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El final
Cristina echó a correr hacia la puerta, pero un grito de Paula, que volaba sobre ella, la hizo detenerse. Las dos jóvenes miraron sobre sus hombros.
La Sombra atravesaba el patio despacio en dirección a Víctor. Sus garras estaban crispadas de tal manera que habían cobrado la apariencia de grandes garfios. Sus ojos lanzaban chispas de magia pura. Era una montaña de humo negro con forma humana.
El muchacho estaba inmóvil, con las piernas levemente flexionadas y los brazos arqueados hacia atrás, como si se dispusiera a saltar hacia arriba. Parecía minúsculo en comparación con el monstruo que se le acercaba.
Víctor trataba de sentir la Telaraña a su alrededor; la fuerza salvaje de la magia desatada que recorría el mundo.
«Siente la Telaraña. Sírvete de ella», le había dicho Bernabé a su padre. «Alarga la mano y reclama lo que es tuyo».
Víctor la sentía fluir, cosquilleando hasta en el último poro de su piel. La tomó en sus manos, trató de darle forma, de convertirla en una espada con la que poder enfrentarse a la Sombra; pero era inútil, su mente se negaba a hacerlo.
La Sombra había detenido su avance cuando apenas le quedaban cinco metros para llegar a Víctor. Lo contemplaba con expresión entre risueña y maligna.
—Hay que estar preparado para usar la magia, muchacho… Y tú no lo estás…
La inmensa mano derecha de la Sombra salió despedida hacia delante, desgajándose de su muñeca con un sonoro chasquido. Agarró a Víctor sin frenar su impulso y voló hacia arriba, arrastrando al muchacho con ella.
—¡Destrozad el cráneo! ¡No hay tiempo que perder!
Diana rodó por el suelo, burlando por enésima vez la cimitarra del engendro de metal al que se enfrentaba. Se apoyó en una rodilla para tomar impulso y saltó en dirección a otro de los guardianes. Antes de que este pudiera asestar ni un golpe, se coló entre sus piernas, se giró en tierra y saltó sobre la espalda del gigante que ya se volvía hacia ella. Cayó sobre su coraza y con el impulso de su cuerpo lo empujó hacia atrás. El coloso se derrumbó en el suelo.
Aterrizó sobre el embaldosado, con una mano en tierra, el cabello rubio cayéndole desordenado en el rostro y jadeando. El guardián de la cimitarra se cernía sobre ella, a punto de descargar un nuevo golpe. Diana aguardaba el momento exacto para esquivar la acometida, preguntándose si le quedaban fuerzas todavía, cuando el pecho de su adversario estalló hacia fuera y sembró de placas de hierro y roca el suelo. El guardián se desplomó hacia delante y ella saltó hacia la izquierda para no quedar aplastada bajo su peso.
Vio a Bernabé, enarbolando la espada con la que había destrozado al coloso. El hermano gemelo de Eduardo también jadeaba, tan agotado como ella. Por toda la sala estaban esparcidos los restos de los doce guardianes que habían protegido el estanque y el cráneo que este contenía. Bernabé miró a su alrededor, como si no acabara de creerse que la lucha hubiera terminado.
—¡El cráneo, rápido! ¡Destruidlo!
La orden de Eduardo en su mente era tan apremiante que comprendió que algo marchaba mal, algo relacionado con los muchachos y la pandilla de monstruos que los acompañaban. Corrió hacia el estanque, con Diana pisándole los talones. Sus pasos a la carrera resonaban en la sala central del segundo laberinto de Dédalo, pero no despertaban el menor eco.
* * *
—Resulta paradójico, ¿no crees? Eres tan pequeño, tan frágil… —siseó la cabeza de Asterio. Hebras de tersa oscuridad salieron de su boca, como salivazos viscosos—. Tu sangre bulle de poder. Y el recipiente es… tan poca cosa… —dijo alzando el puño en el que Víctor se debatía tratando en vano de invocar el arma de familia. La Sombra aumentó la presión y Víctor gritó de dolor.
—¡Vas a matarlo! —exclamó Paula, aterrada.
—Nada más lejos de mi intención, chiquilla. Este niño vivirá mucho, mucho tiempo. Su sangre es un tesoro que no se debe malgastar… —la Sombra clavó una de sus afiladas garras en la mejilla de Víctor. Una gota de sangre resbaló por el rostro del muchacho—. Tanto poder… Tanta magia en una sola gota…
Cristina dio un paso hacia atrás y chocó contra la pared. El monstruo giró su cabeza hacia ella. La joven percibió la intensa maldad de aquellos ojos. Casi sintió que la golpeaban al mirarla.
—Abre la puerta, niña. Completa mi felicidad y dame el cráneo.
—¡No! —gritó Paula—. ¡El cráneo no está ahí! ¡Os engañamos! ¡Esto era una trampa!
La Sombra guardó silencio un instante. Víctor trataba de luchar contra las garras que lo mantenían atrapado, olvidando ya por completo todo intento de invocar el arma de familia.
—Una trampa… —gruñó Asterio—. El caprichoso destino de nuevo me aparta de lo que busco… ¿Pero qué me da a cambio? —y de nuevo la zarpa del monstruo, afilada como un bisturí, se hundió en el rostro de Víctor. El muchacho aulló de dolor—. Nada más y nada menos que la más siniestra de las artes mágicas… —de pronto sus palabras se hicieron ininteligibles. Sus labios negros trenzaban frases en un lenguaje que hacía siglos que no se escuchaba en la Telaraña.
La sangre que manchaba la cara de Víctor comenzó a brillar.
La Magia Muerta regresaba.
—¡Romped el cráneo! ¡Ahora!
Bernabé llegó al estanque a la carrera. Se acuclilló sin apenas frenarse y, cuando iba a introducir el brazo en el agua para romper la urna de cristal y sacar el cráneo, Eduardo, en la casa de la Colina Negra, recordó cómo había acabado Dédalo con Minos.
—¡No metas la mano en el agua! ¡Es una trampa!
Pero el aviso llegó demasiado tarde. Bernabé ya había sumergido el brazo en el estanque hasta la altura del codo. Aferraba con fuerza la urna de cristal cuando el agua comenzó a hervir. Su grito resonó en el segundo laberinto de Dédalo tan fuerte, que Eduardo lo escuchó a través del pendiente y, a la vez, por el portal suspendido sobre la caja de plata.
* * *
Y como respondiendo al grito de Bernabé, Víctor volvió a aullar. Eduardo se tapó los oídos, tratando de cerrar el paso a aquellos chillidos que le taladraban la mente. Cristina, aún junto a la puerta, se llevó una mano a la boca. En torno a la Sombra flotaban luces negras y aullaban huracanes. Las palabras que surgían de la boca del monstruo se habían convertido en un cántico. Era una canción terrible, una canción de otros tiempos que había sido creada con el único propósito de destruir. Y Víctor sentía cómo su sangre respondía a la llamada del hechizo. Por sus venas corría magia, magia pura y terrible.
Paula se lanzó hacia la Sombra, murmurando un hechizo de ataque. A medio camino el brazo derecho del monstruo barrió el aire y la palma de su mano abierta golpeó al fantasma como si no fuera más que un mosquito.
Paula salió despedida, se revolvió y consiguió detener su vuelo sin control y girarse de nuevo hacia la Sombra, con el rostro contraído por el dolor. Apenas podía mover el brazo derecho, entumecido por el potente golpe. Víctor había dejado de gritar. Ahora sus labios se movían al mismo compás que los de la Sombra.
El hechizo estaba a punto de completarse.
La mano de Bernabé se aferraba con fuerza a la urna que contenía el cráneo, a pesar del intenso dolor que trataba de apaciguar musitando entre dientes un hechizo anestésico. Se mordió los labios y sacó la urna del estanque. Una lluvia de agua hirviendo cayó sobre él. Gritó una vez más y lanzó la urna hacia arriba mientras él se desplomaba hacia atrás.
Diana esperó a que la urna llegara a su altura y descargó un potente golpe a la vitrina con la palma de la mano abierta, invocando todo su poder. El cristal y el cráneo estallaron en pedazos.
* * *
—¡NOOO! —aulló la Sombra y soltó al fin a Víctor, que cayó al suelo desde tres metros de altura. El muchacho quedó aturdido, con los ojos muy abiertos, sin poder respirar por el golpe contra el patio.
La Sombra gritaba y se retorcía, rodeada aún por los ecos del hechizo fallido. Se echó hacia atrás, llevándose las manos a la cabeza como si la sintiera estallar. Los dos enormes cuernos que habían rematado su impresionante cabeza se desdibujaron y se convirtieron en dos volutas de humo a las que se llevó el viento. El monstruo se retorcía. Gritó de nuevo y su voz fue el bramido de un enorme toro herido de muerte. Víctor jadeaba y, tras tomar aire, retrocedió sin levantarse, ayudándose de sus piernas y codos. La caída le había aturdido, pero no parecía tener nada roto. Cristina llegó hasta él y lo ayudó a incorporarse; ninguno de los dos podía apartar la vista de la Sombra. Retrocedieron unos pasos.
Paula lo miraba todo desde lo alto, inmóvil, cubriéndose la boca con la palma de la mano.
El monstruo se derrumbó hacia atrás. Casi no hizo ruido al chocar contra el suelo. Su forma se iba desdibujando ante ellos a toda velocidad. Ya no se parecía, ni remotamente, a un ser humano. Su grito se fue amortiguando hasta convertirse en un seco silbido y luego desaparecer. El demonio apenas era ya consistente; era poco más que una nube que se fuera desintegrando en el cielo después de una tormenta o el humo que sobrevuela un incendio a punto de ser sofocado. Pasado un minuto lo único que quedaba ya de la Sombra era una diminuta voluta de humo negro que ascendió despacio en el aire. Paula se acercó hasta ella, trató de atraparla en su mano pero justo cuando la cerraba en torno al jirón de humo, este desapareció.
—Acabó… —dijo.
«Y sigo aquí», pensó. «No me he ido. No he desaparecido. Sigo aquí…»
—No, no acabó —gruñó la voz gutural de la criatura alada tras ellos, incorporándose despacio—. No acaba nunca. Pero no temáis… —los tranquilizó, al ver que el fantasma comenzaba a preparar un nuevo hechizo de ataque—. No esperéis ningún mal de mí. Habéis vencido… Mi amigo… El que fue mi compañero durante siglos ha muerto. La Sombra ha muerto… Ya no me queda nada… Ni siquiera ganas de vengarme. Hemos compartido un viaje desquiciado y ahora nuestros caminos se separarán… Te lo dije, niño. No volveremos a vernos jamás…
Los dos muchachos y el fantasma se quedaron contemplando a la criatura de alas negras, sin comprender. El monstruo miró hacia el lugar donde había caído la Sombra y luego fijó su atención en la puerta que Víctor había querido que abriese.
—¿Qué hay detrás? —preguntó.
—Muerte… —le contestó Paula.
—He muerto muchas veces… ¿sabéis? Y nunca ha sido la definitiva… La primera vez caí del cielo por acercarme demasiado al Sol… Eso derritió mis primeras alas… Un rey cruel se hizo con mi cuerpo y un demonio me revivió para que lo ayudara a buscar lo que mi padre le había robado… La Sombra me convirtió en lo que soy ahora… Y ahora… sin la Sombra, no soy nada… Y no os imagináis cuántas ganas tenía de no ser nada…
No supieron qué decir. Víctor se quedó mirando al engendro alado hasta que Cristina lo tomó del brazo.
—Vámonos a casa —le suplicó.
El muchacho asintió. Los dos jóvenes echaron a andar. Sobre ellos volaba Paula, sin apartar la vista de la criatura negra. No sentía lástima por ella, aquel monstruo había comandado el asesinato de su familia. Cuando pasaron junto a él, este los miró. El brillo de sus ojos se había apagado.
—No sé qué te deparará el futuro, niño —dijo—. Pero intuyo que está lleno de peligros y pesares… No sé si vivirás o morirás y tampoco me importa demasiado… Pero te daré un consejo, seguirlo o no es asunto tuyo… Cuando mueras no dejes que te hagan volver. No importa lo que te prometan… Mantente muerto.
Víctor asintió levemente.
Ya lo habían dejado atrás cuando la criatura volvió a hablar.
—Y no te acerques demasiado al Sol…
Ícaro los vio salir del patio interior. Luego miró hacia la puerta, suspiró y se dirigió hacia ella.