23: El gremio de los kalikanes de Sotopuente

23

El gremio de los kalikanes de Sotopuente

Llano Tembloroso, una de las últimas grandes batallas de la Teomaquia, fue también la última ocasión conocida en que los crepusculares y los mortales lucharon en el mismo bando, aunque se dice que en la batalla había muchos más qar que hombres, y también que murieron muchos más qar.

Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand

—He escogido los regalos que parecían mejores. —Dawet todavía usaba su capa de viaje, como si acabara de apearse del caballo. Él y Briony se habían reunido en el Jardín del Río, que era uno de los lugares menos visitados del palacio Avenida por su aire húmedo—. Las guerras del norte y del sur crean escasez de muchas cosas, sobre todo para gente tan especial. Me temo que costará unos cuantos cangrejos, como suele decirse.

—Espero haberos dado suficiente. —Briony ya había gastado casi todo el dinero que le había prestado Eneas.

—Alcanzó, pero no me queda nada para devolveros.

Ella suspiró.

—No sé cómo agradecéroslo, maese Dan-Faar. Mucha gente me debía lealtad pero me falló… o me fue arrebatada. Y aquí me veis ahora, con un solo amigo. —Sonrió—. ¿Quién hubiera dicho que seríais vos?

Él respondió a la sonrisa, pero no era una expresión muy alegre.

—Amigo, sí, princesa… pero no soy el único. Lo dudo mucho. Tenéis muchos amigos y aliados en Marca Sur que hablarían en vuestro nombre si estuvierais allí, y que harían mucho más que hablar.

Ella frunció el ceño.

—A estas alturas ya sabrán que estoy con vida. El rumor se debe haber difundido. Hace meses que vivo aquí sin ocultarlo.

—Sí, alteza, pero una cosa es saber que la soberana vive, y otra es arriesgar la vida por ella cuando está ausente. ¿Cómo pueden saber que volveréis, aunque sean vuestros partidarios leales? La distancia vuelve inciertas las cosas. Regresad a salvo a Marca Sur y sin duda encontraréis muchos simpatizantes.

Ella asintió y le ofreció la mano enguantada.

—No me queda dinero para pagaros, maese Dan-Faar —dijo con tristeza—. ¿Cuánto tiempo puedo depender de vuestra amistad si no puedo retribuirla?

Él le besó la mano, pero no apartó de ella los ojos castaños.

—Podéis contar con mi amistad, milady, pero no supongáis que el saldo desfavorable me perjudica. Considerad que estoy apostando, ya que soy famoso por ello, al realizar una tarea aquí, otra allá, con leves desventajas por el momento, pero con la posibilidad de una gran remuneración posterior. —Le soltó la mano e hizo un remedo de reverencia—. Sí, creo que ése sería el mejor modo de encarar nuestra complicada relación.

La sonrisa evocaba esa expresión de tigre que ella recordaba de los viejos tiempos, y por un momento Briony se quedó sin aliento.

—Dicho eso —continuó él, enderezándose—, encontraréis vuestro tributo en una sala encima de una taberna de las inmediaciones de Sotopuente, junto con dos hombres discretos que lo transportarán para vos. —Le entregó un trozo de pergamino y se inclinó—. Espero que eso satisfaga vuestras necesidades, mi princesa. Para ser franco, seguir vuestras aventuras ya es paga suficiente. ¿Podéis decirme por qué los kalikanes?

—Es la voluntad de los dioses.

—Si no queréis decirlo…

—No es una evasiva cortés, maese Dan-Faar. Una diosa me habló en sueños… Bien, una semidiosa… —Él sonreía—. No me creéis.

—Al contrario, milady. Creo que están sucediendo cosas que no tienen precedente desde los días de los dioses. Vos y vuestra familia estáis en medio de ellas. Al margen de eso, me guardaré mis opiniones.

—Bien dicho.

—Y con eso debo despedirme. —Se limpió unas manchas de rocío de los pantalones. La funda de su espada chocó contra el banco—. No sé cuándo volveremos a encontrarnos, alteza. Otros deberes me reclaman.

—¿Acaso… os marcháis de la ciudad? —Sintió un pánico que la sorprendió.

—Me temo que me iré de Sian, princesa.

—Pero vos… sois mi único aliado, Dawet. ¿Adonde vais?

—No puedo decíroslo. Os pido perdón por mi reserva, pero está en juego el buen nombre de una dama. Aun así, os garantizo que volveremos a vernos. No necesito creer en nada extraño para estar seguro de eso. —Le tomó la mano mientras ella se ponía de pie, súbitamente llena de confusión e inquietud—. Mis pensamientos estarán con vos, Briony Eddon. No lo dudéis jamás. Tenéis un destino que aún no se ha cumplido. Podéis confiar en ello, aunque no confiéis en nada más.

Le besó la mano por segunda vez, dio media vuelta y se internó en las sombras del jardín.

* * *

—Aún no entiendo lo que estáis haciendo, princesa Briony —dijo Eneas mientras avanzaban por una calle angosta, paralela a la avenida del Farol. Hasta ahora habían llamado menos la atención que en la gran avenida, que era lo que Briony deseaba. Aun así, era imposible internarse en Tessis con el heredero del trono, sus guardias y un par de carretas sin atraer a una multitud.

—Entonces me hacéis un enorme cumplido al confiar en mí. —En cuanto lo dijo, Briony temió que dar la impresión de que intentaba seducirlo. Es buen hombre, después de todo; le debo algo más que meras atenciones cortesanas—. De veras, he dicho todo lo que puedo. Si digo más, ya no temeréis que esté loca… ¡Estaréis convencido de ello!

Eneas rio.

—¡Juro que con vos no hay conversaciones rutinarias, Briony Eddon! Tan sólo por eso me agradaría acompañaros a cualquier parte. En este caso, sólo me han pedido que vaya a una parte de mi ciudad que confieso no conocer bien. Hace tiempo que Sotopuente es famosa por sus extrañas gentes y sus acontecimientos aún más extraños.

—Estas gentes sólo son extrañas si se miden por la altura —dijo ella—, Pero si se parecen a nuestros caverneros, alteza, creo que serán ciudadanos honrados; al menos, tan honrados como otros hombres.

Eneas asintió.

—Una aclaración importante. Pero no nos apresuremos a endilgarles los delitos de los hombres altos: quizá la deshonestidad, como el precio del pescado y la carne, aumente con el peso.

Briony no pudo contener una risa.

Como era su costumbre, Dawet dan-Faar había preparado admirablemente el terreno para la visita: cuando llegaron a Sotopuente, los kalikanes abrieron de inmediato las puertas de la sede del gremio y los invitaron a entrar, con carretas y todo. El interior estaba oscuro y los techos eran bajos. Un grupo de lacayos se adelantaron para llevar los bueyes al establo y se pusieron a descargar las carretas. A su manera, el recinto kalikán era un mundo aparte, al igual que el palacio Avenida, aunque más pequeño en todos los sentidos.

Un grupo de guardias kalikanes con armadura llegó para llevarlos al recinto, empuñando coas ceremoniales.

—Con perdón, milady… y milord —dijo uno de ellos, inclinándose—. Seguidnos, por favor.

Este gentil hombrecillo le recordó a Briony el día de la caza del guiverno en Marca Sur, y el cavernero que su caballo había estado a punto de pisotear. Aquél era el día en que todo había empezado a andar mal, el día en que habían recibido el mensaje del captor de su padre, pidiendo la mano de Briony en matrimonio. Pero lo que recordaba ahora era otra cosa, algo sobre su mellizo perdido.

Barrick, ¿dónde estás? Le dolía pensar en él, aunque no pasaba una hora de cada día sin que lo hiciera. Los sueños con pasajes subterráneos habían terminado, pero aún lo echaba de menos intensamente.

En aquel día lejano Shaso los había salvado del monstruo de la Línea de Sombra y Kendrick había caído bajo su caballo muerto, milagrosamente ileso salvo por algunos raspones y magulladuras. Muchos cortesanos y cazadores habían corrido a asistir a su hermano mayor, pero Briony estaba más preocupada por su mellizo y su brazo tullido. Pero cuando ella intentó ayudarlo, Barrick reaccionó airadamente y Briony le preguntó por qué siempre reñía con la gente que lo amaba.

Si lucho para que me dejen en paz, significa que mi vida vale algo para mí, le había dicho. Preocúpate por mí si dejo de luchar, si no tengo fuerzas para enfurecerme.

¡Oh, dulce y misericordiosa Zoria, rezó Briony, que mi hermano siga luchando, dondequiera que esté! ¡Déjale conservar su furia!

El gremio de los kalikanes de Sotopuente, como Dawet los había llamado, ya estaba reunido en la sala principal para esperarlos. La gente pequeña observaba con silenciosa atención desde filas de bancos mientras entraban Briony y los demás, acentuando la sensación de que ella y el príncipe eran actores en un baile de máscaras. Como correspondía a los habitantes de Sotopuente, la habitación era pequeña y los techos eran bajos. En el centro del banco más cercano estaba sentado un hombrecillo rechoncho con una gran barba hirsuta y un sombrero alto. Cuando los guardias les indicaron dónde detenerse, el imponente hombrecillo alzó la mano.

—Bienvenida, princesa Briony de Marca Sur —dijo con un acento tan comprensible como el de cualquier sianés, lo cual era un alivio. Había temido que los kalikanes hablaran su propio idioma—. Soy el prefecto Dolomita.

Ella hizo una reverencia.

—Gracias, prefecto. Eres amable al concederme una audiencia, pues te avisé con muy poca antelación.

—Y vos sois amable al traer tan espléndidos regalos. —Sonrió cuando varios guardias se le acercaron para entregarle la lista—. Dos docenas de picos yisti —leyó, con un silbido de admiración—. Son los mejores de cualquier parte, afilados como cristal, fuertes como los huesos de la tierra. Y cincuenta centenas de mármol ulosiano. —Sacudió la cabeza, impresionado—. Magníficos regalos, ciertamente… ¡Hace más de un año que no contamos con elementos tan buenos para trabajar! Vuestra generosidad nos conmueve, princesa. —Miró a sus colegas de ambos lados antes de volver los agudos ojos a Briony—. ¿Podemos preguntar a qué se debe tanta amabilidad? Últimamente ni siquiera nuestra propia gente de fuera de Tessis viene a visitarnos, y menos para traernos bonitos regalos.

—Un favor, desde luego. —Briony ya había practicado cien veces este baile de adulaciones y preguntas incisivas—. Pero gente tan sabia como vosotros ya lo sabía.

—Lo sospechábamos, claro. —Dolomita sonrió con cautela—. Y estamos muy interesados en saber qué necesidad ha traído a una mujer tan importante a nuestro humilde recinto. Pero primero, hay algo más que no sabemos. —El prefecto miró a Eneas, que aún usaba su capa—. ¿Quién es ese hombre que permanece tan alerta y tan callado? ¿Por qué sigue encapuchado bajo nuestro techo, como un forajido?

Un par de guardias del príncipe protestaron y se dispusieron a desenvainar sus armas, pero Briony vio que Eneas los calmaba con un susurro.

—¿Acaso no lo sabéis? —Briony maldijo su propia estupidez. Dawet no les había hablado a los kalikanes de su compañero, aunque ella le había pedido explícitamente que lo hiciera. ¿Accidente… o malicia intencional?

—No. ¿Cómo íbamos a saberlo? —preguntó Dolomita.

—¡Porque él es vuestro señor! —gritó un guardia del príncipe airadamente, a pesar de la exhortación de su amo. Los kalikanes murmuraron con asombro—, ¡Es el príncipe Eneas, hijo y heredero de vuestro rey, Enander!

¡Zoria me salve de mi propia estupidez! Briony estaba horrorizada por lo que había hecho. Tenía que haber presentado a Eneas primero… No, ni siquiera tendría que haberlo llevado. Sintiéndose débil, había invitado a un hombre fuerte a acompañarla en vez de apañárselas por su cuenta. Y ahora sólo los dioses sabían lo que ocurriría.

Eneas se quitó la capucha, provocando más revuelo entre los kalikanes, que hacían ruido como una bandada de pájaros alborotados. Varios de ellos se bajaron de los bancos y se postraron, e incluso el prefecto se quitó su alto sombrero y bajó de la silla para hacer una reverencia.

—Perdonad, alteza —exclamó—. ¡No lo sabíamos! ¡No fue nuestra intención faltaros el respeto a vos ni a vuestro padre!

Briony se consternó al ver el cambio que había sufrido esa gente que momentos antes era calma, cauta y sutil.

—¡Esto es culpa mía! —dijo.

—No, mía —intervino Eneas—. Pensaba permanecer al margen de esto y permitir que la princesa Briony hiciera lo que tenía que hacer. No tendría que haber escondido el rostro ante los súbditos de mi padre. Pido disculpas.

Esas palabras aliviaron a los kalikanes. Algunos asentían y sonreían al regresar a sus asientos, como si sólo se hubiera tratado de una broma divertida, aunque un poco inquietante.

—Sois muy amable, príncipe Eneas, muy amable. —Dolomita miró ansiosamente a Briony y Eneas—. Desde luego, haremos lo que el príncipe nos pida, alteza.

Ahora Briony sentía un retortijón de estómago. Al llevar a Eneas había obligado a los kalikanes a acceder a sus deseos. Era un modo de obtener lo que quería, pero no de conseguir auténticos aliados.

—Seré absolutamente franca —les dijo a los kalikanes—. Pedí al príncipe que me acompañara porque es uno de los pocos amigos que tengo en Sian, y no podía salir de la corte sin escolta.

—Pero la gente alta del palacio Avenida no pensará que somos un peligro para las mujeres de la nobleza —gorjeó un marchito kalikán que estaba sentado junto a Dolomita. Casi parecía halagado por la idea.

—Estoy segura de que seríais peligrosos para los enemigos de Sian —dijo Briony—. Pero no temía a vuestra gente. Un compatriota mío fue atacado en las calles de Tessis hace poco tiempo, así que mis amigos no quieren que viaje sin compañía, ni siquiera en la ciudad.

—¿Y qué mejor compañía para una joven que nuestro famoso príncipe? —dijo Dolomita—. Nos avergüenza no haberos reconocido, príncipe Eneas.

—Y yo me tendría que haber presentado de inmediato, prefecto Dolomita, pero me alegra que al fin nos conozcamos. Hombres de mi confianza me han hablado bien de ti.

—Vuestra alteza es demasiado amable. —Parecía que Dolomita estaba a punto de hincharse y estallar de orgullo, como una rana durante las inundaciones de primavera.

Briony respiró tranquila. A pesar de los errores, habían sorteado el primer obstáculo.

—No quiero hacerte perder más tiempo, prefecto —dijo—. Esto es lo que he venido a pedir. Por favor, ¿podéis mostrarme vuestro tambor más antiguo?

—¿Tambor? —Dolomita dejó de sonreír. Estaba sorprendido y confundido—. ¿Nuestro tambor más antiguo?

—Es todo lo que sé. Una persona importante me dijo que preguntara por él.

Todos los kalikanes se pusieron a murmurar, incluso los que rodeaban al prefecto, pero el tono común era de desconcierto.

El sujeto arrugado que estaba junto al prefecto agitó los dedos.

—Caramba, acabo de tener un pensamiento —empezó, y frunció tanto el ceño que su cara se perdió dentro de su barba—. Pero no, es una tontería… No podría… ¿O sí?

—¡Por los Ancianos de la Tierra! —exclamó Dolomita—. ¿Tendrías la bondad de explicarnos tu idea, Albayalde?

—Sólo… pensaba… —El viejo kalikán agitó los dedos aún más, como las aletas de un pez; al fin reparó en lo que hacía y se aplacó—. Quizá el tambor al que ella se refiere… ¿Hablará de la piedra tambor?

Ante estas palabras, los susurros se acallaron. Todos guardaron silencio y miraron a Briony con asombro.

Debo causar desesperación a los propios dioses, pensó ella. ¿Qué hice ahora?

* * *

Theron el caravanero notó con satisfacción que los días se alargaban: horas después de la cena el sol que se ponía detrás de las colinas de allende el río aún estaba tan alto que el Pellos era cobre brillante. Era un buen augurio, pues ansiaba satisfacer a sus clientes y llegar a Velo de Onsilpia, el centro de peregrinación más importante del norte, antes del comienzo del festival estival de penitencia. Había conducido caravanas de peregrinos desde que era joven, pero a pesar de su experiencia siempre había sorpresas. Por ese motivo, había guiado a su caravana al sur de la bahía de Brenn. No quería saber nada con las cosas descabelladas que había oído sobre Marca Sur, asediada por ejércitos crepusculares, con la familia real desperdigada al viento.

Acababa de hablar sobre la provisión de alimentos con su aprendiz Avidel cuando apareció el niño del tullido.

—Él quiere hablar contigo —dijo el niño.

Theron maldijo entre dientes y buscó a ese mendigo deforme y mal entrazado. Pero no, se recordó Theron, tenía que llamar al hombre de otra manera: no podía considerar mendigo a alguien que pagaba un delfín de oro para sumarse a la peregrinación por un tramo del viaje.

Theron siguió al niño hasta la loma donde aguardaba el tullido, lejos de los demás viajeros. El hombre encapuchado, cuyo rostro ennegrecido y vendado Theron nunca había visto bien, no revelaba el menor interés en sus compañeros de viaje, salvo para compartir el fuego y las comidas que preparaban en la olla común. Sólo se comunicaba por intermedio del niño, y raras veces, así que era sorprendente que pidiera hablar con él.

El tullido parecía mirar el terreno ondulante donde se extendía el ancho Pellos. Distante como una hormiga en una rama, un buey arrastraba una barcaza avanzando por la orilla y varios botes de remo se mecían en el remanso del recodo del río mientras los pescadores de Argentia arrojaban sus redes.

—Una noche encantadora, ¿verdad? —dijo Theron al acercarse. Ansiaba acostarse y presentar sus respetos a la petaca de vino escondida en su baúl. No era que los otros peregrinos lo reprobaran, pero mientras estuviera escondida no tenía que compartirla. No podría volver a llenarla hasta llegar a Velo de Onsilpia, que aún estaba a días de distancia.

El hombre encapuchado agitó la mano vendada y su sirviente se puso de puntillas para oír sus murmullos.

—¿A qué distancia está Marca Sur? —preguntó el niño.

—¿Marca Sur? —Theron frunció el ceño—. Al menos a una decena, cabalgando casi todo el día. Para un grupo como el nuestro, casi un mes. Pero no vamos hacia allá.

El hombre encorvado volvió a murmurar.

—Quiere que lo lleves allá —dijo el niño.

—¿Qué? —rio Theron—. Creí que tu amo sólo era tullido, no retrasado, pero parece que me equivocaba. Hablamos de esto cuando se unió a nosotros en Onir Plessos. Esta caravana ni siquiera se acercará a Marca Sur. A partir de aquí nos alejaremos. —Agitó las manos—. Si tu amo quiere viajar por su cuenta, no lo detendré. Incluso rezaré por él, y los dioses saben que lo necesitará, y también tú, chaval. Las tierras que están entre este lugar y Marca Sur no sólo están llenas de los habituales carteristas y bandidos, sino cosas peores… mucho peores. —Se inclinó hacia el niño—. Duendes, según dicen. Elfos y cocos. Cosas que no sólo te robarán el dinero, sino el alma. —Theron se enderezó—. Si tiene tanta sensatez como dinero, pues, se quedará con nosotros hasta que lleguemos a Velo. Sé que él guarda el secreto de su mal, pero tengo mis sospechas. Dile que allí hay un leprosario que trata muy bien a sus pacientes.

El niño escuchó otra tanda de susurros del encapuchado, y volvió a hablarle a Theron.

—Dice que él no tiene lepra. Estuvo muerto. Los dioses lo trajeron de vuelta. Dice que eso no es una enfermedad.

Theron hizo la señal del conjuro, y luego recordó su cargo e hizo la señal de los Tres.

—Pamplinas. Los muertos no vuelven. Sólo el Huérfano, y era el favorito de los dioses.

Theron y el niño aguardaron una respuesta del encapuchado, pero él guardó silencio, mirando el valle oscuro y la turbia cinta plateada del Pellos.

—Bien, no puedo quedarme aquí para siempre —dijo al fin el caravanero—. Ha sido un gusto hablar contigo —añadió, recordando la tarifa exorbitante que pagaba ese hombre—. Si aún no has probado el guiso de nabo, lo recomiendo. Tiene algunos trozos de oveja en el fondo; si eres discreto, nadie lo notará. Pero debo irme. Aún tengo muchas cosas que hacer. —Una de ellas, recordó, era sacar la petaca de vino del baúl. El pensamiento lo reconfortó. Quizá no fuera tan devoto como antes, pero aún hacía la obra de los dioses. Sin duda lo miraban favorablemente, sin duda sólo querían cosas buenas para Theron el caravanero, hijo de Lukos el alfarero. ¡Por algo lo habían elevado tanto!

El tullido sacó algo de la túnica y agitó la mano vendada para entregárselo al niño. Tras oír las instrucciones, el niño se lo llevó a Theron.

—Dice que esto es todo lo que le queda. Puedes tenerlo todo.

Theron miró al niño de cara sucia sin comprender, y luego cogió el saco. Era pesado, y cuando volcó el contenido en su palma, a Theron le temblaba la mano, no por el peso sino porque acaba de comprender lo que veía.

Monedas de oro. Una docena, al menos. Y plata y cobre por un monto de otros dos o tres delfines. Alzó la cara asombrado, pero el tullido volvía a mirar el valle en silencio, como si no acabara de entregar una suma suficiente para transformar al caravanero Theron en un caballero con casa, tierras, ganado y varios sirvientes.

—¿Para qué es esto? ¿Por qué me lo muestra?

—Dice que debe ir a Marca Sur —respondió el niño tras escuchar más susurros—. Por eso los dioses lo han traído de vuelta. Pero necesita ir con alguien que conozca el camino… Él no puede encontrarlo, ni siquiera conmigo. —El niño puso cara de ofendido al decir estas palabras—, Sus ojos aún ven el mundo de los muertos, además del mundo de los vivos. Teme extraviarse y llegar demasiado tarde.

Theron notó que tenía la boca abierta, como una puerta que alguien se hubiera olvidado de cerrar. La cerró, y volvió a abrirla de inmediato:

—¿Tarde?

—Después del solsticio de verano. Entonces será demasiado tarde. En la noche del solsticio de verano los durmientes despertarán. Oyó esto cuando estaba en las tierras de los dioses.

El caravanero sacudió la cabeza.

—A ver si entiendo bien, chaval —dijo, casi tartamudeando. Nunca había imaginado que tendría tanto dinero en las manos y sospechaba que los otros peregrinos tampoco. Eran personas buenas y piadosas, pero no quería someter su honradez a una prueba tan dura—. Tu amo desea pagar todo este dinero… ¿Para qué?

Al cabo de una breve conversación con el encapuchado, el niño dijo:

—Para llegar a Marca Sur. Para que lo lleven allí, y lo protejan durante el trayecto. Para que lo alimenten y tenga un caballo para montar. —Escuchó un susurro apremiante del tullido—. No sólo Marca Sur, el país, sino el castillo de Marca Sur. En medio de la bahía.

Aun con ese increíble tesoro en las manos, Theron vaciló… No ante la idea de abandonar a los peregrinos, sino ante la perspectiva de cruzar las tierras del norte, plagadas de peligros desconocidos, y caer en medio de una guerra entre la gente de las Marcas y las legendarias hadas. El peso del oro en su mano, sin embargo, era un argumento muy convincente.

—¡Avidel! —llamó—. ¡Ven aquí!

Theron guardó las monedas en el saco y se lo ató al cinturón con un nudo extra, por si las dudas. Su aprendiz estaba a punto de ascender a jefe de caravana.

* * *

La procesión que se desplazaba por los corredores de la sede del gremio era numerosa. Briony, Eneas y los guardias del príncipe eran conducidos por el prefecto Dolomita y otros notables (Briony notó complacida que había al menos una mujer) y el arrugado Albayalde, que resultó ser una especie de sacerdote. Albayalde iba acompañado por dos enormes acólitos —enormes entre los kalikanes, al menos— que lo seguían llevando un objeto humeante hecho de recipientes y tubos de cuero. Cuando Briony preguntó qué era, Albayalde le respondió jovialmente que era una réplica ceremonial del Fuelle Sagrado.

—¿El Fuelle Sagrado?

—Ah, sí. —Albayalde asintió vigorosamente—. El dios lo usó para crear la vida terrenal.

—¿Qué dios?

Él la miró gravemente un momento, luego sonrió y le guiñó el ojo.

—No se me permite decirlo en voz alta, alteza… pero los sianeses lo celebran todos los años en Kerneia. —Volvió a guiñarle el ojo con más énfasis, para asegurarse de que entendiera.

La procesión se internó en una serie de corredores, pero Briony pronto notó que las curvas no eran tan cerradas como para estar dentro del espacio de un edificio de tamaño normal, por grande que fuera.

Y en muchos lugares el pasaje bajaba en un ángulo pronunciado.

Eneas también lo había notado.

—Me pregunto a qué distancia llegará esto —le murmuró a Briony—. Algunos antepasados míos trataron de impedir que los kalikanes cavaran en la piedra debajo de Tessis, pero parece que no lograron detenerlos. ¡Hará años que trabajan en esto!

Las paredes, que cerca de la sede del gremio tenían paneles de madera oscura, ahora eran de piedra desnuda, bellamente bruñida y tallada, a veces con incrustaciones de diversas rocas. Aun a la luz de la lámpara se veía que era un trabajo excepcional.

—Por los Tres Hermanos —comentó Eneas cuando avanzaron aún más—. ¿Han excavado hasta llegar al Esterian?

—¡No les digáis nada! —suplicó Briony, y luego se avergonzó—. Me disculpo… No tengo derecho a deciros cómo tratar a vuestros súbditos, pero fui yo quien los obligó a traernos aquí. Odiaría pensar que les retribuiré con problemas.

Eneas rio, aunque sin alegría.

—No temáis, princesa. No seré un invitado problemático, pero este asunto me intriga. Si los dóciles kalikanes pueden burlar nuestras órdenes bajo nuestras narices, ¿qué otras sorpresas encontraré el día en que me toque poner la casa de Sian en orden?

Mirándole la cara, nítida e intensa bajo la luz de la lámpara, Briony volvió a sentir un impulso contradictorio.

Perras Vansen, ¿eras real? ¿Vi lo que creí ver…? ¿Vi tus sentimientos tan claramente como creía? ¿O sólo era un espejismo creado por mi mente? Y aunque no fuera así, ¿qué haría con ese hombre, Eneas, ese buen hombre que procuraba ser justo? Él se interesaba en ella, se lo había dicho, y era exactamente lo que necesitaba Marca Sur… Eran demasiadas cosas para pensar. Sus emociones eran tan confusas como las burbujas de una tetera hirviendo: primero subía una, luego otra, luego ambas a la vez y luego muchas más.

Al fin, tras una larga caminata y muchos giros, y tras descender una docena de brazas bajo la sede del gremio, la procesión llegó a un sitio donde el corredor se ensanchaba en una escalera de escalones bajos, construidos para pies kalikanes, que conducía a una puerta decorada con tallas que se estiraban extrañamente a la luz de la lámpara. Briony vio la imagen de un hombre montado en un pez y de otro atando a una enorme serpiente en un complejo nudo, pero la mayoría de las tallas eran más difíciles de interpretar.

Varios kalikanes se adelantaron y golpearon el metal de la puerta con varas. Al cabo de una larga espera, la puerta se abrió, y en el interior había más luz. El prefecto Dolomita avanzó y los hizo pasar.

Mientras entraban en una sala un poco menor que el gran recinto externo, y la puerta se cerraba con un chasquido, un grupo de kalikanes en túnica negra como la de Albayalde salió de un pasadizo, correteando por los suelos de piedra bruñida como si patinaran en un lago de hielo. Se postraron ante el prefecto y el sacerdote, y luego uno se levantó e hizo una serie de gestos rituales, aunque con cierta premura. Era casi tan menudo como Albayalde pero mucho más joven, muy delgado, y tenía ojos desorbitados, como si tuviera miedo.

Abrió aún más los ojos cuando concluyó su ritual y vio a los que acompañaban a Dolomita y Albayalde. Clavó la vista en Briony, Eneas y los guardias del príncipe, que se erguían sobre los kalikanes como ogros. Por un momento Briony pensó que el hombrecillo se caería redondo.

—Gran Yunque —le dijo al fin a Dolomita—. Gran Yunque del Señor, ¿cómo lo supiste? ¿Cómo lo supiste?

El prefecto lo miró largamente, y luego resopló con fastidio.

—¿Cómo supe qué, Tiza? En nombre del Pozo, ¿de qué estás hablando? Estamos aquí para usar la piedra tambor. ¡El príncipe de Sian lo ha ordenado!

Tiza miró sorprendido al prefecto y a los imponentes visitantes, y luego rompió a llorar.

* * *

Cuando Tiza recobró la compostura, los condujo a los recovecos de una especie de templo, aunque los kalikanes eran muy reacios a hablar de él.

—Es que… en fin, hace décadas que no recibimos un mensaje a través de las piedras, desde los tiempos de mi padre —explicó Tiza—, y entonces yo era casi un niño. Así que te imaginarás, Gran Yunque, que cuando supimos… Bien, me puse en camino para avisarte a ti y a los demás.

—Contén la lengua un momento, hombre, que me estás mareando —dijo el prefecto—. ¿Estás diciendo que alguien más ha usado la piedra tambor?

—¿Quién podría hacer eso sin autoridad? —preguntó Albayalde, y su barba blanca se erizó como la cresta de un gallo furioso—. ¡Lo haremos comparecer de inmediato ante el gremio!

—¡No, no, señores míos! —dijo Tiza, tan compungido que Briony temió que el hombrecillo volviera a llorar—. ¡La piedra tambor habló! ¡Nos habló! ¡Por primera vez desde los tiempos de mi padre!

—¿Qué? ¿Qué dices? —preguntó Dolomita, realmente asombrado. La revelación provocó un reguero de susurros y jadeos entre los demás kalikanes—. ¿Quién nos habla?

Tiza abrió la puerta de otro recinto, más oscuro que los demás. Un gran círculo de piedra lisa dominaba la alta pared, y el espacio circundante estaba lleno con otras piedras de forma extravagante.

—La gente de la Casa del Señor; nuestros parientes de Marca Sur.

Briony no pudo callar más.

—¿Estás diciendo que has recibido un mensaje de los caverneros de Marca Sur? Por el amor de los dioses, ¿qué dice? —Sentía un vertíginoso entusiasmo, pero también un escalofrío. Como Dawet le había recordado, estaban ocurriendo cosas extrañas, cada vez más. Había soñado con una semidiosa y su sueño se concretaba en el mundo de la vigilia.

Tiza miró a sus superiores, buscando autorización antes de hablar.

—Los otros… los de Marca Sur… dijeron… Es difícil expresarlo en lenguaje común, porque la piedra tambor habla en su propio idioma… nuestro antiguo idioma, pero más conciso. —Arrugó la frente, mirándose las manos mientras procuraba recordar—. El mensaje era: Un prefecto de la gente alta ha regresado con vida de las tierras antiguas y oscuras. Ahora nos conduce fuera de los muros. Los Antiguos nos hostigan y no podemos resistir largo tiempo. Os pedimos que honréis nuestra sangre común y nuestra historia común. Enviadnos ayuda. —Alzó la vista, pestañeando—. Decía eso, más o menos.

Briony sacudió la cabeza.

—Pero qué significa? «Prefecto de la gente alta»… La gente alta somos nosotros, ¿verdad? Así nos llamáis. Pero nosotros no tenemos prefecto, sólo un rey. —Su corazón se aceleró—. ¿Se referían a mi padre? ¿Mi padre ha regresado? ¿Dónde están las tierras antiguas? —Se le aceleraba el pulso, pero Dolomita sacudió la cabeza.

—Creo que no se refiere a vuestro padre, princesa: todos saben que está prisionero en el sur, en Hierosol. Las tierras antiguas son la región que está detrás de la Línea de Sombra. Las tierras de las hadas o crepusculares, los qar.

Por un momento se sintió decepcionada, pero de pronto comprendió.

—¿Un prefecto de la gente alta ha regresado de las tierras de las hadas? —Su corazón se aceleró de nuevo—. ¡Mi hermano…! ¡Sólo puede referirse a mi hermano Barrick! ¡Ha vuelto a Marca Sur! ¡Ha regresado! ¡Loada sea Zoria! —Y para sorpresa y terror del hombrecillo, se inclinó y besó a Tiza en la cabeza. El príncipe Eneas rio, pero los demás kalikanes quedaron atónitos—. ¡Deprisa, deprisa! —le dijo a Dolomita y Albayalde—. ¿Podemos enviar un mensaje de respuesta? Decidles que estoy aquí… ¡Decidles que debo hablar con mi hermano!

Con autorización de sus superiores, Tiza y sus camaradas sacaron escalerillas y palillos, objetos que obviamente sólo se habían usado con propósitos ceremoniales por largo tiempo (y con poca frecuencia, al parecer, pues les costó encontrarlos) y Tiza rompió a llorar de nuevo, esta vez con aflicción, pues revolvieron el templo en busca de la última escalerilla, que se había usado para rellenar una lámpara del techo y no se había devuelto. Al fin todo estuvo en su sitio. Tiza se sentó a los pies de Briony con una tablilla de arcilla y un cincel de piedra para anotar el mensaje e intentó traducirlo a palabras que la piedra tambor pudiera transmitir.

¡Sotopuente a Casa del Señor, salve! ¡Oímos vuestras palabras y las alabamos! Asisten nuestro prefecto y nuestro hierofante. También una madre prefecta de la gente alta de Casa del Señor, que viene aquí pero busca a su hermano allá. Por favor, comunicadnos sus palabras. Os saludamos, hermanos, y trataremos de ayudaros, pero debemos saber más.

—¿Madre prefecta? —preguntó Briony cuando Tiza transmitió estas palabras a sus subalternos, que se pusieron a golpear el círculo de piedra de la pared como si fuera un auténtico tambor. Sus palillos de madera con mango de piedra producían una música extraña y arrítmica—. Parece un poco confuso.

—Al parecer, no tienen una palabra que signifique «princesa» —dijo Eneas de buen humor—. Tiemblo al pensar cómo me llamarán a mí.

Enviaron el mensaje, lo repitieron y luego esperaron, pero aunque transcurrió mucho tiempo, tanto que buscaron lugares para sentarse, no recibieron respuesta.

—O bien se han ido —dijo el hierofante—, lo cual parece raro cuando acaban de mandarnos un mensaje, o algo ha interrumpido la cadena de piedras tambor. Trataremos de transmitirlo de nuevo esta noche, y os enviaremos un recado al castillo si sabemos algo.

—Sois muy amables —dijo Briony, pero la vertiginosa felicidad de hacía unos instantes se estaba disipando. Quizá hubiera interpretado mal el mensaje. Quizá los kalikanes se hubieran equivocado al pensar que lo habían recibido.

—Venid, princesa —le dijo Eneas—. Es hora de regresar.

Se dejó guiar por el laberinto de corredores hacia el mundo real y el sol del atardecer.