60: Visitas

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Visitas

Víctor observó revolotear uno de los folios sobre su cabeza. Distinguió el trazo familiar de su letra, sus típicos renglones apenas separados unos de otros. Aquel trozo de papel pertenecía a un mundo lejano. Trató de imaginarse en su pupitre, escribiendo aquellas palabras que ahora se llevaba el viento, pero fue incapaz.

Hasta respirar era una tortura. Cerró los ojos. Tenía mucho frío. Pero era un frío extraño, que procedía de su interior y no de fuera. La oscuridad tras sus párpados cerrados no era negra, estaba teñida de relámpagos y lenguas de fuego. De pronto, por encima del fuerte zumbido que llenaba sus oídos, escuchó voces.

—¡Nuestro! ¡Nuestro! ¡Nuestro! —canturreaba alguien.

—¡Troceemos su carne! ¡Metamos su sangre en cubos! —continuó otro.

Víctor abrió los ojos.

Estaba rodeado de diminutas criaturas de forma humana. No medían más de diez centímetros de alto e iban completamente desnudas. Su piel era de un tono rojo brillante y unos cortos cuernos negros remataban sus cabezas calvas. Uno de los hombrecillos rojos se puso a bailar justo ante la mirada del muchacho herido. En su rostro casi triangular asomaba una mueca malvada.

—¡Nos bendecirá con su poder! —anunció, sin dejar de bailar.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡El Mestizo es nuestro! ¡Nuestro! ¡Nuestro! —cantaban todos.

El diablillo se volvió hacia Víctor y sonrió.

—¿Duele morirse? —le preguntó. Se echó a reír, pateando divertido el suelo. De repente se detuvo. La expresión burlona en su cara fue sustituida por el pánico. Miró hacia arriba, hacia un punto del barranco que Víctor no podía ver. La criatura dio un grito y desapareció corriendo. El resto de los diablillos lo imitaron a tal velocidad que fue como si se hubieran desvanecido en la nada.

Por un momento reinó el silencio. Luego Víctor escuchó pasos pesados acercándose hacia él. Trató por enésima vez de incorporarse y por enésima vez el dolor se lo impidió. Vislumbró una sombra enorme, una nube de tormenta que pasaba a ras de suelo. En lo alto graznó un águila.

—No has debido quitarte el talismán de repulsa… —gruñó algo. Una vaharada de aire caliente le golpeó el rostro. El olor denso y fuerte de un animal salvaje lo envolvió.

* * *

Se hizo de noche. Y en la noche nacieron dos lunas llenas de color rojo sangre. Tardó unos instantes en darse cuenta de que algo inmenso lo miraba, ocultando la luz del sol. Un hocico húmedo se precipitó desde lo alto y olisqueó su rostro. Y la noche se convirtió en la cabeza de un enorme lobo. Y el lobo habló:

—Tal vez esto sería lo mejor, Mestizo. Tu muerte pondría fin al horrible error que significó tu nacimiento… —sus fauces se abrieron, dejando al descubierto dos hileras de colmillos. El aliento fétido de la criatura era insoportable. Cerró la boca con un potente chasquido, apenas a unos centímetros del rostro del muchacho. Sus enormes ojos rojos se clavaron en los marrones de Víctor—. Sólo un mordisco… —susurró el lobo—. Rápido y misericordioso. Nunca más sentirás dolor…

Víctor no podía dejar de mirar aquellos ojos. La hoja de apuntes seguía volando sobre la colina, irreal. El lobo desapareció de su campo de visión aunque el sonido de sus pasos le indicaba que estaba muy cerca.

—Pero no lo haré… —gruñó el animal desde su izquierda. Víctor escuchó el sonido de unos colmillos desgarrando tela—. Aunque puede que dentro de poco me ordenen que acabe contigo, ahora no lo haré… Soy un monstruo, no un asesino.

La faz del lobo volvió a aparecer sobre su cabeza. Llevaba el talismán de repulsa entre sus dientes. Uno de los garfios le había rasgado la piel, pero a él no parecía importarle. Dejó caer el amuleto sobre el pecho de Víctor.

—Quedan muy pocos talismanes como este. Son capaces hasta de retrasar la llegada de la muerte. No mucho tiempo, por supuesto; del abrazo de la gran dama nadie puede escapar. Pero te dará el tiempo suficiente para que lleguen hasta ti y te salven… Adiós, Mestizo. Reza para no volver a verme, porque la próxima vez lo que desgarraré con mis colmillos no será tu mochila.

El gran lobo desapareció aunque su olor acompañó a Víctor durante unos minutos más. El tiempo que tardó en quedarse inconsciente.