82: La gran sala

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La gran sala

Después de cinco minutos de caminar por un pasillo oscuro y estrecho, Víctor volvió a escuchar la voz de su padre en su mente:

Tras esa arcada hay otra trampa —le advirtió.

La arcada llevaba a una inmensa sala de baldosas romboidales. Las había de tres colores distintos: negras, blancas y rojas. La zona central del suelo de la sala estaba completamente destrozada y se podía ver que el piso de la estancia se asentaba sobre el vacío; bajo la enorme grieta se adivinaba la negrura de un profundo abismo. Muchas de las baldosas o habían desaparecido o estaban resquebrajadas. Al otro extremo de la sala se encontraba una puerta idéntica a la arcada por la que Víctor se asomaba; Cristina se hallaba a su espalda y los monstruos se apretaban tras ella en el pasadizo que los había llevado hasta allí.

—Ni un truco aquí —advirtió la voz de Eduardo en la cabeza de Víctor—. Bajo la sala duerme un monstruo al que es mejor no molestar.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pasa? —preguntó la criatura alada, remontando el vuelo y sobrevolándolos. Observó las baldosas del suelo y la oscuridad que se intuía en el agujero del centro—. Esto no parece ser la típica treta en la que sólo puedes avanzar pisando las baldosas correctas… —dijo—. Todas son falsas…

—Sí —confirmó Víctor en voz baja—. Pero podremos pasar sin muchos problemas por la cornisa que bordea las paredes, aunque deberemos hacerlo con cuidado y sin levantar ruido… Hay un guardián bajo el suelo y no debe enterarse de que estamos aquí o nos meteremos en problemas.

La criatura alada entró en la sala, agitando sus alas negras con fuerza. Encontró la cornisa sin dificultad. Estaba a la misma altura del suelo y, como había dicho Víctor, bordeaba el muro hasta llegar a la otra puerta. La cornisa apenas medía diez centímetros de ancho y no aparentaba ser muy sólida. Se posó sobre ella y caminó unos metros, probando su consistencia. Asintió satisfecho y luego echó a volar hasta el enorme cráter del centro de la sala; quedó suspendido allí un minuto, escrutando la oscuridad pero sin la menor intención de penetrar en ella. Volvió volando y se posó ante Víctor, que retrocedió un paso para evitar todo contacto con aquella criatura horrible.

—Bien… Yo puedo llevar al otro lado a los niños, a mi estimado compañero y a nuestro reptilesco amigo… Pero los elementales tendrán que usar la cornisa para llegar hasta la puerta. Uno es demasiado pesado y el otro demasiado caliente para mis pobres brazos…

—Yo no tendré ningún problema en cruzar… —dijo el ser de llamas—. Pero dudo que la cornisa aguante el peso del elemental de tierra.

—Deberá hacerlo… —advirtió el reptil—. Ya hemos perdido a sus hermanos y no sabemos qué nos puede aguardar más adelante. No nos podemos permitir el lujo de dejar a nadie atrás. Y en cuanto a que me lleves a mí volando al otro lado, olvídalo… Me basto y me sobro yo solo.

Dicho esto, saltó a la cornisa con una agilidad increíble y avanzó a cuatro patas a tal velocidad que llegó al otro extremo en un minuto. Se asomó a la puerta, miró en ambas direcciones y luego les hizo un gesto para indicarles que todo estaba despejado.

La criatura alada aferró a Víctor por debajo de las axilas. El muchacho se revolvió, horrorizado por el contacto frío de aquel engendro, pero no logró librarse de su presa.

—Estate quieto —le aconsejó—. No nos gustaría ver cómo te vas pozo abajo.

Levantó el vuelo batiendo sus alas de hueso. Víctor vio cómo sus pies dejaban de estar en contacto con el sucio suelo del templo. La criatura alada sobrevoló la sala con rapidez, como si el peso del muchacho no le incomodara en lo más mínimo. Cuando pasaban sobre el enorme cráter que ocupaba el centro de la sala, Víctor miró hacia abajo. El fuerte hedor que llegaba desde allí era tan denso que lo mareó. Era como el olor de una jaula de zoológico que no se hubiera limpiado en siglos.

¿Qué hay allí debajo? —preguntó en su mente, sabiendo que su pensamiento llegaba hasta la casa de la Colina Negra.

—No lo sé. Bernabé no tuvo problemas para pasar por la cornisa.

—Bueno… Sea lo que sea, huele como si llevara mucho tiempo muerto.

—No. Allí abajo hay algo vivo aunque dormido. No hagáis nada que lo despierte.