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La corona falsa
Por lo que he investigado, no hay lugar de los dos continentes ni de las islas del mar donde no existan leyendas sobre las hadas. Pero nadie sabe si vivieron en todos esos sitios o si los hombres llevaron su recuerdo cuando fueron allí.
Tratado sobre los pueblos feéricos de Eion y Xand
La campana del templo llamaba a las plegarias del mediodía. Briony sintió una punzada de vergüenza. Ya llegaría con una hora de retraso, a causa de lord Jino y sus arteras e interminables preguntas.
—Por favor, milord —le dijo mientras se levantaba—. Me disculpo, pero debo ir a ver a mis amigos. —Después de tantos meses de vida rústica le costaba habituarse a los modales y el lenguaje propios de una dama. Le parecían tan falsos como los papeles que había representado en la compañía de teatro—. Os suplico me excuséis.
—¿Amigos? ¿Os referís a los actores? —Erasmias Jino enarcó una ceja elegantemente perfilada. El lord sianés parecía un petimetre, pero era sólo el estilo sianés: Jino era famoso por su astucia y había matado a tres hombres en duelos decretados por la corte de honor—. Alteza, no sigáis fingiendo que podéis ser amiga de… esa gentuza. Os permitieron viajar de incógnito, una estratagema hábil cuando se anda por los caminos peligrosos de una comarca insegura, pero el tiempo de esa impostura ha terminado.
—No obstante, debo ir a verles. Es mi deber. —Tenía que conceder que él tenía cierta razón. No había tratado a los actores como verdaderos amigos, sino que había conservado en secreto todo lo que era importante. Ellos le habían revelado su vida, pero Briony Eddon no les había correspondido: ellos habían sido sinceros, ella había sido todo lo contrario. Al menos, casi todos habían sido sinceros—. Entiendo que habéis liberado a todos menos a Finn Teodoros. Él afirmaba que traía mensajes de lord Brone para vuestro rey. Yo soy la auténtica monarca de Avin Brone y él no me los habría ocultado. Me gustaría oír esos mensajes.
Jino sonrió y se acarició la barba.
—Quizá podáis oírlos, pero esa decisión corresponde a mi señor el rey Enander, princesa Briony. Él os verá más tarde. —La yuxtaposición de títulos no era casual. Jino le recordaba que ella estaba por debajo del rey sianés, y así habría sido aun en su propio país, pero para colmo ni siquiera estaba en su propio país.
Lord Jino se levantó con una gracilidad que muchas mujeres habrían envidiado.
—Venid. Os llevaré a ver a los actores.
Mi padre se ha ido, Kendrick se ha ido, Barrick… Briony intentó reprimir las lágrimas que le humedecían los párpados. Shaso, y ahora Dawet. Todos se han ido, y la mayoría han muerto… Quizá todos ellos… Trató de recobrar la compostura antes de que el funcionario sianés se diera cuenta. Y ahora debo despedirme de la compañía de Makewell. Esa soledad era una sensación extraña. Antes siempre le había parecido algo provisional, algo que debía soportar hasta que mejorase su situación. Empezaba a sospechar que quizá no fuera provisional, que quizá tuviera que aprender a vivir así, alta y recta como un estatua, dura como piedra, pero hueca por dentro. Totalmente hueca…
Atravesaron la residencia y uno de los extensos jardines hasta llegar a un recinto silencioso construido en la parte interior del gran muro del palacio Avenida. Era un edificio inmenso: el palacio era tan grande como toda Marca Sur, el castillo y la ciudad. Y no conocía a nadie allí, no tenía nadie en quien confiar…
Aliados. Necesito aliados en esta tierra extraña.
Los actores de Marca Sur estaban sentados en un banco, en una habitación sin ventanas bajo la mirada de varios guardias. Casi todos tenían cara de susto; la presencia de Briony, ahora confirmada como su soberana y vestida con la ropa cara que Jino le había dado, no contribuyó a tranquilizarlos. Estir Makewell, cuyas últimas palabras para Briony habían sido coléricas y desagradables, palideció y encorvó los hombros como temiendo que la golpearan. El joven Feival fue el único que no se amilanó. La miró de arriba abajo.
—¡Mira la ropa que te han puesto! —dijo con aprobación—, ¡Pero yergue esos hombros, muchacha, y úsala con convicción!
Briony sonrió contra su voluntad.
—Supongo que he perdido mi empaque.
El licencioso Nevin Hewney también la observaba, frunciendo el ceño con asombro.
—Por los dioses, era verdad. ¡Pensar que pude haber ensartado a una princesa, si hubiera puesto más empeño!
Estir Makewell jadeó. Su hermano Pedder se cayó del banco y dos guardias bajaron las alabardas por si esto era el comienzo de un levantamiento general.
—¡La bendita Zoria nos salve! —exclamó Estir, mirando las afiladas armas—, ¡Hewney, pedazo de idiota, nos pondrás a todos en manos del verdugo!
Briony tuvo que contener una sonrisa, pues no podía demostrar demasiada familiaridad frente a los guardias y Jino.
—Os aseguro que si optara por ofenderme —dijo—, sólo Hewney pagaría el precio de su lengua incorregible. —Miró severamente al dramaturgo—. Y si tuviera que leer una lista de agravios, empezaría por la vez en que se refirió a mi hermano y a mí como «cachorros gemelos engendrados por la golfa Estupidez con el licencioso Privilegio». O la vez que se refirió a mi padre encarcelado como «el juguete de placer de Ludis Drakava». Creo que cualquiera de ambos bastaría para que el verdugo pusiera manos a la obra.
Nevin Hewney gruñó con tal exageración que su arrepentimiento no resultaba convincente. O bien ese hombre era temerario o estaba idiotizado por años de borracheras.
—¿Veis? —les dijo a sus camaradas—. Éste es el resultado de la juventud y la sobriedad. Su memoria es temiblemente aguda. Qué maldición: no olvidar nunca la menor tontería. ¡Alteza, os compadezco!
—Cállate, Hewney —dijo Briony—. No voy a hacerte responsable por las cosas que dijiste cuando no sabías quién era yo, pero no tienes ni la mitad de encanto e inteligencia que te atribuyes.
—Gracias, alteza. —El dramaturgo y actor esbozó una reverencia—. Pues, como tengo una gran opinión de mí mismo, aún me queda una apabullante cantidad de encanto.
Briony sólo pudo sacudir la cabeza. Se volvió hacia Dowan, el tímido gigante por quien sentía un afecto especial.
—A decir verdad, sólo he venido a despedirme. Haré lo posible para que suelten a Finn cuanto antes.
—¿Entonces es cierto? —preguntó él—. ¿De veras sois quien dicen… eminencia… alteza?
—Me temo que sí. No quería mentir, pero temía por mi vida. Nunca olvidaré la amabilidad con que me tratasteis, todos vosotros. —Se volvió hacia los demás e incluso atinó a sonreírle a Estir—. Sí, incluso maese Nevin, aunque en su caso estaba mezclada con lascivia y un infinito amor por la música de su propia voz.
—¡Ja! —Pedder Makewell volvió a incorporarse, sintiéndose mejor—. Se acaba de anotar otro tanto contigo, Hewney.
—No me importa —dijo el dramaturgo con arrogancia—. Pues la soberana de Marca Sur acaba de proclamar que soy la mitad del hombre más encantador del mundo.
—Pero no soy la soberana de Marca Sur. —Briony miró a Erasmias Jino, que observaba la escena con una sonrisa cortés, como un espectador que hubiera visto una obra mejor la noche anterior—. Y por eso no debéis regresar allí todavía. —Se volvió hacia el noble sianés—. La noticia de que estoy aquí llegará a Marca Sur, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
—No lo mantendremos en secreto. No estamos en guerra con vuestro país, princesa. De hecho, nos han dicho que Tolly sólo protege el trono hasta el regreso de vuestro padre… o el vuestro.
—¡Es mentira! Intentó matarme.
Jino extendió las manos.
—Sin duda tenéis razón, princesa Briony. Pero es… complicado.
—¿Veis? —les dijo Briony a los actores—. Por eso debéis quedaros en Tessis, al menos hasta que yo sepa qué hacer. Representad vuestras obras. Me temo que tendréis que encontrar otra actriz para el papel de Zoria. —Volvió a sonreír—. Sin duda será fácil encontrar una mejor que yo.
—En realidad, lo estabais haciendo bastante bien —dijo Feival—. No tanto como para lograr que se olvidaran de mí, gracias a Zosim y los demás dioses, pero bastante bien.
—Dice la verdad —dijo Dowan Birch—. Podríais llegar a ser una gran actriz, si trabajarais en ello. —Miró en torno, sonrojándose mientras los demás se reían.
Pero a Briony no le hacía gracia. Esas palabras le habían causado una punzada, pues había vislumbrado una vida imposible en que las cosas eran diferentes, en que ella podía vivir como se le antojara.
—Gracias, Dowan. —Se levantó—. No temáis: pronto encontraremos un lugar donde alojaros. —Entre tanto, Briony podía mantener cerca a los actores y reflexionar sobre la idea que se le había ocurrido—. Adiós, pues, hasta nuestro próximo encuentro.
Mientras un par de guardias se llevaba a los actores, Hewney se apartó de ellos y se acercó a Briony.
—En verdad —susurró—, me gustas más en este papel, niña. Representas a una reina de forma muy convicente. Sigue así y preveo buenas críticas para ti en el futuro. —Le dio un rápido beso perfumado de vino (Briony se preguntó dónde habría conseguido vino mientras estaba bajo la custodia del rey Enander) antes de seguir a los demás.
—Vaya, por el dulce Huérfano —dijo lord Jino—, eso fue muy interesante. Un día debéis contarme cómo fue la experiencia de viajar con esa gente. Pero ahora debéis realizar una actuación más elevada. Una representación a pedido, como suelen llamarlas.
Ella tardó un instante en comprender.
—¿El rey?
—Sí, alteza. Su augusta majestad el rey de Sian desea veros.
* * *
Briony habría sido la primera en admitir que la sala del trono de Marca Sur era digna y señorial, pero no majestuosa. Tenía un techo lleno de tallas delicadas, pero eran difíciles de ver en aquel recinto oscuro, salvo cuando encendían todas las velas en los días festivos. Era una sala alta, pero sólo en comparación con el resto de las estancias. Había habitaciones más altas en muchas mansiones de los reinos de la Marca. Y los vitrales que en su niñez habían inspirado su idea del cielo no eran tan bonitos como los del templo del Trígono, en la fortaleza externa que estaba más allá de la Puerta del Cuervo. Aun así, Briony siempre había pensado que no podía haber mayor diferencia entre su hogar y los otros palacios reales de Eion. Su padre era un rey, a fin de cuentas, y el padre y el abuelo de él también habían sido reyes, un linaje de varias generaciones. Pensaba que los monarcas de Sian, Brenia y Perikal no tenían una vida más suntuosa. Esa ilusión se disipó en cuanto llegó al famoso palacio Avenida.
Desde la primera hora de su captura, cuando el carruaje rodeado por soldados atravesó la puerta que conducía al palacio, había empezado a sentirse tonta. ¿Cómo podía haber creído que su familia no era tan rústica como esos nobles desabridos y zafios de los que Barrick y ella se burlaban en casa? Y ahora estaba junto a Jino en la sala del trono, el vasto recinto que durante siglos había sido el corazón de todo el continente, en la capital de uno de los países más poderosos del mundo, y sus necias pretensiones le daban vergüenza.
La sala del trono era enorme, con un techo cuya altura duplicaba la del mayor templo de Marca Sur, tallado y pintado con tan exquisito detalle como si toda una población de caverneros hubiera trabajado en él durante un siglo. (Después se enteraría de que eso era exactamente lo que había pasado, aunque en Sian llamaban kalikanes a la gente pequeña.) Cada ventana estaba pintada con colores brillantes como el sol y parecía tan grande como la Puerta del Basilisco, y había docenas, así que la enorme sala parecía estar coronada por arcos iris. El suelo era un remolino de cuadrados de mármol blanco y negro, un intrincado mosaico circular llamado Ojo de Perin, famoso en todo el mundo, según le informó Erasmias Jino mientras la guiaba. Dejaron atrás el trono enorme pero vacío y los caballeros de armadura azul, roja y dorada que estaban plantados solemnemente contra las grandes paredes de la sala, quietos y silenciosos como estatuas.
—En algún momento debéis permitirme que os muestre los jardines —dijo el marqués—. La sala del trono es muy bonita, pero los jardines reales son extraordinarios.
Entiendo la indirecta, amigo: así es como se ve un verdadero reino. Mantuvo una expresión amable y neutra, pero la arrogancia de Jino la irritaba. No das mayor importancia a Marca Sur ni a nuestros pequeños problemas, y quieres recordarme qué aspecto tienen la auténtica pompa y el auténtico poder. Sí, entiendo la indirecta. Piensas que la corona de mi familia no vale mucho más que esa corona falsa de madera y pintura dorada que yo usaba en el escenario. Pero el corazón de un reino no es pequeño porque el reino sea pequeño.
Jino la hizo pasar por una puerta del fondo de la sala del trono, que estaba rodeada por un grupo de guardias vestidos, como los que estaban en las paredes, con matices distintos pero complementarios de rojo y azul.
—El gabinete del rey —dijo Jino, abriendo la puerta e invitándola a pasar. Un heraldo con un tabardo celeste brillante, bordado con las famosas espada y rama de almendro florecido de Sian, le preguntó su nombre y su título, y luego golpeó el suelo con el bastón de punta dorada.
—Briony te Meriel te Krisanthe M’Connord Eddon, princesa regente de los reinos de la Marca —anunció, con tanta indiferencia como si ella fuera la cuarta o quinta princesa que había atravesado la puerta ese día. Y quizá fuera así: una treintena de guardias, sirvientes y elegantes cortesanos llenaban la suntuosa habitación, y aunque muchos la vieron llegar, pocos demostraron mayor interés.
—¡Ah, desde luego, la hija de Olin! —dijo el hombre barbado que estaba en el diván de respaldo alto, llamándola con un gesto. Llevaba ropa seria y oscura y su voz era profunda y fuerte—. Veo su rostro en el tuyo. ¡Qué placer inesperado!
—Gracias, majestad. —Briony hizo una reverencia. Enander Karallios era el monarca más poderoso de Eion y se le notaba. Había engordado un poco en los últimos años, pero era un hombre corpulento y lo llevaba bien. Tenía pelo oscuro, casi negro, con muy pocas canas, y su rostro, aunque redondeado por la edad y el peso, aún era vigoroso e imponente, con su frente alta, sus ojos separados, su nariz fuerte y afilada, de modo que aún se veía por qué cuando joven lo habían considerado un príncipe gallardo y apuesto—. Ven a sentarte, niña. Nos complace verte. Sentimos gran aprecio por tu padre.
—Todo Eion lo aprecia —dijo la mujer que estaba junto a él, con un hermoso vestido perlado. Debía de ser Ananka te Voa, comprendió Briony, una noble poderosa por sí misma, pero ante todo amante de reyes. Briony se sorprendió de verla sentada junto a Enander tan abiertamente. La segunda esposa del rey había fallecido años atrás, pero los rumores que Briony había oído entre los hombres de Makewell sugerían que él sólo se había unido a esa mujer recientemente, después de que Ananka abandonara a su viejo amante, Hesper, rey de Jael y Jellon.
¡Hesper, ese miserable traidor…!
Briony, que estaba en medio de su reverencia, casi perdió el equilibrio al pensar en él. Había pocos hombres en el mundo a los que Briony habría querido torturar, pero Hesper era uno de ellos. Se preguntó si Ananka estaba a su lado cuando Hesper decidió encarcelar al padre de Briony y venderlo a Ludis Drakava. Mirando los ojos penetrantes y duros de esa mujer, era fácil creerlo.
—Ambos sois muy amables —dijo Briony, procurando mantener la voz calma—. Mi padre siempre habló de vos con la mayor estima y amor, rey Enander.
—¿Y cómo está él? ¿Has recibido noticias? —Enander jugaba con algo que tenía sobre las piernas y eso la distrajo. Al cabo de un instante vio los ojillos brillantes que se asomaban bajo la gruesa manga de terciopelo. Era un animal pequeño, un perrito o un hurón.
—Algunas cartas, sí, pero no desde que me fui de Marca Sur. —Se preguntó en qué pensaban esos dos. Actuaban como si ésta fuera una audiencia cualquiera. ¿Acaso no conocían su situación?—. Su majestad sabrá que me fui de mi casa… bien, digamos que no me fui por elección propia. Uno de mis súbditos, mejor dicho, un súbdito de mi padre, Hendon Tolly, se ha adueñado traicioneramente del trono de los reinos de la Marca. Sospecho que asesinó a mi hermano mayor, y también al suyo. —En verdad, la muerte de Kendrick era el único crimen que no podía atribuir con certeza a Hendon Tolly, pero él había confesado su participación en la muerte de su hermano Gailon.
—Lord Tolly dice otra cosa, como sabrás —dijo Enander, con aire de preocupación—. Nosotros no podemos tomar partido sin saber más. Sin duda lo comprenderás. Lord Tolly sostiene que escapaste, y que él se limita a proteger al otro heredero de Olin, el infante Alessandros. Así se llama el niño, ¿verdad? —le preguntó a Ananka.
—Sí, Alessandros. —Ella se volvió hacia Briony—. Pobre niña. —Ananka era guapa, pero el exceso de maquillaje le acentuaba las arrugas del delgado rostro en vez de ocultarlas. Aun así, era la clase de mujer que siempre había hecho sentir a Briony como una muchacha torpe y estúpida—. Cuánto habrás sufrido. ¡Y hemos oído cada historia! ¿Es verdad que Marca Sur fue atacada por las hadas?
El rey Enander la miró con irritación, quizá porque no quería que le recordaran la antigua deuda que en el pasado Sian había contraído con el linaje de Anglin en las guerras contra las hadas.
—Así es, milady —dijo Briony—. Y por lo que sé, todavía está bajo asedio…
—Pero supimos que te escondiste en medio de una compañía de labriegos y escapaste, caminando desde Marca Sur. ¡Qué astuta! ¡Qué valiente!
—En realidad, era una compañía de actores… mi señora. —Briony había aprendido a tragarse una réplica airada, pero el sabor era amargo—. Y no escapaba del asedio, sino de ese traidor…
—Sí, lo hemos sabido. ¡Vaya historia! —Enander la interrumpió antes de que dijera más. No era casualidad—, Pero sólo sabemos lo más elemental; pronto nos contarás los detalles. —Alzó la mano antes de que ella volviera a hablar—. Basta de plática, querida. Debes estar agotada después de tus penurias. Ya habrá tiempo para todo cuando te sientas más fuerte. Te veremos esta noche, en la cena.
Ella le dio las gracias e hizo otra reverencia. ¿Qué soy?, se preguntó. ¿Huésped o prisionera? No estaba del todo claro.
Mientras lord Jino la conducía fuera del gabinete del rey, Briony luchó contra la furia y el abatimiento. Enander la había recibido con amabilidad, y hasta ahora los sianeses la habían tratado bien. ¿Acaso había esperado que el rey se levantara, declarase su lealtad incondicional a la sangre de Anglin y la equipara con un ejército para que fuera a derrocar a los Tolly? Claro que no. Pero la expresión del rey le sugería que semejante cosa no sólo se postergaría, sino que no ocurriría nunca.
Briony estaba tan inmersa en sus reflexiones que casi tropezó con un hombre alto que cruzaba la sala del trono, dirigiéndose hacia la cámara de la que ella acababa de salir. Se tambaleó, y él la sostuvo con una mano fuerte.
—Mis disculpas —dijo él—, ¿Estáis bien?
—Alteza —dijo Jino—, habéis vuelto antes de lo esperado.
Briony se alisó la ropa para disimular su confusión. ¿Alteza? Entonces ese joven debía de ser Eneas, el príncipe. Se le cortó el aliento. ¿Éste era el muchacho en que tanto había pensado aquel año de su infancia? Era tan guapo como el príncipe que había imaginado, alto y esbelto, pero de hombros anchos, con una maraña de pelo negro que evocaba una crin después de una larga cabalgada.
—Hay mucho que contar —dijo el príncipe—. Cabalgué deprisa. —Miró a Briony, intrigado—. ¿Y quién es ella?
—Alteza, permitidme presentar a Briony te Meriel te Krisanthe…
—¿Briony Eddon? —interrumpió el príncipe—. ¿De veras eres Briony Eddon? ¿La hija de Olin? ¿Qué haces aquí? —De pronto recordó sus modales, le cogió la mano y se la llevó a los labios, pero no dejó de mirarle a la cara.
—Lo explicaré todo más tarde, alteza —dijo Jino—. Pero vuestro padre querrá oír vuestras noticias sobre los ejércitos del sur. ¿Todo anduvo bien?
—No —dijo Eneas—. No, no anduvo bien. —Se volvió hacia Briony—. ¿Esta noche cenarás con nosotros? Di que sí.
—Sí, desde luego.
—Bien. Hablaremos entonces. Es asombroso verte aquí. Estaba pensando en tu padre; le tengo una gran admiración. ¿Él se encuentra bien? —No esperó la respuesta—. Jino tiene razón, debo irme. Pero espero con ansias nuestra conversación. —Le tomó la mano, volvió a besarla, un mero roce de sus labios secos, cuarteados por el viento, pero la miró como si quisiera memorizar todos sus rasgos—. Les dije que serías una belleza al crecer. Por lo visto, tenía razón.
Briony lo siguió con la mirada unos instantes antes de caer en la cuenta de que estaba boquiabierta como un pastor de los valles cuando veía una ciudad auténtica por primera vez.
—¿Qué habrá querido decir? —dijo, pensando en voz alta—, ¡Ni siquiera debía saber que yo existía!
Jino fruncía el ceño, pero procuró sonreír.
—Ah, pero el príncipe no mentiría, alteza, y ciertamente no se rebajaría a la adulación. —Se enderezó y le ofreció el brazo—. Permitid que os lleve de vuelta a vuestros aposentos, princesa. Todos esperamos el honor de vuestra compañía durante la cena. Pero debéis descansar después de ese viaje aterrador.
Los modales cortesanos de Briony podían ser un poco rústicos para un sianés, pero entendía muy bien lo que le decía Erasmias Jino: Por favor, cría, déjame atender asuntos más importantes; los asuntos de un verdadero reino, no un país retrógrado como el tuyo.
Era otro recordatorio de que Briony era una distracción para los sianeses, y quizá un fastidio. De un modo u otro, allí no tenía poder ni amigos. Se dejó conducir por la reluciente y resonante sala del trono, entre grupos de cortesanos que la miraban y sirvientes más discretos pero igualmente curiosos, pensando cómo podía mejorar esa situación.