15: La paloma impura

15

La paloma impura

Dicen que Ruohttashemm, morada de las hadas frías y su reina guerrera Jittsammes, estaba al otro lado del Stallanvolled, un inmenso y oscuro bosque que cubría gran parte de la antigua Vutia.

Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand

Feival, vestido con su ropa más chillona, agitaba las manos detrás de la cabeza del príncipe, tratando de hacerle señas.

Me está recordando que vuelva a mi menester, comprendió Briony.

—Volvedme a contar cómo trajisteis a vuestros hombres desde el sur —le dijo al príncipe Eneas.

—¡Sí, contádnoslo de nuevo! —rogó su amiga Ivgenia.

—Ya estaréis aburridas de esa historia. —El hijo del rey tuvo el buen tino de sentirse incómodo—. Os la he contado en cada visita. El final será el mismo si la cuento de nuevo.

—Pero es un excelente final, alteza. —Iwie se habría alegrado de escuchar a Eneas hablando sobre cualquier cosa, incluso en un idioma que no entendiera.

—¡Pero tantas historias de lucha! —protestó él—. Sin duda las damas de alcurnia como vosotras prefieren historias más edificantes.

—Yo no —dijo Briony con cierto orgullo—. Fui criada con hermanos varones, y Shaso de Tuan me adiestró para luchar, como recordaréis.

Eneas sonrió.

—Lo recuerdo, y espero que un día me permitáis interrogaros sobre sus tácticas y sus métodos de enseñanza. Os envidio un instructor tan espléndido y famoso.

—Me temo que esa excelente enseñanza fue un desperdicio en mi persona. Nunca me permitieron practicar con ningún hombre salvo mi hermano, y durante toda mi vida Marca Sur no saboreó la guerra, al menos no en nuestro suelo.

—Pues ya no es así, princesa. Los hombres de Marca Sur han librado varias batallas contra las hadas.

—Batallas que no tuvieron un buen final. —Le tembló la voz, y no era del todo fingido—. Batallas que se llevaron a nuestros mejores hombres, y además separaron a mi hermano de mí… quizá para siempre. —Sonrió con valentía—. Así que es agradable oír hablar de resultados más gratos, como el vuestro. Me da esperanza. Por favor, príncipe Eneas, contad la historia de nuevo.

Siempre detrás del príncipe, Feival hizo señas aprobatorias: él mismo le había enseñado esa sonrisa valiente y trágica.

Eneas se rio y cedió de buen grado. Era fácil simpatizar con ese príncipe: cualquier otro hombre se habría alegrado de alardear y repetir sus gloriosas proezas para Briony, sus damas e Ivgenia. Gailon Tolly, el duque de Estío, aunque había sido mejor hombre de lo que Briony pensaba (al menos en comparación con su cruel hermano), siempre estaba dispuesto a vanagloriarse de sus aventuras como cazador y jinete, y daba la impresión de que cada zanja que había saltado era un triunfo sobre Kernios el Portador de Almas.

—Nuestro ejército cruzó la frontera y se detuvo ante la guarnición hierosolana más avanzada —dijo el príncipe—. Nuestro comandante, el marqués Risto de Omaranth, no había sido enviado para luchar en nombre de Hierosol sino para evaluar la situación y hacer una recomendación a mi padre. Por eso mi padre había enviado a Risto, un hombre astuto y prudente. Pero nadie previo que el autarca atacaría tan rápidamente y con tantas fuerzas. Al tiempo que enviaba un numeroso contingente desde el mar para lanzar su ataque sobre las murallas de Hierosol, el autarca también envió una flota más pequeña por el estrecho de Kulloa por la noche, con los remos envueltos y las velas plegadas. Un traidor de Hierosol la había guiado entre las partes más peligrosas del rocoso estrecho, un piloto que traicionó a su país por dinero. —Eneas sacudió la cabeza, sinceramente desconcertado—. ¿Cómo es posible que un hombre haga semejante cosa?

—Es imposible de entender —dijo Iwie, asintiendo vigorosamente.

—Imposible —repitió Feival, que solía inmiscuirse en las conversaciones más de lo que era apropiado para un secretario—. ¡Repulsivo!

—No todos se sienten tan apegados a sus países como vos y como yo —dijo Briony amablemente—. Quizá porque sus posiciones no son tan seguras ni privilegiadas como las nuestras.

—O quizá son propensos a la traición por nacimiento o sangre —intervino Iwie—. Hay campesinos de la tierra de mi padre que no sólo cazan furtivamente en nuestros bosques, sino que evaden impuestos y le mienten al magistrado cuando llega la temporada de rendir cuentas, alegando que tienen más hijos de los que tienen, o menos tierras, cualquier cosa con tal de no pagar a mi padre lo que le deben.

Otras damas asintieron cortésmente. Compartían un desprecio general por la gente que trabajaba la tierra y recogía las cosechas aunque, como sus hombres, a menudo hablaban de ellos de un modo que Briony encontraba sensiblero y falso. No se ufanaba de conocer la vida de un campesino, pero había experimentado muchas noches en establos fríos o campos abiertos mientras viajaba con los actores, y no podía creer que nadie escogiera esa vida por sus deleites bucólicos. Además, Briony conocía la maquinaria de la justicia y los impuestos, y sabía que los males no sólo eran obra de campesinos traicioneros.

Aun así, de nada valía iniciar una discusión: la gente de esa corte ya la consideraba rara, y también podía envenenar el ánimo del príncipe en un momento en que ansiaba conquistar su simpatía.

Feival volvía a clavarle los ojos, y comprendió que sus divagaciones la habían alejado del relato de Eneas, que contaba que la invasión xixiana había cogido a las tropas sianesas por sorpresa, obligándolas a refugiarse en una fortaleza hierosolana.

—Pero si el marqués Risto y los demás estaban bajo asedio, ¿cómo descubristeis su trance? —preguntó—. Debéis haberlo dicho, pero me temo que lo olvidé. —No lo había olvidado, desde luego, pero no estaba mal adoptar un aire de desamparo, sin exagerar, como habría hecho al interpretar a la hija del molinero en una farsa como Cuento de un sacerdote rural, sino sólo con el énfasis necesario para que Eneas la considerase una hermana menor desvalida, alguien que necesitaba protección.

—Como mi padre lo había enviado en su misión, Risto llevaba palomas para mandar mensajes a Tessis. Había llevado la última tanda desde nuestro fuerte de frontera de Drymusa, y tuve la buena suerte de verlo cuando él pasó. Decidí esperar otras dos semanas con mis hombres antes de partir, porque deseaba conocer su informe sobre la situación de Hierosol.

—Qué astuto por vuestra parte, alteza —dijo Ivgenia.

Eneas la miró con amable reprobación.

—Fue suerte, milady, como he dicho. No sabía que Risto se toparía con un asedio. Xis ha amenazado a Hierosol durante años, pero todos pensábamos que sólo faroleaba, pues era más fácil para los autarcas xixianos buscar botín en las ricas islas de la costa meridional. En todo caso, el mensaje llegó, y yo estaba allí con una compañía de tropas avezadas. Insisto, la suerte nos acompañaba.

—Una bendición de los dioses —murmuró Briony.

Eneas asintió. Era conocido por su devoción, y discretamente había patrocinado varios templos mientras sus hermanos menores gastaban su dinero en placeres terrenales.

—En efecto, una bendición. ¿Estáis segura de que queréis volver a oír todo esto?

—Por favor —dijo Briony—. Recibimos muy pocas noticias de primera mano.

Él la miró con recelo.

—Pero he sabido que habéis echado un buen vistazo al mundo, al venir hacia aquí y desde que habéis llegado, princesa Briony.

Por un momento ella se quedó sin habla, hasta que comprendió que debía referirse a su excursión fuera del palacio con Ivgenia. ¿Por qué algo así interesaría a Eneas? A menos que tuviera un interés general en Briony, y hubiera hecho preguntas sobre ella… No podía permitirse el lujo de sentirse muy segura de sí misma, sin embargo: quizá él estuviera interesado en Ivgenia, que era una joven bonita y vivaracha de buen linaje.

—He encontrado problemas en todas partes, príncipe Eneas —le dijo, sin prestar atención a la mueca de Feival—. Obviamente necesito mejores consejeros para no meterme en complicaciones. Espero que tengáis la bondad de brindarme vuestra sabiduría.

Él sonrió.

—Lo consideraría un honor, princesa. Pero, por lo que he oído, os las habéis apañado muy bien por vuestra cuenta.

En verdad era muy guapo, no cabía la menor duda. Briony tenía sentimientos ambiguos sobre esto. Por una parte, se sentía como una traidora; una auténtica traidora, no como los arrendatarios del padre de Ivgenia, que trataban de retener medio cesto de cebada para resistir el invierno. Se proponía usar a ese hombre, no para bien de él ni de su país, sino de la familia Eddon, en parte para compensar sus propios fracasos. Pero ese plan tenía varios problemas. Primero, quizá Eneas fuera demasiado listo para dejarse manipular, en cuyo caso se enemistaría con alguien que podía ser un auténtico aliado en la corte. Segundo, el príncipe no era la clase de hombre de quien ella pudiera aprovecharse alegremente. Aunque él no alardeaba de nada, pues era modesto, todos coincidían en que era amable, inteligente y valeroso. Amaba a su padre pero no era ciego a los defectos de su propio país. También era muy leal a sus amigos, como todos le aseguraban. ¿Cómo podía atreverse a usar sus argucias femeninas para salirse con la suya, los mismos métodos que había despreciado cuando los usaban Anissa o las otras damas de la corte de Marca Sur?

Pero la necesidad es grande porque la causa es importante, se dijo. La vida de mi pueblo. El trono de mi padre.

Sí, y la venganza contra los Tolly, le recordó una vocecita ladina. No finjas que no buscas también eso. No era un motivo noble, pero era visceral. Hendon Tolly le había arrebatado casi todo. Él y su hermano Caradon merecían morir, preferiblemente después de mucho sufrimiento y humillación. Hendon no sólo le había robado el trono de su familia, sino que había hecho que Briony se sintiera impotente y débil, y sólo por eso ella ansiaba su muerte. A veces tenía la sensación de que nunca volvería a ser fuerte hasta que hubiera castigado a Hendon por ese crimen.

—¿Princesa?

Se llevó la mano a la boca, abochornada. ¿Cuánto tiempo había estado divagando? No se atrevía a mirar a Feival, que debía estar fuera de sí.

—Lo lamento… —Ya que estaba, podía aprovechar esa oportunidad—. De pronto recordé… algo doloroso…

—Es culpa mía. —El príncipe parecía creerle—. No tendría que haber bromeado sobre vuestra excursión al mercado del Prado de las Flores… Fui cruel y desconsiderado. Olvidé que ése fue el día en que murió vuestra joven dama. Mis disculpas, princesa.

¿De eso habían estado hablando? ¿Del mercado? Había perdido el hilo por completo. El solo pensar en Hendon Tolly con esa sonrisa de zorro mientras se ufanaba de cómo había robado el trono…

—No, no —dijo—. No es culpa vuestra, alteza. Por favor, no habíais terminado de hablarnos del asedio.

—¿Estáis segura de que queréis volver a oír esa árida historia?

—No es árida para mí, príncipe Eneas. Es como agua para una garganta sedienta. Continuad.

Él continuó mientras Briony, Ivgenia y las demás escuchaban atentamente, y hasta Feival se olvidó de que debía fingir que estaba trabajando. Fuera porque todos estaban cautivados por el rescate de la guarnición hierosolana y la fuga a través de la frontera sianesa con el marqués Risto y sus hombres, o porque Eneas era un hombre fascinante que ocupaba un lugar aún más fascinante en el mundo, el público estaba embelesado.

Cuando terminó su narración, el príncipe se incorporó, hizo una reverencia y pidió la venia de Briony para marcharse, un detalle de la etiqueta cortesana sureña que la divertía, como si la mera presencia de una mujer de la nobleza fuera como el tirón de un remolino para un nadador indefenso, un apretón mortífero del que el infortunado no podía liberarse sin autorización del maelstrom.

¿Y si dijera que no?, se preguntó Briony mientras él le besaba la mano y se inclinaba ante Ivgenia y las demás. ¿Ysi le ordenara quedarse? ¿Tendría que hacerlo? ¡Qué disparate era la etiqueta! Algo que debía haber comenzado como un modo de impedir que los hombres violaran y mataran, al menos por breves periodos de tiempo, había cobrado tal fuerza que a veces podía causar las confusiones más ridículas.

Ivgenia rompió el silencio en cuanto Eneas se marchó.

—Parece interesado en vos, princesa Briony. Es la tercera vez que os visita esta semana.

—Soy una rareza amena —dijo ella, desechando la idea—. Una princesa que ha viajado de incógnito. Soy como un personaje de un cuento infantil. —Se rio—. Supongo que debería agradecer no ser protagonista de una historia más lúgubre, una niña abandonada en el bosque o maltratada por una madrastra cruel. —La risa no le duró mucho. Ninguna de las dos cosas estaba muy lejos de la verdad.

—Sois demasiado despectiva —dijo Ivgenia—. ¿No es así, amigas? —Las otras damas de compañía asintieron con la cabeza—. Él os profesa verdadero afecto, alteza. Quizá podría ser algo más si no fuerais tan terca.

—¿Terca? —Había creído que hacía todo lo posible, salvo arrojarse en brazos de Eneas, para obtener su atención y buena voluntad—. ¿En qué he sido terca?

—Lo sabéis perfectamente —dijo su amiga—. No os mezcláis con la gente de la corte, salvo en las comidas. Os consideran demasiado orgullosa. Algunos dicen que es porque habéis sufrido malos tratos, pero otros… perdóname, Briony, pero te diré la verdad por tu propio bien… pero otros dicen que te consideras mejor que la gente de la corte.

—¡Mejor! —Se quedó atónita. Que la gente de esa corte suntuosa y decadente la considerase orgullosa era un desafío a su imaginación—. No me considero mejor que nadie, y mucho menos que estos caballeros y damas. No me mezclo porque he perdido ese arte, no porque desprecie la compañía.

—¡Ahí tienes! —dijo Ivgenia triunfalmente—. Es como les digo a los demás: te sientes fuera de lugar, pero no por encima de los demás. Pero, Briony, debes pasar más tiempo con los nobles. Son propensos a los chismes, y Jenkin Crowel no te hace ningún favor en tu ausencia.

El nombre del enviado de Tolly fue un baldazo de agua helada. Había evitado a ese hombre durante días, y él parecía hacer lo mismo con ella.

—Ah, sí; sin duda tienes razón. Gracias por tu interés, Iwie, pero ahora estoy cansada y quisiera acostarme.

—¡Oh, mi querida Briony! —Ivgenia puso cara de aflicción—. ¿Os he ofendido, princesa?

—En absoluto, querida; sólo estoy cansada, como dije. Amigas, también os podéis ir. Feival, quédate un momento porque quiero hablar de algo contigo.

Cuando las demás se fueron, o al menos se alejaron discretamente, ella encaró al actor.

—¿Crowel no me hace ningún favor? ¿A qué se refiere ella?

Feival Ulian frunció el ceño.

—Debes saberlo, Briony. Es la mano derecha de tu enemigo. ¿Qué crees que hace? Conspira contra ti cada vez que puede.

—¿Cómo? —Sintió furia; furia y miedo. Tessis no era su hogar. Briony estaba rodeada por extraños y algunas personas deseaban su muerte. Dejó su costura, que para ella era sólo una afectación torpe e irritante—. ¿Qué está haciendo?

—No he oído noticias fiables sobre sus actos concretos. —Feival se había alejado y se admiraba en un espejo colgado de la pared, una costumbre que enloquecía a Briony, sobre todo cuando conversaban sobre cosas serias—. Pero habla contra ti… con cuidado, y nunca en medio de todo el mundo. Desliza una palabra aquí, suelta una insinuación allí… Ya sabes cómo es.

Briony procuró contener la llama de rabia: no le haría ningún bien dejar que la dominara.

—¿Y qué calumnias difunde Jenkin Crowel? —Se había hartado de mirar la espalda de Feival—. ¡Por las máscaras de Zosim, hombre, date la vuelta y mírame!

Él se dio la vuelta, sorprendido y quizá un poco enfadado.

—Dice muchas cosas, por lo que oigo… No es tan tonto como para venirme a mí con mentiras sobre ti. —Feival se enfurruñó como un niño—. Muchos son pequeños insultos: que eres marimacho, que te gusta usar ropa de hombre, y no sólo para disfrazarte, que tienes un temperamento agrio y eres bravia…

—Hasta ahora, es bastante cierto —dijo Briony con una sonrisa adusta.

—Pero no dice lo más feo directamente, sólo lo insinúa. Da a entender que al principio todos creían que el sureño Shasto te había secuestrado…

—Shaso. Se llamaba Shaso.

—Pero ahora la gente de Marca Sur cree que no fuiste llevada contra tu voluntad. Que era parte de tu plan para adueñarte del trono de tu padre, y que sólo la presencia de Hendon Tolly impidió que ambos lo llevarais a cabo. —Se ruborizó—. Supongo que eso es lo peor.

—¿Nosotros dos? ¿Mi hermano Barrick y yo?

—No, en sus insinuaciones, tu hermano mellizo también es una víctima, enviado por ti para que muriera peleando contra las hadas. Crowel sostiene que tu cómplice era ese general sureño, Shast… Shaso… el hombre que mató a tu otro hermano. Y que él era… más que un cómplice…

La furia de Briony fue tan súbita y potente que por un momento se le nubló la vista y pensó que se moría.

—¿Se atreve a decir eso? ¿Que yo…? —Su boca parecía llena de veneno. Quería escupir—. Su amo Hendon mató a su propio hermano; sin duda está pensando en eso. ¿Le dice a la gente que Shaso y yo éramos amantes? —Se puso de pie. Estaba a punto de recoger su costura y correr a clavarle una aguja en el ojo a Jenkin Crowel—. ¡Ese maldito cerdo! Ya está mal que insulte a ese buen anciano que murió tratando de protegerme, pero sugerir que yo… ¡que yo dañaría a mis amados hermanos! —Ahora estaba llorando y apenas podía contener el aliento—. ¿Cómo puede contar semejantes mentiras sobre mí? ¿Y cómo alguien puede creerlas?

—Briony… princesa, calmaos, por favor. —El actor estaba aterrado por lo que había desencadenado.

—¿Qué dice Finn? ¿Qué dice la gente en la calle, en las tabernas?

—Apenas se habla de ello fuera de la corte —dijo él—. Los Tolly no gozan de mucha popularidad aquí, pero quizá la gente se haga preguntas. Aun así, el rey sí goza de popularidad y tú eres su huésped. La mayoría de los sianeses confían en su buen juicio.

—Pero parece que no en la corte.

Feival trató de calmarla.

—La mayoría de la gente de la corte os conoce tan poco como los borrachos de las tabernas. Porque os encerráis aquí como una ermitaña.

—Conque estás diciendo… —Briony hizo una pausa para recobrar el aliento, para calmar un poco su acelerado corazón—. ¿Estás diciendo que debería mezclarme más a menudo con la gente del palacio Avenida? ¿Que debería pasar más tiempo con gentuza como Jenkin Crowel, intercambiando insultos y diciendo mentiras?

Feival aspiró hondo y se enderezó, la viva imagen de un hombre que había sufrido injustamente.

—Por vuestro propio bien, princesa, sí. Os tendrían que ver más. Tendríais que mostrar a la gente, con vuestra sola presencia, que no tenéis nada que ocultar. Así refutaréis las mentiras de Crowel.

—Quizá tengas razón. —La furia no se aplacó del todo, pero ahora era mucho más fría—. Sí, tienes razón. De un modo u otro, debo actuar para impedir la difusión de esos terribles rumores. Y lo haré.

* * *

El templo de Onir Plessos no tenía camas suficientes para todos los recién llegados, pero los peregrinos eran gente sensata que se conformaba con guarecerse de las frías lluvias de esa primavera. El maestro templario les dijo que podían tender sus mantas en la sala común después de la cena.

—¿No molestaremos a tus otros huéspedes, o a los hermanos? —preguntó el jefe de los peregrinos, un sujeto corpulento y bonachón. Para él, después de tantos años, la conducción de fieles y penitentes era más un oficio que una vocación religiosa—. Siempre has sido generoso conmigo, maestro, y no deseo granjearme mala reputación aquí.

El maestro templario sonrió.

—Tú traes peregrinos respetables, mi buen Theron. Sin esos viajeros, nuestro templo tendría dificultades para brindar refugio y alimento a los realmente necesitados. —Bajó la voz—. Un ejemplo de los peregrinos que no me agradan… ¿Ves a aquel sujeto? ¿El tullido? Se ha quedado con nosotros varias decenas. —Señaló a un hombre con túnica sentado en el pequeño jardín, acompañado por un niño de nueve o diez veranos—. Confieso que esperaba que él siguiera viaje al llegar el buen tiempo… No sólo tiene mal olor, sino que es extraño y no nos dirige la palabra, pues habla por intermedio del niño, siempre con frases llenas de vaticinios y misterios.

Theron se interesó. La disminución de su fe, o al menos de su fervor, no había menguado su atracción por el fervor de los demás. En todo caso era al contrario, pues con ese fervor se ganaba el sustento.

—Quizá tu tullido sea un oráculo. ¿Acaso el bendito Zakkas no fue maltratado en vida?

Al maestro templario no le causó gracia.

—No intentes enseñarle piedad a un sacerdote, maese caravanero. Ese sujeto no habla de cosas sagradas, sino de… Bien es difícil explicarte si no lo oyes, o mejor dicho, si no oyes lo que el niño dice en su nombre.

—Dudo que tengamos tiempo —replicó Theron, un poco ofendido por el regaño del sacerdote—. Debemos partir mañana temprano. Al menos habrá una nevisca más desde el Bosque Blanco este año, y no quiero que me pille. El norte ya se ha puesto bastante extraño sin tener que luchar contra las tormentas. Echo de menos las primaveras cálidas que disfrutábamos aquí en Estío cuando el rey ocupaba su trono en Marca Sur.

—Yo echo de menos muchas cosas de aquellos días —dijo el maestro templario, y en este terreno más seguro la conversación continuó un rato mientras los dos hombres reavivaban su vieja amistad.

* * *

El fuego de la sala común había menguado y hacía rato que los peregrinos dormían después de una larga y fría jornada de caminata. Theron conversaba en voz baja con su carretero cuando el hombre santo (o así lo consideraba Theron) entró cojeando en la sala, apoyándose en un niño sucio y huraño de piel morena. El niño lo ayudó a sentarse junto al hogar, cerca de los rescoldos, y luego fue a llenar una taza en el balde.

Theron instó al carretero a concluir lo que tenía que hacer antes de dormir, y observó al frágil hombre santo. Costaba distinguirle los rasgos, porque tenía la cara oculta por la larga capucha de su capa manchada y raída, y las manos envueltas en viejos y sucios vendajes. Permanecía rígido como una estatua, salvo por un leve temblor. Mientras miraba al mendigo, Theron no sentía reverencia por la santidad sino un súbito espanto. No era que el hombre pareciera amenazador, pero algo en él hacía pensar en viejas leyendas, no sobre los santos peregrinos, sino sobre espíritus atribulados y muertos que no podían descansar en la tumba.

Acarició la oscilante colección de adornos religiosos que le rodeaba el cuello. Había ganado algunos en sus viajes de juventud a varios lugares sagrados, y otros se los habían dado como regalo (o como pago parcial) los peregrinos que él conducía. Detuvo la mano un instante en uno de sus favoritos, una paloma de madera bruñida por el uso. La había obtenido en una de sus primeras peregrinaciones, hasta un famoso altar zoriano de Akaris, y le resultaba tranquilizador pensar en la Hija Blanca cuando estaba nervioso.

Theron sintió una presencia a su lado y alzó la vista. Era el maestro templario. Le llamó la atención, pues el anciano no tenía la costumbre de bajar a la sala común después de las plegarias vespertinas.

—Me honras, maestro —dijo—. ¿Quieres beber un vaso de vino conmigo?

El maestro asintió.

—Lo haré. Deseaba hacerte una pregunta, y dijiste que debías partir temprano por la mañana.

Theron se avergonzó un poco de que le recordaran esto, pues lo había dicho con enfado. Sirvió vino en una copa y se la pasó a su amigo.

—Desde luego, maestro. ¿Qué puedo decirte?

—Uno de tus viajeros me dijo que la hija del rey Olin está en Tessis, que la han encontrado con vida. ¿Es verdad?

—Por lo que sé, es verdad… Apareció justo antes de que partiéramos, según decían todos. Era la comidilla de Sian en los últimos días que pasamos allí.

—¿Y alguien sabe por qué ha ido…? ¿Cómo se llamaba…? ¿Brezo?

—Briony. La princesa Briony.

—Desde luego; me siento avergonzado. No nos enteramos mucho de lo que pasa en la corte y mi memoria falla con la edad. Briony. ¿Alguien sabe por qué está en Sian y qué significa?

Theron notó que el mendigo encapuchado que estaba junto al fuego había erguido la cabeza como si escuchara. Se preguntó si debía bajar la voz, pero luego decidió que era una tontería: lo que estaba diciendo no era ningún secreto, sino una noticia que pronto estaría en boca de todos. Aun así, no era aconsejable nombrar a los Tolly en su propio ducado.

—Algunos afirman que ella escapó de… sus enemigos… y huyó de Marca Sur. Otros dicen que no, que huyó después de que frustraran su intento de adueñarse del trono con ayuda de un sureño… un soldado negro que fue amigo de Olin.

El maestro templario meneó la cabeza con asombro.

—Es como los viejos tiempos, los malos tiempos del segundo Kellick, cuando había espías y conspiraciones por doquier.

—¿Recuerdas eso? —preguntó Theron, sorprendido.

—¡Necio! —El templario rio—. ¿Un siglo y medio? ¿Te parezco tan viejo?

Theron también rio, avergonzado de su mala memoria. Los hechos de los reyes y la historia nunca habían sido su fuerte.

—Casi he olvidado mis conocimientos librescos…

Lo sobresaltó la cercanía de alguien y al volverse encontró al mendigo encapuchado, erguido allí como la sombra de la muerte. Aunque su espalda y sus piernas parecían encorvadas, aún tenía la misma talla que Theron. Debía de haber sido un hombre vigoroso. Alzó las manos vendadas y un susurro áspero y seco salió de la oscuridad de la capucha. Theron retrocedió atemorizado, pero el encapuchado guardó silencio.

—¿Dónde está el niño? —preguntó el templario con irritación—. Ah, allí está. Niño, ven aquí y dinos qué desea tu amo.

El niño, que aparentemente había estado pidiendo comida en la cocina del templo, apareció, todavía masticando un trozo de pan. Al mirarlo con más atención, Theron notó que su tez morena no se debía sólo a la roña y el sol, sino que tenía aspecto sureño, un color de piel que habitualmente sólo se veía en los puertos de Castelhueso o en Puerto Lander. Sí, pensó Theron, era eso: tenía el aspecto de esos niños callejeros que vivían como ratas de puerto, gracias a su ingenio y su celeridad.

—¿Qué dice el tullido? —preguntó el templario.

El niño acercó la cabeza a la capucha. Era imposible oír las palabras del mendigo por encima del crepitar del fuego, pero al fin el niño se irguió.

—Dice que la muerte la ha dejado en paz por ahora.

El templario sacudió la cabeza con irritación.

—¿A quién? ¿A la princesa? Dile que vaya a acostarse y que no interrumpa la charla de la gente decente. —Al instante su expresión cambió—. No, eso fue grosero de mi parte, los dioses y los oniri no aceptarían que tratemos así a los sufrientes.

El niño se volvió a inclinar hacia la capucha.

—Dice que él conoce la muerte… Que durante un tiempo vivió en la morada de la muerte. Pero luego lo soltaron.

—¿Qué? ¿Está diciendo que vivió en la casa de Kemios? —Al templario no le agradaba el giro blasfemo que había cobrado la conversación.

El niño volvió a acercarse a la capucha.

—Y dice que debe encontrar a Briony, ya que ella ha escapado.

—¡Qué disparate! —dijo el templario—. Lleva a este mendigo al establo, niño. No lo dejaré expuesto al frío, pero que duerma en un sitio donde no fastidie a nuestros huéspedes. —El sacerdote esperó, pero aunque el niño aparentemente le susurró estas palabras, el mendigo no reaccionó. Theron estaba interesado y perturbado—. Te aprovechas de nuestra caridad —advirtió el templario. Esto tampoco provocó ninguna reacción—. Muy bien, pediré a los hermanos que me ayuden a acompañarlo a dormir con los caballos y los asnos —dijo, y atravesó la sala con paso enérgico.

El mendigo volvía a susurrarle a su joven ayudante.

—Quiere saber si vas al norte —le dijo el niño a Theron.

El caravanero estaba confundido. ¿Por qué el viejo tullido querría saber semejante cosa?

—Vamos al norte por Marrinswalk, sí. Esta peregrinación comenzó en Costazul y hacia allí regresamos.

El mendigo atrajo al niño hacia él, como si las próximas palabras no pudieran esperar.

—Desea ir contigo —dijo el niño cuando terminaron los murmullos.

Theron revolvió los ojos.

—No quiero faltar el respeto a alguien a quien los dioses ya han causado muchas aflicciones —dijo—, pero los miembros de nuestra peregrinación son jóvenes y sanos. Viajamos deprisa. He visto cómo se mueve este hombre. Él no podría seguirnos el paso y nosotros no podríamos esperarlo.

El niño lo miró asombrado, aunque Theron pensaba que había dicho algo muy sensato. Luego el joven mendigo miró a su amo encapuchado, que estiró la mano vendada hacia Theron. Theron se sobresaltó, y vio algo que relucía en la tela sucia. Una moneda de oro.

—Él te pagará un lugar en un caballo —dijo el niño, tras escuchar los susurros del mendigo encapuchado.

—¡Eso… eso es un delfín! —exclamó Theron—. ¡Un delfín entero! —Era diez veces más de lo que había ganado con los honorarios de toda esta caravana de peregrinos. El mendigo tiró de la manga del niño y volvió a susurrar.

—Dice que lo aceptes —dijo el niño—. Los muertos no necesitan oro.

* * *

Estaba perdida en el bosque, pero no asustada, o no demasiado asustada. Los árboles se mecían, pero ella no sentía el viento. Mientras pasaba, se inclinaban hacia ella con dedos velludos, pero no la tocaban. El mundo estaba oscuro pero ella podía ver: una luz la acompañaba, alumbrando el sendero y los alrededores.

Algo plateado y rápido correteaba por el camino delante de ella, moviéndose cerca del suelo. Se desvió para seguirlo, y el sendero se movió con ella.

Estoy soñando, comprendió Briony.

La veloz criatura volvió a pasar delante de ella. Era real pero también era una sombra, y Briony tenía la sensación de que la observaba mientras corría. Sabía que trataba de guiarla hacia un sitio importante, que no debía perderla de vista, pero ya se estaba rezagando. Los árboles se espesaron, y el camino era más difícil de ver. La forma plateada titiló a lo lejos y desapareció.

Briony despertó con una intensa sensación de pérdida y fracaso, pero no tuvo tiempo de preocuparse por eso. Sus damas ya revoloteaban alrededor de ella, urgiéndola a levantarse. Briony tenía una cita.

* * *

Dawet llevaba su atuendo negro de costumbre, pero con una diferencia sutil: esta vez su vestimenta parecía más apropiada para el esparcimiento cortesano que para pasar inadvertido en callejones oscuros y barrios bajos. Sus mangas tenían estrías rojas y brillantes, el forro de la capa era del mismo color sangriento, y había escogido calzas con rayas verticales rojas y blancas.

—¿Un nuevo lugar de encuentro? —le preguntó, mirando el Patio de la Fuente.

—Éste es un poco más ruidoso. Es menos probable que alguien nos oiga. —Briony miró la ropa de Dawet—. Se os ve menos furtivo que de costumbre, maese Dan-Faar.

Él hizo una parodia de reverencia.

—Milady es muy amable. Sucede que tengo otra reunión después de la nuestra.

—¿Con una mujer? —Briony no sabía por qué le importaba, pero la fastidiaba un poco.

Esta vez la sonrisa de Dawet no fue picara ni burlona.

—Soy vuestro amigo, princesa. Nada más, quizá, pero nada menos. No soy vuestro sirviente. Mis citas sólo me conciernen a mí.

Briony se tragó una réplica, tocando la ampolla zoriana que le colgaba del cuello para recordarse qué era lo importante. Él tenía razón: ella no tenía por qué inmiscuirse en lo que hacía Dawet, ni con quién, salvo en lo que concernía a su seguridad.

—Espero que realmente seamos amigos —dijo—. Espero poder fiarme de vos, Dawet. Lo digo de veras: necesito alguien en quien confiar.

Él la miró extrañamente.

—Parecéis asustada, princesa.

—Asustada no. Pero estoy metida en… asuntos difíciles. Estoy emprendiendo un viaje. Una vez que comience, no podré regresar a la costa a nado. —Apretó la ampolla con la mano, siguió su forma oval y pensó en el viaje de la diosa virgen—. ¿Me ayudaréis?

—¿Qué necesitáis, princesa?

Ella se lo dijo.

—¿Podéis hacerlo? —preguntó al concluir. Él la miró con sorpresa y cierta admiración.

—Nada más fácil. Pero… —Se encogió de hombros—. Se requerirá dinero. Los hombres como los que buscáis no hacen beneficencia.

Ella rio, y su propia risa le sonó áspera. Esto era difícil. Realmente se estaba internando en un terreno desconocido.

—Tengo dinero. El príncipe Eneas tuvo la amabilidad de darme un poco… hasta que ponga en orden mis asuntos, según dijo.

—Un príncipe cabal.

—¿Esto será suficiente?

Dawet miró el oro y vaciló un instante. El susurro de la fuente llenó el silencio.

—Más que suficiente —dijo al fin—. Os devolveré lo que sobre. —Se puso de pie—. Debo irme. Es hora de que ponga este asunto en marcha, antes de… antes de mi otra ocupación.

—Gracias, Dawet. —Ella extendió la mano. Al cabo de un momento él la tomó y se la llevó a los labios, pero sin dejar de mirarle la cara—. ¿Por qué me miráis así?

—Creí que no vería este aspecto vuestro, princesa Briony; no todavía, al menos.

Ella se sonrojó un poco, pero la oscuridad la ocultaba.

—La paloma zoriana es impura, ¿eh? ¿Eso os decepciona?

Él rio y sacudió la cabeza.

—No es que sea impura, sino que trata de protegerse. Aun los más pacíficos hijos de la naturaleza lo hacen. —Se puso serio—. Había pensado erróneamente que el viejo Shaso y sus enseñanzas os habían privado de toda sensatez.

—Sí, bien… Shaso dan-Heza ha muerto.

* * *

El ataque contra Jenkin Crowel, enviado de Marca Sur, fue la comidilla de la corte de Tessis al día siguiente. Tres matones desconocidos le habían dado una paliza brutal. Crowel salía de una taberna favorita cuando lo sorprendieron tres borrachos desagradables, pero tras intercambiar unas palabras desarmaron y aporrearon a sus dos guardias, y luego se ensañaron con él.

El ataque era bastante extraño, aunque no incomprensible, pues Crowel ya era conocido en Tessis por su amor al juego y su carácter antipático. Pero lo que causó fascinadas especulaciones (por un tiempo breve, pues la nobleza tessiana nunca carecía de temas de conversación) fue lo que uno de los guardias aporreados presenció mientras yacía en el suelo.

Antes de huir, uno de los atacantes se agachó junto al ensangrentado y gemebundo Jenkin Crowel, pero las únicas palabras que el guardia pudo distinguir fueron:

—Aprende a guardarte tus mentiras.

Al final de la semana, como Crowel se había comportado con inusitada discreción, ocultando sus magulladuras y cicatrices en sus aposentos y rehuyendo toda compañía, los habitantes del palacio Avenida se dedicaron a escándalos más recientes e interesantes.