11
Puñales
En los antiguos tiempos, Zmeos y su hermano Khors robaron a Zoria, la hija de Perin. Estalló una guerra que alteró la forma del mundo e incluso la duración de los días y las noches. Casi todos los estudiosos coinciden en que los crepusculares tomaron partido por Zmeos, la Vieja Serpiente. A causa de esto, la iglesia del Trígono aún maldice y excomulga al pueblo qar.
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
—Princesa Briony —dijo lady Ananka cuando los criados levantaron los platos—, ¿podéis decirme cómo se crían los niños en el norte?
Circularon susurros y discretas risas por la mesa real. Briony deseaba tener al lado a su amiga, pero a Ivgenia le había tocado una mesa menor en el otro extremo del salón, y era como si estuviera en otro país.
—Lo siento, baronesa, pero no oí vuestra pregunta.
—¿Cómo crían a los niños en el norte? —preguntó la amante del rey—. ¿Los dejan sueltos, como hacen las gentes de la Marca con sus ovejas y otros animales?
Briony sonrió cautelosamente.
—No todos nuestros animales andan sueltos, baronesa, pero para los que viven en zonas donde la hierba crece en abundancia, tiene sentido aprovechar la generosidad de los dioses.
—Pero lo que me interesa son los niños, querida —dijo Ananka con ácida dulzura—. Por ejemplo, me contaron que a ti te enseñaron a luchar con espada y escudo. Muy emocionante, sin duda, pero a nosotros nos parece… poco civilizado. Sin ánimo de ofender.
Briony hizo lo posible por seguir sonriendo, aunque le costaba cada vez más. No había esperado que el ataque comenzara tan pronto en la velada (acababan de terminar la sopa), pero nadie podía detener esto salvo el rey, y Enander parecía mucho más interesado en su vino y en la conversación de una atractiva mujer que tenía al otro lado.
Es como uno de los ejercicios con cuchillo de Shaso, se dijo. Mientras representas a un personaje de Finn. Si pude hacer ambas cosas, también puedo hacer esto.
—¿Cómo podríais ofenderme, baronesa? —preguntó Briony, sin la menor ironía—, cuando vos y su majestad habéis tenido la bondad de recibirme aquí, y de darme el regalo invalorable de vuestra amistad?
—Desde luego —dijo Ananka lentamente, como si revisara su estrategia. Otra oleada de susurros recorrió la mesa. Los que habían ignorado a Briony por sus prejuicios sociales ahora la miraban abiertamente, pues al fin podían satisfacer su curiosidad—. Pero lo pregunto porque deseaba preguntar algo más. Algo que esperaba me ayudaras a entender.
Pase lo que pase, no te dejes arrastrar a una batalla, se dijo Briony. Aquí ella domina el terreno alto y posee todas las ventajas.
—Desde luego, lady Ananka.
Ananka adoptó una expresión grave con su agraciado rostro de huesos largos.
—¿Es cierto que retasteis a Hendon Tolly a una pelea? ¿Un duelo a espada?
Los susurros se intensificaron y se volvieron más insolentes: risas, jadeos, expresiones de incredulidad y rechazo. Mujeres cuyo mayor esfuerzo en la vida era la costura miraban a Briony como si fuera un ejemplo estrafalario del furor de los dioses, un carnero bicéfalo o un gato sin patas. Briony sintió una llamarada de furia al ver esas caras, y por un momento estuvo a punto de levantarse y arrojar su vajilla al suelo.
Esa mujer la atormentaba todas las noches. ¡Dioses, ojalá tuviera mi espada!
Si pierdes los estribos, es probable que pierdas la pelea. Oyó la voz ronca de Shaso como si lo tuviera al lado. El guerrero que piensa con claridad siempre está armado. Briony recobró el aliento. Para actuar con calma, debes evocar la calma. Eso le había dicho Nevin Hewney en un momento de sobriedad. Lleva ese sentimiento a tus pensamientos. Saboréalo como un trozo de fruta. Evocó el viaje en carreta y la llegada a Sian, el extenso valle del río Esterian, que se abría como los brazos de un amigo hospitalario.
—Lo reté, milady, en efecto —dijo con serenidad—. Ahora lo lamento, desde luego. Fue poco decoroso e incomodó a los demás invitados. —No tenía nada de malo replicar con una pequeña finta, ¿verdad?—. Ninguna anfitriona debería obligar a sus invitados a compartir sus malos modales.
Otra risa discreta recorrió la mesa, pero Briony notó que era una risa más respetuosa.
—Le apoyaste la espada en la garganta, ¿verdad? —preguntó Ananka dulcemente, como si también ella restara importancia a un momento infortunado.
—Así es, milady. —Le complacía comprobar que gran parte de su furia había pasado como una tormenta—. Eso hice, y repito que estoy avergonzada. Pero no olvidemos que ese hombre usurpó el trono de mi familia. Imaginaos cómo os sentiríais si uno de vuestros leales nobles —Briony se volvió con una sonrisa hacia el resto de la mesa— fuera un traidor. Sé que resulta increíble, pero yo también confiaba en los Tolly.
Eso logró llamar la atención de Enander.
—¿No teníais idea, entonces? —preguntó el rey—. ¿Acaso el duque Hendon no vivía en vuestra corte?
—El duque era su hermano Gailon, majestad —corrigió respetuosamente Briony—. Y debo conceder que Gailon era mejor hombre de lo que yo creía. Hendon también lo mató a él.
Ahora los susurros no eran tan risueños.
—Terrible —dijo una mujer, una vieja duquesa con una peluca que parecía un nido de pájaros—. Pobrecilla. Debías estar muy asustada.
Briony sonrió de nuevo, con timidez y humildad. En el extremo de la mesa, el rostro de Ananka era una máscara de simpatía cortés, pero era evidente que la baronesa no estaba satisfecha con el cauce que había seguido la conversación.
—Asustada… Sí, desde luego. Aterrada. Pero hice sólo lo que haría cualquier joven noble cuando el trono de su padre corre peligro. Escapé en busca de amigos. Amigos de confianza, como el rey Enander. Y una vez más le agradezco a él, y a lady Ananka, todo lo que han hecho por mí. —Alzó la copa y se inclinó ante Enander—. Que los Tres Hermanos os den larga vida y buena salud, en mérito a vuestra gran benevolencia, majestad.
—Majestad —repitieron los demás, y brindaron. Enander se sorprendió, pero estaba complacido. Ananka ocultaba bien su irritación.
Briony lo consideró una doble victoria.
* * *
Una vez que Briony despidió a sus criadas, sacó la nota y la estudió por quinta o sexta vez desde que la había recibido la noche anterior: Venid al jardín del Patio de la Veleta una hora después del ocaso del Día de la Piedra.
La había encontrado en su escritorio al volver, sujeta con un tosco trozo de cáñamo, y no con un sello de cera. No reconocía la letra, pero sospechaba quién la había dejado. Por si las dudas, sin embargo, fue a su cofre y sacó la ropa de varón que había usado mientras viajaba con la compañía de Makewell. La había hecho limpiar y la había empacado. Nunca se sabía cuándo podía necesitarla. Ni siquiera este palacio, el mayor de Eion, era un refugio seguro después de los acontecimientos del último año.
Debajo de esa ropa rústica estaba el saco con los cuchillos yisti. Alzó las largas faldas, resoplando mientras se arqueaba sobre las ballenas del corsé, e iba a sujetarse el cuchillo más pequeño a la pierna cuando cayó en la cuenta de su necedad.
¿Qué haré, pedirle al enemigo que espere mientras me revuelco por el suelo buscando la daga entre mis enaguas? ¿Qué había dicho Shaso? Examinad vuestra ropa y encontrad sitios donde podáis guardarlas y sacarlas sin demora. ¿Qué habría pensado si hubiera visto cómo se esforzaba para llegar a la pierna?
Desistió y se puso de pie. Se puso el manto, y se guardó el cuchillo más pequeño en la manga justo cuando alguien llamaba a la puerta. Briony aguardó un instante, pero recordó que las criadas se habían ido y Feival estaba reuniendo chismes en la sala de la servidumbre. Estaba sola.
—¿Quién es? —preguntó.
—Sólo yo, princesa.
Abrió pero no hizo pasar a su amiga.
—Los dioses te guarden, Iwie. Creo que no bajaré a cenar.
Ivgenia le miró la ropa.
—¿Vas a salir, Oso de las Nieves? —El nombre era una pequeña broma. A su amiga le gustaba fingir que Briony venía del lejano y helado norte.
—No, no. Sólo tengo frío. —Le costaba mentirle a alguien que consideraba una amiga, pero no podía permitirse el lujo de confiar en nadie en la corte, ni siquiera en la dulce y amable Ivgenia e’Doursos—. No me siento bien, querida; siento un poco de frío en el pecho. Por favor, envía mis saludos al rey y a lady Ananka.
Cuando se fue Ivgenia, Briony encontró sus zapatos y se los puso. Había sido una semana seca, por suerte: la perspectiva de esperar al aire libre era más placentera. Aun así, mientras atravesaba el corredor en silencio, tenía la carne de gallina.
El Patio de la Veleta se llamaba así por una inmensa veleta con la forma del caballo volador de Perin. Estaba en la punta de una alta torre en un extremo del patio, un monumento que se podía ver desde toda Tessis y se usaba como punto de referencia para orientarse. En el otro extremo de la pared más alta del patio estaba la avenida del Farol, la antigua calle que daba su nombre al palacio Avenida: Briony oía el mugido de los bueyes, el chirrido de las carretas y los gritos de los pregoneros. Se preguntó qué pasaría si salía del palacio y echaba a andar por esa gran calle sin detenerse, hasta encontrar una vida que no tuviera nada que ver con las connivencias cortesanas ni la responsabilidad familiar, una vida sin monstruos, crepusculares, traidores ni envenenadores. Si tan sólo pudiera…
—Hola, princesa —dijo una voz profunda junto a ella.
Antes de que hubiera terminado la segunda sílaba, ella había girado y le había apoyado el cuchillo en la garganta.
—Deduzco que no estáis contenta de verme —dijo Dawet dan-Faar, con la voz apenas alterada por la hoja que le presionaba el gaznate—. No sé bien por qué, princesa Briony, pero con gusto me disculparé en cuanto alejéis ese bonito cuchillo.
—¿Os habéis divertido? —Ella bajó el cuchillo y retrocedió un paso. Se había olvidado del olor de su piel y su voz acariciante, y no le gustaba el modo en que la hacían sentir esas cosas—. ¿Invadiendo mis aposentos para dejar una nota? Todos los hombres son niños cuando se dedican a sus juegos de guerra y espionaje, aunque no sean necesarios.
—¿Juegos? —preguntó él—. Creo que lo que ocurrió con vos y vuestra familia demuestra que no son meros juegos. Hay vidas en peligro.
—¿Por qué? A causa de otros hombres. —Ella se guardó el cuchillo en la manga—. ¿Qué os pasará si os pillan aquí, maese Dan-Faar?
—¿La verdad? Nada que no pueda repararse, pero preferiría no tener que consagrar mis energías a esas reparaciones, si puedo evitarlo.
—Entonces vayamos a sentarnos en aquel banco, debajo del manzano. No se ve desde la columnata. —Lo guio hacia el banco y desplegó las faldas para poder sentarse. Tocó la madera a una decorosa distancia—. Sentaos aquí. Decidme qué os pasó desde que os vi por última vez. En la taberna no tuvimos tiempo de hablar.
—Ah, si —dijo él—. La Mujer Falsa, con su sórdido propietario. Fue una tarde desagradable; casi me apresan.
—Oh, basta. —Briony sacudió la cabeza—. Ya os he dicho que estos juegos me aburren. ¿Queréis hacerme creer que escapasteis por vuestra cuenta?
Él la miró sorprendido.
—¿De qué habláis, princesa?
—Venga, maese Dan-Faar. ¿Cómo le dijisteis al capitán de la guardia? «¡Juro por Zosim Salamandras que os equivocáis de hombre!» ¿Usasteis como consigna una invocación al Embaucador y pensasteis que yo no me daría cuenta? Y luego esa farsa de fuga, convenientemente fuera de la vista de todos. Después de pasar meses con una compañía de actores, ¿creéis que no reconozco la impostura y la actuación? El capitán de la guardia os dejó ir.
Dawet esbozó una sonrisa, apenas visible a la luz de las antorchas.
—Me habéis dejado sin habla —dijo al fin.
—Incluso sospecho con quién organizasteis todo —dijo ella—. Lord Jino, el gran espía del rey… ¿Será él, por casualidad? No, no hace falta una respuesta. Las únicas preguntas importantes, maese Dan-Faar, se refieren a vuestra auténtica relación con la corte sianesa. ¿Enviado secreto de Ludis Drakava en Hierosol? ¿O un doble agente que trabajaba originalmente para el rey Enander, pero finge servir a Drakava?
—Me impresionáis, milady —dijo Dawet—. Habéis estado pensando, por lo que veo, y pensando con mucha lucidez… pero me temo que aún no sois una maestra de la intriga.
—¿No? —El aire se enfriaba ahora que había llegado la noche. Ella se metió las manos en las mangas—. ¿Y qué he pasado por alto?
—Dais por sentado que soy vuestro amigo, y no vuestro enemigo.
Dawet le aferró las dos muñecas a través de la manga y las apresó en el firme apretón de una sola mano. En la otra empuñaba un cuchillo, más largo y esbelto que el de Briony, y le apoyó la hoja en la mejilla.
—¡Canalla! ¡Traidor! ¡Confiaba en vos!
—Exacto, milady. Confiabais en mí… ¿Por qué? ¿Porque yo os admiraba? ¿Porque mis piernas se ven bien en calzas de lana? Pero yo era el agente del captor de vuestro padre cuando me conocisteis: mala base para una amistad.
—Y os traté bien cuando nadie más lo hacía. —Briony trataba de cambiar el equilibrio para patear a Dawet en la pierna, esperando que el dolor le permitiera zafarse y sacar el cuchillo. Habría preferido patearlo a mayor altura (Shaso había sido muy meticuloso al enseñarle los mejores lugares para golpear en el combate cuerpo a cuerpo), pero ni el ángulo ni sus enaguas lo permitían.
—Eso no tiene importancia, milady. Estoy haciendo una demostración. —Se inclinó de tal modo que la hoja de su cuchillo quedó tan cerca de la cara de él como de la de ella—. Confundís a los hombres con seres morales, como si cada uno debiera sopesar el bien y el mal que ha recibido y actuar en consecuencia, como si fueran jueces incorruptibles que evalúan una sentencia.
Briony trató de no crisparse.
—Oh, sé muy bien que los hombres son corruptibles… y corruptos; no temáis.
Atacó con el pie, esperando sorprenderlo. En cambio, Dawet le siguió aferrando las muñecas y le enganchó la pierna con la suya, haciéndole perder equilibrio con el otro pie. Briony se deslizó del banco y se habría caído, pero Dawet la sostuvo, así que quedó colgada entre la mano de él y el banco, como un ciervo frente al refugio de un cazador. La vergüenza y la furia eran casi peores que el miedo.
—¡Soltadme!
—Como queráis, princesa. —Él la soltó y ella cayó al suelo.
Briony se levantó al instante, empuñando el cuchillo.
—¿Cómo os atrevéis? ¿Cómo…?
—¿Cómo me atrevo a qué? —dijo él con expresión cruel. Por suerte, pues si hubiera sonreído ella habría intentado matarlo—. ¿A mostraros que estáis actuando como una tonta? Eres una muchacha astuta, Briony Eddon, pero aún eres sólo eso, una muchacha. Y una doncella, sin duda. ¿Entiendes que has arriesgado tu seguridad y el destino de tu familia al venir aquí de este modo?
Ella aflojó su apretón sobre la daga yisti.
—¿No… no pensáis hacerme daño?
—Por la Gran Madre, princesa, ¿me creéis tan tonto como para tratar de dañar a una muchacha norteña de tez blanca en un castillo norteño, cerca de un centenar de guardias armados, sin siquiera taparle la boca? —Él sacudió la cabeza—. Decidme que hasta ahora no he estimado mal vuestra inteligencia, ni vos la mía.
—¡Me pusisteis un cuchillo en la garganta!
—Si realmente quisiera haceros daño, os habría desarmado. —Estiró la mano con una rapidez digna de Shaso, y usó su propio cuchillo para arrancarle la daga, que giró en la oscuridad y cayó en las sombras del jardín sin ruido—. Ahora id a buscarlo. Esperaré. No parece un tipo de cuchillo que alguien quisiera perder.
Cuando ella regresó, se había vuelto a esconder la daga yisti en la manga.
—Si no fuera por este maldito vestido, habría sacado ambos cuchillos a la vez, y ahora tendríais uno de ellos en el tobillo, cuando menos.
Él sonrió sin alegría.
—Entonces alegrémonos de que no haya sido así, pues creo que el desenlace no habría sido tan feliz como suponéis.
—¿Por qué hicisteis eso? —Ella volvió a sentarse, esta vez con mayor cautela, pero Dawet no hizo ningún movimiento—. Me asustasteis.
—Bien, milady. Al fin decís algo que me satisface. Quiero que os asustéis. Corréis un gran peligro. ¿No lo habéis notado?
Ella le clavó los ojos, tratando de recordar sus lecciones, no de lucha sino de actuación. No debía dejar aflorar las lágrimas. Sería muy típico de… una muchacha.
—Sí, maese Dan-Faar, ciertamente lo he notado, sobre todo cuando alguien trató de envenenarme hace tres días, pero os agradezco el recordatorio.
—El sarcasmo no os sirve de nada, princesa. Deberíais darme las gracias por ser franco, cuando los demás no quieren o no pueden. —Le apoyó la mano en el brazo—. Ojalá no me tocara hacerlo. Ojalá me hubieran dado un papel más grato.
Esta vez él no previo el ataque. Briony se movió tan rápidamente que la punta del cuchillo le marcó un círculo rosado en la mano antes de que él pudiera retirarla. Él se levantó con furia, y se quitó el guante para examinar la herida. No era una lesión muy grave, pensó Briony.
—¡Pequeña…! ¿Por qué lo hicisteis?
—Vos me aconsejasteis que desconfiara, maese Dan-Faar. —Respiraba con dificultad y le palpitaba el corazón—. Me decís que sois muy amable, muy considerado, que pensáis en mi beneficio cuando nadie más lo hace. Muy bien. Comenzad por responder esta pregunta, por favor. ¿Qué sois? ¿Sois un enemigo que siente debilidad por mí? ¿O un amigo? ¿Queréis ser mi hermano, o queréis ser mi amante? He pasado mi vida en el centro de los acontecimientos públicos. Vuestra atención no me halaga al punto de hacerme olvidar quién soy y qué busco, ni de olvidar que parecéis serlo todo al mismo tiempo. —Lo miró fijamente—. Pues bien, ¿qué queréis ser conmigo?
Dawet la miró mientras se sorbía la mano lastimada.
—Princesa, no lo sé. A decir verdad, ya no sé si os reconozco. Vuestro tiempo en el exilio os ha cambiado.
—Bien, eso no debería sorprenderos, ¿verdad? —Briony guardó la daga—. Si queréis hablar de nuevo conmigo, quizá para darme alguna información realmente útil, sobre mi padre, por ejemplo… ya sabéis dónde encontrarme.
—Esperad. —Dawet alzó la mano, como concediendo su derrota—. Basta, Briony.
—Princesa Briony, maese Dan-Faar. No nos conocemos tan bien, y aún no habéis demostrado vuestra amistad.
Él retrocedió.
—Sois cruel, princesa. ¿Acaso en Marca Sur no os advertí que alguien de vuestra corte quería haceros daño?
—¿De qué me sirvió eso, sin ningún nombre? ¿Acaso eso no se aplica a cualquier monarca del mundo? No me habéis causado ningún perjuicio, enviado, pero por lo que sé tampoco me habéis prestado ningún servicio, salvo obsequiarme vuestra compañía. —Se relajó un poco y le ofreció una sonrisa—. Un obsequio que tiene sus méritos, pero que no habla de lealtad incondicional.
Él sacudió la cabeza.
—Os habéis transformado en una muchacha ruda, princesa.
—He conservado la vida cuando muchos deseaban lo contrario. Ahora habladme de mi padre, o digamos adiós y escapemos de esta noche helada.
—No hay mucho que decir. Cuando me fui de Hierosol para venir aquí, aún era prisionero de Ludis Drakava. Desde entonces he oído los mismos rumores que vos: que Ludis ha huido, que vuestro padre fue entregado al autarca, que Hierosol caerá en cualquier momento…
—¿Qué? ¿Entregado al autarca? Nunca he oído… ¡Zoria misericordiosa, decidme que no es cierto! ¿Qué locura es ésta?
—Pero… Sin duda habéis oído esa historia. Mucha gente la repite en Tessis… Ludis lo canjeó para poder escapar, según dicen. Pero no temáis, princesa, hasta ahora es sólo un rumor. No se sabe nada con certeza…
—¡Sangre de los Hermanos! —jadeó ella con furia—. ¡Estos malditos sianeses no me han dicho una palabra! —Extendió el brazo para arrancar un capullo de una rama y lo sostuvo un instante. Sin lágrimas, se recordó. Lo aplastó entre los dedos y dejó caer los pétalos—. Decidme todo lo que habéis oído. —Las lágrimas habían subido sin llegar a sus ojos. Sentía una dureza en el pecho, como si le hubiera crecido hielo en el corazón.
—Como decía, princesa, son sólo historias, muy confusas y…
—No me tranquilicéis, Dan-Faar. Ya no soy una niña. Sólo… informadme. —Respiró. La noche parecía cerrarse sobre ella, y Briony la recibió con la helada oscuridad que sentía en el pecho—. Habré perdido el trono de mi familia, pero pienso recobrarlo, lo juro, y nuestros enemigos sufrirán por lo que han hecho. Sí, lo prometo sobre la cabeza de los dioses. —Miró la cara sorprendida de Dawet, apenas visible a la luz de una ventana abierta de arriba—. No te quedes papando moscas, hombre. Aprovecha el tiempo. Dime lo que quiero saber.