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Tres cicatrices
Antes de que los vutianos fueran expulsados de las tierras que ahora están detrás de la Línea de Sombra, el puesto de avanzada más boreal de los hombres era la ciudad vutiana de Jipmalshemm. En los escritos de esa ciudad se habla mucho de un lugar temible llamado Ruohttashemm, morada de las «hadas frías», también llamado «Fin de la Tierra».
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
Barrick Eddon flotaba en la oscuridad como una hoja en un río lento. Los pensamientos que lo constituían seguían el rumbo de ese flujo, ganando en cohesión lo que perdían en complejidad. Era apacible, incluso agradable, no ser nada, no desear nada, pero la parte de él que aún era Barrick intuía que esa paz no duraría.
No duró. Se elevaron voces desde la nada, tres voces entrelazadas, tres voces que hablaban como una, rodeándolo con una maraña de palabras que gradualmente revelaron su significado.
Tiempo atrás, cuando los nocturnales se separaron de su especie, fue porque su vigilia eterna los había enloquecido. El sueño del Pueblo siempre ha mitigado el dolor de sus largas vidas, y aun los más elevados y más longevos, los hijos de la Flor de Fuego, pueden tomarse una especie de descanso y permitir que sus mentes vaguen sin ataduras. Pero esa paz no aliviaba el dolor de los nocturnales, atrapados para siempre en la caverna resonante de sus propios pensamientos.
Así sucedió que se levantaron contra sus congéneres, se levantaron contra el resto del Pueblo y se internaron en el desierto para iniciar una nueva vida. En el bosque que se hallaba más allá de las Tierras Perdidas construyeron una gran ciudad y la llamaron Sueño, y ahora nadie sabe con certeza si la nombraron así en un airado reto al pueblo que habían abandonado o como una tristísima broma.
Nada es más amargo que una familia dividida. Con el transcurso de los años, el Pueblo y los nocturnales tuvieron sangrientos encontronazos y rencillas. La distancia se transformó en hostilidad. Los nocturnales dejaron de venerar a los dioses que antaño amaban, hasta que los templos y lugares sagrados de Sueño quedaron en ruinas.
En los siglos que transcurrieron desde la separación, la sangre del Pueblo sólo ha engendrado a tres nocturnales que duermen como dormían nuestros antepasados. Y en ese sueño soñamos con hondura y claridad.
Éramos descastados. Nos habían expulsado de Sueño, y tampoco nos recibían en nuestra morada ancestral, la Casa del Pueblo. Así que también nosotros nos internamos en el desierto y hemos vivido tanto tiempo en estos páramos salvajes que ni siquiera recordamos por dónde vinimos, y no podríamos encontrar la salida aunque quisiéramos.
Aún dormimos, sin embargo, y cuando dormimos, soñamos. En nuestros sueños vemos lo que ha de suceder, o al menos lo que podría suceder. En todo sueño hay sombra y confusión, presagios auténticos mezclados con los falsos. Pero sabemos que somos diferentes por un motivo. Sabemos que nuestros sueños significan algo. Sabemos que nadie más, mortal o inmortal, ha recibido las visiones que se nos otorgan.
No sabemos quién nos dio el don de estos sueños heréticos, ni por qué fuimos escogidos y luego condenados a esperar tantos siglos para usarlo. Sabemos que no prestar atención a nuestro don equivaldría a dar la espalda a lo único que mantiene unidos todos los mundos y todos los tiempos: el espíritu cuya palabra y pensamiento es el Libro del Fuego en el Vacío, que también es lo único que da una esperanza de sentido a nuestra existencia…
Estas palabras, estos pensamientos, eran los únicos compañeros de Barrick en el vacío. Los tres que hablaban como uno poco a poco se separaron y volvieron a hablar como voces individuales, pero la oscuridad aún lo rodeaba: sólo lo seguía la voz de los durmientes.
¿Qué haremos?, preguntó la primera voz, la más amable de las tres. La historia se está desarrollando, pero los personajes están mal situados o sus entradas y salidas están mal sincronizadas.
Todo estaba destinado a salir mal Ya lo he dicho. Ésta era la voz amarga. ¿Furiosa… o asustada?
¿Vimos esto antes? Recordaba bien esta voz, vieja y confundida. El nombre… el nombre era algo que evocaba el viento soplando en un lugar solitario, un suspiro gemebundo. No lo recuerdo. Tengo frío y miedo. Cuando los Grandes regresen, estarán furiosos con todos nosotros.
No hacemos esto por nosotros mismos, sino por la historia. Ni siquiera los dioses pueden destruir la historia que somos todos…
Falso, dijo la voz airada. Pueden reprimirla por tanto tiempo que su forma pierde sentido, hasta que el relato ha aguardado tanto tiempo para concretarse que se vuelve irreconocible. El final se puede postergar tanto que dura más que el mundo mismo.
Sólo si nos rendimos, dijo el primer durmiente. Sólo si refutamos nuestros propios sueños.
Ojalá no soñara, dijo la voz anciana. Sólo provoca aflicción. Una vez teníamos una familia…
Hoorooen. Ése era el nombre de la anciana voz quejumbrosa. Hoo-rooen. Y los demás sonaban parecidos…
Silencio. Es hora de pensar lo que podemos hacer. Habéis oído al rey ciego. Esta pequeña criatura del sol debe llegar pronto a él, o todo estará perdido.
Lucháis en vano. ¿Acaso ese mestizo puede volar? No. Insisto, todo ha concluido. Barrick recordó que éste era Hikat, un sonido semejante a un hacha cortando madera. Hikat. Y el otro se llamaba… Hau.
No ha concluido. Hay un camino. Puede ir por el camino de Torcido.
No sabe cómo hacerlo… y tardaría años en aprender.
Una vez yo sabía, gimió el viejo Hoorooen. ¿O no sabía? Yo creo que sí. Creo recordar los caminos de Torcido, y eran fríos y solitarios.
Son fríos y solitarios, en efecto, pero él puede recorrerlos de otro modo, aparte de valerse de su propia fuerza, murmuró Hau. Hay una puerta en Sueño.
Ah, dijo Hoorooen. Las luces oscuras. Me gustaría volver a verlas.
Ambos sois necios, protestó Hikat. La ciudad de Sueño significa muerte, para nosotros y para este cachorro mortal. Es imposible que él llegue a la puerta, o que la atraviese si la encuentra.
A menos que lo ayudemos.
Aun así. Hikat parecía regodearse en la desesperación. Lo que podemos darle sólo lo ayudará si llega a la puerta… Pero nunca llegará, con toda una ciudad llena de odio mortífero por él.
No podemos hacer otra cosa. Es nuestra única oportunidad.
Le congelará la sangre, dijo lúgubremente Hoorooen. Si recorre esos caminos, el vacío le sorberá la vida. Envejecerá y se perderá… Quedará como nosotros. Viejo y perdido.
No hay más remedio: debemos usar los caminos de Torcido. No hay otra manera. Pero le daremos algo nuestro. Esas sendas son peligrosas y debemos prepararlo y armarlo para que sobreviva. Traedlo hacia nosotros.
Eso nos disminuirá, tal vez nos destruya. Y él sólo os maldecirá por semejante don, dijo Hikat, casi con satisfacción.
Casi seguramente nos destruirá. Hau estaba apenado pero resignado. Pero el mundo y todo lo que contiene nos maldecirán si no lo hacemos…
Barrick volvió a percibir su cuerpo, la luz del fuego y la habitación con forma de cúpula, y también a los tres durmientes, pero esta percepción no le dio libertad ni movimiento. Los durmientes se inclinaron sobre él como si fueran plañideras y él fuera el cadáver.
Lo enviamos a tierras secas, dijo Hau. Debemos hacer lo que podamos. Pero, ¿dónde? ¿En qué parte de él verteremos nuestras aguas, nuestra esencia?
Su corazón, dijo Hikat. Lo hará fuerte.
Pero también hará que su corazón sea de piedra. A veces el amor es lo único que tenemos.
¿Y? Le dará más probabilidades de sobrevivir, so necio. ¿O quieres traicionar al mundo que dices amar tanto?
En los ojos, dijo el trémulo Hoorooen. Así vislumbrará lo que verá en los días venideros y no tendrá miedo.
Pero a veces el miedo es el primer paso hacia la sabiduría, respondió Hau. No tener miedo significa ser inmutable y no estar preparado. No, sólo le daremos nuestras aguas y su propio ser decidirá qué hacer con ellas. Tiene un brazo tullido, desequilibrado; es su punto más débil. Lo haremos allí, donde él ya está roto.
Barrick sintió una presión uniforme que lo inmovilizó como una pesada cota de malla, pero aún sentía el aire fresco en la piel, el calor irregular del fuego. Un durmiente alzó un objeto a la luz roja de las llamas, un tosco y antiguo cuchillo tallado en piedra gris.
Hombre niño, dijo Hau, deja que las aguas de nuestro ser te llenen y te fortalezcan.
La presión aumentó sobre el brazo izquierdo de Barrick, el brazo tullido que había escondido de la mirada de la gente, que siempre había tratado de proteger. De nuevo intentó protegerlo, pero pese a sus desesperados esfuerzos no lograba moverse.
Hazlo deprisa, dijo Hikat. Está débil.
No tan débil como crees, dijo Hau, y Barrick sintió un dolor horrible y candente en el brazo. Trató de gritar, de liberarse, pero no dominaba su cuerpo.
Te doy mis lágrimas, dijo Hau. Mantendrán tus ojos despejados para ver el camino. Algo salado hizo arder la herida del brazo. Barrick sintió un grito que crecía en su interior, pero no llegó a lanzarlo.
La segunda sombra cogió el cuchillo, lo alzó y lo bajó, lacerándole el brazo con otro chorro de dolor.
Te doy la saliva de mi boca, gruñó Hikat. Porque el odio te mantendrá fuerte. Recuérdalo cuando estés frente a los dioses, y si fracasas, escúpeles en la cara por lo que nos han arrebatado a todos. Barrick sintió otro ramalazo de sufrimiento, pero no pudo moverse ni hablar para desquitarse.
Los dioses lo castigaban, era evidente. No podía soportar más dolor. Una mera punzada haría que su cabeza estallara en llamas como una piña en una fogata.
Estoy seco como los huesos en que nos sentamos, gimió el viejo Hoorooen. No tengo lágrimas ni saliva, ni ninguna de las otras aguas del cuerpo. Sólo me queda mi sangre, y aun ella está seca como polvo. El cuchillo subió y bajó por tercera vez, mordiéndole el brazo mutilado como un diente abrasador. Barrick apenas podía pensar, apenas podía oír. Pero la sangre de los soñadores puede valer algo, al cabo…
Algo cayó en su herida, polvoriento pero áspero y afilado, como si alguien hubiera rellenado el lugar sangrante con astillas de vidrio. El insoportable dolor estaba por doquier, como si hormigas hambrientas le cubrieran la carne expuesta. Sintió una oleada tras otra de sufrimiento. Barrick se alejaba cada vez más, como si fuera un resto de naufragio en olas oscuras y calientes, pero al fin el dolor menguó y volvió a oír voces.
Ahora eres más fuerte, estás cambiado. Te hemos dado todo lo que nos quedaba para que tengas la oportunidad de dar sentido a nuestros sueños. Pero ahora nos estamos desvaneciendo… No podremos hablarte mucho más tiempo. Por un momento, la dura voz de Hikat fue casi amable. Escucha bien y no nos falles, hijo de dos mundos. Hay un solo modo en que puedes llegar a la Casa del Pueblo y ver al rey ciego antes de que sea demasiado tarde: debes viajar por los caminos de Torcido, que plegarán la distancia para que puedas cruzar los muros del mundo. Para lograrlo, debes hallar el portal de Sueño que lleva su nombre.
La mayoría de estos caminos están cerrados para ti, dijo Hau, con voz más distante. Sólo hay uno que puedes hallar y usar a tiempo, porque está cerca. Se encuentra en la ciudad de Sueño, la morada de nuestra gente. Pero debes saber que los nocturnales que viven allí odian a los mortales aún más que a los señores de Qul-na-Qar.
Pero aunque nuestras esencias le permitan sobrevivir en los lugares fríos y muertos donde viajaba Torcido, no servirá de nada. Hikat volvía a enfurecerse. Miradlo… ¿Cómo cruzará el Portal de Torcido? ¿Cómo lo abrirá?
No nos corresponde saberlo, dijo Hau. No nos queda nada para darle. Ya siento los vientos externos soplando a través de mí.
Entonces todo ha sido en vano.
La vida siempre es pérdida, murmuró el anciano. Sobre todo cuando ganas algo.
Barrick recobró parte de sus fuerzas, aunque todavía sentía ese dolor quemante, como metal caliente en un crisol.
—¿De qué habláis? —preguntó—. No entiendo. ¿Todo esto es un sueño?
Desde luego, dijo Hau, y su voz era apenas un susurro. Pero aun así es cierto, y si llegas al Portal de Torcido, recuerda esto, niño: ninguna mano mortal puede abrir esa puerta. Está escrito en el Libro: ninguna mano mortal.
—¡No te entiendo!
Entonces morirás, cachorro, dijo Hikat, desvaneciéndose. El mundo no esperará a que entiendas. El mundo te asesinará a ti y a todos los que son como tú. Comenzará la Era del Sufrimiento, y todos seremos castigados por haberlos abandonado en el frío tanto tiempo.
—¿A quiénes? ¿A quienes hemos abandonado?
A los dioses, gimió el viejo Hoorooen. Los coléricos dioses.
—¿Me estáis diciendo que entre en la ciudad de los nocturnales? —¿Afrontar una muerte segura para luchar contra los propios dioses? Era una locura—. ¿Cómo puedo creer en esto?
Porque somos los durmientes, los soñadores, murmuró uno de ellos, quizá Hau. Y hemos vivido muy cerca de ellos. Tan cerca como para oír sus pensamientos mientras soñaban, y rugían en nuestros oídos como el mar.
—¿Los pensamientos de los dioses?
Mira atrás al partir. La voz era tan débil que ya no distinguía quién hablaba. Verás. Los verás, y quizá entiendas… y creas…
Barrick abrió los ojos y estaba solo. Las sombras susurrantes habían desaparecido. El fuego estaba apagado, pero un poco de luz entraba por la ventana oblonga. Se miró el antebrazo. Tres estrías de sangre mostraban los cortes que le habían hecho, pero las heridas parecían curadas, como si hubiera yacido allí durante días y no durante horas. ¿Todo había sido un sueño? ¿Se había cortado, se había golpeado la cabeza, había caído aquí y había imaginado el resto mientras estaba desmayado?
Barrick se levantó temblando. Quizá hubiera soñado, pero no había dormido, porque sentía un cansancio abrumador. Aún necesitaba desesperadamente el fuego, así que buscó un trozo de madera humeante, pero para su asombro y decepción las cenizas estaban blancas y frías, como si nada hubiera ardido allí en años. Iba a dar media vuelta cuando vio algo medio sepultado en la ceniza y la tierra junto al círculo de piedras. Barrick se agachó, sosteniéndose el brazo herido, que no le molestaba tanto como de costumbre. (Estaba frío y rígido pero no había dolor, como si lo hubiera sumergido en un arroyo de montaña hasta que se hubiera entumecido.) Raspó la tierra y descubrió un raído y viejo morral de cuero, que había estado tanto tiempo en el suelo húmedo que el cuero estaba duro como piedra. Cuando lo abrió, cayó una piedra mellada, lustrosa y negra; hurgó un poco más y sacó un trozo de acero oxidado con forma de media luna. ¡Acero y pedernal! ¡Había encontrado herramientas para encender fuego! No veía el momento de usarlas. Aunque el resto de ese interludio hubiera sido sólo un sueño, todo estaría mejor ahora que tenía fuego.
Plegó los restos del morral de cuero sobre su hallazgo y se lo guardó en el cinturón. Barrick estaba exhausto y necesitaba dormir, pero no quería quedarse más tiempo en ese lugar. Si los tres durmientes no eran un sueño, quizá se hubieran marchado un rato y regresaran pronto. No le habían causado daño, salvo por esa cosa misteriosa que le habían hecho a su brazo, pero lo habían tenido prisionero y le habían dicho locuras sobre dioses, portales y pliegues en el mundo.
Y su brazo… ¿Qué había soñado acerca del brazo? ¿Qué le habían hecho? Alzó la mano izquierda, que no estaba agarrotada como de costumbre, sino sólo cerrada: con cierto esfuerzo podía abrirla, algo que no había podido hacer en muchos años. Quedó tan sorprendido que se rio.
¿Qué sucedió aquí?
Y había otras cosas: había vuelto a soñar con la muchacha de pelo oscuro, y esta vez había soñado su nombre. Qinnitan. Por algún motivo, parecía un nombre real. Pero si el sueño había sido cierto, ¿qué pasaba con el resto…?
No, era peligroso pensar así. Ésas eran las mentiras que los sacerdotes decían a la gente para idiotizarla: que los dioses veían todo, que tenían un propósito para cada cual. Aunque pensándolo bien, no era eso lo que habían dicho los durmientes. ¿No habían sugerido que los dioses eran el enemigo? Comenzará la Era del Sufrimiento, y todos seremos castigados por haberlos abandonado en el frío tanto tiempo.
Barrick Eddon salió al crepúsculo gris. En la penumbra veía sutilezas que no había notado antes, quizá porque había estado tanto tiempo en la oscuridad. Mientras bajaba por el sendero y por la tosca ladera, recordó otra cosa que un durmiente había dicho cuando él había preguntado si hablaban de los dioses, los mismos dioses que Barrick conocía. Durante casi toda su vida Barrick había despreciado a los amados oniri de su pueblo, los oráculos y profetas que afirmaban conocer la voluntad de los dioses, pero los extraños durmientes habían dicho que oían los pensamientos de los dioses. ¿Cómo era posible?
Mira atrás al partir. Verás. Los verás, y quizá entiendas…
Barrick miró atrás, pero un pliegue de la ladera ocultaba el sitio donde había estado: sólo veía árboles y fragmentos de la piedra color mantequilla que salpicaba la colina. Sacudió la cabeza y siguió buscando un lugar para acampar.
Poco después, cuando se había olvidado, miró de nuevo por casualidad, y esta vez había bajado tanto que pudo ver toda la cima del cerro.
Los verás, y quizá entiendas…
Eran formas demasiado difusas y no había reparado en ellas al subir, y antes estaban demasiado cerca o tapadas por los árboles, pero ahora se le revelaban de golpe. Bajo la tierra y el verdor de la ladera se erguían cosas del color del marfil viejo, pero no eran afloramientos de piedra, como había pensado. Eran objetos medio sepultados…
¿Huesos?
Antes no lo había visto porque no eran formas sencillas, sino que estaban articuladas de modo complejo: dos enormes esqueletos unidos en un abrazo de amor o muerte, huesos gigantescos que quizá en un tiempo estaban enterrados, pero que la tierra viviente había elevado a la superficie, y una delgada capa de suelo los cubría como una mortaja, alimentando árboles y enredaderas. Esas rocas que parecían dientes eran dientes, la inmensa mandíbula de un cráneo enterrado, arrancado y expuesto por el viento y la lluvia. El otro cráneo… El otro cráneo…
Allí estuve yo, comprendió, y un telón de oscuridad amenazó con velarle la mente y arrojarlo al vacío. Con los soñadores, dentro del cráneo de un dios…
Barrick dio media vuelta y corrió cuesta abajo, patinando y resbalando, a menudo rodando, obligado a saltar sobre las ramas que amenazaban con detenerlo, y que para su mente afiebrada parecían los dedos esqueléticos de los muertos inmortales, que surgían del suelo para apresarlo y arrastrarlo.
* * *
Quizá fue por suerte que no soltó el pedernal y el acero durante ese descenso torpe y aterrado, o cuando se desplomó fatigado al pie del cerro. Y quizá fue por suerte que el primero que lo encontró no fue un sedoso sino un pájaro de voz áspera y familiar.
—¡Pensábamos que habías muerto! —Al cabo de un rato, como él no respondía, le picoteó la oreja—. ¿No estás muerto, verdad?
Barrick se incorporó con un gruñido. Le dolía todo el cuerpo por sus muchas caídas, salvo, curiosamente, el brazo tullido: aún estaba entumecido, pero podía flexionarlo.
—¿Skurn? —Abrió los ojos. El pájaro, con la cabeza ladeada, lo miraba con su insondable ojo negro—. Dioses, eres tú. —Se dejó caer, y se incorporó—. ¡Fuego! Puedo hacer fuego.
Buscó hojas y hierba seca, las apiló y puso manos a la obra, golpeando la media luna de metal con el pedernal. Cuando cayeron unas chispas sobre la hierba, Barrick las sopló; al cabo fue recompensado con una voluta de humo y luego con una llama diminuta, casi transparente. Aliviado, se recostó y se calentó las manos frente a la fogata.
—Debemos acampar por aquí, para que pueda preparar un buen fuego —dijo.
—Aquí no. —El cuervo bajó la voz—. Estamos al pie del cerro. Nos encontrarán los sedosos.
Barrick meneó la cabeza.
—No me importa. Tengo que descansar, al menos un rato. Hoy trepé hasta la cima del cerro.
El pájaro volvió a ladear la cabeza, esta vez para inspeccionarlo.
—¿Allí estuviste los últimos días? ¿Subiendo y bajando por el cerro, como los seguidores en los árboles?
—¿Días? Un día a lo sumo.
El cuervo le escrutó la cara, como si estuviera bromeando.
—Días. Pero Skurn se quedó. ¡Skurn esperó!
Barrick no tenía fuerzas para discutir con un pájaro demente. Cubrió el pequeño fuego con piedras y fue a buscar un sitio mejor para acampar, un lugar donde hubiera piedra natural, no el material óseo y amarillento de las alturas. No quería saber nada de los dioses por un tiempo, vivos o muertos.
La calidez del fuego era aún más alentadora que la luz. Era maravilloso sentir calor por primera vez en tanto tiempo. Al cabo de una hora, sólo sentía frío en el brazo tullido, pero no era un escalofrío doloroso sino una especie de ausencia, como si le hubieran extraído los órganos del sufrimiento cuando recibió sus tres cicatrices paralelas. Ahora estaban cubiertas de costras y no lo incomodaban. Su brazo tenía cierta movilidad que no tenía antes, aunque Barrick no sabía si era porque lo podía curvar más o porque le dolía menos. Los músculos aún estaban débiles, pero era otro tipo de debilidad, como si mediante el uso pudieran fortalecerse.
En consecuencia, su ánimo había mejorado mucho. Cuando había escapado de Gran Abismo y del monstruo Jikuyin, su felicidad estaba empañada por la pérdida de sus dos compañeros, Gyir y Vansen. Barrick sabía que aún corría gran peligro, y que quizá lo aguardaran tiempos aún más peligrosos, pero ahora el calor y la ausencia de dolor eran una bendición inmensa.
Se desperezó.
—Dime lo que sabes sobre la ciudad de Sueño —le dijo a Skurn, que estaba aplastando una concha de caracol contra una piedra, como un diminuto herrero con su yunque.
El cuervo soltó el caracol y lo miró, erizando las plumas del cuello como una gorguera de cortesano.
—¡Ah! Ese nombre está maldito. ¿Dónde lo oíste?
—Ahórrame las advertencias y las predicciones sombrías, pájaro. Sólo dime lo que sabes.
—Sabemos lo que sabe cualquiera, y nada más. Allí viven los nocturnales, que en un tiempo fueron elevados entre los crepusculares, hasta que adoptaron costumbres perversas, aliándose con gente despreciable, casándose sólo entre ellos y demás. Luego los expulsaron. Construyeron su propia ciudad en las tierras muertas, a orillas del río Esfumado. Nadie va allí por propia voluntad, según se dice.
La idea de ir a semejante lugar asustaba a Barrick, pero también le causaba gracia porque era evidentemente ridícula. ¡Seguir el río Esfumado! Era como un poema épico de fatídico heroísmo. Los durmientes habían dicho que una puerta de Sueño era su única manera de llegar al rey qar, y él había prometido llevar el espejo de Gyir allí, pero eso no parecía justificar un viaje a un sitio tan peligroso. ¿Por qué estaban seguros de que lo haría? ¿Quién iría a semejante lugar, salvo un imbécil?
—¿Es todo lo que sabes, pájaro? ¿A qué distancia está?
—Nosotros podríamos volar hasta allí en cinco o seis comidas, pero, ¿por qué lo haríamos?
—No hablo de volar. ¿Cuánto debe caminar alguien como yo?
El cuervo volvió a soltar el caracol y se le acercó, examinando de nuevo a Barrick, como temiendo compartir el campamento con un impostor.
—Acabas de subir y bajar del Cerro Maldito. ¿El joven amo piensa visitar cada lugar mortífero de las tierras crepusculares, como un peregrino?
Barrick sonrió amargamente.
—¿Qué sabes sobre los dioses, Skurn? ¿Sobre lo que les pasó? ¿Realmente se han ido del mundo?
El cuervo se agitó, y brincó y aleteó alrededor del fuego hasta encontrar una piedra donde instalarse, como si quisiera estar un poco más lejos del suelo.
—¿A qué vienen esas extrañas preguntas? Nosotros no pensamos mucho en los dioses, y menos hablamos de ellos. Cuando ellos oyen sus nombres, aun en sueños, se dan cuenta.
—Muy bien. No hablemos más. —Ahora la necesidad de dormir era mayor, con el fuego como una manta cálida y reconfortante, casi hogareña—. Podemos seguir hablando mañana, cuando iniciemos la marcha.
—¿Marcha? —preguntó el cuervo con preocupación—. ¿Marcha hacia dónde, joven amo?
—Hacia la ciudad de Sueño, desde luego. —Barrick casi sonrió de nuevo. ¿Era así como se habían sentido los grandes héroes de antaño, Hiliometes, Silas, Massilios Pelo Dorado? ¿Como si formaran parte de algo más grande, impulsados sin elección propia, sin poder evitarlo, pero despreocupados? Era una sensación extraña. En ese momento se sentía fortalecido hasta en sus pensamientos, pero tan entumecido como su brazo. Miró la sangre que se ennegrecía sobre su piel, las tres marcas que parecían hechas por un pájaro del doble de tamaño de Skurn. ¿Qué le habían dado los durmientes?
La vida siempre es pérdida, sobre todo cuando ganas algo, había dicho el anciano. ¿Eso significaba que también le habían quitado algo? ¿Pero qué había perdido?
—No hablas en serio, joven amo, ¿verdad? No iremos a ese lugar.
—No tienes por qué venir, Skurn. Éste es mi viaje.
—¡Pero los sedosos del bosque… y los nocturnales de esa ciudad espantosa! ¡Congelarán nuestra sangre y comerán nuestra piel!
—No tienes por qué venir.
—Aquí me sentiré perdido y solo.
Barrick guardó silencio, pero no por piedad hacia el pájaro. Después de dormir, despertaría; después de despertar, iniciaría la marcha. Caminaría hasta llegar a la ciudad llamada Sueño, y luego vería qué ocurría a continuación: la muerte u otra cosa. Seguiría así hasta que todo hubiera terminado. Parecía sencillo.
¿Pero qué le habían quitado los durmientes a cambio esa sencillez? ¿Y qué había perdido?
El cansancio lo venció, arrastrándolo a la oscuridad, alejándolo del fuego oscilante para llevarlo a un lugar que los mortales compartían con los dioses.