19
Sueños de rayos y tierra negra
Un ettin profundo al que mataron con aceite hirviendo y arrancaron de su túnel en Marca Norte tenía más del doble de la altura de un hombre. El rey Lander llevó los huesos a Sian como trofeo. Se decía que la mano del monstruo era tan grande como el gran escudo de Lander.
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
Escarbaba desesperadamente en la oscura tierra, pero cada vez que entreveía el rostro pálido y dormido de su mellizo él se hundía en el suelo y se ponía fuera de su alcance.
Un par de veces logró tocarle la ropa antes de que él se hundiera, pero por mucho que se empeñara en apartar la tierra no lograba llegar a él. Barrick parecía estar vivo pero no reparaba en ella, y se retorcía como si estuviera atrapado en un sueño espantoso. Lo llamó una y otra vez, pero él no quería o no podía responder.
Al fin tocó algo y cerró los dedos sobre la húmeda camisa de su hermano, pero cuando tiró con fuerza, lo que salió de ese cieno negro, semejante a la parte superior de un hongo, no eran los rasgos de su hermano sino de Ferras Vansen. Sobresaltada, lo soltó, pero mientras el soldado desaparecía el suelo que estaba debajo de ella también se derrumbó. Cayó en una oscuridad sofocante y arenosa.
Estaba en un túnel, y trozos de raíces blancas bajaban del suelo rocoso encima de su cabeza. Adelante había un destello plateado, apenas un destello, pero suficiente para que ella reconociera a la cosa que perseguía antes… en otra…
¿Cuándo? No podía recordarlo. Pero sabía que era cierto, y supo que la cosa plateada se le había escapado una vez más. Estaba decidida a que no pasara de nuevo. Aun así, aunque la perseguía a toda velocidad, ella no podía andar a gatas mientras que esa cosa sí podía: siempre le llevaba la delantera, dejándole sólo atisbos de una cola pálida, ondeante como un cepillo.
Tropezó y se golpeó contra la pared. El túnel se derrumbó sobre ella y Briony Eddon despertó.
* * *
Sacudió la cabeza, desconcertada al descubrir que llevaba una pesada toca. ¿Por qué usaría semejante cosa en la cama? Briony abrió los ojos y se encontró en su sala de estar. Sus damas cosían y hablaban en voz baja. Se había dormido sentada, en pleno día, y quizá hubiera babeado como una vieja.
Su amiga Ivgenia la observaba con una sonrisa. Briony se enjugó la barbilla.
—¡Qué grosera soy! —dijo, incorporándose—. Debo haberme adormilado. ¿Por qué me miras así, Iwie? ¿Dije algo malo en sueños?
—No, alteza. —Ivgenia sonrió aún más—. Pobrecilla. Demasiadas trasnochadas.
—Te burlas de mí. Fue una sola trasnochada… y era la última noche de la Gran Zosimia. Siempre me dices que debo salir para que me vea la gente de la corte.
—Y te vieron. ¡Incluso bailaste! Nadie te volverá a criticar por ser altanera, querida.
—¿Bailé? —Briony hizo una mueca. No se había propuesto hacer eso, pero los festejos habían llegado al final de un día largo y agotador y evidentemente ella había bebido más vino de la cuenta—. Me alarma lo que dices. ¿Me puse en ridículo?
Iwie volvió a sonreír.
—Llamaste la atención, pero fue algo que muchas chicas envidiaron.
—Basta. Eres cruel.
—Veremos. Tu secretario quiere que mires algunas cosas.
—¿Qué? —Se sentía muy torpe. Estas noches de poco descanso y extraños sueños (bosques, excavaciones, túneles oscuros llenos de raíces) se estaban cobrando su precio. Pero eso no era excusa para hacerse la idiota.
Feival Ulian esperaba en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Se había aficionado rápidamente a la vida cortesana: ningún otro secretario ni escribiente de Avenida vestía tan bien ni de forma tan pintoresca.
—¿Hemos terminado nuestro sueño de belleza? —preguntó—. Porque hay varios mensajes que aguardan vuestra respuesta… y también otras cosas. —Revolvió los ojos—. Uno de los paquetes está dirigido a «la encantadora princesa bailarina»… Supongo que sois vos.
—Santo cielo. Déjame ver. —Feival le entregó la caja envuelta en tela—. ¿Qué es?
Ivgenia rio entre dientes.
—¡Tonta! ¡Ábrelo y averigúalo.
—¿Es un regalo? Dice que es de lord Nikomakos. —Lo abrió y sacó una pequeña cartera de terciopelo.
—Es hijo de un conde; el rubio con quien bailaste tanto tiempo anoche. —Ivegenia rio—. ¿O bebiste tanto vino que no te acuerdas en absoluto?
—Sí que me acuerdo. Me recordaba a Kendrick, mi… mi hermano. Pero no dejaba de hablar de sus halcones. Halcón, halcón, halcón… ¿Por qué me mandaría…? —Lo sacó de la cartera—. Zoria me guarde, ¿por qué me mandaría un brazalete de oro? —Era un objeto encantador, aunque un poco llamativo, la clase de adorno complicado que rara vez usaba por gusto: una intrincada rosa blanca, con capullos que eran gemas pálidas—. Diosa misericordiosa, ¿son diamantes? ¿Qué quiere de mi? —Estaba horrorizada. Nunca volvería a beber vino en público. En vez de sondear a los nobles que podían respaldar la causa de su familia e influir sobre el rey Enander, como se había propuesto, parecía que había dado un espectáculo que avergonzaría a cualquier palurdo.
—¿Realmente sois tan tonta, alteza? —preguntó Iwie.
—Quiero decir… Entiendo lo que quiere, y me siento halagada, pero… —Miró el brazalete con aprensión—. Debo devolverlo. —Feival frunció los labios con reprobación, y casi pudo oír el sonido—. ¿Y todos estos regalos son de él?
—De él y de otros —dijo su amiga.
—Entonces debo devolverlos todos.
—¿De veras? ¿Todos? —Ivgenia le mostró un paquete grande envuelto en tela—. ¿Incluso éste del príncipe Eneas?
Briony lo recibió y lo abrió.
—Es un libro. Crónica de la vida de Iola, reina de Sian, Tolos y Peñkal. Desde luego: el príncipe y yo hablamos de ella el otro día.
—Qué romántico —dijo Feival con cierta aspereza.
—¿Pensáis conservarlo?
—Es un regalo muy considerado, Iwie… Él sabe que esas cosas me interesan. Iola vivió de incógnito varios años cuando era joven, porque su familia sufrió una usurpación durante la Guerra de los Tres Favores.
—Eso significa que debéis guardarlo, princesa. ¿Qué hay del brazalete? ¿Aún pensáis devolverlo?
—Por supuesto. Apenas conozco a ese hombre.
—¿Así que guardáis un libro y devolvéis un brazalete enjoyado? ¿Y os preguntáis por qué media corte piensa que le habéis echado el ojo a Eneas y la otra mitad piensa que estáis loca?
Eso le dolió. Iwie tenía cierta razón, desde luego: Briony sentía estima por el príncipe, y él había sido inteligente al hacerle ese regalo en vez de un mero objeto vistoso. Eneas entendía que ella no era como otras muchachas.
Lo que planeaba hacer con él, pues, era aún más terrible.
—¿Qué hay de estos otros? Hay media docena más de cartas y regalos. —Ivgenia le mostró una caja de madera tallada—. Esto es bonito.
Briony negó con la cabeza.
—No quiero nada de eso. Ábrela tú.
—¿De veras? ¿Puedo quedarme con lo que contiene?
—¡Iwie! ¡Eres tremenda! Bien, me ha picado la curiosidad. ¿Qué es?
—Está vacía —dijo su amiga, con voz rara—. Oh, me he lastimado. Con la traba. —Ivgenia alzó el dedo para mostrarle a Briony una gota de sangre semejante a una cuenta de cornalina. La muchacha se tambaleó y se desplomó en el suelo.
* * *
Normalmente a Briony no le gustaba la formalidad del Gran Parque del palacio Avenida, pero hoy parecía especialmente árido y opresivo.
No era el tamaño, aunque abarcaba varias hectáreas, sino la naturaleza dócil y controlada del lugar. Ningún seto ni árbol ornamental era más alto que una persona, y la mayoría eran mucho más bajos; entre ellos sólo se extendían plantas ornamentales cuadrangulares y jardines concéntricos. Desde cualquier parte del parque se podía ver casi todo el resto, incluso a los demás visitantes. Quizá a los tessianos les gustara así, pero ella prefería un poco más de soledad, sobre todo ahora, cuando tenía la sensación de que ojos maliciosos la observaban dondequiera que iba. El jardín de la residencia de Marca Sur, mucho más pequeño, tenía varias lomas y bosquecillos que lo dividían en sectores. Un mundo en miniatura, como decía su padre. (En aquel momento comentaba amargamente que algunas partes se habían arruinado por negligencia, pero su observación era acertada.)
—Lamento haberos hecho esperar, princesa. —Cuando Eneas salió del fondo del scriptorium, Briony entrevió una legión de escribientes vestidos de negro sentados a las largas mesas—. Y lamento aún más haberos hecho esperar en un momento tan desdichado. No hay modo de expresar cuánto me apena y me avergüenza que pasen estas cosas en la corte de mi padre… ¡Y dos veces! Por favor, ¿cómo se encuentra la dama e’Doursos?
—Vivirá, gracias a los dioses, según me dijo el médico… pero tardará en recobrarse. —Briony contuvo las lágrimas por centésima vez en las últimas horas. Estaba tan cansada que se sentía como si estuviera hecha de cristal quebradizo—. Estuvo a punto de morir. La acompañé toda la noche mientras la fiebre iba y venía. Muchas veces creí que la perdería, pero parece que la parte afilada de la traba apenas la pinchó, o quizá el veneno fuera débil. —Briony aún no lograba adivinar quién había tratado de asesinarla esta vez. Sin duda había disuadido a Jenkin Crowel de reincidir en esas tretas, pero entonces, ¿quién era el responsable?
—Demos gracias a los dioses por esa buena fortuna. —Eneas le ofreció el brazo a Briony—. ¿Caminaréis conmigo? Estoy cansado del chasquido de las plumas. He enviado mensajes sobre el ataque del autarca a todas las guarniciones que hay entre Tessis y Hierosol. Un trabajo agotador. —Se sonrojó un poco—. Claro que yo no me encargué de hacer las copias, gracias a los dioses. —Ahora hablaba deprisa, como si temiera el silencio—. Debo conseguir una de esas máquinas de escribir que usan los panfletistas y los poetas… o máquina de estampar, debería llamarse, pues estampan letras y palabras como un sello real estampa los símbolos en cera. Aceleraría el envío de órdenes a nuestros comandantes… —Sacudió la cabeza—. ¡Qué desconsiderado soy, parloteando cuando vos acabáis de sobrevivir a un atentado contra vuestra vida!
—Un atentado que no me causó el menor daño.
—Habláis como si desearais que hubiera tenido éxito —dijo él, frunciendo el ceño.
Briony negó con la cabeza, y aun ese movimiento le resultaba agotador.
—Claro que no, príncipe Eneas. Pero me siento muy mal cuando otros sufren por culpa mía.
—Sois una mujer admirable, Briony Eddon. Prometo que haré todo lo posible para protegeros. Enviaré más guardias. No hay hombres más leales en toda Sian.
—No lo dudo, alteza. Pero ni siquiera los mejores soldados podrán protegerme del veneno.
Él parecía más contrariado que Briony.
—Aun así, debemos hacer algo. Esto es escandaloso, princesa: un insulto mortal al nombre y el trono de mi padre. ¡En nuestra corte! —Se detuvo en medio del sendero y le tomó la mano derecha con las suyas—. Y es especialmente desalentador para mí, Briony Eddon, porque os tengo gran estima. Haría cualquier cosa por vos.
Ella parpadeó. Las manos de él estaban calientes. Se había quitado los guantes.
—Sin duda no os sorprenderá —dijo el príncipe, consternado—. ¿Cometí la tontería de equivocarme por completo al suponer que también sentíais algo por mí?
Briony contuvo el aliento. Había buscado este momento durante semanas, pero ahora estaba confundida. Eneas era admirable, bondadoso e inteligente. Todos sabían que era valeroso. Y al ver sus rasgos fuertes y armoniosos supo que, aunque no tuviera la belleza de un dios, cualquier mujer se alegraría de conquistarlo aun si no hubiera sido el príncipe heredero de la poderosa Sian. Pero lo era. Y ella necesitaba esa posición y ese poder para salvar a su pueblo y el trono de su familia. ¿Por qué sentía desconcierto y timidez?
—Os he dejado muda, princesa. No sois de esas mujeres que se callan en presencia de los hombres. Me temo que os he ofendido.
—En absoluto, alteza… príncipe Eneas; me habéis hecho un gran honor. —Por un instante su impostura y la verdad de sus sentimientos estuvieron tan cerca que no pudo diferenciar una cosa de la otra—. Os tengo gran estima. Creo que sois el hombre más admirable de este gran reino…
Él alejó suavemente la mano, apartándose el pelo de la frente para disimular un poco su decepción.
—Pero hay un «pero». Habéis entregado el corazón a otra persona… Quizá os hayáis comprometido en el templo.
—¡No! —Pero no era del todo mentira. Tenía sentimientos por otra persona, aunque esos sentimientos fueran confusos, inapropiados y ridículos. Pero esa persona no podía salvar el reino. Eneas sí podía, siempre que algún ser humano pudiera realizar esa tarea ímproba—. No, no es eso. Es sólo que… No puedo permitirme tener sentimientos por nadie, ni siquiera alguien como vos, aunque sois el sueño de cualquier mujer sensata. No puedo. —Trató de apartarse, presa de las circunstancias como una hoja en el viento.
—¿Por qué? —Eneas se negó a dejarla ir. Era fuerte. Podía dominar a cualquiera que se prestara a ser dominado, intuyó ella, sobre todo a cualquier mujer—. ¿Por qué no os dejáis guiar por el corazón?
Había planeado este momento, lo había imaginado casi con fruición, como un cazador soñaría con el venado incauto que se erguía en una ladera, exponiendo el pecho a la flecha mortífera. Ahora que había llegado, sin embargo, la colmaba de inquietud. ¿Cómo podía aprovecharse así de un buen hombre, aun para salvar el trono de su familia? ¿Cómo podía fingir que lo amaba tan sólo para obtener su ayuda?
Peor aún: ¿y si no fingía?
—Necesito… necesito pensar —dijo—. No preveía nada de esto. En la corte de vuestro padre esperaba encontrar aliados que me respaldaran contra los enemigos de mi familia, los usurpadores Tolly. No esperaba encontrar… a alguien que me interesara. Debo pensar. —Miró las hileras ordenadas del jardín. Siluetas distantes representaban sus propios dramas, demasiado lejanas para ser reconocibles, y todas ellas, Briony incluida, eran tan impotentes en sus actos como los personajes imaginarios de Nevin Hewney o Finn Teodoros, ideas volcadas al papel y representadas por el precio de la comida y el alojamiento de una noche. ¿Cómo había llegado a ese extraño trance? ¿Era la protagonista o sólo una marioneta?
—Desde luego —dijo Eneas, sin ocultar su frustración—. Claro que os daré tiempo, milady. Debéis ser sincera con vos misma.
* * *
Esa noche habría dormido como los muertos, pero en cambio se revolcaba entre pesadillas de túneles que se desmoronaban mientras ella arañaba tierra. Esta vez no había una forma plateada que la guiara, y cuanto más se prolongaban los sueños, más se sumergía en la sofocante oscuridad.
Al fin llegó un lugar profundo, tan profundo que pensó que había escarbado hasta salir al otro lado del mundo, y que más allá de ese pequeño terreno acechaba la negrura vacía de un cielo sin estrellas, y que le bastaría un mal paso para caer en esa negrura para siempre. Y allí, en el centro de esa oscuridad, encontró a su hermano.
Estaba pálido, inconsciente, igual que antes. Yacía como Kendrick había yacido cuando los sirvientes lo preparaban para la sepultura, pero Barrick no estaba muerto. No supo cómo lo sabía, pero lo sabía.
Las tres siluetas que se agazapaban sobre él no eran sirvientes ni sacerdotes sino otra cosa, sombras sin ojos que entonaban canciones sin letra mientras movían las manos. Una de ellas se llevó el brazo tullido de Barrick al rostro vacío y Barrick empezó a disiparse.
Lágrimas, susurró una de las sombras, y la tierra húmeda y oscura tragó el eco.
Saliva, dijo otra.
Sangre, dijo una tercera.
Trató de llamar a su mellizo, de despertarlo para advertirle lo que hacían esos espectros, pero no pudo. Sintió el cambio que se propagaba por Barrick como una llama, un reguero de fuego desde el brazo hasta la cabeza y el corazón, y también había un dolor quemante que se difundía por su propio cuerpo. Trató de arrojarse hacia adelante, pero una mano invisible la frenó.
¡Barrick! Sus gritos eran silenciosos. ¡Barrick, regresa! ¡No dejes que te pillen!
Y al final, antes de que esa telaraña de sombras que había sido su hermano se desvaneciera, Barrick abrió los ojos y la miró. Era una mirada vacía, totalmente muerta y vacía.
* * *
Se despertó ahogándose en sus propias lágrimas, con la sensación de que le habían arrancado la parte más importante de ella con un cuchillo romo. Durante largos momentos sólo pudo sollozar con impotencia. Barrick… ¿De veras no volvería a verlo? Había sido un sueño espantoso, contundente. ¿Le había ocurrido algo malo? ¿Él estaba…?
—¡Oh, dioses, no…! —gimió.
Briony se incorporó con esfuerzo. Ni siquiera podía concebir esa posibilidad. Esas pesadillas no dejaban de perseguirla. ¿Nunca volvería a dormir sin ver un desfile de horrores? Totalmente agotada, caminó hacia el baúl que había llevado consigo después de pasar un tiempo con los actores. Allí guardaba la ropa que había usado y las pocas chucherías que había recogido en su viaje al sur.
Abrió la tapa y hurgó en el interior, desparramando los pantalones de varón que había usado y los panfletos que le habían entregado, sin saber lo que buscaba hasta que lo palpó con los dedos y sintió el frágil cráneo de pájaro y las flores secas.
Con el amuleto de Lisiya en las manos, regresó a la cama. Se apretó el amuleto contra el pecho y trató de no pensar en la pesadilla, en los ojos muertos de Barrick. Una dama gimoteó en sueños, y eso fue lo último que recordó antes de volver a caer en la oscuridad.
* * *
Estaba de nuevo en el bosque, pero esta vez veía a la criatura que había perseguido tanto tiempo. Era un zorro. El vientre era negro, pero tenía manchas plateadas en el lomo, en la cola y en la cara afilada. Mientras se alejaba, volvía la mirada hacia ella, desnudando los dientes en una sonrisa que quizá fuera de fatiga pero que parecía burlona. Los ojos eran negros como el vientre, salvo por un fino círculo anaranjado.
El zorro brincaba sobre las raíces sin esfuerzo, pero aun en sueños Briony no podía moverse con esa líquida facilidad. Debió de tropezar, pues notó que caía, y los árboles se transformaron en arremolinados torrentes negros. Por un instante pensó que estaba de vuelta en la tierra que se desmoronaba, pero luego pasó de esa oscuridad giratoria al claro de un bosque. El zorro plateado había dejado de correr y estaba agazapado frente a un antiguo y arruinado altar de piedra.
Briony se detuvo y cayó de rodillas. El sueño era extrañamente doloroso: sentía ramillas y piedras que se le clavaban en la piel.
—¿Quién eres? —jadeó.
La bestia se volvió. Esta vez era indudable: la mueca era una sonrisa burlona y despectiva. El zorro meneó la cabeza.
—Lo he dicho y lo repito: temo por esta raza.
El pequeño animal trepó al altar en ruinas y bajó el hocico para olfatear. Un trueno rodó a lo lejos.
—Mira esto —dijo el zorro, y en su voz había algo familiar que hendió la niebla del sueño de Briony—. ¿Esto piensa la gente de mí, que aun aquí descuida los lugares sagrados? ¿Aun en las tierras de los sueños?
—¿Lisiya? ¿Eres tú? —susurró Briony. Y en cuanto dijo el nombre supo que era verdad.
El zorro se volvió. Poco después el animal negro y plateado se había disipado y la anciana estaba sentada sobre el altar, meciendo los pies descalzos y nudosos como si fuera una niña.
—¿Te refieres a Lisiya Melana del Claro de Plata? —dijo con cierta irritación—. No sólo invocas a una diosa y no logras encontrarla, sino que también olvidas su nombre…
—Pero… yo no te invoqué.
—Claro que sí, niña. Tres noches consecutivas, aunque apenas te oía las primeras veces. Tu voz era débil como la de un gatito recién nacido, pero esta noche pude oírte mejor y encontrarte. —El trueno retumbó de nuevo sobre el bosque, como reflejando la irritación de Lisiya.
Briony tuvo la sensación de que malinterpretaba algo.
—Yo… soñé contigo… o soñé que te perseguía. Por el bosque. Y por túneles subterráneos. Pero no te vi antes; sólo tu cola.
Lisiya se dejó caer al suelo; Briony temió que las viejas y huesudas piernas de la semidiosa se partieran como ramitas. Era extraño sentirse tan despierta y saber que estaba soñando. Salvo por un leve mareo, como cuando bebía vino en exceso, se sentía muy normal.
—Ven, niña. Supongo que no importa por qué me llamaste. En tu corazón habrás sabido que necesitabas mi ayuda. —Briony siguió a la semidiosa más allá del altar, fuera del claro, y se internaron en la arboleda. El trueno volvió a retumbar y el destello de un relámpago iluminó el cielo—. Inquieto —comentó Lisiya, pero no dio explicaciones.
El viaje por el bosque era tan onírico para Briony como la persecución de Barrick por los túneles que se desmoronaban, pero también era común y corriente. Sentía cada paso, cada hálito, incluso cierta incomodidad cuando se raspó el brazo contra el tronco de un roble.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—¿En este momento? ¿O en un sentido más amplio? —Lisiya andaba deprisa y Briony tuvo que apresurarse para seguirle el paso—. Aquí estamos muy cerca de las tierras de los dioses soñadores, todos los dioses que Torcido puso a dormir. Tu gente lo llama Kupilas. Y nosotros no siempre lo llamamos Torcido. Eso fue después de que los tres hermanos y su clan lo torturaron. Cuando Torcido nació, lo llamaron Radiante, como buen hijo del alba y del claro de luna, así que lo consideraban un niño hermoso, como te imaginarás. No es de extrañar que odiara tanto a sus tíos por lo que le hicieron, aparte de las traiciones, crueldades y muertes que infligieron al resto de la familia.
Hubo una breve pausa mientras un relámpago blanqueaba el cielo un instante, pero antes de que Briony pudiera hacer más preguntas, Lisiya continuó hablando como si las hubiera hecho.
—No estamos en los caminos de Torcido, pues un mortal no puede recorrerlos sin peligro, pero viajamos por algunas de las tierras que esos caminos atraviesan. ¿Ves? Esos caminos pertenecen a su bisabuela Vacío, pero ella le dio salvoconducto para usarlos, y él supo aprovechar esa libertad.
Briony iba a pedirle que empezara de nuevo porque no había entendido una palabra, pero la semidiosa se paró en seco.
—Aquí estamos, pues —dijo Lisiya—. Ahora puedes decirme lo que necesitas.
Estaban ante una rústica cabaña de troncos con un techo de ramas. El estallido de un trueno sacudió el aire y por un momento la casa pareció plana y descolorida como un telón de fondo de la compañía de Makewell. Brotes de hierba verde crecían entre las hojas muertas del suelo, pero la casa parecía vieja y abandonada.
—No te quedes papando moscas, niña. Sígueme. —Lisiya se agachó para atravesar la puerta baja.
Ahora la lluvia caía como una andanada de flechas, pero el interior de la cabaña estaba seco y caldeado. Briony se acomodó en una alfombra de piel, una de las muchas que cubrían el suelo de tierra. Pero a pesar de sus comodidades, no parecía del todo natural: cada vez que Briony miraba algo largo tiempo, parecía alejarse de un modo vertiginoso. Dio un brinco cuando el trueno volvió a estallar, sacudiendo las paredes.
—No sólo inquieto —dijo Lisiya con el ceño fruncido—. Parece un oso dormido oliendo la primavera. Pronto, muchacha, no tenemos mucho tiempo. Cuéntame qué te preocupa.
Briony le habló de sus sueños, primero los de su hermano Barrick, sobre todo el más reciente y espantoso. No podía recordar el aspecto de esos ojos sin que se le helara el corazón.
—Me temo que ahí no puedo ayudarte mucho —dijo Lisiya al cabo de un instante de reflexión—. Tu hermano está oculto para mí, no sé si por el lugar donde está o por la compañía que tiene. Aun así, algo me dice que no está muerto.
—¡Loados sean los dioses! Mientras hay vida, hay esperanza —dijo Briony con sinceridad. Se sentía más aliviada—. Gracias.
—Das gracias a una diosa sin ningún sacrificio —dijo Lisiya—. Un poco de miel estaría bien. Mis favoritas se hacen con trébol o capullo de manzano; pero una piedra bonita también servirá. Puedes dejarla en uno de mis altares… —Alzó la vista, de pronto distraída.
Briony no quería decirle a la semidiosa que nunca había oído hablar de un altar de Lisiya en el mundo de la vigilia.
—Lo haré. ¿Puedo hacerte otra pregunta?
Lisiya lentamente volvió a prestarle atención.
—Supongo que sí. Pero deprisa, niña. El tiempo se está poniendo raro.
Briony le contó su dilema: sus buenos sentimientos por Eneas podían destruir su plan de contar con su ayuda.
—¡Es un buen hombre! Un hombre realmente bueno. ¿Cómo puedo hacerle semejante cosa, aunque sea por una buena causa?
La semidiosa enarcó una ceja.
—Pero es un hombre, pese a lo que dices; un hombre adulto, y un príncipe. Él tomará sus propias decisiones… sea contigo o no, para hacer lo que deseas o no. ¿Acaso le has prometido que si te ayudaba te casarías con él, o que lo llevarías a tu cama?
—¡Claro que no!
Lisiya rio agriamente.
—No te ofusques, niña. Ahora eres mujer en todo salvo de nombre, por lo que veo, y si fuera un acto tan terrible, habría muchos menos mortales en el mundo.
—No, no quise decir… Bien, sí, pero… En todo caso, soy virgen.
—Es un estado bastante común, niña. No es algo de lo que debas ufanarte.
—Pero no es eso… —Briony recobró el aliento cuando un relámpago hizo que la luz estallara por cada grieta de las paredes y el techo de la cabaña. Poco después sonó otro trueno, tan cerca que parecía estar sobre ellas—. ¡No es eso lo que quise decir! Quise decir que lo daría todo, incluso mi virginidad, por salvar a mi familia. ¡Incluso la daría con engaños! Pero no quiero darla con engaños a un hombre que es realmente bueno, alguien que en otras circunstancias contaría con mi afecto. —Sacudió la cabeza—. ¿Tiene sentido lo que digo?
La expresión de Lisiya se ablandó.
—Sí, niña. Pero creo que no me dices toda la verdad.
—Claro que sí…
—Creo que ya le tienes afecto. ¿Cómo se llama?
—Eneas, príncipe de Sian. Pero… pero en realidad siento afecto por otro. Al menos era así; ya no estoy segura. —Briony se echó a reír, y de pronto tuvo ganas de llorar, pero la risa se agotó de todos modos—. Eneas y él no podrían ser más distintos, salvo que ambos son bondadosos. Él no tiene contactos ni expectativas… ¡Es un plebeyo! Ni siquiera creo que esté vivo. Se fue hace mucho tiempo y casi todos los que lo acompañaban han muerto.
—Tu problema es como una manzana en una rama alta y delgada —dijo la semidiosa—, una rama que está demasiado alta para alcanzarla desde el suelo, pero es demasiado delgada para trepar a ella y agarrar la manzana. Pero a veces esa manzana se puede recoger de todos modos… con ayuda. Puedes trepar para apoyarte en un extremo de la rama, y bajar la manzana para que alguien la recoja desde el suelo…
Briony iba a preguntarle a qué demonios se refería con esas divagaciones sobre manzanas y ramas, cuando un relámpago aún más brillante estalló entre las grietas, acompañado por un trueno tan fragoroso que Briony y Lisiya saltaron como guisantes secos en un cuenco.
Pero no era un trueno, comprendió la aterrada Briony rodando por el suelo, tratando de recobrar el equilibrio: lo que oía era una voz, demasiado tonante y grave para entenderla, que rabiaba y bramaba como si un gigante se irguiera sobre la cabaña, gritando con los pulmones más grandes del mundo.
—¡Vete, niña! —gritó Lisiya—. ¡Ya! —Cogió el brazo de Briony y la llevó hacia la puerta. Ahora el sueño se transformó en pesadilla: por mucho que Briony se esforzaba por llegar a la puerta, que estaba a un par de pasos, no lograba alcanzarla. Lisiya había desaparecido y la cabaña se había transformado en un inmenso espacio negro, rajado como un cacharro roto, iluminado sólo por relámpagos de luz dentada.
—Lisiya, ¿dónde estás? —gritó Briony.
—¡Aquí! ¡Aquí!
Volvió a sentir la callosa mano de la anciana. Fue lanzada hacia adelante, una caída al espacio negro entre vientos súbitos, luego hacia la luz y el bosque azotado por la lluvia. Los relámpagos atravesaban el cielo, estallando uno tras otro y transformando los árboles en siluetas espasmódicas. La voz tonante, todavía ininteligible y aterradoramente cercana, presionaba a Briony por todas partes hasta que creyó que su peso le aplastaría el cráneo como un huevo.
—¿Qué es? —gritó, tapándose lo oídos con las manos, cosa que no sirvió de nada.
—¡Está empezando a despertar! —musitó Lisiya en medio de ese profundo rugido—. ¡Corre!
—¿Quién es? —gritó Briony, y la fuerza del viento y de la voz tonante estuvo a punto de tumbarla.
—¡Corre! —gritó Lisiya—. ¡Es más tarde de lo que creí! Debí haberte dicho…
—¿Dicho qué?
—Demasiado tarde. Debes ir a ver al pueblo de piedra… Deben llevarte a ver su antiguo tambor… Su tambor de piedra…
La semidiosa desapareció. El aire estaba lleno de hojas arremolinadas y ramas descuajadas que la azotaban como manos furiosas, arañándola, cegándola. En los momentáneos borrones de luz, podía ver una forma enorme y oscura que se erguía en lo alto, por encima de los árboles, tapando el cielo.
Briony se cubrió la cabeza con las manos y corrió sin cesar, entre árboles que caían y ramas que la azotaban, perseguida por una risa tonante que hacía crujir el aire.
* * *
Esta vez se despertó sin gritar, pero cubierta de sudor, y su corazón latía tan deprisa que le dolía el pecho. Se apretaba el talismán de Lisiya contra el pecho, rezando por su hermano y por ella y por todos los que amaba. Briony estaba tan cansada que se sentía más vieja y más frágil que la antigua semidiosa, pero aun cuando se calmaron sus palpitaciones, no pudo volver a dormirse hasta el alba.