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Charla en el salón
—No puedo permitir más muertes por mi culpa… —dijo Paula con firmeza, mirando primero a Diana para luego fijar su vista en el ánfora del Inframundo sobre la mesa. La botella brillaba malignamente, multiplicando los brillos de las lámparas de la sala—. Iré con ellos y les diré lo que quieren saber. Tal vez después me dejen marchar… —añadió, con escasa convicción.
—No lo harán. Una vez consigan el cráneo te destruirán. Son de esa clase de gente… —afirmó Bernabé. Estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados.
—Y no podemos permitir que la Sombra consiga el cráneo del Minotauro —comentó Eduardo, sentado a la mesa. Alargó la mano para acariciar la botella y la retiró con rapidez, como si le hubiera dado un calambrazo.
—¡Pero matarán a Cristina! ¡Y no quiero más muertes en mi conciencia! ¡No podría soportarlo! ¿No lo comprendéis?
—Perfectamente, cariño —intervino ahora Diana, sentada junto a Víctor—. Pero si cedes ahora, todos los que han muerto para protegerte a ti y al cráneo habrán muerto en vano. Sin contar todos los que pueden morir si la Sombra consigue lo que quiere… No, no consentiremos eso. Salvaremos a Cristina, sin tener que sacrificarte a ti.
—¿Pero cómo? —quiso saber Víctor. Estaba tan nervioso que iba cogiendo palillos del recipiente en forma de barril que estaba en la mesa y los desmenuzaba entre sus dedos, dejando caer las astillas en la alfombra del suelo. Su madre le había dado un manotazo para que dejara de hacerlo, pero no podía estarse quieto—. ¿Cómo lo haremos?
—Gracias por ofrecerte voluntario para colaborar —dijo Bernabé, ganándose una mirada fulminante del muchacho—. Pero tú sigue dándoles su merecido a esos palillos…
Eduardo apoyó su barbilla en la palma de la mano y miró a Víctor, perdido en sus pensamientos. Luego se giró hacia Paula.
—¿Tendrías algún inconveniente en decirnos dónde está la caja que custodiaba tu familia?
—No, claro que no…
—¿Quieres encontrar tú el cráneo? —preguntó Víctor.
—Sí… Sobre todo porque sospecho que la Sombra no lo busca sólo por el poder que puede proporcionarle. El cráneo es parte de él. Si destruimos uno, destruiremos al otro…
—¿Pero por qué no se lo cargó Dédalo? —preguntó Bernabé—. Habría acabado con sus problemas.
—Dédalo era un creador, no un destructor; y quizá tenía la esperanza de que el cráneo podría volver a ser usado para el bien… O tal vez ni él ni los Cócalo tenían el poder suficiente para hacerlo… Sea como sea, la tarea de destruir el cráneo ha recaído en nosotros. Necesitamos esa cajita de plata. ¿Paula?
El fantasma asintió y le dedicó una de esas magníficas sonrisas suyas. Luego volvió a asentir, con determinación, pero esta vez el gesto era sólo para él. Eduardo se estremeció. Por lo visto sólo ellos se habían dado cuenta de lo que significaría para Paula la destrucción del cráneo del Minotauro. Se había convertido en fantasma para protegerlo; una vez destruido, su misión terminaría y ella se desvanecería. Su alma continuaría el camino que debería haber seguido de no haberse convertido en fantasma. Resultaba paradójico: habían vuelto a la Telaraña para salvar a Paula y ahora Paula se sacrificaba para salvar a Cristina.
—Está en Francia —explicó el espíritu—. En un pequeño pinar a unos kilómetros al oeste de una ciudad llamada Nancy. Nunca he entendido el motivo, pero la maldad del cráneo no parece afectar a los habitantes de esa zona… Me gustaría ser más precisa con el lugar, pero no puedo… Sé que había un río cerca, pero no recuerdo ni cómo se llamaba…
—Bueno… Imagino que la caja tendrá suficiente magia como para que un detector la localice —dijo Bernabé—. Pero no entiendo lo que pretendes, Eduardo… Me parece muy bien que quieras acabar con la Sombra, pero eso no salvará a Cristina…
—Trataremos de dar a esos monstruos algo en que pensar mientras encontramos la caja… —comentó Eduardo—. ¿Todavía guardas nuestro equipo, verdad? —preguntó a su hermano.
Bernabé lo observó pasmado.
—¡Claro que sí! ¿Cómo me iba a desprender de todo eso? ¿Pero qué diablos estás tramando?
—El esbozo de un plan… —desveló, con una tímida sonrisa—. No es demasiado complicado y tal vez por eso funcione. Buscaremos el cráneo mientras uno de nosotros lleva a esas criaturas a una trampa.
—¿Quién? —preguntó Diana.
—Víctor… —contestó.