59: Consecuencias

59

Consecuencias

—¡Víctor!

Por un momento creyó que era la voz de aquello que flotaba en el aire la que gritaba su nombre. Abrió los ojos, asustado. Trató de incorporarse, pero un fuerte dolor en sus piernas y en su espalda lo mantenía pegado al suelo. Miró a su alrededor. Estaba en un saliente rocoso, una piedra plana cubierta de musgo había detenido su caída. Tragó saliva y hasta la misma acción de tragar le causó dolor. Miró hacia arriba. Había rodado unos diez metros por una pendiente rocosa salpicada de helechos y piedras. Y por las diversas molestias que sentía, debía haberse golpeado con todas y cada una de las piedras y salientes que había encontrado en su camino.

Cristina venía a su encuentro, bajaba la ladera en dirección a él con demasiada rapidez.

—¡Víctor!

Él trató de gritarle que se detuviera, temeroso de que pudiera resbalar y caer también. Pero el dolor no sólo le impedía moverse, sino también hablar. Por el rabillo del ojo captó un movimiento a su izquierda. Era su libro de matemáticas; estaba abierto en el suelo y el viento hacía pasar las hojas. Su mochila se debía de haber abierto en la caída y ahora todos sus libros y apuntes estaban esparcidos por la ladera. Vio dos folios blancos volando muy alto. Los siguió con la mirada, aturdido. Por un segundo fue incapaz de recordar quién era o cómo había llegado hasta allí.

Cristina llegó por fin y se acuclilló a su lado. Estaba pálida y lloraba como nunca antes había visto llorar a nadie. ¿Tan mal aspecto tenía? Trató de incorporarse, pero de nuevo le resultó imposible. Su cuerpo no le obedecía.

—¡No te muevas!… —la joven se llevó una mano a la boca, conteniendo un gemido—. Quédate muy quieto, por favor… Voy… Voy a buscar ayuda… volveré en seguida… ¡No te muevas!

—Avisa a mis padres… —logró decir.

—¡No! Voy a bajar al pueblo… A llamar a una ambulancia. No te preocupes… Todo va a salir bien…

—No… Una ambulancia, no… Avisa a mis padres… por favor… A mis padres…

Ella se lo quedó mirando un segundo. Asintió y comenzó a ascender trabajosamente. Una vez arriba se giró para gritarle algo, montó sobre su bicicleta y desapareció a toda velocidad.

Víctor no estaba seguro de si lo último que Cristina le había dicho era «No te muevas» o «No te mueras». Decidió que, por si acaso, seguiría tanto un consejo como el otro. Los dos, dadas las circunstancias, le parecían acertados.