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La solución
Los salvajes terremotos que recorrían el laberinto se estaban haciendo cada vez más frecuentes, sin importar en qué dirección avanzasen. Daban dos o tres pasos, y de nuevo la fisonomía del laberinto cambiaba. Diana seguía el rastro del agua. Ese olor era para ella como un faro en la atmósfera rancia que los rodeaba.
—¿Sabes lo que estás haciendo, verdad? —preguntó Bernabé.
Ella tardó un momento en contestar.
—Estamos cerca del centro… Muy cerca. Creo que siempre que estamos a punto de llegar, el laberinto cambia para despistarnos…
—Bueno… Pues tenemos que encontrar el modo… —una nueva sacudida le interrumpió cuando todo el laberinto volvió a temblar. Justo ante sus narices el suelo se alzó hasta unirse con el techo y formar un nuevo callejón sin salida—. ¡Empiezo a estar muy harto! —exclamó, girándose hacia Diana.
El hada miraba hacia arriba, con los ojos entornados y las aletas de la nariz temblando.
—Creo que ya sé lo que debemos hacer…
—¿Qué?
—Vamos a dar un paseo por aquí… —dijo el hada. Lo tomó de la mano y se lo llevó por un pasillo que viraba a la izquierda.
Como ya venía siendo norma, no habían dado más de tres pasos cuando el laberinto volvió a enloquecer. Las paredes que los rodeaban se hundieron en el suelo sin producir el menor sonido y un muro de unos quince metros de largo giró hacia la izquierda, uniéndose a un extremo del pasillo que habían estado siguiendo.
Diana continuó caminando, llevando a Bernabé de la mano, como dos niños de excursión. Dos pasos más tarde el temblor se repitió por enésima vez. Justo a su derecha una porción de suelo comenzó a alzarse y Diana, de un potente salto, subió a ella arrastrando consigo a un sorprendido Bernabé. Ambos quedaron de pie sobre el bloque de piedra que se alzaba rumbo al techo. Bernabé dio un grito, convencido de que Diana se había vuelto loca y que los arrastraba hacia la muerte. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el techo sobre sus cabezas había desaparecido y, en su lugar, había una ranura de oscuridad que coincidía con el tamaño del bloque de piedra en el que estaban subidos.
—Ya estábamos en el centro… —le susurró Diana, justo cuando atravesaban el agujero del techo y el bloque de piedra se detenía con un ligero bandazo—. Pero estábamos en la planta equivocada…