61: Cristina

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Cristina

Cristina pedaleaba con todas las fuerzas que le quedaban. A veces soltaba el manillar para limpiarse las lágrimas que corrían por su cara. No dejaba de atormentarse con la idea de que encontraría muerto a Víctor cuando regresara. Ni siquiera comprendía cómo estaba vivo aún. Había tanta sangre… tanta… Y aquello que vio al tomar la curva, justo cuando Víctor se despeñaba: aquella cosa oscura que flotaba en el vacío…

Se obligó a no pensar. Se convirtió en una simple máquina; en un cuerpo sin mente que sólo pedaleaba y pedaleaba, ajeno a los pinchazos que subían de sus muslos castigados por tanto esfuerzo, insensible a todo menos a la necesidad de avanzar.

Entró en una cuesta rodeada de sauces y, al tomar una curva, la casa de la Colina Negra apareció ante ella. Era la primera vez que estaba tan cerca de la casa pero ni siquiera le prestó atención. No pensó ni un segundo en todos los comentarios que había oído sobre aquel lugar. Tampoco miró la furgoneta aparcada junto a un lateral de la casa. Bajó a trompicones de la bici. Ya corría a la escalera cuando una voz la hizo girarse hacia el vehículo:

—¡Vamos, chica! ¡Llévanos hasta Víctor! ¡No tenemos tiempo que perder! —le gritaba el hombre al volante. Por un segundo creyó que se trataba del padre de Víctor, pero este estaba sentado en el asiento del copiloto, nervioso y asustado. Cristina comprendió que eran gemelos.

Echó a correr hacia allí.

—¡Víctor ha tenido un accidente!

—¡Sí, sí, sí! ¡Lo sabemos! ¡Sube atrás! —le gritó Eduardo.