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El guardián
La criatura alada los llevó de uno en uno hasta la puerta. En el otro extremo sólo quedaron los dos elementales. El de fuego fue el primero en pasar; lo hizo con sumo cuidado, avanzando despacio por el pequeño reborde de la pared. Tardó diez minutos en llegar al otro lado. Luego le tocó el turno al elemental de tierra. Marchó torpe, pegado al muro, caminando de costado. Antes de dar cada paso se aferraba con sus manos a la roca de la pared, hundiendo sus dedos en ella como si esta no fuera más consistente que el barro.
Víctor veía agrietarse el suelo de la cornisa bajo el peso del monstruo. El saliente a duras penas era capaz de soportar su masa. La criatura dobló la primera esquina con gran dificultad, asegurándose a la pared con ambas manos. Luego siguió su marcha lenta, con su enorme y grotesca cabeza de roca mirando hacia la puerta. Después de lo que pareció una eternidad, llegó hasta la última esquina. Se aferró de nuevo con las dos manos a la roca, una a cada lado de la cornisa y, ya levantaba una pierna para pasar al otro lado, cuando su mano izquierda se resbaló de la pared arrastrando un gran trozo de roca con ella. Se debatió como pudo, tratando de volver a aferrarse al muro pero perdió pie en el intento. Aun así, por un instante, pareció que iba a lograr equilibrarse, pero sólo fue un espejismo.
El elemental de tierra resbaló y salió despedido hacia la izquierda. Uno de sus pies aterrizó en una falsa baldosa, que se vino abajo con un chasquido. La criatura aleteó en el vacío y cayó al abismo girando sobre sí misma.
Durante largo rato no se escuchó el menor sonido. Todos contenían la respiración, contemplando la negrura. Luego se oyó el tremendo golpe de algo que chocaba y se desmenuzaba contra el suelo y, justo en ese instante, un rugido horrible despertó en las profundidades de la grieta. Víctor sintió que el corazón se aceleraba en su pecho.
—¡CORRED! ¡SALID DE AHÍ!
El grito urgente de su padre resonó en su cerebro como el tableteo de una ametralladora, pero Víctor fue incapaz de dar un paso. Como el resto del grupo, permaneció inmóvil en la arcada, contemplando el remolino de sombras que se agitaba en el centro de la estancia que acababan de atravesar. El rugido se volvió a repetir, feroz, y se mezcló con el sonido brusco de algo que se elevaba desde las profundas oscuridades de la grieta. Víctor dio un paso atrás. Escuchaba la respiración apresurada de Cristina a su lado y buscó su mano. Algo atravesó la grieta a una velocidad de vértigo, tan rápido que durante un segundo sólo fue un borrón descolorido que se alzaba sobre ellos.
—¡HUID! ¡MALDITA SEA!
Por un momento, la mente de Víctor fue incapaz de comprender qué era aquel extraño prodigio que había irrumpido en la sala clavando en ellos sus ojos amarillos y hambrientos. No podía concebir que una criatura así pudiera existir. La cabeza de un jaguar del tamaño de un rinoceronte se alzaba tan alta que rozaba el techo de la gran sala. Dos patas terminadas en garras, tan gruesas como árboles, rasgaron el aire. Las motas negras sobre el pelaje anaranjado parecieron agitarse cuando volvió a rugir, mostrando sus colmillos afilados. Pero no era su tamaño desproporcionado lo que más horrorizó a Víctor, sino que, aunque la parte superior de aquel ser era la de un gigantesco jaguar, el cuerpo felino se transformaba en el de una serpiente de escamas rojas y negras que desaparecía en la oscuridad del abismo, agitándose y vibrando.
La cosa informe lanzó un terrible alarido y traspasó la arcada a toda la velocidad que le permitían sus múltiples patas. Víctor y Cristina tardaron sólo un segundo en salir tras ella, seguidos por los tres monstruos supervivientes. El ser que había surgido del profundo abismo rugió de nuevo, alzó la cabeza y se lanzó en su persecución.