57: Mal augurio

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Mal augurio

El ratón del jersey rojo flotaba mansamente en el aire. No aparentaba estar nada nervioso, al contrario parecía disfrutar con la experiencia. Rotaba en el aire despacio girando la cabeza de un lado a otro. Sólo cuando vio que se dirigía hacia las fauces del dragón, emitió un chillido y comenzó a patalear en el aire. Paula desvió su trayectoria y lo hizo flotar hacia Diana. El hada, sentada en la mecedora, lo atrapó en el aire. El ratón se acomodó en sus manos, asomando el hocico rosado entre sus dedos.

—Puedo mover cosas más pesadas que un ratón, por supuesto… —les explicó Paula—. Mi tope está en unos cinco kilos.

—No es mucho —comentó Eduardo—. Con un poco de trabajo creo que podríamos mejorarlo… —Estaba sentado en el sofá junto a su hermano. De vez en cuando desviaba su atención hacia la ventana de la sala. Víctor debía estar a punto de regresar—. Nos hemos topado con fantasmas impresionantes… Seguro que no has olvidado a Kurt Aster, ¿verdad, Bernabé?

—Tengo el hermano más gracioso del mundo —replicó el aludido—. Mi buen amigo Kurt Aster… Hoy sin ir más lejos he estado pensando en él…

—¿Y eso? —preguntó Diana, dejando al ratón sobre la mesa—. ¿Remordimientos?

—No exactamente… He pensado que nos puede venir muy bien tenerlo de nuestro lado. Sí… Sé que no me tiene mucho cariño por eso de que su muerte, digamos, que fue… por culpa mía… Sin ir más lejos, la última vez que me vio me rompió cuatro costillas… —se frotó el cuello con una mano—. Pero odia a los demonios del Inframundo mucho más de lo que me odia a mí… Y nunca se ha llevado demasiado bien con los Arcontes. Podemos ganárnoslo para nuestra causa. Y eso sí que es un fantasma, querida niña… Estaba como una regadera cuando vivía y la muerte lo terminó de estropear… Hay pocos espectros más poderosos que él en la Telaraña.

—Yo también he estado pensando en gente que nos pudiera ayudar… —dijo Eduardo—. ¿Qué fue de Lucas?

—Le he perdido la pista totalmente. Lo último que supe de él es que había abandonado la Telaraña y se había unido a una feria ambulante.

—¿Y Valdemar?

—Muerto. No sé dónde ni cómo.

—Vaya… Nos debía un par de favores.

—Sí. Fue muy desconsiderado por su parte morirse sin avisar, pero esas cosas pasan…

—¿Y quién nos queda entonces?

—Tal vez Deborah… O tal vez…

En ese momento Diana gritó. Fue un grito de terror e impotencia que los estremeció a todos. Hasta las sombras temblaron. El hada se levantó y trató de ir hacia la puerta, pero las rodillas le fallaron y cayó al suelo. Eduardo y Bernabé ya se aproximaban a ella cuando chilló de nuevo. Esta vez lograron entender lo que decía:

—¡Víctor!

Los ojos de Eduardo se abrieron de par en par. Se arrodilló junto a su mujer, con la garganta seca y su corazón bombeando puro pánico a sus venas. Algo terrible estaba a punto de ocurrirle a su hijo.

O había ocurrido ya.

Diana volvió a gritar, desesperada. Hasta el último pájaro del bosque de la Colina Negra huyó espantado.