espada de Qu’arus, o al menos el lugar donde debía estar la cabeza. La criatura se echó hacia atrás, silbando como una serpiente sobresaltada, y él entrevió una cara, ojos rojos y una telaraña de venas rojas sobre una piel blanca y cadavérica. Luego la criatura rio. Era un sonido jadeante y estremecedor, pero lo peor era que esa voz inhumana era inequívocamente femenina.
A Barrick se le aflojaron las piernas, como si en cualquier momento se pudieran quebrar bajo su peso. La otra criatura se acercó flotando por detrás. Barrick retrocedió y soltó a Raemon Beck, que se desplomó con un gemido de resignación. El bote estaba a pocos pasos, pero podría haber estado a muchas leguas. Las formas ondeantes se aproximaron, y sus voces quebradas se entrelazaron en un coro de hambre y victoria.
Los aulladores cantaban.